Enrique Pérez y “La extensión”: un habitar los espacios

“palabras no destinadas, como las palomas de después,  al sacrificio de la comunicación”
María Zambrano
La extensión, ese lugar donde las palabras comienzan a coincidir con lo remoto, donde los espacios se encuentran para descubrirnos en otros, en uno mismo elevado a la instancia que hace posible la comunicación en lo dicho y lo callado, ahí, es donde nos lleva Enrique Pérez Arco con su último poemario que lleva ese nombre y en el que nos invita a comprender, desde la perspectiva del que observa y se siente parte de la observancia, ese discurrir de la palabra en el estrato más íntimo y revelador de la naturaleza humana…lo no visible: “he llegado al instante azul de la noche/ he abierto la puerta muy despacio/ y desnudo, entre las telas colgadas/ he cruzado mi cuerpo hasta el principio/ dispuesto a no regresar.”

Este poeta granadino, afincado en Madrid, nos habla desde el verso metido en otra piel, un tercero necesario para completarse, esa otra piel que hace del poeta un legado de sí mismo y que es capaz de extenderse, a pesar del tiempo y los lugares, que nos llevan, en muchas ocasiones a una extraña incomunicación en la poesía, con todo el contexto que envuelve ese problema metafísico del exilio de la palabra poética del que ya se percataran hace años poetas como Rilke y Eliot  y que después retomara Paul Celan, al que Enrique Pérez vuelve en sus lecturas, dada la implicación de su obra con los fundamentos de la obra de éste, donde expresa el sentimiento existencial de lo absurdo de la vida moderna y la imposibilidad de comunicación:

“La búsqueda del ser que poética y filosóficamente ha estado muy ligada al tema del tiempo y su fugacidad, hoy en día considero que tiene más que ver con el tema del espacio, la búsqueda de otro espacio más respirable en todos los sentidos, en el que sea posible y necesario convocarnos unos a otros, quizá a costa de percibir con más claridad nuestra desnudez y nuestro desamparo, y entonces desde ahí poder sentirnos más iguales, más cercanos. La poesía, que contiene  algo de ese espíritu de convocatoria, pues se completa a sí misma en la recepción del lector, nos permite un conocimiento y un acercamiento distinto a nuestra realidad, un conocimiento más sensible que se abre hacia un espacio interior, hoy cuando parece que nuestra manera de vivir hace demasiado hincapié en los objetos y en su posesión.”

Años pasaron antes de que este poeta se topara con el taller de escritura de Andrés Mencía y junto al colectivo Patrañas decidiera volver a esa sencillez infinita  de la que se hace eco en sus poemas y que le ha llevado a ” La extensión”, publicado por la Editorial Patrañas en la colección  Poetas Cronopio, 2006, en la cual, también encontramos títulos tan sugerentes como : ” Galápagos de California” de Emma de Coro, “La cinta de Moebius” de Jesús Malia y “Cuando una espátula enseña los gavilanes” de Alfredo Poyo, una colección de poesía que apuesta por autores nuevos y que ofrece la posibilidad de expresión a formas novedosas que van aflorando en las periferias de los círculos oficiales de difusión, toda una empresa que ya ha obtenido muy buenos resultados, desde su comienzo con la publicación del libro “De vuelta en Palestina”, de Luis Roldán y que ahora se lanza nuevamente, este mes de Febrero con la novela” La multitud silenciosa” de  Francisco Ruiz Carrasco.
El devenir de la escritura de Enrique Pérez le ha inclinado largo tiempo hacia la prosa poética y la versificación fuera de todo canon, tan sólo la palabra apoyada en la escritura libre y nunca encasillada más que en un ritmo interno que el poema se adjudica en su origen, en el desarrollo del acto creativo:

“Voy por donde me lleva la intuición, el sentido me pide a veces cierta división, con vistas a facilitar la lectura, y sobre todo es la “oralidad” y el ritmo del poema, que debe seguir creo yo una especie de ritmo interior. Celan, al que llegué a través de Valente hace tiempo, pero al que vuelvo ahora con más interés,  hablaba del poema como oración, aunque creo que no en el sentido que yo quiero darle, de ritmo interior.”

