Detrás del éxito, a doscientas millas por hora; detrás de la supervivencia a veinticuatro horas por día; adelante del miedo a velocidades no aún reconocidas, tratamos de alcanzar algo que llene el vacío existencial, y todo el placer del mundo no parece suficiente; todo el poder del éxito no parece tan potente como para cambiar la dimensión de la vida. Ni la ciencia, ni la información, ni toda la tecnología, han logrado convertirse en esa sabiduría sencilla de una alegría que llene de sentido la vida.
No sabíamos que el vacío no se puede llenar con miedo ni con olvido; no sabíamos que no había música más bella que la del silencio, ni que el tiempo más intenso se escondía en los momentos.
No sabíamos del milagro del aquietamiento, cuando es posible sentir que uno es habitante del universo.
Olvidamos que el fuego ascendente es nutrido por un viento tenue. Por tratar de ser invulnerables olvidamos que es la blanda fluidez del agua la que da resistencia al cuerpo; por poseer, nos olvidamos de esa gracia que se da gratuita en todo ser; por nuestra necesidad de progreso olvidamos que es la levedad leve lo que permite el ascenso; por el placer de competir olvidamos el feliz placer del compartir. Por tener, nos olvidamos de vivir.
Esclavos del conocer nos olvidamos un día, que el vivir está, más que en el conocimiento, en el proceso de aprender. Pero, a pesar de nuestro olvido, la vida sigue allí como un torrente de agua fresca para saciar la sed infinita de ser.
Aprendamos todos a aprender en ese saber que nunca se sabe sabio, y en ese ser que es aquello que es, al dar su ser.
Los alcatraces no han olvidado aún el sol de las auroras, las aves con su vuelo viven todavía en la naturaleza de sus alas; los peces parecen llevar en sus escamas el orden ondeante de las aguas. Toda planta vive en cada hoja el milagro de la luz. Sólo nosotros parecemos haber olvidado nuestra naturaleza humana.
Texto:
Dr. Jorge Carvajal.
Fragmento de:
EL ARTE DE SER UNO MISMO.
Anahata ediciones.