Selección de poemas del Foro. Los versos iluminados.

“La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”
Pablo Picasso

Cuando el poeta escribe, busca un rayo de luz. Y lo hay. Hay un cálido, invisible pero sensible rayo de luz que a su vez, busca al poeta. Y muchas veces, aunque sea por un momento, ambos se encuentran. Es entonces que el poeta, iluminado, escribe su mejor verso, sus mejores versos. Eso versos sublimes que emocionan al lector y lo iluminan también a él.
Vamos a leer, con la atención que merecen, varios poemas de los aparecidos en nuestro Foro, y vamos a intentar encontrar en cada uno ese momento sublime, esos versos iluminados.

Valentín Martín:  DICEN QUE EN LA NOCHE NO HAY CAMINOS

He perdido la turbación de la palabra,
la impostura de los adioses a destiempo,
ahora que la prosperidad vive en las ucis
y fuera los besos son delito.
Sueño con volver a casa y ya no hay casa,
la casa se deshizo con la primera muerte,
todo es una brizna fugitiva camino
del leve fervor de la metáfora,
Dios no sabe no contesta y las estrellas
se suicidan todas suavemente al amanecer.
Nada cambia con el paso de los siglos, jamás
un hombre pastoreó de verdad su vida
y los inviernos se llevaron siempre mal
con los ancianos. Paremos, pues, los relojes
en este instante de piedad:
nunca más seré un animal en celo,
ni tendré los ojos azules de un niño,
yo aquí no pinto nada, aunque me gusten
todavía el olor a lluvia, la sonrisa
de los paisajes y las mocitas casaderas;
la oscuridad es mi cómplice
-nos amamos-
conozco ya la hostilidad del mundo
y no me importa.

El poeta recorre su alma con su misma alma, mira sus ojos con sus mismos ojos, recuerda sus recuerdos. Y advierte la transitoriedad de todas las olas, lo efímero de todas las cimas. Nada permanece. Solo le queda ampararse bajo el manto protector de la poesía:

todo es una brizna fugitiva camino
del leve fervor de la metáfora

Femmeble: SUSPIROS

Pour mademoiselle Guillem.

“De lo que oigas no te creas nada,
de lo que veas, la mitad.”

Te miro, y te conozco desde siempre.
Eres memoria recién sangrada,
eres esperanza para tu puesta de largo:
atrévete a ser.

Te me sustentas a través de la voz
que ya no es más que recuerdo.
Te beso con la ternura
que los siglos engendraron en tu parto.
Te reclamo parte de mi existir
como si desde ti fuera yo.

Si alguna vez te llevo de la mano,
es porque nos espera una sendera
caliente, donde reposan tus abuelos,
La poeta ve al niño incipiente, lo ve desde la plenitud  (nunca plena) de su conocimiento de adulto, lo conoce, no solo a él sino a la especie humana que él representa. La poeta sabe de las acechanzas de falsedad, de mediocridad, de conformismo a la que la nueva criatura se verá sometida. Y rompe su contemplación con unos versos cargados de esa filosofía perenne que impregna a quien sabe mirar:

Te miro, y te conozco desde siempre.
Eres memoria recién sangrada,
eres esperanza para tu puesta de largo:
atrévete a ser

 

Francisco Lobo: Invitación a Narciso

Advertí la revelación en el canto crédulo y misterioso
de los cisnes.
La fuente era lamento de aflautados acordes,
copla de soledad y soledad misma.
El soplo del silencio ardía retenido
en la rosaleda en vilo,
preludio del amor bajo un fluir de pétalos de fuego
ardiendo en la extenuación de su símbolo de belleza,
por luz primera en un rosal en lágrimas.
Nada estaba en el rostro, sino
la desaparición de la sangre,
la fiebre de la ausencia.
Contemplé mis pupilas restauradas
en las espinas del recuerdo,
que flotaba en el agua.
Reverberaba en ondas concéntricas la melancolía
de indiferentes nenúfares en el llanto.
La luz trepaba por ella.
Todo era cierto y a la vez impreciso:
el misterioso y crédulo canto de los cisnes,
y los acordes aflautados de la soledad,
y la fiebre de la ausencia,
y el silencio en las llamas de la rosaleda,
y las punzantes lágrimas del recuerdo,
y mi rostro flotando en el agua,
y esta desgracia mía
de estar tan solo
y tener que amarse a uno mismo.
El mito de Narciso cobra aquí una nueva dimensión. El poeta se descubre (en la ambigua ficción poética) como un ser que se ama a sí mismo, no por su belleza, sino por no tener a nadie a quien amar, por estar sumido en la soledad. Y tras expresar, en agridulces paralelismos con el mitológico joven, la tristeza invencible de su aislamiento, da la clave de las trágicas causas de su auto-contemplación en estos versos que resumen el rayo inspirador del poema:
y esta desgracia mía
de estar tan solo
y tener que amarse a uno mismo.

