La métrica de los poetas (a propósito de Antonio Carvajal).

1227649986El próximo 16 de diciembre, la Universidad de Granada va a rendir homenaje a Antonio Carvajal, uno de los mejores poetas españoles vivos, al cumplirse cuarenta años de la publicación, en 1968, de su primer libro, Tigres en el jardín.

En un momento en el que predominaban entre nosotros la llamada poesía social y el verso libre, un joven de veinticinco años unía la tradición barroca (Góngora, Soto de Rojas) a la surrealista (Aleixandre) y mostraba su virtuosismo en el inteligente uso del soneto y el verso alejandrino.

Algunos críticos han alineado a este poeta junto a los novísimos: “no es menos culturalista y esteticista que Arde el mar, de Gimferrer” (José Luis García Martín) . Y elogiaron sus “primores preciosistas” (Prieto de Paula), su “vitalismo existencial” (Díaz de Castro).

Además de llamar la atención sobre este escritor, de una calidad indudable, quiero aprovechar su ejemplo para subrayar la importancia que para cualquier poeta posee el conocimiento de la métrica.

Así lo ha proclamado siempre el propio Antonio Carvajal:

“Desde los trece años, la métrica me apasionó… Necesito experimentar con el verso para llegar a la expresión exacta que busco… Nos hemos desacostumbrado a oir la poesía, tan sólo la vemos… Lo que me importa es que la poesía suene, que entre por el oído”.

Todo esto nace, naturalmente, de la identificación entre poesía y música:

“Es la materia fónica la que condiciona el significado, no al revés… La música de la palabra tiene su fascinación, tiene su encanto, y, como plenitud sensorial, creo que nos lleva a sitios donde pocas artes podrían conseguir llevarnos”.

¿Es todo esto una obviedad que resulta innecesario recordar? Creo que no. En mi opinión, algunos de los artículos más interesantes de esta revista son los de Rafael Calle, que se asoma a este mundo. A sus reflexiones quiero yo sumarme brevemente ahora.

¿De dónde surge el problema? Si no me equivoco, algunos poetas consideran este tipo de cuestiones propio de estudiosos y profesores y defienden, a la vez, su espontaneidad creadora y el verso libre.

Quizá no tienen toda la razón. Es cierto que algunos grandes estudiosos de la métrica española – Rafael de Balbín, Quilis – adoptan un punto de vista pretendidamente científico, que suele limitarse a la descripción casi acústica del fenómeno.

Otros, como Tomás Navarro Tomás – en su Tratado, no en su Manual – o Baehr complementan esto con la perspectiva histórica, absolutamente inexcusable, a mi modo de ver. (El lector interesado puede acudir al estudio de este último, a la vez completo y sencillo de entender: el Manual de versificación española de Rudolf Baehr, Madrid, editorial Gredos, colección Biblioteca Románica Hispánica, 1970).

Pero me estoy refiriendo ahora a otra cosa: al poeta debe interesarle no sólo la descripción de los fenómenos métricos (medición de sílabas, rimas, clases de versos, combinaciones en series o estrofas) sino las concretas consecuencias que todo esto tiene para el fenómeno de comunicación poética.

No estoy hablando de “tecniquerías”. Sé de sobra que el poeta busca crear belleza y transmitir emoción pero todo esto lo hace mediante el verso. ¿Cómo ha de ser indiferente a estas cuestiones? Sería lo mismo que el pintor que no atendiera a las clases de pinceles, lienzos o pigmentos; que el escultor al que no le importaran las variedades de mármol con que va a trabajar…

Quede claro que , para el poeta, la métrica es un medio, no un fin en sí misma. No se trata de erudición ni de academicismo sino de conocer los instrumentos para llevar a cabo una obra estética. No olvidemos que el auténtico arte se edifica sobre la artesanía, sobre el conocimiento del oficio: Il mestiere di scrivere y Il mestiere di vivere se titulan los dos grandes libros de Cesare Pavese.

¿Le debe interesar todo esto al que escribe verso libre? ¡Por supuesto! Para romper bien algo hace falta, primero, saber cómo se construye. Sin el conocimiento de la tradición, la presunta novedad suele quedarse en descubrir el Mediterráneo. Pablo Picasso, el gran rompedor del arte contemporáneo, era un extraordinario dibujante: Eugenio d’Ors lo comparó nada menos que con Rafael…

En su Divina Comedia Dante llama al trovador provenzal Arnaut Daniel “il miglior fabbro” (‘el mejor obrero, artesano’) y los poetas contemporáneos – T.S.Eliot, Ezra Pound – han recordado con frecuencia este apelativo.

También se ha llamado eso, como elogio o como crítica, a Antonio Carvajal. El se defiende en un soneto de versos alejandrinos de su libro Miradas sobre el agua (1993), que comienza así:

“Quizá de la poesía sea yo el mejor obrero.
Lo dicen tantos. Ellos deben saber por qué.
Pero no saben darme la palabra que quiero,
toda ella encendida de esperanza y de fe”.

Y concluye, en el segundo terceto:

“Tal vez cordial o vano, tal vez il miglior fabbro,
pero pocos entienden que en mis palabras labro
esa fosa con flores que llamamos poesía”.

Así, sabiendo utilizar sabiamente la métrica, la música callada de San Juan de la Cruz, el poeta logra crear un objeto hermoso. Y eso, según Keats, supone “una alegría para siempre”.

Para escuchar versos de Antonio Carvajal ir al siguiente enlace:
http://www.cervantesvirtual.com/portal/poesia/carvajal/audios.shtml

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Andrés Amorós Guardiola.
Ensayista, crítico literario, historiador de la literatura española.
Doctor en Filología Románica, Catedrático de Literatura Española en la Facultad de Filología de  la Universidad Complutense de Madrid.