En cierta ocasión, un “poeta versado” llegó a escribir públicamente:
“Un soneto debe ser suave, fluido y expresivo. Debe, si es posible, carecer de signos de puntuación que sólo tratan de ocultar la incapacidad de su autor para mantener el ritmo de una estrofa. Los artificios para conjugar las rimas con palabras encajadas forzosamente demeritan su valor y los versos cortados que utilizan quienes pretenden dar un tono exclusivo a sus creaciones sólo expresan impotencia. El soneto es el soneto como el sol es el sol. Único.”
A prósito de ello viene el siguiente análisis del ritmo, que le dedico con aprecio a Rafel Calle.
El ser humano realiza dos fases que se alternan en la respiración: la inspiración (toma de aire) y la espiración (expulsión de aire y gases). La comunicación lingüística solo es posible en la segunda fase, dado que el aire ha de salir por la tráquea, mover las cuerdas vocales y adquirir una vibración semejante al producido en cualquier instrumento musical, de cuerda o viento, para ser modificado en la boca, atendiendo a la estructura de la misma, a los movimientos de lengua, labios, etc. La cadena fónica castellana es una construcción rítmica constituida por una cadena de aire vibrado en la cual los núcleos fónicos o sinfonemas (agrupaciones fonemáticas, sonidos) no se integran formando una secuencia enteriza y constante, sino que constituyen grupos melódicos fragmentarios ( porque tenemos que respirar, entre otras motivaciones).
Utilizando un símil, podríamos decir que la cadena fónica castellana es como la vía de un tren, fragmentada. Estos “trozos” están delimitados por pausas. La ordenación de los eslabones que forman la cadena fónica constituyen el ritmo de tono en la cadena rítmica castellana. Negar esto, decir que solo existe el ritmo de intensidad (acentual), es un disparate. Podríamos escoger una nota musical cualquiera, por ejemplo un “mi” y hacer una combinación de esta nota con pausas, para intentar crear ritmo, por ejemplo:
mimimi (pausa de 0, 25s.) mimi
mimimi (pausa de 0, 25s.) mimi
mimimi (pausa de 1, 00s.) mi
mimimi (pausa de 0, 25s.) mimi
mimimi (pausa de 0, 25s.) mimi
mimimi (oaysa de 1, 00s.) mi
¿Se puede negar que hayamos conseguido una unidad rítmica? ¿El palmear que acompaña el cante flamenco no tiene ritmo, no es ritmo? Pienso que es una temeridad contestar negativamente. Pero volvamos a las vias de un tren, a las de aquel de nuestros abuelos: supongamos durante diez quilómetros una isometría en los raíles: tendremos el ritmo que algunos recordamos (los de más edad). Si cambiáramos las longitudes, alternando, por ejemplo, raíles de cinco metros con otros de quince, ¿tendríamos el mismo ritmo que en el caso anterior?, ¿no existe ritmo en estos supuestos? Así pues, en el verso castellano se dan tres tipos de ritmo: el de tono, el de timbre o rima y el de cantidad (que se refuerza con un ritmo de intensidad o simetría de acentos prosódicos).
Sentado que en el verso existe un ritmo de tono, debido a las pausas, y siendo los signos de puntuación motivo (aunque no excluyente) de éstas, parece inaceptable afirmar que la puntuación sólo trata de ocultar la incapacidad de un autor para mantener el ritmo de una estrofa, cuando las pausas son las que confieren al verso, por ende a la estrofa y al poema, su peculiar y único ritmo tonal.
En las inflexiones pausales de la estrofa castellana se destacan tres tipos fundamentales de pausas rítmicas:
a.- Pausa rítmica estrófica
b.- Pausa versal
c.- Pausa rítmica interna.
Ésta última se hace en el interior de los grupos melódicos (versos) y marca en ellos dos o más grupos tonales o hemistiquios. Si bien es cierto que se puedan dar sin el concurso de un signo de puntuación, al contrario no es posible, ya que éstos son “marcadores” de pausas “mecánicas” y fonológicas. Sin entrar en detalles, podríamos decir que la pausa interna (medial) origina en las estrofas mayores hemistiquios asimétricos sin proporción numérica de sinfonemas (heterostiquios), o hemistiquios enteramente simétricos, con pausas sintácticas (cesuras).
