Golosinas literarias

Autor: Macedonio Tracel

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Arnaldo Calveyra (un poeta argentino que nació en Entre ríos (1929) y murió hace un par de años. Al comienzo de los sesenta, por una beca se fue a París y ahí se quedó hasta el final siempre escribiendo el aire, la luz de su infancia)

Del libro de las mariposas…

No me has encontrado, me anduve empapando de rocío, temprano, irisado. Iba cantando, iba contándome, iba abriendo maizales con el canto al canto. Los perros lo toreaban a Dios de tan visible.

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y por otro lado, algo de mi amigo, el Bebe Garufa (Gerardo Augtr)

Desandaduras

La partida siempre termina acorralada por el jaque
y la muerte es su segura servidora.
El último texto de fuego se llevó la piel ajada.

Tendría que ser al revés la existencia,
un venir cuando te estás yendo,
morir sería decir nacer,
nacer decir morir,
oler los años desde la última cena al yesterday
ver la luz desde la expiración
hasta llegar al primer fragmento de la inocencia,
de la desgana, al juego del balero,
sufrir desde el principio del primer día
rechinando el reumatismo, la impotencia, la diabetes,
la soledad, el dolor de las lágrimas blindadas,
viajar desde la última puteada, hasta la estación del primer llanto
sabiendo que los años son lanzas que al acercarse
se irán primorosamente lejos
y después
cuando uno se cansó de contar otoños que tienen los pasos chicos
dar gracias a los viajes largos
y a la piedra indescifrable,
sabiendo que el mandato será entrar por las cortinas negras
hasta llegar a la guarida que nos cobijó por primera vez;
allí
hay que ponerse de mortaja el cordón umbilical
y dormirse acurrucado para siempre sobre las aguas amnióticas
mientras un coro
amarrando a los cuervos que hemos conocido en nuestro vuelo
nos canta:
duérmase mi niño, duérmase mi sol,
duérmase pedazo de mi corazón.

Fría

Como a un ahogado me fueron encontrando. Había vuelto como siempre, ya había anochecido, la luz buscó la intimidad que se protege en las habitaciones. Cuando ya nadie habla los espejos apoyan en el piso un invento que es un ruido de olas muy lejos, muy a trasmano, donde el cielo no tiene caso. Las frases partidas parecen ramas de laurel crepitando. Ahí donde se apoyan avisan que no camines, que no vuelvas. Deslizan gotas frías sobre arena oscura como esos soles que habitan la espera. Los reflejos arman bordes de arboledas alertas. Alguien se despierta, nadie quiere gritar. Los perros, los cardos pueden aguantar hasta la luz. Como sea, al final las noticias no existen. El rocío es la noche extraviada.