La sociedad que nos ha tocado vivir, sin haber sido elegida por ninguno de nosotros, día por día nos sorprende alcanzando formas de expresión que nos desconciertan. Por ejemplo, los malos tratos son un fenómeno muy antiguo. Lo que resulta novedoso, es su denuncia como problema social, siendo este cada vez más complejo de entender incluso por los propios expertos.
También es evidente que el fenómeno de la violencia siempre ha existido desde incluso antes de entrar a formar parte de esta sociedad, especialmente si se nace mujer, ya que la agresividad que se expresa sobre la mujer empieza incluso antes del nacimiento.
En algunos países, con la practica de abortos selectivos según el sexo, o tras el nacimiento, cuando un padre al tener una hija puede matar a su bebe por ser una hembra. Todos los años, millones de niñas son sometidas a la mutilación de sus genitales. Una niña también tiene mayor probabilidad que sus hermanos de ser violada o agredida sexualmente por miembros de su familia, entorno más cercano o cualquier desconocido. Incluso en algunos países, cuando una mujer soltera o adolescente es violada, puede ser obligada a contraer matrimonio con su agresor, o ser culpada y encarcelada por haber cometido un acto delictivo. Ahora bien, es después del matrimonio, cuando sobreviene el mayor riesgo de violencia para una mujer, al habitar esta en su propio hogar, donde su esposo, puede golpearla, violarla e incluso matarla.
De este modo, la violencia contra la mujer ha sido definida por las Naciones Unidas como “todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en el vida privada”.
Y es precisamente en el ámbito privado, con la familia, con sus seres más queridos y cercanos donde mayor violencia puede llegar a vivir una mujer, por paradójico que pudiera parecernos. De hecho los hombres que son condenados por violencia hacia sus parejas, solo uno de cada cuatro, son también violentos fuera del ámbito privado. Una violencia que puede ejercerse en el ámbito físico, sexual o emocional.
Según el instituto de la mujer en su última encuesta realizada, casi 4 de cada cien mujeres mayores de edad, se consideran a si mismas como maltratadas, pero por sus declaraciones, son casi diez de cada cien, las mujeres que deben considerarse técnicamente como maltratadas. Las recientes cifras sobre las denuncias presentadas en nuestro país por mujeres, superan ya las diez mil en lo que a delitos de violencia contra la mujer se refiere, disparándose esta cifra a más de treinta mil, si tomamos en cuenta las que pueden considerarse como faltas.
Ahora bien, si tomamos en cuenta las cifras sobre las mujeres que han muerto a manos de su pareja o ex pareja, observamos que es entre los treinta y los cuarenta años, donde mayor numero de victimas podemos encontrar, con un total de diecisiete muertes al fin de los noventa, y de más de veinticinco en el año que acabamos de dejar atrás, siendo el siguiente rango de edad con mayor numero de muertes el comprendido entre los veintiuno y los treinta años. Edades que lejos están de viejos acervos y arquetipos sobre la figura de la mujer en nuestra sociedad, y que en un principio nos hace pensar que esta no seria la razón única de su actuar.
Han sido varios los intentos por trazar un perfil de la victima y del agresor, así como muchas las voces contrarias a este propósito, siendo una realidad poco concluyente. Cierto es que hasta no hace demasiado tiempo, eran muchos los que pensaban en un perfil que subyacente hacia a la mujer maltratada, mas vulnerable a la violencia, de lo que ya era sólo por ser mujer. En realidad la amplia mayoría de mujeres agredidas en cualquiera de sus formas generalmente, no tienen un historial psicológico anterior, siendo la mayor parte de sus problemas una consecuencia de esta situación, y no una causa.
De este modo, sería el menoscabo producido en las mismas, lo que mejor podría definirlas, aisladas socialmente como una consecuencia de su situación y con un intervalo de entre cinco y diez años, para atreverse a descubrir su secreto mas amargo, que quizá por razones de precariedad económica y dependencia emocional, esperan años para denunciar la situación.
En todos estos años se ha realizado un enorme trabajo por parte de administraciones, organismos, asociaciones y personas individuales para enfrentar una situación que, en muchas ocasiones, se presentan incluso antes de que la mujer llegue a nacer. Pero, hasta este momento no se había realizado un esfuerzo decidido por enfrentar el reto que nuestra sociedad tenia con la mujer maltratada. Un ejercicio de responsabilidad y madurez que no tardaría en dar respuesta. El Instituto de la Mujer, los Centros de la Mujer , los Centros De Acogida, el Servicio de Atención a la Mujer en las comisarías de policía, los Centros Municipales de Información a la Mujer , Centros de Información y Asistencia a Mujeres Víctimas de Agresiones Sexuales, Juzgados específicos de violencia de genero y cientos de Asociaciones y Organizaciones de atención a la Mujer.
