La posteridad, y la decisión última del autor, han hecho que conozcamos el Quijote con el nombre exclusivo del caballero andante; pero no es menos verdad que la figura de Sancho Panza, negada en el título, es compañía imprescindible del Caballero de la Triste Figura en cualquier tipo de representación gráfica o escultórica que se precie. Nunca, al referirse a la inmortal obra cervantina, aparecerá don Quijote solo; y podría decirse más, no entenderíamos la figura del ingenioso hidalgo sin la compañía del gracioso escudero.
El personaje de Sancho se incorporará a la novela en el capítulo VII de la primera parte, pero ya en el capítulo IV don Quijote habrá puesto en él sus mientes nada más comenzar la novela. La del alba sería, y saliendo de la venta contento, gallardo y alborozado por verse y creerse armado caballero por el ventero en la larga noche de su primera salida, cuando cae en el pensamiento de los consejos que el susodicho ventero le diera en orden a viajar abastecido de las cosas necesarias, como dineros y camisas, y determinó volver a su casa y acomodarse de todo, y de un escudero, haciendo cuenta de recibir a un labrador vecino suyo, que era pobre y con hijos, pero muy a propósito para el oficio escuderil de la caballería.
Si la imagen de don Quijote se acomoda a la del loco ingenioso, la apariencia de Sancho responde al prototipo del hombre campesino sin formación ni otra pretensión que la de subsistir en medio de la pobreza ancestral en la que se encontraban los labriegos de la España del siglo XVII. Cervantes puso la misma atención en la apariencia física del escudero que en la del caballero de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, alto de cuerpo, estirado y avellanado de miembros, entrecano, nariz aguileña y algo corva y los bigotes grandes, negros y caidos. Recordemos que en el Quijote nada es arbitrario y, efectivamente, es más que probable que Cervantes conociera y siguiera las pautas marcadas por Huarte de San Juan en su obra Examen de ingenios (1575) para describir al hombre de temperamento rico en inteligencia y en imaginación, de carácter colérico y melancólico y propenso a manías, como cabalmente cuadra a la catadura de don Quijote . Del mismo modo, el aspecto de Sancho Panza, robusto, rollizo, de corta estatura y de temperamento sanguíneo, tranquilo, observador y socarrón, se corresponde exactamente con el tipo de personaje que Cervantes quería desarrollar, el rústico que le diera la réplica a don Quijote en los abundantes diálogos que aprovechará para contraponer las veleidades caballerescas de don Quijote con la realidad abrupta que representa Sancho. Dos visiones –como subraya Martín de Riquer- sobre el mismo mundo que pisan ambos personajes, llenas de contrastes: locura y sensatez, cultura y rusticidad, ingenuidad y picardía, que toman asiento en dos figuras también contrapuestas: el recio y enjuto caballero y el escudero gordo y chaparro; el uno a lomos de un escuálido rocín, y el otro subido a su borrico.
Los primeros rasgos de la personalidad de Sancho Panza los encontramos dibujados con nitidez en el encuentro de ambos (I-VII), en el cual don Quijote le propone el oficio de escudero, cosa que medianamente entiende Sancho en qué consiste, siendo como es, tal y como textualmente se dice, un labrador, hombre de bien –si es que este título se puede decir del que es pobre-, pero de muy poca sal en la mollera. El caso es que, con promesas tan peregrinas como la de poder llegar a ser gobernador de una ínsula, arcaísmo que ya no se usaba en el siglo XVII y del que Sancho desconocía su significado, pero comprendiendo perfectamente el privilegio y la ventaja de de lo que significaba ser gobernador, Sancho le da a entender a don Quijote que acepta el trato y, pese a no gustarle a éste la idea de acompañarse de un asno, le pone en aviso del día y la hora de la partida, encareciéndole que no olvidara llevar alforjas, cosa que no olvidará Sancho, además de la bota de vino que agrega por cuenta propia. De este modo, puestos en camino y yendo Sancho sobre su jumento como un patriarca, con sus alforjas y su bota, lo primero que éste le recuerda a don Quijote es su promesa de una ínsula, asegurándole que por más grande que ésta fuera, él sabría gobernarla.
El optimismo desbordante de don Quijote contrasta con la suspicacia de Sancho; así, ante las dudas que le asaltan de que su mujer Teresa Panza pudiera llegar a ser reina, rebaja las expectativas a llegar a ser, como mucho, condesa, mientras que don Quijote le dice que lo que haya de ser lo encomiende a Dios, pero –agrega- no apoques tu ánimo tanto, que te vengas a contentar con menos de ser adelantado.