 

Venecia Lesseps: Reminiscencias

Qué secreta la luz,
qué solícita mano si recorre
los hayedos del tiempo y la floresta
densa  de ese pequeño corazón
que late en mi memoria.
Qué corazón de un tiempo que me urge
al regreso y que  tiende esa mano
a través del espejo
como gato encelado.

Y recorro mis huellas
soñolientas y mudas
cuando -vestal de media luna
o de garza naciente-
era toda mi vida
la plata inmaculada de la noche
y el dulce nácar de la soledad.
Cómo será así el recuerdo,
tan luminoso como forja de herrero
o como Aldebarán
o como un plenilunio antiguo
y gastado en mi mente
y el mítico blasón de los bretones
en mi sangre tibia
y dulce,
abadías del mar
con miríadas de estrellas
y verde sangre verde sobre la labrantía.

Tus blancas manos revoloteando
sobre mi dorado cabello, manos
como palomas blancas
y tenues
como de vena o llanto.

Cómo será así el dulce vino
de la reminiscencia
en la forja gaélica del tiempo
cuando en mi sur
tan sólo floran soles de adelfas de Cartago,
y mirtos atenienses
dentro del corazón…

 

En este recorrido nostálgico de la poeta por su cándida niñez, contrapuesta a su actual y sensata edad adulta, traza un paralelismo entre esa niñez y sus sencillos ancestros bretones y entre la edad adulta y la reflexión griega o mediterránea. Pero todo tan lírica, tan sutil, tan refinadamente expuesto que prende en la emotividad del lector. Veamos los versos iluminados de esta visión nostálgica:
Tus blancas manos revoloteando
sobre mi dorado cabello, manos
como palomas blancas
y tenues
como de vena o llanto.

Hallie Hernández Alfaro: Azar

I

Nena dulce, ángel nuevo en la tierra,
tu nombre cortaría manzanas tristes
y daría un palmo de tragedia
a los relojes de enero.

II

Casi mujer, casi jardín de rosas blancas,
volabas con tu resplandor en los pasillos de una vida cana
las cajas de terciopelo, las manos/promesas
desvastaron tu Si de ilusión germinada.

III

El vientre inflamado, el rostro más bello que antes
un fruto /presagio moviendo la sonrisa,
mientras la luna desencajaba luciérnagas
vos repartias caricias en F

IV

La muerte pronunciada a ciegas, amarilla, imperdonable
se apoderó de los versos con penumbra
de las uvas amargas y  del lecho frío.
El Hado se colaba en tu ventana para verte llorar.

V

La vida equilibra el Sur herido, los pianos con esperanza.
El hombre exacto sucumbe a tu piel de madre rota,
a los besos de nobleza, al encanto de afrodita vestida de reina.
El mundo tiembla cuando retomas la vida con todos sus lazos.

VI

Esa noche temías a la oscura manta de Julieta,
los pantanos llevaron los dedos a la boca
para no gritar la sangre  en tu espalda.
El amor coagulado e inerte no ha de pronunciar el olvido.

 

En estas seis pequeñas/grandes secciones poemáticas se expone la tragedia de una vida. Una niña nace, crece, se enamora, concibe un hijo… y, súbitamente, la muerte  se acerca a esa desafortunada mujer. El azar, que dice la poeta en el título, actuó con su faceta más malvada. Nos ha llamado la tención esa sección IV, cuando la vida de la mujer cambia de rumbo. Versos iluminados en los que la poesía se viste de desgracia:
La muerte pronunciada a ciegas, amarilla, imperdonable
se apoderó de los versos con penumbra
de las uvas amargas y del lecho frío.
El Hado se colaba en tu ventana para verte llorar.

