El papel de los militares en la Transición democrática

Se trataba de hombres todavía jóvenes, posiblemente demasiado para llevar el tipo de traje con  el  que pasaban revista.  Seguro que por momentos se sintieron ridículos con aquella corbata y la gabardina que habían comprado al tomar posesión., con el intento de marcar un ritmo al caminar que agradase a jefes y oficiales, con esa forma de alzar  el mentón y enderezar el brazo al avanzar… Volvían a ver uniformes verdes, boinas negras y gorras de plato,… el pensamiento retrocedía a la tensión y las ganas de agradar, a la instrucción del Campamento de Milicias y el ensayo de la jura de bandera. Para ellos la vida había pasado a gran velocidad desde todo aquello, tan rápido que los recuerdos estaban borrosos y los hábitos aprendidos se estaban olvidando.  Por momentos, podía ser que temieran que el paso que intentaba ser marcial resultase ridículo y  que el crujir de los zapatos recién estrenados se oyese hasta en la grada que cerraba la explanada.

Tras las compañías en formación de firmes permanecían alineados viejos carros de combate de origen estadounidense.   Uno de los hombres de traje sonrió al pasar ante el viejo conocido, el mismo modelo de tanque que cuando era alférez de Milicias.  Era material obsoleto, ya usado en Corea, totalmente  inútil para una guerra moderna.  Con todo, cada tanque pesaba cincuenta toneladas y tenía un cañón de 105mm.  Estaba claro que no serviría para una guerra exterior pero si  para dominar en pocas horas  una ciudad.  Se había visto en  Santiago de Chile, en Buenos Aires, en Valencia,… por muy poco no había ocurrido en Madrid. La sonrisa se  fue desvaneciendo del rostro del político dejando en su lugar una mueca de inquietud: los tanques servían para aplastar toda resistencia civil, para eso seguían  activos y precisamente por eso las bases de la División rodeaban Madrid.

Los carros tenían una misión y él tenía la suya así  que dejó de marcar ese paso marcial que, de olvidado, resultaba ridículo, venció los viejos temores y continuó su revista de tropas firme pero sereno,  demostrando que el poder civil a partir de ese día dirigiría a esos hombres tan acostumbrados a ordenar pero también a obedecer.

Así   quedó recogido el momento en las fotos de la prensa:  unos dirigentes políticos muy jóvenes con pelo todavía demasiado largo, con la apariencia extraña que les daban  aquellos trajes tan poco habituales en ellos pasando revista con aire solemne a generales que  podrían ser sus padres.

Este sería el final de la historia.  La formación de un gobierno con un abrumador apoyo popular tras las elecciones generales de 1982 y las reformas acompañadas del reciclaje profesional de los mandos producto del ingreso de España en la OTAN terminaron con una tradición de protagonismo militar en la vida política que se remontaba a doscientos años atrás.
UN MODELO MILITAR ANÓMALO.

Todo se resume en una pintura mural: dos hombres con vestidos desarrapados y caras torradas por el Sol están luchando.  Las caras expresan resentimiento,  inquina de plumas blancas teñidas de rojo en el corral de gallos, de perros que mueren con la mandíbula rígida sobre el cuello del contrario, de odio tal que verter la sangre no es malo cuando el enemigo ya riega con la suya los terrones cuarteados por el Sol.

Podemos llamarlo cainismo, una palabra con la que los libros de historia de España del S. XIX, se referían a la culminación de los males patrios. Era una manera de reducir a concepto el devenir de una época en la que las diferentes opciones políticas, las luego llamadas “dos Españas,” se enfrentaban sin conseguir prevalecer e implantar un modelo político de forma definitiva.  Se hablaba de la lucha entre Abel y Caín como defecto nacional y ahí cabían los que gritaban “viva la Pepa” y  los serviles que replicaban “vivan las caenas”, los progresistas y  los moderados, carlistas y republicanos.