A lo largo de la novela, los personaje de don Quijote y de Sancho irán evolucionando, tanto en su actitud, como en la interpretación que en cada momento hacen de la realidad, observándose una quijotización paulatina de Sancho Panza que corre pareja con una visión de la realidad menos deformada por parte de don Quijote. Durante toda la primera parte de la novela el caballero enfrentará la realidad desde la locura, conformándola al mundo de los libros de caballería. Don Quijote expresa, entiendo, el desconcierto de una sociedad renacentista inmersa en una profunda crisis de valores; de este modo, los anhelos de reforma, progreso y bienestar, son puestos en práctica apelando a la acción y el compromiso como forma de ejercer la búsqueda de los cambios necesarios para encontrar las nuevas claves que explicaran el mundo que pugnaba por abandonar definitivamente el medievo. Sancho Panza, en medio de este cambio, aun no entendiendo las razones últimas de su amo, sí cree que puede resultarle de alguna utilidad confiando, en último caso, en que la acción liberadora ejercida por don Quijote daría sus frutos. Sancho confía en el valor de la cultura, de la que él carece pero que reconoce en el hidalgo y convecino al que sirve, y seguirá en la compañía del caballero andante aunque vea que los molinos de viento son lo que son y no lo que pretende que sean don Quijote, de quien apostilla que este hecho no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza. Pero la quijotización de Sancho ha comenzado ya y avanzará de forma imparable hasta conseguir la ínsula prometida que, como expresión simbólica de los cambios necesarios para una nueva sociedad, se consagrará en el cambio personal, la culturización y el compromiso intelectual que alcanzará con los ideales de don Quijote. No es solamente la reivindicación del derecho a ejercer las funciones de gobierno de un plebeyo, como representa en la práctica el gobierno de Barataria, sino que, por encima de las burlas de los condes y el acierto de las acciones de gobierno ejercidas por Sancho, él se sabe, finalmente, en posesión de las herramientas que le proporcionaron la cultura y el aprendizaje bajo la influencia de don Quijote. Estas herramientas le darán la ocasión de saberse dueño de sí mismo y saberse instrumento del cambio social en una toma de conciencia progresiva, lo que significará el triunfo de don Quijote, justo cuando él mismo se abandonará al dominio de la razón y la lucidez en la interpretación prosaica de la realidad, ya postrado en el lecho de muerte.
La evolución del personaje de Sancho se hace patente de forma notable y claramente perceptible en su lenguaje, como podemos comprobar ante la inminente tercera salida de don Quijote (II-V). La expresión renovadora y transformadora de la palabra, elemento cultural de primer orden, es cada vez más evidente en nuestro personaje, que elabora discursos y razonamientos al estilo de los usados por su amo, lo que suscita sorpresa, asombro y confusión en su mujer Teresa Panza, la cual afirma no entenderle cuando habla de tan rodeada manera desde que se hizo miembro de la caballería andante. Pero Sancho le replicará con razones que el mismo don Quijote hubiera suscrito, permitiéndose, incluso, corregir a su mujer tal y como él mismo es corregido por don Quijote; de este modo, cuando Teresa Panza cede a las pretensiones de su marido sobre el futuro de sus hijos y le dice: Y si estáis revuelto en hacer lo que decís, Sancho Panza, con reposada autoridad le replica: resuelto has de decir y no revuelto.
La escisión producida entre Sancho y su mujer alcanza en ésta a reivindicar el apellido de soltera, pues parecía costumbre tomar el del marido una vez casada la mujer. Así, ante el paisaje de cambios pintado para la familia, Teresa rechaza los mismos de manera contundente con palabras del siguiente talante: Siempre, hermano, fui amiga de la igualdad, y no puedo ver entonos sin fundamentos. Teresa me pusieron en el bautismo, nombre mondo y escueto, sin añadiduras ni cortapisas, ni arrequives de “dones” ni “donas”; Cascajo se llamó mi padre; y a mí, por ser vuestra mujer, me llaman Teresa Panza, que a buena razón me habían de llamar Teresa Cascajo. Lo que deja muy a las claras la desconfianza que la embargaba en mudar de estado en los términos que Sancho le propone.
En el mismo estilo oratorio, Sancho define el objeto de su segunda salida con don Quijote, tercera para el caballero, dirigiéndose a su mujer:
…porque no vamos de bodas, sino a rodear el mundo, y a tener dares y tomares con gigantes, con endriagos y con vestiglos, y a oír silbos, rugidos, bramidos y baladros; y aun todo esto fueran flores de cantueso si no tuviéramos que entendernos con yangüeses y con moros encantados.
Resulta tan evidente este cambio en Sancho Panza que, incluso, se sugiere en dos ocasiones y entre paréntesis, la posibilidad de que este V capítulo de la II parte sea apócrifo. Cambio que, como se observa, se trasluce en una interiorización progresiva por parte del escudero de los planteamientos de don Quijote, actuando ante Teresa Panza con el mismo convencimiento con que él ve actuar al mismo don Quijote.
