El afán explorador de José Moreno Villa

Hola, amigos, bienvenidos a esta nueva andadura de la Revista Alaire, en esta esquina de la “cultura con telarañas” que representa Textos Rescatados, en la que intentamos recuperar, dando brillo y esplendor, textos y autores un poco perdidos en el olvido y que por su calidad e interés merecen ser devueltos de nuevo a la luz, aunque sea ésta, la de la pantalla de un ordenador.

Esta vez hemos elegido un texto de José Moreno Villa, una figura de gran talla intelectual y precursor de la generación del 27, de gran prestigio en su tiempo, y ahora un tanto injustamente olvidada. Si hubiera que encontrar una explicación a este injusto olvido, podríamos aplicar lo que él mismo escribió a la muerte de Don Manuel B, Cossío, “si no fue –ni será– popular, se debe precisamente a la multiplicidad de elementos finos que lo componían”. Pero una cosa es no ser popular y muy otra ser olvidado.”

Nació José Moreno Villa en Málaga, en Febrero de 1887 y murió en Ciudad de México en 1955. Fue una personalidad de gran amplitud intelectual ya que fue archivero, bibliotecario, poeta, articulista, crítico, historiador de arte, documentalista, dibujante y pintor. Al comenzar la guerra Civil, debido a su compromiso con la República se exilió a EEUU y finalmente a Méjico.

Después de estudiar química en Alemania, a donde lo envió su padre, fundó en Málaga la Revista “Gibralfaro”, única revista cultural de la ciudad durante mucho tiempo. Posteriormente en Madrid, participó intensamente en las actividades de la Institución Libre de Enseñanza y de la Residencia de Estudiantes. Podemos decir que fue uno de los introductores del surrealismo y en general de los movimientos artísticos de vanguardia en nuestro país.

Esta considerado un “poeta de transición”, ya que en cierto sentido es un precursor de la generación de 1927. Pero su obra de madurez se introduce de lleno en la poética del grupo. En cuanto a su obra pictórica, el Museo de Málaga conserva cuarenta y nueve de sus obras, de diversas técnicas y estilos. José Moreno Villa es uno de los personajes importantes de la última novela de Antonio Muñoz Molina, “La Noche de los Tiempos”; en ella se reivindica su figura, dejando entrever que fue el precursor de ideas que no supo o no pudo rentabilizar y que otros las utilizaron como propias.

Rescatamos desde ese joyero que es la Revista “Poesía”(publicación cultural del Ministerio de Cultura que vio la luz desde 1977 hasta 2005, se editaron 45 números), el artículo titulado “El afán explorador”, publicado en el periódico madrileño el Sol el 5 de Octubre de 1927, en el apreciamos todo el entusiasmo decididamente “moderno”, indagador de todo lo nuevo, de Jose Moreno Villa, y que tanto iba a impregnar los movimientos artísticos de la época.

El AFÁN EXPLORADOR

José Moreno Villa

Buscar, indagar, perseguir el secreto más recóndito y el modo de expresarlo más eficazmente; meter la inteligencia donde no llega el auscultador médico, explorar todos los campos, creo que es también muy nuestro, muy de la hora. Y con entusiasmo, con saltarín afán. En muchos, significa este fenómeno deseo vivo de conocimiento, pero en nosotros significa más que deleite aventurero. Para estos las consecuencias no importan, porque, si son dolorosas, el nuevo arranque de la futura exploración o intentona, borrará el pasado.

Nada tan grato para el hombre moderno como ver el panorama del Mundo en forma de vivero de problemas. Esta visión le encandila o enciende. Le anima porque le asegura el entretenimiento a lo largo de su corta existencia. Jamás aparece el tedio en el horizonte del explorador. El mejor bien con que la Providencia puede regalarnos será, por consiguiente , el de la disposición para avizorar los problemas.

La mentalidad burguesa no admite semejante afirmación, puesto que grita: “A mí me deja usted de problemas, ya tengo bastante con los que me trae la vida sin yo buscarlos” . Pero el hecho importante es, que todo avance, lo mismo en pintura que arquitectura, medicina o historia, poesía o filosofía se debe al entusiasmo explorador del hombre, a la satisfacción que el problema le reporta.

Hay una palabra vulgar que resume este espíritu: INTERESANTE. Fijaos que el mayor elogio sobre una persona o cosa, desde hace unos años, se concreta en este vocablo: ¡Que interesante es este libro! No me interesa Fulano. ¡Qué país más interesante! No recurrimos hoy a las palabras “bello”, “hermoso”, “grande”, como en otras épocas. Procuramos bautizar de interesante lo que nos afecta.