Goya, sordo y hastiado del país, lo había reflejado de una forma más directa: rasgos agitanados de los que adoraban los románticos europeos que nos visitaban en busca de patillas, bailaoras, bandoleros y  miseria ajena; ojos que acometían con ese  brillo de navaja con que miran las bestias acosadas; saña, sudor y el perenne paisaje de estepa desolada por sequías  y contiendas, de tierra que no da pan.  Los dos peleadores cuentan con un tosco instrumento de contienda, un garrote o cachiporra: ese es el Ejército.

Desde el S. XIX el modelo militar español se había caracterizado por ser radicalmente diferente del de otros países europeos, caso de Gran Bretaña o Francia.  Allí el Ejército se considera  un instrumento de la política exterior del Estado, quedando apartado de tareas  como el orden público y sin siquiera concebir la posibilidad de decidir por la fuerza de las armas la situación política.

En España la imposibilidad de las distintas opciones políticas de poder contar con la fuerza necesaria para construir un determinado modelo de Estado dio lugar a la búsqueda de un apoyo que pudiese decantar la situación política a su favor.  Ese apoyo fueron los mandos militares.  El resultado fue un siglo diecinueve de inestabilidad, pronunciamientos militares, ejercicio abusivo de las funciones de orden público y los llamados “espadones” como árbitros del juego político.
Al comienzo del siglo XX el problema parecía superado.  La fórmula restauradora de Cánovas concebía al monarca como militar y jefe del ejército importando la fórmula prusiana del “Rey soldado” como medio para asegurar la estabilidad del régimen frente a la tradición golpista del siglo anterior.  La abstención militar del juego político duró justo el tiempo en que el sistema turnista funcionó.  A partir de ahí, la vuelta de la debilidad política y la descarga en la clase política de la responsabilidad de los fracasos militares en las contadas acciones exteriores de la época (Desastre del 98, Annual,…) hace que los militares desarrollen una ideología en la que se atribuyen el papel de elemento más limpio de un país en decadencia por la mala actuación de la clase política.  El proceso culminó con el  propio rey implicado en un golpe de Estado que, tras crear grandes esperanzas de regeneración, terminó por caer en el descrédito arrastrando en su derrumbe al propio monarca.
La II República arrastró en su polarización a los propios militares y así un sector del ejército cayó en una ideología reaccionaria que llegaba a una identificación del Ejército como la parte más pura de la nación, como su misma esencia.  Esa polarización sería uno de los elementos desencadenantes de la Guerra Civil.

EL EJÉRCITO FRANQUISTA.

Habían untado el pelo de brillantina y recortado el bigote, el ordenanza estaba planchando el uniforme, en pocas horas desfilarían ante el Generalísimo por las calles del Madrid vencido.  Tres años de barro y frío, de camaradería y virilidad.  En unos meses tendrían que reincorporarse a las facultades: Anatomía, Química Orgánica, Derecho Romano, paseo a la salida de clase y rondas de la tuna.  Después vendría una cómoda vida en un país pacificado, el sentar cabeza con una enamoradiza compostelana y educar hijos, la misa de doce, un destino de secretario de juzgado o médico de pueblo, de tertulia de rebotica y Adoración nocturna.  El coronel les había comentado que casi no había mandos, que el Caudillo les daría la oportunidad de seguir su carrera en ese Ejército que conquistaría un Imperio.  Más barro o tal vez arena, nieve o calores del desierto y luego otros desfiles bajo el Arco de la Ciudad Universitaria como oficiales victoriosos en Gibraltar, en Marruecos, en Orán,…en Rusia.

Desfilaron orgullosos por un Madrid donde las pancartas de “No pasarán” habían desaparecido sustituidas por un mar de manos alzadas.  Aquel día lucía un Sol radiante para el joven  ejército de la Nueva España.  Fonseca seguía triste y sola, abandonada por los que desfilaban, por los que murieron, por los presos y exiliados,…,  alejada por esos tres años que marcaron tantas vidas, demasiado lejos.

