Definir en una sola palabra lo que san Juan de la Cruz ha significado para el siglo XX y sigue significando en los pocos años que llevamos de siglo XXI es una tarea realmente difícil. Pero ya que se trata de concluir este ciclo de intervenciones que he dedicado al místico para esta revista Alaire, a la que agradezco profundamente la invitación a colaborar con mis aportaciones sanjuanistas, voy a arriesgarme.
La palabra es el silencio, la palabra es silencio. Una aclaración previa y necesaria: hablar de y del silencio no tiene nada que ver, en principio, con ninguna experiencia de índole religiosa. De hecho si algo he aprendido durante estos años es que, precisamente, el valor de la mística radica en ese afán por tomar una cierta distancia de las características propias del hecho religioso en cuanto fenómeno histórico (lo que en ciertos momentos de nuestra historia ha acarreado a nuestros místicos más de un problema con la jerarquía de la Iglesia), de manera que así supone una excelente plataforma para acercarse, desde las “alturas” al movimiento ecuménico que, por otra parte, tanto interés ha despertado durante los últimos decenios.
Quien haya comprendido en algún modo lo que significa el fenómeno místico, quien haya sido lo suficientemente sagaz cuando se haya enfrentado a la inmensidad de la vida y de la obra del místico de Fontiveros, habrá podido descubrir sin demasiada dificultad que hay una intención clara y contundente por parte del fraile carmelita para guiarte hacia ese no-lugar (ou-topos) en el que, no te quepa la menor duda, siempre existe algún encuentro. La intención sanjuanista a la que me refiero no sólo viene atestiguada por lo eximio de su verbo, la cortedad de su decir, la brevedad de su obra escrita (que es evidente), sino también por el uso frecuente de ciertos elementos filológicos (lingüísticos, semánticos, poéticos, retóricos…) con los que o a través de los que su palabra, tanto la escrita en verso como la escrita en prosa, invita de manera constante a callar. Esto no es, ojalá lo hubiera sido, un descubrimiento de quien les escribe estas líneas, sino que precisamente le debemos al simbolismo francés el redescubrimiento de la mística en su aspecto más formal (de algo tenía que servir el viaje que la mística española hace por tierras francesas desde mediados del XVII o incluso si me apuras desde que Ana de Jesús deposita allí el Cántico Espiritual), en lo que de extraordinario tiene la propia forma del decir poético de Juan de la Cruz, decir en el que los simbolistas seguidos más tarde por algunos poetas y críticos de la generación del 27 coinciden en denominar y en palabras de Jorge Guillén: el lenguaje insuficiente, o lo que es lo mismo, el fondo del poema sanjuanista no está en otro lugar, o no-lugar, que en su forma. No busques porque es inútil la tarea de tratar de encontrar el sentido de los versos sanjuanistas fuera del texto, pero no te olvides de que el texto poético de Juan no se compone sólo de palabras, sino también y mucho más, de silencios, existen lugares y existen no-lugares, ou-topos, utopías.
Tampoco te debe quedar duda alguna de que si Juan de la Cruz te invita a entrar en ese ou-topos que es el silencio es precisamente porque él mismo lo ha experimentado previamente y, habiéndolo experimentado, descubre que es bueno para cualquier ser humano.
El silencio sanjuanista tiene, se podría decir así, cuatro direcciones o vertientes, las cuales mantienen diferentes correspondencias entre sí que no hacen otra cosa que mostrarnos una y otra vez la coherencia absoluta entre la vida de este ser humano y aquello que trató de comunicarnos a través de sus versos. Lo que no pudo expresar con la palabra convencional, trató de manifestarlo con algún tipo de esquema que se apoya en el signo lingüístico pero que va mucho más allá de él. El esquema podría ser, más o menos, como te lo expongo aquí abajo:
VIDA | OBRA |
SILENCIO EXTERNO Personalidad introvertida |
SILENCIO DE LA PALABRA Silencio en la palabra como recurso poético |
SILENCIO INTERNO | SILENCIO COMO PARTE DEL TEXTO |
LA NOCHE OSCURA | ESPACIOS EN BLANCO |
Podríamos estar mucho tiempo proponiendo ejemplos extraídos de los versos sanjuanistas, pero ya hay estudios magníficos dedicados a esto como los realizados por Emilio Lledó, Aurora Egido, etc., y te invito a que te adentres en ellos sin demora y descubras estos mecanismos maravillosos que sólo unos cuantos genios han sabido trasladarnos a través de versos aparentemente simples como: “el silbo de los aires amorosos”, en el que la reiteración isotópica de las silibantes recuerda la función apelativa y fática del lenguaje por el que un determinado receptor nos manda hacer silencio; o el “no sé qué que quedan balbuciendo”, en el que la repetición insistente del fonema velar /k/ nos sitúa en un plano de desconcierto propio del que se adentra en una región desconocida; o, y termino, con el oxímoron “la música callada, la soledad sonora” con el que Juan nos quiso expresar que su propio lenguaje o no-lenguaje le sobrepasó incluso a sí mismo.
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Antonio José Mialdea Baena
Doctor en Filología Española
Licenciado en Estudios Eclesiásticos.
Diploma de Estudios Avanzados en Traducción e Interpretación
Director de la revista internacional ”San Juan de la Cruz”
director@revistasanjuandelacruz.org