Por la mente que dice que vivir es un arte, asoma una serena transmisión del pensamiento, una enciclopedia liberal que admira a la inteligencia rebelde, pedazo de nuestro cosmos literario más provisto, que muestra la paridad del intelecto con la belleza que habita cuanto infiere en el hombre. Considerado uno de los mejores críticos literarios de nuestro idioma, autor de más de un centenar de libros, está en posesión del Premio Nacional de Ensayo, Premio Nacional de la Crítica Literaria, Premio Fastenrath de La Real Academia Española, y el Premio José María de Cossío. Es académico de Honor de la Real Academia de Cultura Valenciana.
En la actualidad, dirige la Compañía Nacional de Teatro Clásico y es el director general del Instituto de Artes Escénicas y de la Música. Doctor en Filología Románica, es Catedrático de Literatura Española en la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid.
Vale decir de Andrés Amorós Guardiola (Valencia, 1941) que es el don de la elocuencia con muchas horas de estrado.
Profesor, ¿cómo se encuentran sus ganas de disfrutar de la vida?
Aunque el panorama que vemos en España -y en el mundo- proporciona datos de sobra
para el pesimismo, siempre he defendido que la concepción mediterránea de la vida, en la que modestamente me incluyo, parte del amor a la vida como principio básico.
Me gusta recordar una frase definitiva de don Juan Valera, en una carta a su amigo Laverde: “En fin, viva la vida y amémosla, a pesar de todos los males. Sin este amor de la vida, ni los individuos ni los pueblos suelen hacer nada bueno”.
Como diría Paco Umbral: “Pues eso”.
Retrocedamos, vayamos a la génesis del pensamiento de Andrés Amorós.
LA España del franquismo de los años cincuenta y sesenta, con su notoria pobreza, producía una cosa buena: hambre. Hambre de todo: de conocer, de viajar, de leer, de disfrutar, de ser libres. Hoy, los jóvenes tienen muchas más posibilidades pero -me temo- menos hambre.
¿Es usted un enamorado de las expresiones artísticas de hombre?
Por supuesto. La belleza es la verdad, decían los clásicos. El arte nos hace disfrutar, conocer mejor el mundo y a nosotros mismos; nos consuela de las desgracias.
Como dice Keats, “una cosa hermosa es una alegría para siempre. Y Valle Inclán: “El arte no se acaba nunca, porque sirve para pasar el invierno, ya que el arte es siempre primavera”.
Toros, fútbol, gastronomía, literatura, poesía, música, teatro, docencia. Con tanta diversidad en los gustos, ¿podría ser que no hubiera nada que le terminase de satisfacer?
La inquietud permanente creo que es positiva. Dentro de eso, claro que coloco al más alto nivel la creación artística. Todos -creo- daríamos la vida entera por haber escrito un soneto de Quevedo o una suite de Bach.
Por otro lado, la cultura auténtica es vida: en ella, se suma, no se excluye.
Profesor, ¿la Universidad se está convirtiendo en algo demasiado accesible? Por otro lado, ¿añora la manera de transmitir de Menéndez Pidal, Dámaso alonso, etc.?
Sin selección, exigencia y esfuerzo no cabe excelencia; lo han olvidado muchos “progresismos demagógicos” y muchos pedagogos ignorantes. En cultura, no todo es igual, no puedo serlo: yo no escribo -¡qué más quisiera!- como García Márquez. Es bueno extender la cultura pero es malo rebajar el nivel.
En cuanto a la segunda pregunta, por supuesto que sí. En la Universidad que yo conocí había unos maestros que hoy apenas existen. Y el espíritu de eso que llaman “Bolonia” tiende a acabar con todo ello, bajando todavía más el nivel y suprimiendo por “nefasta” la clase magistral, una de las esencias de la enseñanza universitaria.
¿Cómo se arregla el profesor para preparar a las nuevas generaciones sin caer en la orilla panfletaria?
Respetando al alumno. Siendo honesto intelectualmente. Creyendo firmemente en los valores que uno muestra. Siendo liberal, admitiendo ideas contrarias. Y, sobre todo, amando de verdad lo que uno enseñe, sea literatura o cualquier otra cosa.
¿Las sugerencias del profesor Amorós para el recién licenciado?
Que intente ganarse honradamente la vida, sin venderse. Que trabaje (decía Larra: “La pereza: la gran causa de todos nuestros males”). Que no pierda nunca la curiosidad intelectual. Y que sea él mismo: que siga ningún “evangelio”, que intente conseguir la libertad interior, la más difícil.
Supongamos que no ha podido usted evitar que le nombraran Ministro de Cultura…
¡Líbrenos Dios! En una hipótesis tan terrible, empezar por la educación. Sin educación, no cabe verdadera cultura. Y, sin sectarismos, predicar el respeto profundo a los auténticos valores culturales, vengan de donde vengan.
¿Qué pintan los intelectuales en el destino de un país?
Hay mucha confusión en quiénes son los verdaderos intelectuales, cuyas opiniones merecen especial respeto. Se puede pintar bien, tocar el violonchelo con técnica o cantar con gusto y tener ideas sociales y políticas pueriles, carentes de todo interés. No basta ser artista o ganarse la vida con temas culturales para ser capaz de analizar la realidad
Con cierto fundamento: podría dar montones de nombres.
