Hemos de partir afirmando que no se pude aprender a hacer metáforas, que no existe una técnica para codificarlas, al igual que no existe ninguna para interpretarlas. Ya Aristóteles afirmaba que no se pueden aprender a hacerlas y que resulta imposible analizar los procesos de generación de metáforas, al igual opinaba Eco, para el que es difícil abordar su enfoque genético, porque “el mecanismo de la invención nos resulta, en gran medida, desconocido y, a menudo, un hablante produce metáforas por casualidad, por incontrolable asociación de ideas, o por error”. Si bien hemos de asumir lo que antecede, la experiencia nos dice que, en un primer momento en la vida creativa, el poeta novel crea sus metáforas por pura intuición, por causalidad, o haciendo variantes, sin tener conciencia de ello, de las que han quedado como un “poso” en su mente, mientras que, alcanzada cierta plenitud creadora, cuida más su lenguaje e inventa metáforas nuevas en las que interviene un juicio lógico y el raciocinio.
Antes de entrar a hacer un somero estudio de los distintos tipos de metáforas que se han hecho a lo largo de los tiempos, se hace necesario una aproximación a lo que entendemos por metáfora en la actualidad, pues no en todos los tiempos se entendió lo mismo de este hecho que se detecta en el lenguaje, tanto literario como cotidiano, o en cualquier otra forma de expresión. Podríamos decir que existen dos periodos históricos distintos en el enfoque metafórico: el que va desde la época clásica hasta el romanticismo (finales del siglo dieciocho) y el que llega hasta nuestros días.
En el primer periodo la metáfora se explica en el marco de la poética mimética, es decir, la poética que considera al poeta como mero observador de la realidad y crea sus metáforas por imitación. Tiene como marco una filosofía realista que conduce a considerar la metáfora como la expresión del lenguaje de una analogía que existe entre dos objetos del mundo real; el poeta es el encargado de “descubrir” o proponer la analogía por medio de una metáfora. Este periodo llega a su culminación con el parnasianismo y el realismo. Así, ante la contemplación de una puesta del Sol, en la que el cielo toma matices rojos, podríamos afirmar: “En el horizonte, el ocaso es rojo como la sangre”. Tal afirmación no es metafórica, es una comparación entre dos términos, el ocaso y la sangre. En toda metáfora se dan dos términos: el metafórico y el metaforizante, entre los que el poeta “descubre” una analogía, en este caso la rojez. Pues bien: podríamos construir a partir de la frase anterior una serie de metáforas si dijéramos que “El ocaso es como la sangre”, que sería una metáfora comparativa, o “El ocaso es sangre, en esta tarde que agoniza”, metáfora de dos términos: el metaforizado “ocaso” y el metaforizante “sangre”. Podríamos construir una metáfora dejando el término metaforizado latente si dijéremos “La sangre de esta tarde que agoniza…”, con lo que habríamos llegado a una “metáfora pura”. En los tres casos se ha prescindido de la cualidad o atributo, de la analogía que se descubre entre los dos términos. Con esto se consigue mejor expresividad, o un mayor distanciamiento que suscita el interés del lector, que se encuentra ante una frase poco habitual que le sugiere varias interpretaciones, crea ambigüedad literaria. En este caso el lector podría interpretar que el cielo está rojo, o que existe un dolor en esta tarde que agoniza, o que se ha derramado sangre…, aún la simplicidad de la metáfora. La relación metafórica sorprende al lector porque altera la convencionalidad del sistema e introduce una relación nueva entre dos términos que puede ser verificable (metáfora objetiva), o puede partir de la visión del sujeto que formula una nueva relación (metáfora subjetiva o imagen). Hay metáforas por analogía (para Aristóteles, la más excelente), que se han utilizado tanto, que en ocasiones se “han fosilizado”. Queremos decir con ello que, con tantas reiteraciones, casi se han lexicalizado, y ya no sorprenden a nadie, al menos a nadie que guste de la poesía y su lectura. Así, Empédocles (Agrigento, Sicilia, 490 A.C.) utilizó la metáfora “el atardecer de la vida / el ocaso de la vida” y de ésta surgen variantes que se han usado hasta en nuestros días. El poeta poco creativo sigue comparando la vida con el discurrir el día; así, para él, la niñez será la mañana; el mediodía la juventud; la tarde la madurez; la noche la vejez. Otra metáfora, continuada, es la propuesta por Jorge Manrique en “Las coplas a la muerte de su padre”, en las que los términos metaforizantes son los cursos del río, que van a dar a la mar, que es el morir. Lo mismo podríamos decir del camino, (Dante), como discurrir de la vida; sus cuestas son las dificultades, etc. Lamentablemente hay muchos poetas que, abusando del versolibrismo porque desconocen su oficio, se dan al uso de estas metáforas “fosilizadas” y en vez de crear poesía, crean un inmenso dolor de cabeza en los que se ven obligados a leerlos o a escucharlos, por cortesía.
