El primer capítulo de la novela cervantina termina con la presentación de la dama de los sueños de don Quijote: Dulcinea del Toboso. Acaba de darle nombre al personaje que jamás asomará a las páginas del Quijote merced al sutil arte con que Cervantes trata este personaje femenino.
Recordemos que don Quijote no hace sino seguir el ejemplo de lo que hacía todo caballero andante de cuantos conoció a través de los libros de caballerías, así que decidió convertir en su dama a una moza labradora, Aldonza Lorenzo, de muy buen parecer y vecina de un pueblo próximo al suyo. Lo que ocurre es que el nombre de la susodicha moza le parece de una gran vulgaridad, dado que corría el dicho de “A falta de moza, buena es Aldonza”, por lo que tomará la decisión de cambiárselo. Alonso Quijano, que había estado algo enamorado de Aldonza Lorenzo, aunque jamás le había dado noticia o parte de sus sentimientos, le otorga el nuevo nombre de Dulcinea del Toboso al convertirla en su dama, la dama de don Quijote, alter ego de Alonso Quijano.
Lo que conviene recordar es que este nombre ya era conocido por Cervantes a través de la novela Los diez libros de Fortuna de Amor del sardo Antonio Lofrasso, en la que aparecen Dulcineo y una pastora llamada Dulcinea.
Dulcinea es, en el marco de las creencias de don Quijote, una necesidad. Serafín Vegas, en El Quijote desde la reivindicación de la racionalidad, insiste en lo subrayado anteriormente demostrando que don Quijote, en su búsqueda de un mundo más justo y mejor ordenado, se ve obligado a seguir fielmente los dictados de los ejemplos de los antiguos caballeros andantes, entre los cuales está el ser caballero enamorado de “la más alta princesa del mundo”, y don Quijote, al investir a su dama de los adornos y más altas virtudes, no lo hace porque lo desee de manera subjetiva, sino que viene determinado por una exigencia objetiva de racionalidad que hace que la creencia en Dulcinea “se convieta en motor de lo mejor que don Quijote pueda y deba racionalmente hacer”.
Podemos proseguir reconociendo que no es Dulcinea del Toboso, alter ego de Aldonza Lorenzo, la única mujer representada en la célebre novela cervantina; pero sí resulta ser el personaje más complejo y que mejor sustenta la realidad del personaje don Quijote, alter ego de Alonso Quijano. Si nos preguntáramos qué cosa es la que mejor representa a Dulcinea, creo que la inmensa mayoría responderíamos que esa cosa es el amor. Dulcinea y el amor, o Dulcinea, el amor y las mujeres… No sé si es el mejor orden o conviene otro, como el amor, las mujeres y Dulcinea. Pero lo que sí es cierto es que los tres aparecen en Cervantes y, particularmente, con inusitada relevancia en su Quijote.
El tema promete, sobre todo porque Dulcinea es la mujer que encarna un amor tan imaginado como la propia Dulcinea. Es, en definitiva, una mujer también imaginada. Una mujer sin correspondencia en el mundo real y que aparece reflejada en las brumas de los sueños de don Quijote tozudamente convertida en campesina de maneras rudas, encantada de esta manera por las artes de Sancho y nunca desencantada del todo porque los azotes que el propio Sancho debía administrarse para lograr el desencantamiento, jamás se llevarán cabalmente a efecto.
Pero yo me pregunto, al igual que muchos se preguntarán y de la misma manera que lo hizo Andrés Trapiello en Los amigos del crimen perfecto (pág. 4): ¿Quién es Dulcinea?. La respuesta de Trapiello, una de las respuestas posibles, es que Dulcinea no es nada, nadie; o sea, que resulta ser una sombra, el deseo de don Quijote.
Yo agregaría que este personaje múltiple, proteico, tiene su razón de ser y existir solamente para que exista don Quijote, que es la realidad de don Quijote mismo. Sin él, don Quijote sería Alonso Quijano.