Así nació el Ejército de la longeva dictadura del general Franco, un ejército por una parte viejo, en el sentido de que sigue manteniendo la mentalidad reaccionaria, vocación interior y  autoconciencia de esencia nacional propia de tiempos antiguos, con elementos radicalmente nuevos.  Entre estos últimos la nota fundamental es que el ejército franquista no era una fuerza militar al servicio del Estado sino al servicio del régimen y, más especialmente de su cabeza: Franco.  Estaríamos casi ante un ejército personal que debía fe ciega a su “caudillo.”

Este papel debe ser explicado atendiendo a una serie de rasgos como composición, actitudes, papel en el Régimen, prerrogativas, medios e imagen social.

Por su composición, se trataba de un ejército creado “ex novo”: durante la Guerra Civil la mayor parte de los mandos militares habían sido fieles a la República lo que implicó un vacío de jefes y oficiales que se cubrió recurriendo a los estudiantes universitarios como oficiales de baja graduación.  Posteriormente se les permitió continuar en la vida militar en condiciones de ascenso muy ventajosas.  Esos jóvenes oficiales de complemento que participaron en el llamado Desfile de la Victoria, treinta años después constituían la auténtica columna vertebral de las Fuerzas Armadas y su adhesión a la figura de Franco era absoluta. El franquismo no los había hecho héroes en la conquista de un imperio colonial o en la derrota del comunismo pero les había dado una sólida carrera profesional, un estatus social, las costumbres de cuartel como forma de vida superior a la de los civiles y, por encima de todo, los recuerdos de cuando siendo muy jóvenes ganaron una guerra a las órdenes del Caudillo. Frente a la politizada oficialidad anterior a la Guerra ahora se contaba con mandos caracterizados por un culto extremo a la jerarquía.

Al mismo tiempo, el ejército franquista fue utilizado como instrumento de adoctrinamiento de la población en los valores del régimen por medio de la institución del Servicio militar.  Si en cualquier ejército de reemplazo el servicio militar suele implicar un instrumento de inculcación de valores patrióticos, en este caso “nacionalización” se identificaba con obediencia absoluta al régimen, así como disciplina y sumisión a la jerarquía  social, apatía y valores tradicionales.

A partir de los años cincuenta la tradicional actuación del Ejército en materias de orden público cedió terreno a las instituciones civiles, lo que llevó a un alejamiento de los militares de la lucha directa contra las llamadas “fuerzas subversivas” aunque sus características y despliegue sobre el territorio seguían haciendo que realmente solo resultaba apto para controlar una sublevación a gran escala.

En otros aspectos como salarios, la realidad era que la oficialidad estaba muy mal pagada, lo que se compensaba con prestigio social inculcado por el régimen, mientras que su armamento era completamente obsoleto (esto en parte producto no sólo de la falta de enemigos exteriores sino también del aislamiento internacional del régimen franquista).

Por último hay que tener en cuenta que, pese a la adhesión inquebrantable, la desconfianza del dictador contribuyó a aumentar su falta de operatividad a fin de evitar cualquier posible golpe de estado contra el Régimen.  Se dice que si una unidad mecanizada tenía carros de combate, el combustible y la munición estaban en manos de otras unidades.  Esto daba lugar a que todo levantamiento debía contar con la participación de varios jefes militares y sería facilmente detectado en la fase preparatoria.
LA TRANSICIÓN: MENTALIDAD DE LOS MILITARES.

En la transición democrática la gran mayoría de la alta oficialidad y jefes de las FFAA corresponden al tipo que puede denominarse “conservador”.  Éste es el ejemplo de militar típico del régimen anterior: disciplinado, con culto a la jerarquía,… franquista hasta la médula pero también consciente de que tras la muerte de Franco debería haber ciertas reformas.  Esas reformas estaban en buenas manos ya que el Jefe del Estado es el sucesor elegido por el propio Franco, militar y nueva cabeza de las FFAA. Además los protagonistas del proceso político (Suárez, Fernández Miranda,…) son miembros de la elite del régimen franquista y todas las reformas se hacen sin romper el ordenamiento jurídico anterior.  En todo caso, la situación política y social del país no les gusta, preferirían volver atrás pero Franco está muerto y el deber de un militar es acatar el orden establecido.  Sólo tomarían el poder si se lo ordenase el Rey o la situación política del país fuese desesperada.

