Ursula Wölfel

URSULA WÖLFEL
1922 (RFA). Maestra.
Sus obras de marcado contenido social han sido traducidas a más de quince idiomas;
Premiadas una por una y en su conjunto.

“Si sabes meditar, observar y conocer
Sin ser escéptico;
Si sueñas, y los sueños no te hacen esclavo;
Si piensas, sin ser sólo pensador…
Entonces,
serás hombre, hijo mío.”

Rudyard Kipling
En un posible muy certero puedo afirmar que el libro sobre el que pergeño estas letras, cayó en mis manos hace veinte años, manchado de hollín y ceniza resoplada.
Tras un incendio en la biblioteca del colegio donde trabajaba  mi madre, fueron llegando a casa libros ennegrecidos, entre ellos un título: Campos verdes, campos grises.

En la introducción ya se advierte con letras grandes y espaciadas, que las historias que  nos van a ser contadas son ciertas, y por eso resultan incómodas.
En la lectura nos sumerge, la autora, no en un preparado fantástico de esos que gustan a nuestros niños (y a nosotros no es más fácil que entretengan su mente sin porqués más allá de esos concentrados de varitas mágicas), sino en una realidad a secas, parca, sin muchas explicaciones, sin edulcorantes…
Por ser verdaderas, estas historias no suelen tener un final feliz.
Al leerlas, se nos plantean muchos interrogantes que cada uno resuelve a su modo, con su edad, con su mundo de suelo firme.

Ursula Wölfel escribe sin moralejas, sin didactismo y sobre todo sin aburrir; a pesar de hablar de cosas como la marginación,  la guerra,  la opresión, hambrientos, alcohólicos… el secreto seguramente estribe en mostrar de cada personaje su esbozo psicológico, que hace que llegue al pensamiento y se convierta en un significado a través de la emoción.

Cuando hablamos de literatura infantil, olvidamos que la infancia no debe estar higienizada del mundo real, de ese mundo que eriza la piel y lacera el alma.
Desproteger a nuestros niños, a nuestros muchachos, no significa traicionarlos;
tampoco me debo a la idea de crearles una cuna utilitarista aséptica.

Leyendo Campos verdes la razón se invierte, porque estos se señorean sobre los Campos grises y, en el mundo de color crematístico suele ser bien al contrario;
Luego se nos representa “Un país semejante”, donde no se puede decir lo que se piensa, ni se puede saber todo aquello que uno sabe.
Qué tremendo silogismo para un niño, qué fuerza vital para su desarrollo.

No podría decir la impresión que tuve la primera vez que me paseé por estos campos, ni qué muesca dejaron en mi conciencia; sólo decir que las primeras lecturas deben forjar una voz propia sobre el mundo circundante: que nuestros olvidados no sean nuestro futuro.