El segundo periodo, iniciada en Alemania por los románticos y basada en la filosofía de Fichte, considera la metáfora como una creación del poeta, a partir de relaciones que le sugiere su intuición o que crea su imaginación, aún no existiendo tales relaciones o analogías en la realidad. En este caso el poeta no descubre, sino que propone analogías para relacionar objetos. Según Lorca, “la metáfora creativa” es “hija directa de la imaginación, nacida, a veces a golpe rápido de la intuición alumbrada por la lenta angustia del pensamiento”. El poeta observador de la naturaleza, que era la figura tópica del proceso mimético en el arte realista, se convierte en el poeta creador de mundos a partir de sus propias vivencias. Esta figura tópica en la nueva concepción idealista del arte se va desarrollando a partir de Baudelaire, sigue con Mallarmé, Rimbaud, hasta culminar en el surrealismo. Ambos tipos de metáforas las encontramos a lo largo de los siglos. Si propusiéramos, por ejemplo, la metáfora “la paz es una paloma”, estaríamos ante una metáfora creativa, pues no hay entre los términos “paz” y “paloma”, ninguna analogía, ninguna semejanza, ni puede haberla, porque “paz” no tiene referente físico. Para dar una pequeña “pincelada” descriptiva de los derroteros que sigue en la actualidad la “poética”, podríamos decir que la poesía “realista”, o como se ha denominado, “poesía de la experiencia”, surge como reacción en los años ochenta del siglo pasado frente a los “novísimos”, frente a la supuesta vanguardia, al esteticismo y al exceso de referencias culturales, adoptando metáforas claras y sencillas, una poesía al alcance de todos. A los maestros del 27 se opuso el magisterio de los poetas del 50, en especial Gil de Biedma, Ángel González y Francisco Brines. Al versolibrismo se opuso una reivindicación de la métrica clásica. También existe una corriente llamada “irracionalista” en la que la construcción del texto se constituye mediante acumulaciones de imágenes visionarias u oníricas, y símbolos significantes.
Aclarado, en parte, qué es una metáfora, pasamos a enumerar los distintos tipos que existen, siguiendo criterios diversos.
Metáfora epifórica. Es aquella que establece textualmente la interacción de dos términos, el metafórico y el metaforizante y permite que la relación pueda referirse con cualquiera de las notas comunes. Es consecuencia de la labor del poeta que hace explícita una relación que él propone, que la señala. En Aristóteles aparece como una transferencia de un nombre a alguna referencia distinta a la que le corresponde propiamente. Calderón de la Barca, en “La vida es sueño”, hace decir a Segismundo:
¿Qué es la vida, un frenesí?
¿Qué es la vida?, una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño,
que toda la vida es sueño
y los sueños, sueños son.
La metáfora epifórica consiste, pues, en cambiar la referencia de un nombre, en este caso la vida: “la vida es sueño, frenesí, ilusión” para explicar lo que referencialmente es difícil de explicar: la vida, el término metaforizado.
