Selección de poemas Foro Alaire

Paseo Pereda (Mari Cruz Agüera)

Aquí me tienes hoy,
gata en celo que surca tus tejados.
Las olas que humedecen balaustradas
me salpican los dedos.
Voy arriba y abajo por la calle
de luz intensa y tuya
mientras persigo entre los adoquines
ese rastro de aromas que dejaste.
Aquí, sobre este banco de sol tibio,
se le cayó a tu boca algún silencio
-aún retozan en él alas de ángel-.
Y este color henchido de lavandas
tuvo que florecer sobre tus ojos.
Sí, me parece verte allá a lo lejos
reír en las buhardillas,
mientras dejas caer sobre mi pecho
gorrïones ardientes de tus labios.
Quiero trepar, huir hasta tu cuerpo,
enmarañar mi piel entre tus manos,
pero me quedo aquí, gata a la sombra
de este jardín que vibra como agosto.

CEMENTERIO DE PÁJAROS (Julio González Alonso)

Amanecen
revuelos
de pájaros; aquellos, los mismos que anidaron
años de pantalones cortos y vestidos con lazos
perfumados
de las misas de domingo, torres
de campanario,
hoyos de guá en juegos de canicas;
aquellos
que alzaron en los picos
la extenuada soledad
de la memoria
de la infancia y me pregunto
dónde abandonaron sus alas el aire,
en qué rincón murieron
y dejaron el último latido temblando entre las plumas
de la breve primavera.

Retornan
vuelos
de pájaros –los que cruzaron atrevidos cielos
de juventud-
a la extremada nostalgia del recuerdo,
soles de veranos,
cuerpos abrazados
y amarilla miel en las colmenas
de los besos. ¿Y en qué lugar
murieron? ¿Quién los vio la última vez?
¿A dónde fueron?

Volaron
los pájaros
y multiplicaron
el clamor de sus cantos en los nidos de otoño; ¿pero dónde
dejaron
el batir frenético de sus alas? ¿Dónde
murieron todos?

Y miro
hoy
los pájaros
en revuelos ruidosos en mi torno; tal vez –me digo-
aquellos, los mismos que me digan
a qué lugar
conduce
el leve último vuelo
de los días
de invierno.

DONDE UNA NUBE SE DESTIERRA (José Manuel F. Febles)

¿Qué harías tú si tu memoria estuviera
llena de olvido?

Antonio Gamoneda

Donde una nube se destierra,
los últimos jilgueros
del otoño,
con la garganta rota, vuelan
hacia la incertidumbre de la memoria.

Arado el cuerpo y sin respuestas,
confuso en el dominio de los tiempos,
vida no soy, Atlántida deriva de mis
fondos.

Ahora queda la sombra del árbol
-vacío el hueco de mi nombre-
bajo el sol que no brilla,
huella muerta,
los labios agrietados de mi boca.

NI EL SOL ERA TAN NUESTRO (Federico Ruibal)

Qué certeza nos queda del abrigo,
del sol contra los barcos, del regazo
tan frío ya de madre,
la hermandad con el mar, los belfos en mi perro.

Qué de cierto, bajo el barro
tomado de los labios,
del olor de la tierra, si el frío de las cumbres
se trepa ya a mis huesos,
desatando el planto poderoso
que vigila, desde la cruz al alba,
el gálibo fatal de mi infortunio.

Que es pájaro heridor, y que me barre
a plomo las lamas de metal,
y me apartó de la edad de los jarabes,
del cuento y de la lámpara, la grama y el cordero.

Es tarde. Ya no queda
casi pecho a recibir con los disparos.
Ayer mismo firmé, con la sangre que apuntaban mis deberes,
un límite finito a tanta luz absurda.

El sol, funesto y sucesivo,
va borrando las sendas.

Hasta el viento me engañó:
prosigue en fuga.

RESUCITANDO (Blanca Sandino)

Aún es posible poner un toque amarillo Van Gogh
-de girasol, de lirio-
al brillo de la luna recostado en el quicio de la noche;
romper, entre tu yo y mi yo,
las máscaras que ocultan
deshilvanados silencios y palabras.