A pesar de los años que separan a este poeta de su entorno natal en Andalucía, de los montes que rodean una juventud rural, en Íllora, a pocos kilómetros de donde naciera Federico García Lorca, su palabra nunca ha dejado de incidir en ese medio, en la condición de este entorno sureño y arraigado a las costumbres y a las personas que han marcado una forma de ser y habitar el mundo: “ El hijo se los llevo colgando como pájaros/ cazados, mientras su dedo más frío se dormía/ sobre una memoria rebosante de cereal.”

La memoria es el elemento unificador que va dando cuerpo a una obra que nos habla desde cada sensación, desde esos espacios que se van quebrando al tiempo que producen el milagro de la reconstrucción en el lector, en su nueva forma de respirar. Estos destellos podrían recordarnos a la música de Webern y su quebradizo ritmo, esos espacios respirables de intimidad donde la palabra casi llega a destruir su significado para componer y componerse: “Crece el esparto y hay hombres/ que tejen cestos al atardecer./Y hay rincones,/ como axilas del mundo,/ donde siempre huele la retama.”

Y es en esa memoria donde el poeta se deja ver con mayor desnudez, donde va abriendo las sensaciones al lector de una forma tan sencilla como evocadora, porque hay un motor ineludible donde el recuerdo es la forma de combustión más fuerte, donde compone, como ya dijera Claudio Rodríguez, esa “nueva alianza” con el presente del poeta, con su temblor y las diferentes geometrías del bosque que llenan la existencia en la palabra, en la vida que se puebla de noche y de frío, pero que late a cada destello de la oscuridad:

“La posibilidad de la poesía surge para mí  de un impreciso destello exterior, muchas veces recuperado a través de la memoria, materia sensible en cualquier caso, que roza o despierta alguna fibra del interior. A partir de ahí, el poema es para mí una búsqueda. Búsqueda o desvelamiento de realidad o de otra realidad, búsqueda también de un  conocimiento distinto al  racional, búsqueda de belleza y de un extraño placer, pero  durante la escritura de este libro ha sido fundamentalmente búsqueda de otro espacio, de otra respiración.”

La búsqueda sea, posiblemente, la que lleve a Enrique Pérez a “La extensión”, a ese terreno en el que todo puede ser la puerta y también puede ser la llave, porque los espacios habitados por el silencio hablan de lo que conocemos pero no definimos y es ahí, en el lugar extendido, donde se le pone nombre y música y una sencilla anatomía del alfabeto que construye para recorrerse sin trabas ni estridencias, tan sólo en lo esencial del aire y sus contornos, y aquí recuerdo las palabras de Valery, cuando decía que un poema nunca se termina si no que se abandona, podría ser la razón por la que los textos de Enrique Pérez dejan esa sensación de continuidad en el lector, de extendida complicidad con el sentir que nos acerca y nos congrega a los mismos pulsos. Pudieran ser sus poemas, estos delicados trazos de  abandono.

Homero

Recogió la dicha de las baldosas
de la calle, mojadas por una lluvia fugaz,
y se la llevó como un pájaro,
como un tazón caliente
entre las manos del invierno.

Ni lo vieron desaparecer por la esquina,
bajo la farola, pisando el círculo
amarillento de la luz con sus palabras.

Los ladridos, encerrados, pegaban su hocico
a los cristales, porque el olor estaba fuera,
donde el aire movía los trapos del balcón.

La ciudad, desierta, tirada en medio de la calle,
respiraba el frío hinchando con lentitud
sus ropas húmedas, boca arriba,
bajo la cúpula negra del pensamiento,
pisada, herida por sus huellas,
como si una bota le hubiera dejado
palabras calientes en el cuello.

Era aquella belleza toda una extensión de pozo
donde nadie lo había visto hundirse.

Cuando amaneció y dejaron salir a los perros,
ya no pudieron encontrar el rastro.