Metáforas diafóricas. La interacción entre los dos términos permite que la relación pueda referirse a las notas no comunes. Reúne términos que el poeta no ha explicitado, que el poeta no señala, ante los cuales el lector debe buscar relaciones. La metáfora se abre a diversos sentidos que se han de encontrar en el poema. Los diversos elementos que se unen en un verso, o en el poema, no tienen nada que ver entre sí y cada uno expresa una idea diferente, pero al aparecer en una unidad textual pasan a tener sentido. Así, en mi poema “En lontananza”, escribo:
Se encañaron los trigos, los juncos de ribera,
los mustios pastizales. La calandria, sin nido,
al aire se lamenta en la acerada tierra;
un hacha leñadora, al seco tronco espera,
ya sin vida sus ramas; el jilguero se ha ido…
Unidades semánticas independientes entre sí que, al darse juntas en el texto, vienen a indicar un estado de ánimo: el del yo poético ante la ausencia de la amada, un estado de ánimo de abatimiento, de tiempo concluso y de abandono: encañaron, mustios, acerada tierra, sin nido, el jilguero se ha ido, etc.
La metáfora diafórica es más pura y se halla en la música no imitativa y en la pintura abstracta. Si se hiciera presente un factor imitativo, derivaría hacia la epifórica. La relación entre los términos se establece a partir del texto, es inducida, no existía antes, y podríamos decir que no es representativa de la realidad, sino de una nueva realidad, de una nueva relación establecida por el poeta y válida únicamente para el poema que la engendró. Otros ejemplos los tenemos en:
Amor, amor, un vuelo de corza..
por el pecho sin fin de la blancura…
tu niñez, fábula de fuentes…
De Poeta en Nueva York, siendo la última metáfora de Guillén.
Otros ejemplos los encontramos en “Muerte a lo lejos” de Cántico (J. Guillén), donde el poeta identifica “muerte” con “muro” y abre un abanico de adjetivaciones que pertenecen a muro y que a partir de ahora pueden referirse a muerte.
Metáfora del ser. Se establece una igualdad entre dos seres. ejemplos: dientes = perlas, vida = camino, horizonte = sangre, etc. De donde podrán nacer metáforas como: “las perlas de tu boca” (m. pura),
“En un recodo de mi vida”, etc.
Metáforas diagramáticas. No se refieren al ser o al concepto, sino que reproducen el esquema de relaciones que pueden tener el término metaforizador en su referencia, con el referente del metaforizado. Suelen partir de una primera metáfora de la que el poeta hace un paralelismo entre las partes referentes de un término y otro. Ejemplo:
Vientos abismales,
tormentas de lo eterno han sacudido
de mi alma el poso
y su haz se enturbió con la tristeza
del sedimento.
Turbias van mis ideas,
mi conciencia enlojada,
empañando el cristal en que desfilan
de la vida las formas…
En este poema, Unamuno identifica el alma con un recipiente y continúa con el líquido que contiene como figura de las ideas. Prolonga la metáfora inicial paso a paso, manteniendo las relaciones del esquema inicial: el poso es la tranquilidad del alma, el líquido se enturbia con las tristezas… etc.
Metáforas de este tipo las encontramos en toda la lírica. Así, por ejemplo, Dante identifica vida y camino y a partir de la metáfora propuesta describe las dificultades del vivir como las del viaje. Marique, identifica vida con río, etc. Si antes, al hablar de las metáforas ontológicas (del ser), hemos propuesto la identidad “amor = rosa”, conseguimos con ello abrir un abanico de posibilidades para crear metáforas diagramáticas. Así, si el amor se relaciona con la rosa roja simbólicamente por la fuerza de la pasión, podríamos ir desgranando notas diversas que convengan a la metáfora inicial, y metaforizar con espinas, con lo efímero, con la belleza, con el símbolo de la juventud, de la primavera, con el néctar, con el aroma, etc.
Metáforas cronotópicas. Son las que establecen coordenadas de espacio y tiempo. No se contradicen con las ontológicas o las diagramáticas y pueden coincidir con éstas últimas, pues se refieren a las partes reales o figuradas del ser, es decir, de la referencia del término metaforizado. Machado describe un espacio real limitado, que generalmente se hace simbólico del temple castellano, duro, frío, austero, resistente… metálico. Es, a la vez, símbolo de una actitud vital del poeta.
Es el campo ondulado, y los caminos
ya ocultan los viajeros que cabalgan
en pardos borriquillos,
ya al fondo de la tarde arrebolada
elevan las plebeyas figurillas
que el lienzo de oro del ocaso manchan.
