Doce días después del golpe militar y del bombardeo de los aviones cazas Hawker Hunter sobre el Palacio de la Moneda, se realizaban los funerales del poeta Pablo Neruda en lo que sería el primer acto masivo de resistencia a la junta militar. En una especie de acto suicida, miles de personas acompañaron en despedida al poeta que generaba desde su lecho de muerte la resistencia al régimen militar recién establecido. La figura del poeta se alzó como arma con la cual enfrentar el dolor y, a través de la fuerza ancestral de su palabra, detestar la situación política de este quebrado nuevo Chile.
Muchos son los acontecimientos políticos que hicieron de aquella época un tiempo de dolor que marcaría inevitablemente a quienes vivieron los sucesos del 11 de septiembre de 1973, así como de quienes creceríamos en un país plagado por la dictadura. Sin embargo, así como la voz de un recién fallecido Neruda acontecía entre los ciudadanos de aquel entonces, muchos otros poetas de aquel periodo continuaron en su trabajo poético en medio del dolor y de una lucha que, a partir de la palabra, se hacía presente en el nuevo panorama de la poesía chilena.
Desde el desierto de Atacama hasta las últimas tierras de América en el sur chileno, y desde las heladas alturas de la Cordillera de los Andes hasta el Océano Pacífico, el memorial de voces se hacía presente a partir de una tradición literaria que aún conservaba patrones de la poesía latinoamericana, que servirían de guía y de consuelo en el desamparo de aquel presente. La urgencia de los tiempos no enmudeció la palabra, ni impidió que la tradición poética se estancara; por el contrario, bajo el alero de poetas mayores como Parra, Rojas, Anguita, Teillier y Linh, un listado innumerable de poetas jóvenes construyó una obra entrañable que bien vale la pena conocer y recordar.
La poesía escrita durante la dictadura militar, da a luz poetas que fueron transformándose en patrones de la poesía chilena. Es así como, tras la edición de “La Ciudad”, publicada en 1975, Gonzalo Millán se constituye en uno de los poetas más importantes del período: “Amanece/ se abre el poema”, y a partir de entonces la obra de este poeta se transforma en causa de estudio y seguimiento continuo de las nuevas generaciones. Por otro lado, el sistema de citas y referencias semióticas, que realiza en “La nueva novela” el poeta Juan Luis Martínez, hace de él un decano de la neovanguardia; las lecturas y saberes de los que se alimenta Martínez se extienden a todos los campos en los que el lenguaje fragiliza los criterios de verdad y de realidad, por encima de la presunción de verosimilitud. Por su parte, en la ruralidad del sur chileno, el entrañable Floridor Pérez se hace eco de los aterrorizados tras la publicación de “Cartas del prisionero” y, a veces con cierta ironía y haciendo uso de un lenguaje coloquial, se enfrenta a la opresión: “No saben -nos decían- qué les espera./ Pero yo lo sabía:/ tras días piedra meses muro,/ tú me esperabas a la puerta del cuartel./ Y ésa fue mi victoria”. También, Jaime Quezada, el querido, fomentaba el trabajo de otros jóvenes y escribía “Astrolabio”, a medida que trabajaba con uno de los grupos poéticos más importantes de la época, “Arúspide”. Elvira Hernández, se constituía como una de las mujeres poetas más importantes en Chile, mientras su libro – poema “La bandera de Chile” se incorporaba al canon de la poesía de los ochenta, durante la dictadura. Un joven Raúl Zurita, sentaba las bases de la poesía más dolorosa que se ha escrito en Chile el último tiempo, y se establecía como uno de los poetas más importantes en Sudamérica con libros como “Purgatorio”, “Canto a su amor desaparecido” y otros más recientes como “INRI”, que le valió el premio Casa de las Américas, de Cuba por la aguda mirada lírica y descarnada de la miseria política y social de Latinoamérica.