Con todo, el estamento militar no es uniforme y existirán otras actitudes ante el proceso político en marcha:

a) Ultraderechistas: Eran pocos pero resonantes y considerados por sus compañeros como leales a los que la fidelidad extrema al Régimen anterior les hacía olvidar valores como la disciplina.   Por sus colaboraciones en periódicos como El Alcázar o El imparcial aparentaban tener un peso  importante en las filas militares.  En realidad en los cuartos de banderas se les apreciaba pero no se les apoyaba.

b) Liberales: Escasos pero situados en los altos niveles del estamento militar.  Su idea de Fuerzas Armadas era semejante a la de los países de la Europa democrática.  Militares de este grupo como el general Díez- Alegría o Gutiérrez Mellado no eran bien vistos por sus compañeros ya que estaban alejados de su orden de valores y en las antípodas de su visión del Ejército.

c) Demócratas: Muy pocos y  de baja o media graduación. Estaban encuadrados en la Unión Militar Democrática. Resultarían represaliados por su actividad y la gran mayoría abandonarían las armas.  Para sus compañeros eran el símbolo de que, como en Portugal, la subversión estaba entrando en las FFAA.
ACTUACIÓN MILITAR EN EL PROCESO: El ejemplo de la legalización del PCE y el problema de fondo.

Los  rasgos del militar de tipo “conservador” marcarán la actuación del estamento en el proceso de Transición. Así lo habitual es que ante una decisión política poco popular en el ámbito militar los discursos y arengas destaquen la disciplina y el acatamiento de las normas como valor castrense.  En segundo lugar, el papel de los militares es siempre reactivo, nunca tienen iniciativa.  De hecho, se toma una decisión política y los militares se encuentran con ésta ya tomada sin que puedan imponer la revocación de la misma.  Además su propio orden de valores les impide que actúen como colectivo organizado con capacidad de anticipación y veto de la acción política.

Un caso palmario de actuación en este sentido es la legalización en 1977 del Partido Comunista de España.
La legalización pudo comenzar con un hombre que fuma ante la televisión.  Al otro lado de la nube de Ducados pasan los féretros en blanco y negro. El hombre aparta la mirada para contemplar el círculo que acaba de formar espirando humo. Su mujer se queja de que cada vez fuma más y come menos, de que si sigue así pronto abandonará este mundo.  El pensamiento se desplaza al lugar a donde se dirigen los féretros, a las palabras “cementerio civil”.  Siente que el término civil acompañando a cementario  añade soledad,  abandono,  desamparo del que duerme sin el consuelo de la Fé.

En la televisión se ven puños en alto y ramos de flores con forma de hoz y martillo. Mientras enciende un nuevo pitillo advierte el contrasentido de cortar flores para honrar la memoria de las vidas segadas, de podar para conmemorar una vida que se fue.

En medio de la nube de humo el cortejo avanza silencioso, los rostros demuestran emoción pero no hay aspavientos  ni se escuchan gritos, nadie se altera.  El fumador piensa en los ultraderechistas en los entierros de asesinados por ETA o el GRAPO, en como interrumpen el incipiente descanso de los fallecidos, en los intentos de agresión a las autoridades, en los insultos al vicepresidente del Gobierno.

