No recuerdo muy bien lo que estaba soñando esa mañana, suponiendo que estuviera soñando algo, lo que si recuerdo bien, por desagradable, fue el sonido machacón del despertador. No había duda, era un día laborable más, y, por consiguiente, había que levantarse para ir al colegio.
Como siempre, con más pereza que otra cosa, rutinariamente puse los pies sobre el suelo y me dirigí al cuarto de baño, primera parada obligatoria de la mañana.
Me metí en la ducha con los ojos casi cerrados, como si con ello fuera a ser un día diferente.
Con toda la calma del mundo dejé que el agua se deslizara por mi cabello y, pensando en mis cosas, pasados unos minutos, acabé con el ritual mañanero de mi ducha.
Una vez cuidadosamente secado me situé delante del lavabo observando en el espejo mi expresión de día laborable.
Miraba detenidamente mi cara, así como si no me la supiera de memoria, y, también, como cada mañana, buscaba algo que no me fuera a ser familiar.
No sé si ese pequeño lunar que vi en aquel espejo había estado siempre allí, o, simplemente no me había dado cuenta antes de su existencia, el caso es que acerqué mis dedos a esa pequeña manchita y, todavía no sé muy bien por qué, dirigí mi mano hacia el espejo no fuera a ser que la mancha siempre hubiera estado allí y no en mi cara.
De pronto, un escalofrío recorrió mi espalda de punta a punta…, mi dedo se deslizó como por encanto hacia el interior del espejo. Involuntariamente presa del pánico retiré mi mano y di un enorme salto hacia atrás.
A ver, me dije sin pronunciar palabra, esto no me puede estar pasando, ¿realmente estoy despierto? Inconscientemente me pellizqué con fuerza y a juzgar por la reacción de mi piel, efectivamente lo estaba.
Durante unos instantes me quedé mirando fijamente aquel espejo, supongo que para cerciorarme de que era yo el que estaba allí delante, y despacio, muy despacio, acerque de nuevo el dedo hacia él, temblando pero decidido a saber qué estaba pasando, y nuevamente mi dedo se introdujo atravesándolo sin que por ello notara sensación alguna. Detrás de mi dedo entró la mano y así sucesivamente hasta que mi cuerpo entero pasó al otro lado.
Curiosamente yo seguía viendo la luz del cuarto de baño a mi alrededor, pero solamente la luz, nada más había en aquella especie de sitio vacío, ninguna otra extraña sensación.
Una vez en el otro lado, me volví de espaldas y pude ver con claridad todo el cuarto de baño enfrente de mí. Enormemente asustado regresé por donde había venido y sin ninguna dificultad volví a entrar al cuarto y me situé de nuevo ante el espejo, terminé de vestirme y salí apresuradamente de allí.
Me tomé unos minutos para intentar relajarme, pero curiosamente aquella situación dejó de producirme miedo para pasar a ser una sensación indescriptible de superioridad. No podía ser, pero el caso es que era, yo tenía el poder especial de atravesar los espejos, o al menos uno, y probablemente siempre lo había tenido porque, que yo recordara, nunca había sentido la curiosidad de meter un dedo en el espejo, claro que la cosa tampoco era como para haberlo imaginado.
Pensándolo fríamente, bueno, más o menos, quizás aquello no era solo cuestión de un espejo. Al pasar por el recibidor, no pude evitar fijarme en el otro espejo que estaba colgado de la pared, algo más pequeño que el otro, pero, quien sabe…
Efectivamente, de nuevo mis dedos atravesaron aquella pared en la que solo estaba mi cara y mi cuerpo mirando cómo desaparecíamos.
Esta vez ya me lo tomé con más calma y estuve un buen rato de pie dentro de aquel espejo mirando hacia fuera, esperando no sé qué, pero, como las sorpresas nunca vienen solas, en ese momento mi madre apareció al otro lado del espejo y se detuvo a retocarse un poco el pelo antes de salir a la calle. Y allí estábamos los dos, una en su sitio, mi madre, y el otro en el sitio que no debía, o sea yo, como casi siempre.
No pude resistir la tentación de llamarla y, cuál fue mi sorpresa, ella no reaccionó, como si yo no existiera, o sea que evidentemente ni me veía ni me oía… y así pasaron unos segundos, en los que yo pude observar entre asustado y divertido, cómo mi madre terminaba de arreglarse mientras yo la miraba fijamente dentro de aquel espacio extraño.
Sin embargo, lo peor y más espeluznante estaba aún por venir, detrás de mi madre, justo cuando se dirigía a la puerta de la calle, cargada con mi mochila y de la mano de mi hermana… pasaba yo hacia la puerta para salir con ellas y dejar vacío el espacio de mi vista, solo el suelo y las paredes, y yo allí dentro.
Cuando se marchó, yo volví a salir de mi espejo y me fui al colegio, supongo que persiguiéndome a mí mismo, con la extraña sensación de tener superpoderes que, probablemente, no servían para nada, o sí, quién sabe, pero lo cierto es que desde aquel día tengo la sensación de ser algo superior y, sobre todo, ahora que lo he contado, seguramente tenga más amigos o enemigos, no lo sé, pero lo que sí es cierto es que todos aquellos que estéis leyendo o escuchando esta historia, os pondréis con un poco más de cuidado delante de algún espejo por el que yo pueda andar cerca, porque lo que no sabréis nunca es si es el de fuera o el de dentro del espejo el que os esta hablando.
¿Verdad que sí?
Miguel Alcantud.
Poeta y escritor.