Egipto, sabiduría y misterio

Hoy me gustaría que nos aproximáramos al conocimiento de una civilización cuyo nombre es sinónimo de enigma y de secreto. Se trata del antiguo Egipto, una cultura milenaria, que tal vez sea la más estable y duradera de la historia. Es un frondoso vergel en medio del desierto, regado por las aguas del Nilo, que fue habitado por unas gentes cuyo origen se pierde en las brumas del tiempo.

egiptologia_01Es un país misterioso al que los griegos dieron el nombre de Aegiptos, que significa «Enigma».

Lo cierto es que el antiguo Egipto sigue ejerciendo todavía un mágico hechizo tanto en el egiptólogo especialista como en el profano en la materia… pues a pesar de todo lo que se ha avanzado en el terreno de la Egiptología, la Arqueología, la Filología, la Historia, la Epigra- fía, la Antropología, la Paleopatología o la Hermenéutica, seguimos buscando respuestas a multitud de preguntas que acuden a nuestra mente con solo evocar el nombre de Kemet, «la Tierra Negra», nombre con el que los egipcios designaban a su tierra, pues éste era el color que ofrecía después de las inundaciones.

¿Cuántos tesoros de conocimiento subyacen todavía enterrados bajo las cálidas arenas del desierto?, ¿cuál es la llave maestra que nos permitiría desvelar sus secretos?

Pienso que no hay nada que atraiga más al hombre que el misterio, aquello que desconoce, pero que despierta su imaginación, permitiéndole salir de la rutina anónima y cotidiana… La verdad es que Egipto trae a nuestra memoria profunda, antiguas reminiscencias, ecos dormidos de un pasado lejano, que de manera inexplicable sentimos muy próximo a nosotros.

Dios Osiris, dios de la resurrección, símbolo de la fertilidad y regeneración del Nilo; es el dios de la vegetación y la agricultura; también preside el tribunal del juicio de los difuntos. Tribunal de Osiris - Libro de la Muerte de Nesminthe. Musée du Louvre, Paris
Dios Osiris, dios de la resurrección, símbolo de la
fertilidad y regeneración del Nilo; es el dios de la
vegetación y la agricultura; también preside el
tribunal del juicio de los difuntos. Tribunal de Osiris –
Libro de la Muerte de Nesminthe. Musée du Louvre, Paris

Es evidente que no podemos sintetizar el pensamiento filosófico de más de tres mil quinientos años de historia en unas breves líneas, ni clarificar en ellas la elevada visión metafísica de los anti- guos egipcios, ya que, pese a que se han escrito miles de páginas al respecto, todavía nos queda mucho camino por andar. Por estas y otras razones similares, voy a tratar de exponer, de la forma más clara y sencilla posible, algunas de las ideas y principios fundamentales, que convirtieron a esta civilización en «la Tierra Amada» de Ta-Mery, como ellos la llamaban.

Si hay un perfume singular que exhala esta tierra, es el aroma de eternidad. Es como una brisa de inmortalidad que envuelve todo su mundo: sus pirámides, templos y obeliscos, que se man- tienen erguidos desafiando al tiempo y al olvido; sus esculturas, pinturas y bajorrelieves, cuyos protagonistas, tanto humanos como divinos, nos contemplan hieráticos desde otra dimensión; sus pretéritos tratados metafísicos sobre el viaje del alma por la geografía fantástica del «más allá»; sus sencillas y prácticas enseñanzas morales para la vida cotidiana, que son tan válidas ahora como el día que fueron escritas…

Todavía hoy, cuando nosotros, los hombres del siglo XXI, imbuidos de nuestra cultura materialista (donde casi todo es de usar y tirar), paseamos por entre sus milenarias ruinas, podemos percibir la suave fragancia de lo imperecedero. Y si además, mi querido amigo, eres capaz de mantener el silencio en tu corazón, con los sentidos del alma despiertos, y te elevas de puntillas sobre el mundo de las formas… puede que incluso… te sientas inmortal.