Apaga bruscamente el negro en el cenicero, aplasta el filtro.  Tiene que tomar pronto la decisión.  Les transmitió por Gutiérrez Mellado o por Pita que nunca legalizaría a los comunistas pero se acabó el dar largas…tiene que hacerse ya. Pronto habrá elecciones generales y el Partido tiene que estar legalizado.  Carrillo se pasea por Madrid con total impunidad, los líderes europeos le insinúan que sin el PCE España no será una democracia real y justo ahora aparecen los del búnker y asesinan a esos abogados en la calle  Atocha.  Los generales tendrán que aceptarlo si lo hace por sorpresa, si no hay vuelta atrás. El mejor momento será en un momento de parálisis, cuanto pueda actuar él sólo,…en  plenas vacaciones de Semana Santa.

Da una fuerte calada al Ducados que encendió sin darse cuenta.  Sí, está siempre preocupado y fuma demasiado.  Los niños le dijeron ayer: “Papá, desde que eres Presidente cada día fumas más.  Mamá dice que así te  vas a ir pronto al Cielo”.  ¡Vaya con Amparo asustando a los críos!  Por un momento mira como el humo sube en espiral llevando consigo una pequeña parte de su alma de fumador compulsivo, después baja la mirada para contemplar como los ataúdes entran en el cementerio. En el cementerio civil. La duda lo asalta, tendrá que consultárselo a Tarancón: ¿A dónde van las almas de los mártires del materialismo?
Tanto para los ministros militares como para toda la cúpula militar esa actuación de Adolfo Suárez fue una auténtica traición personal. El resultado fue la dimisión del Ministro de Marina, almirante Pita da Veiga y un comunicado de los jefes militares en el que afirman que la legalización “ha provocado una repulsa general en todas las Unidades del Ejército.  No obstante, en consideración a intereses nacionales de orden superior, admite disciplinadamente el hecho consumado”   Este caso es el ejemplo más destacado de la dinámica de actitud reticente pero disciplinada, titubeos de las elites políticas ante la posible actitud del Ejército y la actuación final de éste meramente reactiva, sin capacidad de presionar o vetar la toma de decisiones.

Por último, un aspecto relacionado es la actuación de los políticos ante un estamento militar que sabe que no simpatiza con la evolución política. Tanto los gobernantes como los dirigentes de la oposición tendrán en cuenta la necesidad de no herir la susceptibilidad de los militares y para eso  procurarán no tomar nunca decisiones bruscas ni declaraciones explosivas, no actuar de forma radical contra los ultraderechistas, no inmiscuirse en la autonomía interna de los militares y  compensar las decisiones impopulares en el ejército por medio de aumentos en los presupuestos de Defensa.

Dentro de esta tónica general de relación entre militares y civiles los tres elementos o acontecimientos esenciales que provocarían la aparición de la dinámica anterior serían la ya vista legalización del Partido Comunista de España (PCE), el surgimiento del Estado de las Autonomías (que implica abrir el camino a las reclamaciones nacionalistas y el abandono del centralismo para acercarse al modelo de distribución territorial de la II República) y finalmente el problema terrorista vasco que actuó de forma especial contra los militares, creando una situación de tensión continua en la que los militares acataron la estrategia antiterrorista de los gobiernos de UCD pese a preferir métodos más expeditivos.  Realmente la violencia terrorista es el gran problema de fondo.  Es posible que la legalización de la fuerzas de la oposición o la descentralización del Estado fueran asumidos sin grandes problemas si se realizaran en un contexto de paz política y social. Por el contrario, el comenzar un proceso de apertura política en medio de una vorágine de asesinatos políticos de la que precisamente los militares (incluyendo Guardia Civil y Policía Armada) son objetivo prioritario hace pensar que los gobiernos en minoría de la Unión de Centro Democrático son incapaces de hacer frente a la subversión. Llevando el argumento más allá, decisiones políticas como la legalización del PCE o el nacimiento de las autonomías para los militares son ejemplos de una claudicación progresiva frente a los enemigos de la patria.
EL GOLPE DE ESTADO DEL 23-F DE 1981.