Pasando el tiempo de las estadísticas y las cifras, faltaba aún un paso firme y decido hacia la madurez responsable de toda una sociedad, la ley integral de violencia de género y el tratamiento de los agresores. Si pensamos en los hombres violentos en el hogar, estos no constituyen una muestra homogénea. Ha habido intentos de establecer perfiles en función de múltiples variables sin conseguir resultados suficientemente satisfactorios.
Probablemente una de las más conocidas es la ofrecida por Dutton y que se puede resumir en la presencia de tres perfiles.
Uno cíclico o emocionalmente inestable, que suele presentar una intensa dependencia hacia sus parejas, al tiempo que se observa en ellos un temor irracional a ser absorbidos por estas. Pasan invariablemente por una etapa de acumulación de tensión, que finaliza con algún tipo de maltrato. El hipercontrolador, con un perfil de evitación y agresión pasiva, es un individuo que puede pasar inadvertido incluso para profesionales familiarizados con el problema de la violencia familiar. Su objetivo es obtener sumisión y obediencia de su mujer. Es minucioso, perfeccionista y dominante. Presenta unas ideas rígidas acerca de la división de roles, la educación de los hijos, etc. Se suelen observar dos subtipos, uno activo caracterizado por un exceso de control perfeccionista, y otro pasivo que suele vivir distanciado emocionalmente de la pareja.
Y por ultimo el mas complejo de tratar y el que peor pronóstico tiene, el psicopático. Suele tener antecedentes penales y de violencia en otros contextos, generalmente no presenta sentimientos de culpa, lo que le convierte en extremadamente peligroso.
Desde modelos más centrados en la terapia familiar, Simon y Shuster proponen otros dos tipos de maltratador que comparten rasgos y características con los anteriores.
Uno definido como una cobra. Es muy probable que sea agresivo con todo el mundo, que no dependa emocionalmente de otra persona, pero insista en que su compañera debe hacer lo que él quiere siempre, propenso a amenazar con armas o cuchillos, y que se calma internamente según se vuelve agresivo. Es difícil tratarlo con terapia psicológica, posiblemente tenga antecedentes penales y con frecuencia abusan de las drogas o del alcohol, lo que le convierte en impredecible. Suele presentar características sociopaticas siendo frío y calculador. Su violencia surge de su necesidad patológica de salirse con la suya, ser el jefe siempre, y asegurarse de que todo el mundo (incluyendo su esposa), sepa que él es el jefe. Después de que su mujer ha sido físicamente maltratada y tiene miedo, a veces cesa este tipo de abuso y lo reemplaza con un constante maltrato psicológico, a través del cual le deja saber a su víctima, que el abuso físico podría continuar en cualquier momento. Todo un torturador.
Y otro que descrito como un Pit bull, un hombre encantador y que a las demás personas les suele caer muy bien, excepto a sus parejas, celoso y con un intenso miedo de que lo abandonen, que priva a su esposa o novia de su independencia y reacciona violentamente durante una discusión. Es el que tiene un mayor potencial para el tratamiento. Su inseguridad y acentuado temor al abandono le convierten en un hombre susceptible y que fácilmente desarrollara celos sobre su pareja, motivo por el cual puede iniciarse todo el ciclo de la violencia y acumular tensión con facilidad al sentirse de continuo engañado.
En general, no son enfermos mentales y, por ello, son responsables de sus conductas, pero, sin embargo, presentan limitaciones psicológicas importantes en el control de los impulsos, en el abuso de alcohol, en su sistema de creencias, en la autoestima, en las habilidades de comunicación y de solución de problemas, en el control de los celos.
Muy bien estudiadas por los especialistas, principalmente el profesor Echeburúa. Así un maltratador, es aquel hombre que ejercen alguna de las formas de abuso (físico, psicológico, económico, sexual…) con su esposa o compañera, vulnerando su libertad y ocasionándole algún tipo de daño físico, psicológico, social, o económico… No obstante, es preferible utilizar términos más descriptivos, que no hagan referencia al “ser” sino a la “conducta”. Así hablamos de hombres que ejercen violencia familiar, violencia de género o violencia machista. En ocasiones, la violencia aparece asociada con la psicopatológica. Pero, en líneas generales, podemos afirmar sin dudas que el hombre que ejerce maltrato no es un enfermo mental.