Atendiendo a éste tipo de pausa rítmica, los grupos melódicos que integran la estrofa castellana se pueden clasificar en :
a.- Versos simples, en los que no se hacen pausa interna. Generalmente son los versos menores, los que no miden más de ocho unidades cuantitativas.
b.- Versos compuestos, en los que se da una pausa medial o cesura.
c.- Versos articulados, que se configuran con pausa interna medial. Aunque no es única, la representación más numerosa y genuina de este tipo versal, en castellano, es el endecasílabo.
A tenor de lo expresado en el tercer apartado, se ha de inferir que lo lógico es que los endecasílabos tengan pausas, muchas de éstas marcadas con signos de puntuación.
¿Cómo influyen las pausas en el valor expresivo de una estrofa o verso en el ritmo? Hay que tener en cuenta que la altura tonal con la que se profiere una estrofa está en relación inversa a su longitud. De aquí que los versos largos, que integran un gran número de sinfonemas, confieren un ritmo tonal grave, solemne, ampuloso, sereno. Cuando el desarrollo melódico es breve (pocos sinfonemas, muchas pausas) la expresión es viva y aguda. Teniendo en cuenta lo que antecede, el poeta puede “jugar” con las pausas para conseguir en su trabajo un fin determinado; puede escribir con braquistiquios ( hemistiquios cortos, de menos de cinco sinfonemas) o dolicostiquios (de más de cinco), según la impresión que quiera trasmitir: viveza o serenidad.
Un soneto, por ejemplo, podría empezar con hemistiquios múltiples como recurso de intensificación expresiva, y llegar a los tercetos con dolicostiquios para llevar al lector a un climax de serenidad. También podría hacerlo al contrario. Por ello, el climax melódico se llamaría descendente en el primer caso y ascendente en el segundo. También se podría escribir un poema sin pausas mediales, lo que le daría grado de solemnidad y tranquilidad, o con pluristiquios, que le conferiría gran viveza. Lo mismo valdría para un solo verso. Decir que los versos cortados restan valor a un soneto me parece un despropósito. Depende de lo que el poeta quiere trasmitir: si serenidad, de acuerdo.
Para fundamentar lo que antecede, veamos como puntúan los grandes poetas, si es que lo hacen. Se analizaron más de trescientos sonetos de la antología “El soneto y sus variantes”, de Marcela López Hernández, y se observó lo siguiente:
Rubén Darío, en su soneto Caupolicán, usa veintinueve signos de puntuación.
Antonio Machado, en “Esta luz de Sevilla…”, veinticinco.
Luís Barahona de Soto, en “Contra un poeta…”, cuarenta y dos.
Francisco de Quevedo, en “Quien quisiere ser…” , cincuenta.
Pienso que nadie se atreverá a calificar como incapaces a estos autores. Buscados sonetos sin signos de puntación, se encontraron dos.
¿Se puede escribir un poema sin usar ni un solo signo de puntuación, o mal puntuado? Pienso que sí. El poeta “crea”, hace obras de arte, y tiene libertad para hacer lo que él estime oportuno en aras a buscar la belleza. He leído a muchos autores – Panero, por ejemplo- que a veces no puntúan o lo hacen mal. Así atraen la atención del lector hacia determinados vocablos o versos, que quedan resaltados, tal como en los encabalgamientos. ¿Y en un soneto? En este caso lo dudo – por ser poesía “culta”- pero más me inclino, en aras a la libertad, a que sí. El poeta que haga lo que quiera: si pretende conseguir un valor expresivo fuerte, agudo, vivo, usando versos largos sin pausas, – o viceversa- allá él. Si lo consigue, será el genio que estamos esperando, un “Picasso” que pinta un retrato con la boca en la frente.
Francisco Lobo.
Poeta y escritor.