Cervantes utiliza el recurso literario del desdoblamiento (Dulcinea en el Quijote y Segismunda en el Persiles) para conseguir una configuración fragmentada del personaje, que se hace enormemente complejo. Este recurso es algo más que literario y, en mi opinión, puede constituir objeto de investigación para la psicología, ya que la naturaleza dual del sujeto está asentada en las distintas culturas de manera universal. El mundo exterior funciona como un espejo del yo, lo que produce inseguridad. El doble se constituye en un filtro entre el ser primigenio y el espacio social; el individuo se proyecta a sí mismo y recibe su imagen en el reflejo del otro que pasa a convertirse en su alter ego, desposeido de toda amenaza al dejar de ser un extraño.
La identidad del personaje de Dulcinea queda intensificada mediante la capacidad de deseo (como apuntaba A.Trapiello) que suscita en otro personaje, don Quijote, y la valoración que de ella hace a través del amor. Pero el truco del valor de Dulcinea consiste en que es un ser que atrae y resulta inalcanzable. Este proceso de mitificación se realiza mediante el desdoblamiento, y funcionará de acicate para la acción de don Quijote una vez que queda convertida Dulcinea en centro de atención, de atracción y deseo, a quien encomienda votos, promesas, acciones y sacrificios. Dulcinea es un personaje inventado por otro personaje y nace porque es necesario, como hemos apuntado de forma reiterada anteriormente, para dar estamento de realidad a don Quijote (Ver I, 1: ¡Oh, cómo se holgó el caballero… cuando halló a quien dar nombre de su dama!). Su alter ego, Aldonza Lorenzo, permanecerá totalmente ajena a su propio proceso de sublimación.
Siendo Dulcinea una quimera, su inventor -don Quijote- lo sabe, y su amor no puede pasar de ser platónico y asexual, lo que le sirve -no obstante- para quedar inmunizado contra el deseo físico hacia cualquier mujer que se cruce en su camino; tal ocurre cuando se da el caso de que la buena Maritornes había quedado con un arriero que también estaba en la venta en que aquella noche se refocilarían [ ] y cuéntase desta buena moza que jamás dio semejantes palabras que no cumpliese, por lo que allá se dirigía la susodicha moza a cumplir la palabra empeñada cuando, en la oscuridad, tropezó con don Quijote; éste la asió fuertemente creyendo que era la hermosa hija del castellano que iba a seducirlo y se despacha con un discurso alabando la belleza de la que creía princesa mientras la rechazaba en nombre de Dulcinea. El arriero, que estaba atento a lo que ocurría y viendo peligrar su negocio, ya que Maritornes no consigue librarse de los brazos de don Quijote, decide intervenir y de un puñetazo le deja aturdido y con la cara ensangrentada.
Otro ejemplo de lo consecuente que resulta ser su conducta con los principios del caballero manchego es el que citamos a continuación, cuando Doña Rodríguez, que es la dueña de la duquesa y mujer de pocas luces, natural de las Asturias de Oviedo(sic), que encarna la estupidez de quienes creen a pies juntillas la historia de don Quijote, va a solicitarle, aprovechando la intimidad y la discreción de la noche, que interceda para enderezar un entuerto hecho a su propia hija y que tiene que ver con asuntos de matrimonio. Don Quijote piensa que su visita tiene que ver con intenciones amorosas y carnales, por lo que la rechaza de plano en una escena cómica que no tiene desperdicio (II.-Capítulo XLVIII), porque don Quijote no puede -ni por pensamiento- flaquear y serle infiel a su idealizada dama.
De este modo, se cuenta que seis días estuvo sin salir en público, en una noche de las cuales, estando despierto y desvelado [ ] imaginó que la enamorada doncella venía para sobresaltar su honestidad (se refiere a Altisidora, sin caer en la cuenta de que lo ocurrido con ella había sido una broma ideada para burlarse del caballero) y ponerle en condición de faltar a la fe que guardar debía a su señora Dulcinea del Toboso.