Mas si trepáis a un cerro y veis el campo
desde los picos donde habita el águila,
son tornasoles de carmín y acero
llanos plomizos, lomas plateadas,
circuidos por montes de violeta,
con las cumbres de nieve sonrosada…
Descripción de un paisaje, realista, que procede de una visión subjetiva del autor que ve lo metálico: oro, acero, plomizos, plateadas y las pequeñas figurillas (en diminutivo) para crear la imagen de la insignificancia del hombre en este mundo que lo anula. Es, además, el paisaje interior del poeta, sus añoranzas, estado de ánimo, de tristeza, de alegría, enmarcado en las coordenadas de espacio y tiempo en que vive.
Metáforas de uno o dos miembros. Como ya sabemos, en la metáfora intervienen dos términos: el metaforizado y el metaforizante, (A y B). Obviamente, la metáfora bimembre ha de tener ambos términos. Ejemplo:
dulce arroyuelo de corriente plata
(Luis de Góngora)
donde A (dulce arroyuelo) = B (corriente plata)
Mientras que en la de uno (metáfora pura) el término metaforizado queda latente, elíptico. Ejemplo.
que manche, ardiendo, el oro de tu frente
(F. de Quevedo)
Metáforas nominales. Son aquellas en las que el término metaforizado es un nombre y el metaforizador también, aunque puede ser un adjetivo. Puede desempeñar la función de aposición, adyacente, o de “genitivo” si es un nombre que asume la función de adjetivo mediando la preposición “de”. Existen cuatro clases diferentes de metáforas nominales:
a.- Metáforas de aposición: se trata de destacar, mediante una aposición metafórica o metonímica. o de otro tipo, los rasgos del ser, del sentido o de la figura, que definen más específicamente a la persona u objeto. El término metaforizador puede ir delante o detrás del metaforizado, según la intensidad que pretendamos conseguir. Así, no es lo mismo decir “esta mujer loca” que “ésta loca mujer”. En el segundo caso la locura se “atenúa” y podríamos entender que es “ligera de mente”, disparatada, pero no que tiene perturbada sus facultades mentales, lo que no sucede en el primer caso. Las metáforas nominales por aposición son muy frecuentes en la generación del 27, sobre todo en Lorca. Una metáfora muy lorquiana sería:
Ya vienen, cobre y aceituna, los gitanos. (Propia)
En la que los términos metaforizantes, “cobre” y “aceituna”, aluden a la piel oscura de los gitanos.
Otros ejemplos:
Los alamillos del soto, sin hojas, liras de marzo.
Cárdenos alcores sobre la parda tierra,
harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra (Machado)
Los cisnes blancos, grandes copos de nieve, … (Pío Baroja)
Ajo agónica de plata, la luna menguante….
Huerto de luceros, la tarde. (Lorca)
Mi juventud, relámpago sin alas, (Propia, de “Juventud, divino tesoro…”)
b.- Metáforas adjetivas: son las más fáciles. Se presentan directamente como un adjetivo de la lengua o como un adjetivo del habla, es decir, un sustantivo con función adjetival mediante la preposición “de”. Ejemplos:
Camborio de dura crin.
Moreno de verde luna
Voz de clavel varonil (Lorca)
Barba de cobre
Ojos de esmeralda
El cabello de oro
El viento frío arrebuja la cortina cenicienta de la lluvia ( Valle- Inclán).
c.- Metáforas predicativas: son fácilmente identificables, pues llevan el vero copulativo “ser”. Ejemplos:
Son remotas lumbres las cimas de los montes (Valle-Inclán)
Álamos que seréis mañana liras del viento (Machado)
d.- Metáforas comparativas. Son las que llevan el nexo “como”. Ejemplos:
Como un pájaro de plata..
Las manos, como garras negras… (Valle-Inclán)
Algunas veces es más difícil reconocerlas, al no aparecer el término “como”. Ejemplo:
Allá sobre los montes/ quedan algunas brasas. (Machado)
Que equivale a decir que la tarde es como un hogar que se apaga; allá, sobre los montes, quedan las últimas luces, que son como las brasas.
e.- Metáforas circunstanciales. Son las que al nombre metafórico como un complemento circunstancial. Ejemplos:
Alumbra una tea con negro y rojo tumulto. (complemento circunstancial de modo).
Aletea el viento en un laberinto oscuro. (Propia. Complemento circunstancial de lugar).