Diosa Isis, “Reina de los dioses”, “Diosa de la maternidad y del nacimiento”.
Diosa Isis, “Reina de los dioses”,
“Diosa de la maternidad y del nacimiento”.

Este hondo sentimiento de inmortalidad iluminaba la existencia del egipcio, ya que para él la vida y la muerte no eran dos estados definitivos, sino dos pasos alternativos en un largo caminar hacia la conquista de la perfección espiritual. Su estancia en la tierra la percibían como si de una escuela de aprendizaje se tratase, donde se perfeccionaban en «el arte de vivir».

La muerte, por su parte, representaba para ellos el examen final, en el que debían enfrentarse al juicio de su propia conciencia en la balanza de la Justicia. Así, la vida y la muerte se alternaban cíclicamente en un constante devenir, igual que el día y la noche, la inundación y la sequía, el sueño y la vigilia o la luz y las ti- nieblas… Y así es como el hombre egipcio acompasaba su corazón con el ritmo vital de la Naturaleza, poniéndose en armonía con el orden cósmico de la existencia, al que ellos llamaban Maat.

Si bien es bastante difícil definir el concepto de Maat, ya que en nuestro idioma no existe un término que corresponda exactamente a esta idea, pienso que debemos hacer un esfuerzo para comprenderlo, puesto que Maat constituye el eje central del pensamiento egipcio, el «modelo cósmico» fundamental que orienta todas las facetas de esta civilización. En líneas generales, podemos decir que Maat simboliza el orden y la armonía universal, la justicia y la verdad, pero esta misma idea podemos contemplarla desde distintos ángulos.

En relación al plano celeste, Maat representa el «orden de la Creación», cuyas leyes rigen todos los planos de la existencia: desde las que gobiernan las galaxias y sostienen en permanente equilibrio las órbitas de los planetas, hasta aquellas que mantienen ligados los átomos de una molécula.

"Maat constituye el eje central del pensamiento egipcio, orienta todas las facetas de esta civilización”
“Maat constituye el eje
central del pensamiento
egipcio, orienta todas las
facetas de esta civilización”

En el ámbito de lo social, Maat se refleja en la tierra como «justicia y concordia», estableciendo las legislaciones humanas que regulan los derechos y deberes de los ciudadanos, permitiendo así una convivencia armónica y solidaria en el seno de la sociedad egipcia.

Finalmente, a nivel individual, Maat personifica la «verdad» y se manifiesta como «la regla moral de conducta» que guía al ser humano por el sendero de la rectitud, manteniendo su vida en armonía con el Universo. Es por eso que, para el antiguo egipcio, el conocimiento y aplicación de «la Regla de Maat» en todos sus pensamientos, palabras y actos era de vital importancia, ya que su principal objetivo era llegar a reflejar en la tierra el divino orden celeste, como si de un gran espejo se tratase. Estar en Maat suponía hallarse en armonía con la Naturaleza, al estilo de lo que para la filosofía taoísta significaba vivir en consonancia con el Tao, o lo que para los hindúes era caminar por el sendero del Dharma.

En Egipto, la geogra- fía misma refleja una disposición difícil de encontrar en ninguna otra cultura, pues el Nilo -en su recorrido de Sur a Norte-, y el Sol -en su tránsito de Este a Oeste-, forman una cruz generatriz perfecta donde se desenvuelve y renueva la vida. En aquella simbólica encrucijada, el hombre egipcio construía sus viviendas en la orilla de los vivos, por donde nace el sol cada mañana, y sus templos funerarios y moradas de eternidad (como ellos llamaban a sus tumbas), en la orilla de los muertos, por donde muere el sol en el ocaso. Por eso orientaban sus templos y pirámides en relación a determinadas constelaciones y estrellas, y ofrendaban la Maat a sus Dioses, ya que para ellos la Naturaleza era la manifestación visible de sutiles poderes invisibles.