¿Ideal o pragmatismo?
Don Quijote y Sancho, juntos. Y que predomine uno u otro según las circunstancias. Hay que intentar ser “buen torero en la plaza” y “buen serrano en la sierra”.
Sr. Amorós, autor de varios libros de Tauromaquia, ¿quién es el torero?
Joselito el Gallo. Es la Tauromaquia; como Bach, la música; Velazquez, la pintura; Cervantes, la novela; Shakespeare, el teatro; Di Stéfano, el fútbol.
Teniendo en cuenta que hay una gran corriente en contra, ¿qué futuro le augura a la Fiesta?
Depende de lo que quieran los españoles. Buena parte de la actual oposición a la Tauromaquia obedece a motivos puramente políticos: por considerarla fiesta española (en eso tiene razón) se oponen a ella, no quieren nada que les recuerde a España. ¡Bueno! Ellos se lo pierden.
Por cierto, ¿qué pasaría con el toro si no existiera la Fiesta?
Desaparecería como especie. Lo dijo el veterinario Cesáreo Sáez Egaña: el toro bravo es la “máxima aportación española a la zootecnia universal”. Es una creación humana, cultural. No es pura naturaleza salvaje.
Cambiemos de tercio. ¿Lo suyo es pasión por la lectura?
Sí. Y por la vida, claro. Lo dice Charles du Bos: Sin la literatura, ¿qué sería de la vida?
¿Qué parámetros emplea Andrés Amorós, crítico literario de gran prestigio, para incorporar nuevos autores a la nómina de los creadores sin tiempo?
Lo dijo Pedro Salinas en estados Unidos: hay que buscar “the pastness of de present” y “the presentness of the past”; la cualidad actual de los clásicos y la capacidad de las obras actuales verdaderamente valiosas para perdurar, más allá de las modas y la comercialidad.
¿Cómo se sabe eso? Con gusto y olfato literario. Uno puede equivocarse, claro.
Alguna vez he acertado apostando por obras que acababan de publicarse y que, en mi opinión, perdurarían: así lo hice, por ejemplo, con “Cien años de soledad” (ahora suena cómico, pero acaba de publicarse una recopilación de críticas del “boom” que lo muestran) , “Rayuela” de Cortázar, “La saga/fuga de JB” de Torrente Ballester, “El jardín de las delicias” de Francisco Ayala,”Mortal y rosa” de Francisco Umbral, el primer estreno de Nieva, “El álbum familiar” de Alonso de Santos, en fin… Pero otras veces me habré equivocado, supongo.
¿Recuerda algún autor sobrevalorado?
Muchos autores de best-sellers. Baste con dos nombres: “El código da Vinci” y Paulo Coelho. Y tantos más, en esas líneas. Son “productos de marketing”, tienen muy poco que ver con la literatura, buena o mala.
¿El escritor o su obra?
Lo queda es la obra. Sentimos curiosidad por el creador pero, si lo conocemos, muchas veces nos desilusiona (no siempre). No importa que Quevedo o Cernuda fueran personalidades bastante discutibles, o que Monteverdi, quizá, fuera un asesino: queda su maravillosa obra. Cuando se da la congruencia entre las dos cosas, ¡mejor que mejor!
¿La novela se muere?
Siempre se ha dicho. Y me parece, con perdón, una tontería. Se muere, quizá, un determinado tipo de novela, no la ficción narrativa. Y nos morimos nosotros mismos, claro, que nos solemos quedar parados, en nuestros gustos.
¿El escritor?
Cervantes, el más contemporáneo de todos.
Se ha preguntado alguna vez ¿para qué sirve tanto aprender en un trecho tan efímero?
No: eso es lo que nos diferencia de los animales. Recordemos la imagen clásica de Pascal: somos una caña enormemente frágil, pero una caña que piensa. Esa es, pese a todas las limitaciones, nuestra grandeza. Y, además, uno de los impulsos más humanos es el de entender el mundo y a nosotros mismos. Decía Eugenio d’Ors: “¡qué gran fiesta, señores, conocer!” Y una copla flamenca: “El conocimiento- la pasión no quita”.
Añado yo: todo lo contrario, la aumenta, si no nos olvidamos de otras parcelas del ser humano.
Don Andrés, si le digo que me parece que usted profesa culto a la educación, que esta enamorado del ser humano, ¿podría contestarme poniendo fin a la entrevista?
Es verdad. Creo firmemente que todas las cosas valiosas del ser humano -desde amar hasta beber whiskey- requieren un aprendizaje, un esfuerzo. Por eso agradezco yo a mucha gente que, en clase o fuera de ella, me han ayudado a comprender y disfrutar con aspectos de la realidad que yo solo probablemente no habría alcanzado. Y, desde luego, admiro profundamente los casos -por desgracia, no tan frecuentes- en que la inteligencia de alguien resplandece y se aleja de tópicos y consignas.
Nada más, sólo darle las gracias a usted, Rafel, y saludar a los lectores.