El remero estaba condenado por los dioses a remar por toda la eternidad. En algunos momentos de esos ciclos eternos, bajaba un ángel que le traía un fruto para saciar su sed, ya que remar lo martirizaba. Faltaba un ciclo para que se cumpliera la promesa de los dioses. El mar estaba tempestuoso, a su derredor flotaban peces muertos, que olían a putrefacción. El remero sudaba y miraba unos pájaros como mitológicos. Veía como unas víboras que cruzaban al costado de un islote.
El remero estaba expectante cuando bajaría el ángel de luz penetrante, para iluminar las tinieblas de ese infierno. De pronto los cielos comenzaron a oscurecer, el mar se puso con un azul intenso, y las aves espantadas volaron en bandada, el remero espero, dejo de remar, sabía que el canto de las sirenas eran la anunciación del ángel, del ritual al anochecer, era un ciclo en ese período donde una bendición caía sobre el remero.
Los colores de los peces fluían y desde el cosmos todo era relámpagos. En el cielo aparecieron imágenes de minotauros y el ángel bajó, cumpliría con la orden de los dioses. En sus manos tenía una fruta brillante como una estrella, era el alimento santo para sanar las heridas del remero. Caían rayos en el mar, tronaba. El ángel se sentó en un altar de madera e inició el ritual. Gritó:
Dioses, beberé del fruto y de esta copa mágica.
Y bebió la copa, el cielo se estremeció.
Luego gritó:
Dioses, este sacrificio santo será para saciar el tormento del remero eterno, convoco a las fuerzas del universo para santidad de este sacrificio estelar.
Y comió hasta saciar su sed
El remero se dirigió al altar y con sus manos tocó el fruto, su corazón latía se estremecía a cada instante. El ángel se tornó en forma de mujer y comenzó a besar al remero, lo rozaba con sus labios. Luego le daba de comer del fruto y le decía al oído
No sufras por tus tormentos en este mar infinito, sacia tu sed con mi boca
Le hablaba y lo mordía, luego le daba de comer del fruto.
El ser de luz tomo la punta de un cuchillo y lo hirió al remero y fue besándolo dejándole marcas en su cuerpo.
Luego del ritual, volvió a ser hombre y gritó a los cielos:
¡ Que las fuerzas del universo glorifique este sacrificio consumado!
Entonces el remero miró al ángel y desapareció junto con una estela brillante.
Entonces una lluvia sangrienta cayo al mar, y unas voces se escuchaban, desde lo alto. El remero comenzó a internarse en el mar, los pájaros salvajes lo seguían.
Su cuerpo se llenó de un rocío. Poco a poco la eternidad fue llenando todo y el remero se dispuso a seguir entre el fantástico mar y sus islas llenas de criaturas monstruosas que lo seguirían torturando hasta la venida de otro ciclo donde el ángel bajaría otra vez para hacer el ritual. Y mil ecos monstruosos se escuchaban a lo lejos tras el paso del remero.