“Corre el rumor, Fidentino, de que recitas en público mis versos, como si fueras tú su autor. Si quieres que pasen por míos, te los mando gratis. Si quieres que los tengan por tuyos, cómpralos, para que dejen de pertenecerme.” (Epigrama XXX: A Fidentino el Plagiario).
El plagio es tan antiguo como la propia literatura, anterior incluso a la invención de la imprenta. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua lo define como “copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”. Para el creador el plagio constituye el más grave atentado a su derecho de autor ya que significa privarle de su paternidad y, por lo tato, de la relación con su propia obra. Sin embargo, dentro del mundo literario existen posturas diferentes y, hasta encontradas, cuando se debate sobre este tema. Los hay que defienden a ultranza el respeto a la forma que cada escritor imprime a sus palabras pero los hay, también, que basándose en la idea de “que ya todo está inventado” defienden lo se viene denominado “intertextualidad”, afirmando que la literatura no es otra cosa sino una sucesión de plagios.
Para nosotros, lo que algunos llama “intertextualidad” es beber de otras fuentes, lo que toda la vida de dios se ha dado en llamar influencia, tradición y, en una palabra, literatura, cosa que nada tiene que ver con ” copiar textualmente un original ajeno sin citar al autor verdadero ni mencionar la fuente y sin entrecomillar, imitando el estilo, la expresión literaria y la sintaxis del original”. El que plagia y lo hace intencionadamente -todo plagio para que sea considerado como tal lleva implícito intencionalidad- no hace otra cosa que aprovecharse del trabajo de otros en su propio beneficio.
Bien es cierto que en los tiempos que corren prácticamente todo está inventado y que lo que en verdad resulta difícil es encontrar ideas que puedan considerarse originales. La literatura está tan globalizada como el resto de los aspectos y materias de los que hacemos uso en nuestra vida cotidiana. Los propios autores suelen ser los primeros en reconocer sus influencias tanto en lo que se refiere a las temáticas que tratan como a su propio estilo. Pero no hay que olvidar que el Derecho de Autor nunca hace referencia a las ideas, Lo que el Derecho de Autor defiende es la originalidad con la que cada autor plasma esas ideas mediante una determinada forma de expresión.
Nadie niega que en la literatura, como en casi todas las demás artes, resulte cada vez más complicado encontrar ideas o estilos que verdaderamente puedan considerarse nuevos ( otra cosa sería si nos refiriéramos al campo científico o médico, donde también se producen plagios y donde el tema sería aún mucho más complejo de abordar). Un mismo tema puede tratarse de mil maneras diferentes sin que se pueda afirmar que existe plagio. Insistimos de nuevo en que el Derecho de Autor siempre se refiere a esa forma de expresión que se es única en cada autor..
Recordemos también que en cualquier obra literaria está aceptado y permitido -de hecho suele ser una práctica bastante habitual- incluir citas textuales e incluso páginas completas de otros autores, pero siempre citado la autoría. La diferencia es tan obvia que el que comete plagio, no sólo no cita, sino que pretende hacer pasar por suyo lo que, sencillamente no lo es.
Queda claro, por lo tanto, que no plagia el que escribe sobre la misma idea que otro, ni el que bebe de otras fuentes y se deja influenciar por ellas, ni siquiera el que re-escribe una obra, bien, como aprendizaje, bien intentado aportar una visión distinta de la misma. Plagia el que de forma intencionada y consciente se apropia de la original forma de expresión de un autor y se la atribuye como propia.
Si nos abstraemos del hecho de estar hablando de creaciones literarias que, en algunos casos -como por ejemplo cuando se utiliza como soporte internet-, el autor se presta a mostrar y compartir de forma gratuita, y obviando, incluso, que hablamos de un delito reconocido y tipificado por el código penal, se trata de un acto, además de delictivo, tan poco ético como lo sería entrar en la casa del vecino que te ha prestado unas llaves para que le riegues las plantas y llevarte contigo cualquiera de sus pertenencias.
Lejos de creer, como afirman algunos, que todo plagio en el fondo es un homenaje – ya que supuestamente sólo se plagia lo que se envidia o admira- y, teniendo en cuenta, que la propiedad intelectual es un terreno más pantanoso que la propiedad a secas, los que justifican o entiende dichos actos no deberían perder de vista que el creador literarios no es un ser de otro mundo sino un trabajador más, comparable, en términos de esfuerzo, a cualquier persona que se pasa, por ejemplo, ocho horas diarias en una oficina y se encuentra con que al final de su jornada laboral, aparece otra persona con la pretensión de atribuirse su trabajo y apropiarse de los derechos que éste conlleva.