Isabel Rodríguez: Primavera mortal

Me deslumbra el fulgor de esta mañana
atónita y redonda, su sol alto,
ese hachazo de luz
hendiéndome la carne desde arriba,
esta carne de sombra,
de silencio y de flores agostadas.

Me hace daño este azul
de quieta aguamarina suspendida,
este aire incierto y denso y sus aromas
de magnolia lejana,
su toque levemente corrompido
sobre mi carne ajena,
sobre mi piel inerme.

Me sobresaltan las tempranas voces
de primavera en todas las esquinas
de este día que surge,
oro y rosa y azul,
su algarabía
de pájaros cantores en la fronda,
el tañido del aire entre las ramas,
las voces del amor
asaltando en tropel esta paz muerta
de soledad y asombro.

 

¡Qué bella parece siempre la primavera y cuánto dolor puede producir! La poeta, a quien la primavera promueve dolorosas nostalgias de su adolescencia, se siente desgarrada por esa explosión de vida que no puede devolverle los años idos. El poema, fruto de una iluminación creativa constante, pasa por su momento más crucial en esa estrofa segunda en que, con el delicado y refinado vocabulario de que siempre hace gala, la autora nos engrandece su aflicción:

Me hace daño este azul
de quieta aguamarina suspendida,
este aire incierto y denso y sus aromas
de magnolia lejana,
su toque levemente corrompido
sobre mi carne ajena,
sobre mi piel inerme.

TXOPO: PADRE (1965), MADRE (2008)

Padre
(1965) .
Padre, tengo miedo.
Tengo miedo de la noche, del hombre malo
y de la araña negra.
Me da miedo la tormenta, padre,
me asusta el ulular del viento.
No apagues la luz, quédate conmigo esta noche,
veo sombras de dragones mirándome al acecho.
¿Qué se mueve bajo la cama? ¿quién vive tras el espejo?
¡Me dan miedo los fantasmas azules del silencio!
Abrázame padre, dame tu consuelo. En el colegio
hay muchachos que se burlan de mi inocencia.
No te vayas nunca, nunca te vayas; ¡espera!
Temo quedarme solo y que tú ya no me quieras.
¿Por qué te fuiste padre? ¿por qué me dejaste entonces
cuando más fuerte rugía la tormenta?

Yo perdí a mi padre a la edad de siete años.
Se fue también con él
la tierna voz del hombre que envuelve de paz al trueno.
Perdí de golpe aquellas cosas buenas que protegen
a los niños de sus sueños.

Padre, no era al hombre malo a quien yo temía
(era el miedo a perder el mundo bueno de tus manos)
Padre, no era el miedo a la araña lo que yo sentía
(era al veneno de llamarte y no tenerte a mi lado)
Padre, no era la burla de los muchachos la causa de mi desdicha
(era la herida de mi orgullo sangrando ante tus ojos)

Madre
(2008)

Fue entonces, madre, fue entonces
cuando tus ojos y tus brazos
fueron también los de mi padre.
Fue el escudo de tu cariño, madre,
mi confortable refugio ante la vida.
Fuiste la caricia suave, el trabajo duro
y el candor de un cuento que no se acaba nunca.
Yo perdí la sonrisa de los labios de mi padre,
tú perdiste el futuro de un amor
que yo apenas concebía.
Madre, yo crecí al amparo de tus manos
sin imaginar siquiera que tú también temblabas
como yo de puro miedo.

Ya no tengas miedo, madre, yo te quiero
y estoy contigo.
No temo ya a la sombra, ni al silencio oscuro.
Soy un hombre libre. Un hombre nuevo.
Es de noche, y está lloviendo.
Padre, madre, venid conmigo a disfrutar de la tormenta.

Era imprescindible reseñar aquí esta extraordinaria elegía, dotada de un lirismo conmovedor y una altísima capacidad emotiva. La inspiración creadora está patente a lo largo de todo el poema, de todas sus impresionantes imágenes. Pero queremos destacar aquí ese fogonazo de inspiración que manifiestan los últimos versos, verdaderamente excepcionales:
No temo ya a la sombra, ni al silencio oscuro.
Soy un hombre libre. Un hombre nuevo.
Es de noche, y está lloviendo.
Padre, madre, venid conmigo a disfrutar de la tormenta.