Metáforas verbales. Son las que no sustituyen una acción, sino que cambian el significado de los nombres que están relacionados por el verbo. Pueden ser directamente verbales o adverbiales. Las primeras predican metafóricamente algo de un sujeto a través de un verbo equivalente al copulativo. Ejemplos:
Su mano blanca parecía una paloma en el aire.
El marqués copiaba el aire triste de un pájaro dormido.
Es estas metáforas son tres los términos en que se estable la relación, dos nombres y un verbo (la mano blanca, una paloma y parecía. El marqués, el pájaro, y copiaba)
Doña Jeromita cacarea
Mi palabra, palabra será que hile el cáñamo de un dogal.
La luna en la balsa hila nieblas de plata
Los martillos cantaban sobre los yunques.
En las tejas de pizarra, el viento furioso muerde…
Son otros ejemplos de este tipo de metáforas en las que el verbo indican acción y resultan palabra semánticamente llena.
Metáforas adverbiales. Son las que modifican al verbo. Como ejemplo las metáforas del soneto de M. Hernández, que veremos después:
Un carnívoro cuchillo de ala leve y homicida
sostiene un vuelo y un brillo
alrededor de mi vida.
En esta metáfora, el adverbio “alrededor” cambia el sentido normal de la expresión, pues sostener un brillo o un vuelo, es una expresión normal, pero alrededor de la vida es metafórico porque ésta tiene entidad real, pero no física.
Metáforas complejas.
a.- Metáforas recíprocas. En éstas se tiende a la complejidad haciendo interactuar dos o más metáforas, haciendo convenientes los predicados de una a la otra, o haciendo que interactúes entre sí. Si partimos del supuesto que el término metaforizante A es igual al metaforizado B, y que el C es igual al B, entonces, aplicando la propiedad transitiva, tenemos que los metaforizantes A y B son iguales, por lo que los adjetivos que convienen al primero también conviene al segundo. Así, en el poema de Miguel Hernández, si
Dolor es igual a cuchillo, y
dolor es igual buitre,
entonces se infiere que buitre, palabra que él cambia por ave carnívora, y cuchillo, son iguales, por lo que se puede escribir:
Un carnívoro cuchillo
de ala leve y homicida
sostiene un vuelo y un brillo
alrededor de mi vida.
Rayo de metal crispado
fulgentemente caído
picotea en mi costado
y hace en él su triste nido.
Donde el cuchillo toma “prestado” de “buitre” los predicamentos “carnívoro”, “ala leve”, “sostiene un vuelo”, “picotea” “hace triste nido”, lo que presenta una novedad que atrae la atención del lector. Con este tipo de metáforas se consigue dar unidad al poema, sobre todo si es continuada y lo abre a nuevas relaciones, a nuevas isotopías.
Metáforas obsesivas. Es la utilizada reiteradamente por un autor. Así, Baudelaire, nombra hasta la saciedad la palabra sol, construyendo con ella infinidad de metáforas. Para este autor el sol es Febo, tiene ojos, es inmortal… Él mismo escribió, en una de las cartas a su madre, que su juventud no fue mas que una tenebrosa tempestad alumbrada por soles brillantes. Sabido es de todos el sentido de la luna lorquiana. Son obsesivas muchas de las metáforas que Valle-Inclán crea en “Cara de Plata”, porque las reitera y no puede haber otra explicación para comprender tantos enfrentamientos entre los colores verde y morado, entre los gritos y cantos.
Metáforas realistas. Son las que proceden de una visión del mundo y de descubrimientos de analogías, propias de las poéticas miméticas, según lo explicado al principio de éste artículo.
Metáforas creacionistas. Son las que el poeta se expresa como creador, no habiendo más analogía que la propuesta por él.
Metáforas irracionales o visionarias. En éstas el poeta se apoya en la impresión similar que provoca en el poeta la impresión visionaria.
Metáfora impresionista. Aparecen a partir de Rubén Darío y es la construida con una aposición, según comentamos anteriormente. Ejemplo:
Ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines (R.Darío).
Como la pintura impresionista, se trata de destacar con pinceladas los rasgos más significativos de un término, dejando atrás la mera descripción, propia del movimiento realista.