Has de saber que para su mentalidad los Dioses eran una realidad viva e incuestionable; de forma simbólica personificaban aquellas fuerzas y principios fundamentales que integran el Cosmos en su totalidad. Así, cada mito revelaba un aspecto oculto de la Creación y cada dios expresaba alegóricamente uno de los arcanos misterios de la Naturaleza. En el pensamiento egipcio, todos los Dioses constituyen en sí mismos un arquetipo o modelo de lo viviente, que enseñaba al hombre a orientar sus pensamientos, sus palabras y sus actos por el río de la eternidad. Así ocurría con Maat y también con las demás divinidades.

Ojo de Udjat, simboliza al ojo del dios Horus. Es uno de los amuletos protectores más poderosos y era empleado como una especie de talismán para simbolizar la salud, la prosperidad y la capacidad de renacer. Placa funeraria. Musée du Louvre, Paris
Ojo de Udjat, simboliza al ojo del dios Horus. Es uno de
los amuletos protectores más poderosos y era empleado
como una especie de talismán para simbolizar la salud,
la prosperidad y la capacidad de renacer. Placa funeraria.
Musée du Louvre, Paris

Por ejemplo la diosa Isis, prototipo de la mujer egipcia, encarnaba las cualidades de lo femenino: amante, esposa, fiel compañera y madre amorosa a la vez. Conocedora de los secretos de la magia y de las palabras de poder, portaba en la mano la «Llave de la Vida» y sus emblemas eran el asiento y el trono, tanto del palacio como del hogar. De ahí, lo bien considerada que estaba la mujer y su importante papel en la sociedad.

Otro tanto ocurría con el dios Osiris, modelo del hombre bueno y virtuoso que garantizaba la inmortalidad del alma en el «más allá», pues fue el primero en derrotar a las fuerzas destruc- tivas del caos y la maldad, venciendo a la muerte. O el dios Thot, patrón de los escribas y arquetipo del sabio, de aquél que ha unificado en su corazón la sabiduría intuitiva con el conocimiento racional, guardando memoria de todo lo que fue, es y será… Por su parte, Horus era la divinidad tutelar de la realeza, que gobernaba el mundo a imagen de Ra en los cielos. De esta forma, el faraón, al encarnar a Horus en la tierra, establecía la justicia, la prosperidad y la concordia, manteniendo a raya a Seth, símbolo del caos y las tinieblas en su aspecto cósmico, y del desierto, la aridez y la calcinación de las formas, en su aspecto terrestre.

Horus “el elevado”, dios celeste y dios sanador. Se le consideró iniciador de la civilización egipcia. Horus, con forma de halcón. En su Templo de Edfu.
Horus “el elevado”,
dios celeste y dios
sanador. Se le
consideró iniciador
de la civilización egipcia.
Horus, con forma de
halcón.
En su Templo de Edfu.

Por último, uno de los elementos más importantes que nos ha legado este pueblo es sin duda la pirámide. Este extraordinario monumento simbólico aparece citado ya en los textos más an- tiguos como un «rayo de sol petrificado » por el que descendían los poderes celestes, o por donde el alma del faraón podía elevarse hacia las estrellas para unirse a ellas, como si de una mágica rampa se tratase.

Pero la pirámide es también un símbolo de la Sabiduría, pues sus cuatro caras representan las facetas del saber universal: la ciencia, el arte, la política y la religión. Son caras triangulares que en su base están separadas y distanciadas las unas de las otras, pero a medida que se asciende por cualquiera de ellas se van uniendo hasta fusionarse en la cúspide. Y es que si hay un rasgo que defina al sabio es el de poseer un conocimiento global, unitario y coherente de la Naturaleza.

El mejor ejemplo fue el gran Imhotep, personaje de la III dinastía, que llegó a ser visir del faraón Djoser, arquitecto, médico, mago y sumo sacerdote de los colegios de Menfis y de Heliópolis, reuniendo en su persona una magistral síntesis entre política, arte, ciencia y religión.