Y si nos detenemos a ver qué es lo interesante, nos chocará, que en la mayoría de los casos, es “lo desconocido”. Hay muchas cosas y personas desconocidas que carecen de interés, pero lo interesante es desconocido, o lo que es igual, campo de exploración que nos atrae porque nos convierte en indagador de problemas, en detective. Y uno de los mayores halagos para el hombre consiste en suponerle capacidad para el descubrimiento.

Ensartemos las palabras después de una discreta selección y tendremos el espíritu de nuestra época. Relacionemos la palabra “interesante” con otras “curioso” “extraño” que aluden también al mundo de lo desconocido, al mundo de la exploración. Y, alargando, el brazo, sujetemos luego a la palabra “ensayo”, que puede servirnos igualmente.

No tenemos que reducirnos a pensar en Proust, Picasso, Lindbergh, Lenin o Pirandello, formidables ensayistas, populares ya. La tierra de 1927 se encuentra en ebullidor ensayo. Todos a una tenemos un laboratorio. Fijémonos en que el pintor llama hoy a su taller “cocina”, y esto porque se acerca a laboratorio. Ciertos espíritus filosóficos que con la mira más elevada quisieran imponer derrotero a los hechos, solicitan ya el laboratorio del ensayo, el paso a la otra −¿cómo llamar a esta obra?−. Pero ese paso sería un ensayo más, un intento de sobrepasar el ensayo.

He visitado estos días el estudio o “cocina” donde un pintor joven, Francisco Bores, anima o vivifica las telas encoladas. Y con este amigo, que acaba de remover en París la conciencia artística con sus obras –a la par que Viñes, González de la Serna, Cossío, Manolo Ortiz, Peinado y otros− he hablado y explorado un poco en la materia. También con Hinojosa, ensayista lírico.

No pasa todavía la época del ensayo, al revés, se consolida y agudiza. Bores empuja ya los elementos de la pintura a los límites del colmo. A la vera de sus cuadros, los cubistas van resultando perfectamente canónicos, sentados, normalísimos. El ensayo de Bores irritará, como siempre, a los mismos. Y, sin embargo, no puede renunciar a su camino; es su vida, su alegría, su salvación. Lo que no es ensayo, es copia, y como tal, aburrimiento, castigo, deber, pedagogía. Y el arte no es lo que nos imponen, sino lo que conquistamos, es decir el fruto de la exploración.

−¿No será caedizo todo esto? –les pregunto para explorar la firmeza del convencimiento que los anima–. ¿No será fruto de un día, sin mañana, sin eternidad? Y ellos contestan con un perfecto acorde moderno.

–No tenemos esa pretensión. Nos basta con sea eficaz hoy, al presente. Nuestros cuadros o nuestros versos responden con sinceridad a lo que vivimos, a lo que queremos y necesitamos.

–¿Son como los zapatos?

–Sí, y como las casas, y los muebles, y el vestido, y el habla. Van cargados de nuestro hoy. No podemos pretender que dentro de un siglo se usen los mismos tranvías ni los mismos pensamientos, ni los mismos sostenes de paredes –cuadros– que hoy. Nuestros cuadros serán historia entonces, y harán a nuestros bisnietos la impresión que los del Museo a nosotros, los no hipócritas.

Así piensan los que podemos llamar exploradores. Y si de sus palabras pasamos a examinar sus obras, no encontramos, en efecto, con que en ellas hay entretenimiento para la inteligencia, interés, enigma, claridad, sorpresa y lógica; una porción de cualidades, a cambio de otras que tenía lo antiguo. No digo que sean mejores ni peores; son otras y son más eficaces, más atrayentes; carecen de pretensiones, rehúyen la transcendencia en el asunto o motivo; buscan el secreto del arte en los elementos de éste y nada más. Como el aviador busca el secreto en el motor, en las corrientes de aire y demás elementos del vuelo, sin preocuparse de la mitología, la historia o cualquier otro motivo transcendental.

Estas condiciones primarias de la producción actual conducen, sin embargo, al estancamiento, monopolio y subdivisión de gentes.

Los gustadores no son, en realidad, más que técnicos, los profesionales; éstos disfrutan de un monopolio y por eso protestan los demás, el público. La solución es difícil, porque al explorador le interesa el público, muy en última instancia. Sobre todo, sabiendo que a éste no le gusta más que lo conocido.

El Sol, Madrid, 5 de Octubre de 1927

J. J. M. Ferreiro.

Poeta y escritor.