Así como existen precedentes del Quijote en otras obras literarias, muchas de las cuales fueron totalmente desconocidas por Cervantes, también podemos encontrar un claro precendente del personaje de Sancho Panza en el libro de caballerías español el Caballero Cifar, el cual, con seguridad, Cervantes no llegó a conocer nunca; en él aparece también un escudero que acostumbra a mezclar en sus conversaciones refranes y sentencias con no pocas divertidas ocurrencias que lo hacen extremadamente gracioso. Pero si en alguna obra encontró alguna inspiración Miguel de Cervantes para sus personajes y el estilo de su novela, ésta es, sin duda alguna, la novela caballeresca catalana Tirante el Blanco, de Martorell (1460). No sólo no será salvada del fuego esta obra en la pira en la que hicieron arder las novelas de caballerías que formaban la biblioteca de don Quijote, sino que tras los elogios sobre la obra, encontraremos similitudes con la misma en el Quijote; sobre todo, el depurado humor, el uso frecuente de refranes, el recurso a los diálogos familiares y coloquiales, la aparición de una gama de personajes representativos de la sociedad de la época con sus servidumbres y grandezas y, sobre todo -como acertadamente subraya Martín de Riquer- porque trata las aventuras de un héroe de medida humana que lleva a cabo sus andanzas por tierras hispanas.
Se percibe, no obstante, una diferencia notable en la quijotización de Sancho respecto a la actuación de don Quijote cuando estaba imbuido de su pasión caballeresca y liberadora; porque así como don Quijote conforma la realidad a su visión idealizada y la realidad es el mismo mundo idealizado que él proyecta, Sancho acomodará la realidad a la visión idealizada de la cual espera sacar algún provecho solamente para dar consistencia a las creencias de don Quijote, de tal modo que cuando afirma ver a Dulcinea en cuerpo de princesa y acompañada de hermosas doncellas no deja de estar viendo a tres campesinas manchegas; cosa bien diferente en don Quijote que cuando asegura ver gigantes, o ejércitos, o monstruos, los ve en lugar de molinos, rebaños de ovejas u odres de vino. Sancho aprende que este tipo de recursos son útiles y sirven en el mundo de don Quijote, y lo alimenta para sostener dicho mundo, del que espera grandes ventajas y del que aprende constantemente.
Pero al igual que en el encuentro con los Duques, Barataria fue una experiencia real para Sancho, aunque significó todo un gran engaño, para don Quijote fueron reales todas y cada una de sus aventuras por él imaginadas y vividas. Detrás de cada realidad, la de Sancho y la de don Quijote, existe la poderosa motivación del deseo. El asunto adquiere mayor importancia cuando Sancho interioriza esa capacidad y descubre su ínsula Barararia personal, momento en el que el escudero se sabrá dueño de su destino y capaz de transformar la realidad.
Es en esta parte de la obra donde la quijotización de Sancho parece irreversible y llega a creer a pies juntillas cada una de las experiencias vividas en el ambiente cortesano recreado por los nobles. Don Quijote, que ya había empezado a ver ventas y no castillos, no tiene que imaginar nada en el contexto en que se halla, pues se corresponde puntualmente con la versión literaria que tenía del mismo. Es Sancho el que se toma toda la puesta en escena por verídica y actúa en consecuencia, ocasión que le dará para hacer una gran demostración de su sentido común y buen arte para el gobierno, conviertiendo Cervantes el episodio en una crítica de la ambición y reflexionar –en palabras de Martín de Riquer- sobre la amarga conclusión de que un gobierno perfecto y justo no pasa de ser una utopía.
A partir de este momento y tras la laboriosa y meticulosa elaboración de la novela, la evolución de Sancho será imparable y será el personaje el que guiará en la escritura la mano de Cervantes hasta su final, cuando al pie del lecho de muerte del caballero andante, éste le pide perdón por haberlo entregado a lo descabellado de su aventura y ponerle en la ocasión de parecer también loco. Entonces, Sancho, le replicará pidiéndole que no se muera, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin nadie que le mate. Ante la solicitud de Sancho de volver al campo, esta vez para hacerse pastores y encontrar desencantada a Dulcinea, se impondrá el alter ego de don Quijote:
-Señores –dijo don Quijote- vámonos poco a poco, pues ya en nidos de antaño no hay pájaros hogaño. Yo estuve loco, y ya estoy cuerdo: fui don Quijote de la Mancha y soy ahora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno.
La curación casi repentina de la locura de don Quijote poco antes de morir parece plausible y se explican algunos de estos casos en la psiquiatría actual, de tal modo que Cervantes probablemente consultaría a alguna autoridad en la medicina de la época, y por otro lado nos demuestra, una vez más, ser un gran conocedor del alma humana y de las enfermedades mentales.
Pero, a partir de este momento, Sancho Panza sabe que su vida está enteramente en sus manos y que él mismo puede y debe ser dueño de su destino, sin poder evitar ya a estas alturas que el recobrado Alonso Quijano el Bueno concluya con su testamento, y muera.
Julio González Alonso.