-No- dijo, creyendo a su imaginación, y esto con voz que pudiera ser oída- no ha de ser parte la mayor hermosura de la tierra para que yo deje de adorar la que tengo grabada y estampada en la mitad de mi corazón y en lo más escondido de mis entrañas [ ]
Podemos darnos cuenta de cómo Dulcinea no es una mujer en el sentido humano y realista del término, ni es tampoco un personaje activo, sino que es, ante todo, un oscuro objeto del deseo que mueve el ánimo de don Quijote que ha caido en la red de su amor. (Dice don Quijote, I-25: Yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada, y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad).
Dulcinea es creada voluntariamente para ser amada, porque don Quijote tiene que amar para ser quien quiere ser; de esta manera Dulcinea se convierte en el centro del alma de don Quijote, es decir, en un reflejo interior de lo que quiere ser, con lo que consigue negarse a sí mismo ser el alter ego de Alonso Quijano. El secreto de la genial locura de don Quijote radica en esta invención que convierte en real lo disfrazado y en inexistentes a Alonso Quijano y Aldonza Lorenzo.
Si compartimos la definición del deseo como carencia, como ausencia, como lo incompleto, comprenderemos que su satisfacción ha de ser la posesión de lo anhelado. En el caso de Dulcinea sólo se puede llegar a ella a través de Aldonza Lorenzo, pero se hace inalcanzable en la sublimación que don Quijote hace de Dulcinea, protegiendo de este modo el objeto del deseo. El truco es perfecto, y el personaje puede seguir existiendo, eternamente anhelado y eternamente negado.
La representación de lo femenino en Dulcinea está hecha de las emociones que inspira y por eso la representación que de ella nos hacemos desplaza a la realidad. Dulcinea es una criatura múltiple, proteica, hecha de sueños y de deseos que recibe el ser de quienes la imaginan y admiran.
Que la imagen que tenemos de Dulcinea está estrechamente unida a la hermosura del amor, y que éste es el lamento de don Quijote, está fuera de toda duda. Cuantas mujeres desfilan por la novela con sus distintos perfiles: pastoras, campesinas, nobles, putas, doncellas… difieren de Dulcinea en que en la vida el amor que comparten está más hecho de pasiones, intereses y otras circunstancias, de hombres más o menos mostrencos, más o menos enamorados o tan enamorados que alcanzan el suicidio (muerte de Grisóstomo por el amor de Marcela). Dulcinea está condenada a permanecer apresada en la idealización enfermiza del caballero manchego, así que cuando se topa con ella en la realidad, sólo puede alcanzarla por vía de la negación de esa realidad para que prevalezca la máxima aspiración del caballero andante. Este dualismo del personaje de Dulcinea representada por su alter ego Aldonza Lorenzo a cuya costa se crece y hace el personaje sin que ella intervenga ni tenga noticia de ello, es algo más que un recurso literario de Cervantes, es la constatación de que las mujeres no seguirán a don Quijote en su locura tal y como lo hizo Sancho, aunque fuera espoleado por el interés de ser gobernador de una ínsula.
Claro que siempre se puede argumentar lo mucho que trastoca el amor los sentidos, sobre todo durante el episodio adolescente y narcisista del enamoramiento, que vienen a justificar las palabras:
Rocinante.- Asno se es de la cuna a la mortaja,
Babieca.- ¿Es necedad amar?
Rocinante.- No es gran prudencia. ¿Queréislo ver? Miradlo enamorado.
(Introducción.- Diálogo entre Babieca y Rocinante.- Soneto)
De la irrealidad de Dulcinea, de la irrealidad del amor y de la fuerza arrolladora de esta irrealidad es de lo que se nutre la mayor aventura de don Quijote camino de las playas de Barcelona donde será derrotado por el caballero de los Espejos, y volver definitivamente a su casa para morir cuerdo después de haber vivido loco. Por eso, en el final, ya no está Dulcinea.
Julio González Alonso.