Si durante todo el proceso de democratización el peligro de la innovación militar había pendido sobre la sociedad española, la amenaza se materializó al fin con el intento de golpe de Estado de febrero de 1981.  Este va a ser el punto de inflexión de esta historia, el momento en que una rebelión militar pudo truncar la naciente democracia pero a la vez la ocasión que demostró el fracaso de la añeja vía del pronunciamiento.
Su evolución y protagonistas es bien conocida por todos ya que, aparte del recuerdo que la mayoría mantienen de los acontecimientos,  las distintas cadenas de televisión programan reportajes especiales y documentales cada aniversario.  Como en una película varias veces vista conocemos a los buenos y a los malos, el argumento y la conclusión en forma de juicio militar pero, como hechos procedentes de la realidad y no de un guión cinematográfico, sabemos que muchas piezas del rompecabezas siguen ocultas.

Si algo nos enseña en sus  formas el golpe del 23-F es la vigencia de los rasgos más característicos de la España diferente y exótica que tanto gusta a los descendientes de Washington Irving y Merimée.  Recobraba  España su papel de singularidad en la civilizada Europa: el país de la faria y el brandy de cantina cuartelera, del bandolero serrano y el guitarrero de cuadro del primer Manet.  Reaparecía espectacularmente ese rasgo de orientalismo que los alemanes o británicos admiraban en el valor del torero y despreciaban en su fanatismo y ausencia de valores democráticos ignorando, eso sí, el papel que los dirigentes políticos de sus países habían ejercido en los doscientos años de tragedia hispana.

La aparición del teniente coronel y sus hombres entre taco viril y disparos a ritmo de trote del caballo de Pavía nos mostraron los rasgos más propios de una época que parecía superada o de un lugar lejano.  Realmente Tejero parecía un personaje  propio de tierras de bananero y cafetal, de latifundistas y guerrilleros, de machismo y calor húmedo, de viejos coroneles que vegetan esperando una pensión e inquietantes oficiales adiestrados por la CIA.  Aquel día se vio como una parte de España continuaba siendo más cercana en valores y mentalidad política al siglo XIX y los países que había contribuido a crear que a la Europa occidental de finales del S.XX.  Por suerte, esta vez ganó la otra España.

En todo caso, del pronunciamiento fracasado podemos extraer consecuencias positivas y negativas para la salud del proceso democrático.

Así podemos considerar como positivas el hecho de que los golpistas no tienen realmente un proyecto político común.  De hecho, los ultraderechistas  Miláns y Tejero pretenden imponer el poder del Ejército por medio de una Junta Militar siguiendo el ejemplo chileno o argentino.  Por el contrario, el general Armada plantea un gobierno de concentración de todas las fuerzas políticas presidida por él mismo.

Otro aspecto positivo es que los golpistas causaron una impresión personal pésima y el juicio posterior se convirtió en un espectáculo poco honorable de sálvese quien pueda a costa de quien sea.

Por último es esencial  considerar el hecho de que tanto entre el conjunto de la población española como entre las fuerzas políticas (obviamente dejando de lado fuerzas políticas simplemente testimoniales) el rechazo a la intentona fue absoluto.
El elemento inquietante a tener en cuenta es el hecho de que los distintos capitanes generales no se movilizaron a favor del golpe simplemente por disciplina.  Si el Rey en ese momento les ordenase apoyar a los alzados no tendrían el menor escrúpulo en hacerlo. Esto demuestra el desprecio absoluto que los mandos tienen al orden constitucional y el hecho de que para destruir el orden constitucional pueden recurrir incluso a un artículo de la propia Constitución, el polémico 62 que hoy  interpretamos en un sentido de “jefatura honorífica” pero que expresamente  establece que el mando supremo de las FFAA corresponde al Rey.

LA CONCLUSIÓN DEL PROCESO.

El fin del protagonismo militar en la vía pública se produjo a partir de 1982  con la llegada del PSOE al poder, con esa revista de las tropas y vehículos de la División Brunete con la que comencé a redactar este trabajo y que resultó un símbolo de que las cosas estaban cambiando.