Por otro lado, en relación a la cosmogonía egipcia, la pirámide simboliza la colina primordial o «primera tierra emergida », a partir de la cual se expandió la Creación: en su cúspide brilla la unidad esencial del Universo sin diferenciación alguna todavía, mientras que en su base se manifiesta la pluralidad de las formas, expresión perfecta del misterio de «el Uno y los Múltiples». Éste encierra en sí mismo el arcano secreto del «Neb-er- Djer», que significa «el Señor de la Totalidad » o «Señor del Universo», como los griegos llamaban al Logos divino.

Su cosmovisión sagrada ofrecía a la vez modelos altamente metafísicos para los que buscaban desentrañar los secretos de la Creación, y metáforas morales con alegorías y ejemplos fáciles de entender para la gente sencilla.

"La muerte, representaba para ellos el examen final, en el que debían enfrentarse al juicio de su propia conciencia en la balanza de la Justicia”
“La muerte, representaba para ellos el examen final, en el que debían
enfrentarse al juicio de su propia conciencia en la balanza de la Justicia”

Ésta es sin duda otra de las características que conviene resaltar, ya que cualquier egipcio podía acercarse al conocimiento fuese cual fuese su nivel intelectual, pues como ya hemos dicho, tal conocimiento abarcaba desde una moral natural, práctica y cotidiana, transmitida a través de los Textos Sapienciales, hasta la sabiduría hermética, cuyos restos pervivieron a través de la Escuela de Alejandría y los sabios del Renacimiento.

Para finalizar esta breve aproximación al pensamiento de los antiguos egipcios, podríamos preguntarnos acerca del lugar de la enseñanza: ¿Dónde podían adquirir esta formación? En las llamadas «Casas de la Vida», verdaderas escuelas de Sabiduría en las que cualquier egipcio con ansias de aprender, fuese de la clase social que fuese, tenía acceso al estudio de las ciencias y las artes, pudiendo cursar diversas disciplinas como medicina, astronomía, arquitectura, matemáticas, teología, ciencias políticas, escultura o pintura…

"Por las pirámides descendían los poderes celestiales y las almas de los faraones se elevaban hacia las estrellas, además eran también símbolos de la Sabiduría”
“Por las pirámides descendían los poderes celestiales y
las almas de los faraones se elevaban hacia las estrellas,
además eran también símbolos de la Sabiduría”

Sabemos que estas Casas de la Vida o «Per-Anj» se hallaban adscritas a los templos y eran como grandes universidades donde, al igual que en nuestros tiempos, también existían especialidades.

Por ejemplo, sabemos que la Casa de la Vida de Hermópolis estaba especializada en arquitectura, la de Menfis en medicina y la de Heliópolis en astronomía. Lo cierto es que, aunque con acceso restringido, los más grandes sabios griegos de la Antigüedad como Pitágoras, Platón, Demócrito o Plutarco, entre otros muchos, fueron instruidos en las Casas de la Vida a los arcanos Misterios de la Sabiduría divina, esa ciencia del Ser que se personifica en Egipto bajo la forma de Isis, a la que los griegos llamaron Sophia. Una enigmática Diosa, que como reza la tradición herméti- ca: «Permanece velada mientras no haya hombres íntegros, que sean capaces de desvelar el misterio con el que se encubre y conozcan su esencia».

Texto:
Herminia Gisbert.
Egiptóloga y especialista en Filosofía del Arte Antiguo. Vice-Presidenta de la Fundación Sophia.

FUNDACIÓN SOPHIA. Sophia es un espacio abierto al desarrollo creativo del Arte y la Filosofía. Por eso, desde que abrió sus puertas, la Fundación Sophia ha dirigido sus esfuerzos a potenciar la libre expresión del arte y del pensamiento a través de sus programas de estudios, conferencias, talleres, seminarios, exposiciones y recitales artísticos.

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