La cura que es un concepto eminentemente médico y ya que en su amplia mayoría no se trata de enfermos mentales, sino de conductas, creencias y actitudes que causan daño en otra persona, el abordaje exclusivamente judicial y policial de la violencia en el hogar resulta claramente insuficiente. Al poco tiempo éstos vuelven a constituir una nueva pareja y la violencia sólo se desplaza de una mujer a otra, por este motivo es tan necesario el tratamiento de estos hombres. Los estudios indican una media de siete años para poder hablar de una verdadera terapia a un maltratador. Algo que en muchos casos es inviable de cualquier modo.
Bien es cierto, que son personalidades muy difíciles, tratamientos muy complejos, tiempos y recursos prolongados en el tiempo y que muchas veces vuelven a reincidir. En el Reino Unido el ministerio del interior dejo de financiar los recursos para la terapia de estas personas y decidió invertir el dinero en casas de acogida y el marcado electrónico de estos hombres. Ellos también sufren las consecuencias de su propia incapacidad para vivir una intimidad gratificante con sus parejas, como la perdida de la esposa e hijos en muchos de los casos, el aislamiento y deterioro interpersonal, el rechazo familiar y social y una dificultad para tomar conciencia del problema y por tanto para pedir ayuda. Volviendo a viejas dicotomías, tratamiento o medidas represivas.
El hecho es, que tras padecer la violencia, muchas de estas mujeres terminan despersonalizadas, al mismo tiempo que generan dependencia de la persona que las maltrató. La sufren mujeres de todas las edades, grupos sociales, niveles económicos y culturales, sin diferencia de nacionalidad o religión. La gravedad de las secuelas, el alto coste social y económico, y en especial la degradación que produce la violación del derecho de las personas a ser tratadas como tales y al respeto que merece toda existencia humana, los convierten en una cuestión de gran relevancia pública.
En la dinámica del maltrato se produce una perversión del vínculo en el que se establece un estado en el que agresor y victima terminan necesitándose. La víctima porque sola, siente que no es nadie y el miedo y la angustia la paralizan, y el maltratador, porque se siente que es alguien a través de la dominación que ejerce. Es muy frecuente que la situación de apego llegue a tal extremo que la víctima termina protegiendo y disculpando al maltratador.
El resultado es un camino a través del cual, la víctima, va perdiendo la confianza en sí misma y la capacidad de respuesta, llegando a presentarse frecuentemente lesiones y secuelas psicológicas, que en unos casos pueden representar una situación limitada en el tiempo, como un cuadro de ansiedad reactiva a la situación vivida, que con el tratamiento adecuado desaparece y no quedan secuelas, mientras que ante situaciones traumáticas parecidas, hay casos en los que tras un periodo de tiempo considerable, el cuadro no ha desaparecido o incluso se ha agravado y por lo tanto será considerado como una secuela crónica que dejara un huella imborrable en lo mas intimo de la persona.
Como secuelas mas frecuentes entre las mujeres que han sufrido violencia podemos encontrarnos con trastornos de angustia, respuestas de ansiedad, depresiones, fobias, trastornos psicosomáticos, por estrés postraumático y estrés agudo. También son habituales los trastornos adaptativos y en ocasiones disociativos, dificultades en el área de la sexualidad, menoscabo de la autoestima y la identidad. Perdida de confianza en si mismas, desconfianza, y retraimiento social. Todas estas formas de expresión del dolor de la mujer maltratada adquieren formas propias de expresión en funciones de la personalidad de la misma y seguirán su curso según los recursos y apoyos sociales con los que están dispongan. Aun si bien, la secuela mas grave de todas seria el intento de suicidio como llamada de auxilio al entorno o su consecución tras un haber tirado la toalla.
Eloy González Arranz
Psicólogo especialista en psicoterapia y psicología clínica, legal y forense.
Especialista, acreditado por la Dirección General de Instituciones Penitenciarias.
Presidente de la Asociación Internacional del Teléfono de la Esperanza de Valladolid.
E-mail: egarranz@cop.es
LECTURAS RECOMENDADAS:
Ley de Protección Integral contra la Violencia de Género:
LEY ORGÁNICA 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género.
B.O.E. núm. 313, de 29 de diciembre de 2004.
– Cosri, J. (1995). Violencia Masculina en la pareja. Buenos Aires. Paidos.
– Echeburúa, E. (1996). Personalidades violentas. Madrid. Piramide.
– Dutton, D.G. (1997). El Golpeador. Buenos Aires. Paidos.
– Echeburúa, E y Corral, P. (1998). Manual de violencia familiar. Madrid. Siglo XXI.
– Sarasúa, B. y Zubizarreta, I. (2000). Violencia en la pareja. Malaga. Editorial Aljibe.