Aún es posible hallar, en este palpitar de nido abandonado
(cálida, intacta soledad eres,
me has dicho, de brillante plumaje)
el temblor que al son de tus augurios agita mi corazón de bosque.
De bosque enamorado del sol,
del aire, de la vida.

Aún es posible que percibamos en otro amanecer recién nacido,
casi vestido ya de primavera,
acurrucado entre el paño y el forro del bolsillo
-luchando por librarse de los nudos de un pañuelo-,
aquel adiós que un día fuera mío,
que un día fuera tuyo,
que un día fuera nuestro.

Y aún será posible que me sueñes, me sientas, presientas, me adivines
-entre amarillos Van Gogh de girasol y lirio-
surgiendo en el primer rayo de sol de tus mañanas,
como la soledad: intacta.

«El grito» expresionista: luminosa, vertical, concéntrica a tu vida,
con mi piel aún por estrenar,
allegada a cada esquina de tu alma, a cada orilla,
y enredada como una serpentina entre tus círculos,
una vez y otra vez y otra vez: resucitando en ti.
Resucitando.

TODAS LAS MANOS (Santiago redondo Vega)

Todas las manos tienen
una deuda pendiente con el mundo.

Una deuda que asuma las distancias
oxidadas y grises de todas las cadenas
que sin romper partieron a encadenar olvidos.

Y queda en cada hombre
un poso de indolencia por la vida,
-malherido y culpable-
de gestos que pensamos y no hicimos,
de aquellas intenciones que no se consumaron
en el preciso entramado
de los hechos precisos.

Y se nos murieron
millones de minutos –cobardes-
en las manos huecas de los desfiladeros
abiertamente vacíos de esperanza,
desperdiciados, oscurecidos, yermos.

Y es que sólo los propósitos no bastan
para apaciguarnos las conciencias,
ni siquiera los buenos deseos
son armas para el duelo
si no llegan a empuñarse
-banderas fehacientes-
contra la indiferencia.

Hay como mínimo dos mundos
-si no miles-
diametralmente hirientes y enfrentados;
el de quienes rebosan desprecios de abundancia
y el de quienes rebuscan famélicas miserias,
y ni unos ni otros son
química pura.

Como auténticos cobardes
sólo supimos callar tanta ignominia.
¡Callemos! –nos dijimos-
en tanto no seamos nosotros esas víctimas
¡callemos!
para seguir viviendo mansamente.

Y atrás – latentes- se nos fueron quedando
sin un rasguño apenas
todas las afrentas, todos los desmanes, todas las injusticias, todos los desprecios.

Y a todas las palabras
-como a frágil cometa irrelevante-
acabó por hurtárnoslas el viento
dejándonos desnudo y malherido
el fango de Utopía.

Todas las manos tienen
una deuda pendiente con el mundo.

UNA FORMA DE LUZ SOFISTICADA (Esteban Granado)

Hay un cierto crepúsculo inmediato
que prorrumpe en aplausos delirantes.
Hace fuego, es un fuego que no quema,
sino embruja, evapora, desfallece,
sino que se figura
una forma de luz sofisticada.
Hace Luna, es de noche
-cielo aparte-.
Reverdece la tierra el pan secreto,
corona y cáliz de mi sangre tibia.
Hay, por cierto, un ocaso
de mil amaneceres diferentes.
¿No lo sientes vagando en torno de tus sueños?

EN TRÁNSITO (Néstor)

Aún sigo
el caer de una hoja desde el árbol anónimo,
rescatando gaviotas (de infantiles momentos)
evocando naranjas, luminosas y amargas,
odiando los candados y las palabras huecas.

Perdí tantas distancias heridas por destino,
sepulté tantas risas bajo tierras ajenas
cargando en la mochila cada uno de los miedos,
que podría mi médula vacilar su disputa.

Pero pienso en las horas que aún permanecen vírgenes
en las puertas abiertas
en las alas dispuestas
en ángeles armados con sus justas balanzas
en la aurora que pinta su quietud, aguardándome
y dejo andar mi paso
-discípulo de tantos-
sobre todas las huellas.