Podemos considerar las siguientes razones como causa de la desmaterialización de los fantasmas involucionistas:

– La  victoria por mayoría aplastante del PSOE, una fuerza de izquierdas, demostraba a los militares que formaban parte de una sociedad con una mentalidad absolutamente distinta a la suya e impedía cualquier pretensión de presionar a un gobierno con apoyo de la opinión pública y escasa simpatía por la intromisión militar en la vida civil.

– El triunfo electoral daba paso a un gobierno que, si bien no era el que más les gustaría, tendría estabilidad para abordar los problemas del país, comenzando por la violencia terrorista.

A partir de ahí, los nuevos gobiernos socialistas emprendieron la labor de sumisión total del estamento militar al poder civil, afrontando así la radical transformación de un ejército con vocación interior a un modelo enfocado a  la defensa externa.  Eso implicó una gran reducción de efectivos del Ejército de Tierra, modernización progresiva de los medios técnicos y supresión radical de la autonomía del estamento con respecto a unos mandos civiles que, antes de este momento, sólo ejercían un poder teórico sobre los Jefes de Estado Mayor.

El paso de los años hizo el resto y así los jóvenes militares que imaginé desfilando en un Madrid vencido hace años que pasaron a la reserva cuando no a la residencia de ancianos o, con graduación incluida, a la esquela del ABC.  Los sustituyeron oficiales mucho más técnicos y menos politizados, más preocupados por la puntuación de unas maniobras que por una situación política en la que tampoco ningún contendiente los requería para actuar como garrote.  Sí, el  tiempo ha pasado tan rápido en España que los jóvenes dirigentes que pasaban bandera a las tropas están semijubilados presidiendo patronatos de fundaciones o acomodados como conferenciantes de lujo, de tal modo que de aquel político que fumaba demasiado sólo queda un cuerpo enfermo: su alma ya acompaña  a los abogados de Atocha y a Tarancón en el sueño de los justos.

La culminación del proceso fue la progresiva adaptación de las Fuerzas Armadas a un nuevo  modelo centrado en la tecnología y la eficacia en el combate al que estaban obligados ante la adaptación a la OTAN.  A partir de ese momento y hasta hoy las FFAA han realizado una espectacular transformación a un modelo de intervención exterior siendo capaces de realizar también el cambio del tipo de ejército de reemplazo propio de un contexto de guerra fría a un  nuevo planteamiento de fuerza militar profesional centrada en la intervención en áreas lejanas tanto en situaciones bélicas como de auxilio humanitario.

El balance de esa actuación es un ejemplo de esfuerzo personal y profesionalidad que exorciza el espectro ecuestre de Pavía y el tal vez bienintencionado espíritu de Primo, que acalla los  berridos ramplones de Tejero y la  fantoche verborrea de Queipo de Llano.  Un modelo de FFAA propio de un Estado democrático que quita toda posibilidad tanto a la minoría que sueña con un pasado sólo para ellos glorioso como a los que desde  fuera contemplan al país con esa pública condescendencia que encubre el íntimo desdén.  En definitiva, el camino de los ejércitos en la España actual parece haber culminado en la radical abstención de los asuntos públicos característica de las democracias avanzadas.

Anselmo Lorenzo Pascual.
Licenciado en Derecho. Profesor de Geografía e Historia

 

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BIBLIOGRAFÍA:
-Agüero, Felipe: Militares, civiles y democracia.  La España postfranquista en perspectiva comparada, Madrid: Alianza Editorial,1995.
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-Cardona Escanero, Gabriel: El problema militar en España, Madrid: Albor Libros, 2005
-Fernández López, Javier: El Rey y otros militares.  Los militares en el cambio de régimen político en España (1969-1982) Madrid: Editorial Trotta, 1998.
-Lleixá, Joaquim: Cien años de militarismo en España, Barcelona: Editorial Anagrama,1986.
-Muñoz Molina, Antonio: Ardor guerrero,  Madrid: Alfaguara, 1995.
-Tusell, Javier: La transición española a la democracia, Madrid: Historia 16,1999