Diego Maquieira establecía una poesía novedosa y atractiva, casi pictórica o cinematográfica, pero a la vez desgarrada en los “Sea Harrier”; y mi amigo Álvaro Ruíz le cantaba a sus amigos muertos en “A orillas del canal”. En el norte chileno, en medio del desierto de Atacama, el mismo que era lugar del terror y donde los cuerpos de miles eran arrojados al mar o enterrados en los lugares cercanos a Pisagua, un joven universitario estudiante de Castellano, Ariel Santibáñez, que poco antes había sido retratado en una foto memorable junto a Pablo Neruda y los otros integrantes de la histórica revista Tebaida, pasaba a formar parte de los miles de detenidos desaparecidos hasta hoy no encontrados; de este poeta sólo quedan algunos registros manuscritos y uno que otro poema publicado en revistas: “Soy más oscuro que una iglesia/ ocultando su penumbra/ o un pájaro enredándose en sus propias alas”.
Además, de forma especial debo incluir el nombre de Víctor Jara, quien nos dejara de legado la poesía a través de su música y un registro conmovedor de la situación de un Chile antiguo y, que al igual que Ariel Santibáñez, fuera asesinado por el régimen militar. La poesía chilena durante el período de la dictadura no se calló ni mermó en su hondura ni en la cantidad de poetas que alzó la voz, tanto como para oponerse al régimen militar, como para hablar sobre las cosas importantes del ser humano. El listado de poetas presentes en ese entonces es enorme, y la diferencia de estilos y la riqueza lingüística, así como temática. No puedo omitir en este listado los nombres de poetas como: Tomás Harris, Stella Díaz Varín, Juan Cámeron, José Ángel Cuevas, Miguel Arteche, Arturo Volantines, Omar Lara, Jorge Etcheverry, Julio Piñones, Walter Hoefler, Naín Nómez, Gonzalo Contreras, Oscar Hahn, Teresa Calderón, Eduardo Llanos Mellusa, Rolando Cárdenas, Efraín Barquero, Ennio Moltedo, Enrique Gómez Correa, Lila Calderón, Carmen Berenguer, Armando Uribe, Malú Urriola, Aristóteles España, Rosabetty Muñoz, Clemente Riedemann, Erick Pohlhammer, Hugo Zambelli, Alberto Rubio, Delia Domínguez, Ramón Riquelme, David Turkeltaub, Enrique Volpe, Jaime Gómez Rogers (Jonás), Hernán Miranda, Edmundo Moure, Manuel Silva Acevedo, Soledad Fariña, Edgardo Jiménez, Bruno Serrano, Enrique Valdés, Heddy Navarro, Paz Molina, Juan Pablo Riveros, Claudio Bertoni, A. Bresky, Horacio Ahumada, Jorge Torres, Eugenia Brito, Carlos Cociña, Hernán Rivera, Carlos Trujillo, Nicolás Miquea, Elicura Chihuailaf, Paulo de Jolly, Arturo Fontaine, Verónica Zondek, Antonio Gil, Jorge Montealegre, José María Memet, Sergio Mansilla, Bárbara Délano, Malú Urriola, Andrés Sabella, Rodrigo Lira o Mauricio Redolés con sus textos canciones preguntándose: ¿Qué será de mi torturador?.
El compromiso con los sucesos y la situación que el país sufría en el terrible tiempo de la dictadura dio pie para que los poetas mostraran su postura y guardaran un registro de la atrocidad. La relación entre política y poética abarcó todas las voces de los poetas de ese periodo crítico de la historia de Chile y sentó las bases para la actual nueva poesía chilena. Muchos de los jóvenes poetas de ese entonces hicieron una poesía que bien vale la pena estudiar, recordar, y hacer de ella un ejemplo de la postura que debe tener el poeta como parte de la sociedad en los sucesos que le rodean.
Bibliografía
Contreras, Gonzalo, “Poesía chilena desclasificada (1973-1990)”, 1ª Ed., étnikaeditorial, Santiago, Chile, 2006