Autor: Armilo Brotón
Apenas cumplidos los tres años, su familia se traslada a la Pola de Gordón, en la montaña central leonesa. En León terminará el antiguo Bachillerato Superior y Magisterio; es entonces que hace las primeras incursiones en el teatro juvenil, llegando a dirigir el grupo escénico de Magisterio y formar parte en la creación de Grutélipo (acrónimo de Grupo Teatral Libre Popular), agrupación teatral que tendría una larga trayectoria en la escena cultural leonesa. Pronto marchó a Barcelona donde tomó contacto con el grupo teatral Los Cátaros fundado y dirigido por Alberto Miralles. Entré en la Universidad en donde empezó Psicología y además de participar en el mundo del teatro comenzó a hacerlo, también, en la lucha política estudiantil.
Después de pasar unos meses en la ciudad de Oviedo, inmerso en la agitación social de la época, llegó el paréntesis obligado de la entonces obligada mili. De vuelta a Barcelona fueron el trabajo en la escuela, la continuación de los estudios de Psicología y el compromiso político con grupos próximos al PSUC, primero, y luego integrado en la CNT, las actividades que ocuparían su tiempo y vida, hasta que fue desplazado a Vizcaya donde terminó Psicología en San Sebastián (Guipúzcoa) y dió por concluida su actividad política tras la escisión de la CNT en el V Congreso en Madrid, en el que participó como delegado.
Y en medio de todos estos días, escribía. Hubo lugar para amores y desamores, rupturas y encuentros que fueron cuajando lo que hoy es su vida familiar.
En mayo del 2015, gana el II Premio de Poesía Trecembre.
– Julio, ¿qué define mejor a la poesía, un buen vino o un soneto de Garcilaso?
Son dos aspectos complementarios. El vino representa la experiencia, lo sensorial, la base que sustenta la poesía y de la que se nutre; el soneto de Garcilaso es la expresión de esa experiencia. Podemos degustar poesía a través de ambos canales. Recuerda que Dante Alghieri dejó escrito aquello de que “el vino siembra poesía en los corazones”. Por algo será.
-¿Qué significa la poesía en tu vida?
En este momento representa la oportunidad de expresar mi particular visión del mundo, de la existencia y sus experiencias, de manera equivocada o no. No entiendo la poesía como profesión y ni siquiera ejerzo de poeta, así que mi vida transcurre –afortunadamente- con las mismas complicaciones de las personas que me rodean, los mismos miedos y creo que las mismas dudas e ilusiones. Entre mis necesidades, digamos que se encuentra ésta de escribir poesía de la misma manera que otros tienen la necesidad de escalar montañas, navegar o hacer pajaritas de papel. Creo, no obstante, que la poesía en general –no mi poesía- es una buena herramienta para la convivencia, la comprensión de los demás y que siempre ayudará a hacer posible humanizar y mejorar nuestras sociedades.
-Háblanos del primer poema que te impactó. De su retrogusto. De los versos que te quedaron en la memoria.
Fueron –trato de recordar- versos muy tempranos del romanticismo español, Gustavo Adolfo Bécquer y Espronceda. Los sentimientos y emociones preadolescentes se recreaban bien en la atmósfera de las rimas arrobadas de amor o los versos vigorosos, rebeldes e inconformistas de “la canción del pirata”. A modo de ejemplo, vaya la rima XXI de Bécquer:
¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú.
– Escribía Octavio Paz:
La palabra del hombre
es hija de la muerte.
Hablamos porque somos
mortales: las palabras
no son signos, son años.
A colación de estos versos quiero preguntarte: ¿Para ti la poesía es más memoria o aprehensión del instante?
Escribía Julio Llamazares, tocayo y paisano:
No existe otra espiral que el bramido del tiempo.
Amasar la memoria es bondad de alfareros,
lentitud de veranos en la fabulación.
(Memoria de la nieve, 1982)
Han pasado bastantes años desde la escritura de estas palabras y las de Octavio Paz, ¡pero qué actuales y certeras resuenan en el alma!
La poesía, en mi opinión, es vida hecha memoria y nutrida de memoria. Todo cuanto pasa por nuestra experiencia se hace memoria y memoria es la alargada mano del pasado y los orígenes, lo que otros construyeron, soñaron y cantaron para nosotros. En el mismo sentido y en otra entrevista de Alaire del año 2008, dejé dicho que “escribo del mundo que me ha tocado vivir, lo que incluye la memoria histórica que legaron mis mayores. El mundo, sigo pensando, es la poesía; la percepción del mundo y el modo de explicarlo. La herramienta para este fin es la palabra y su poderosa capacidad de evocación y de emoción al crear belleza”. ¿Qué ha de ser, a la postre, este mismo intento de respuesta entregada a “el bramido del tiempo”?.
– Me resulta curioso que muchos poetas hayan tenido alguien de su entorno cercano que les contaba cuentos o les recitaba poemas en la más estricta tradición oral de la lírica. No sé si esto tiene algo que ver con el sentido musical que luego adquiere el futuro poeta, pero creo que tiene una importancia fundamental en la creación del gusto en los futuros lectores. ¿Has tenido alguna experiencia de esto?
He tenido muy cercana la experiencia de los llamados “filandones” que se celebraban en los pueblos leoneses. En las largas noches de invierno, rodeados habitualmente por la nieve en las montañas, se reunían en dos o tres casas hombres, mujeres, ancianos y niños. Había juegos, se hilaba o cardaba la lana y se contaban historias al amor de la lumbre, muchas de ellas en forma de romances y coplas.
Aunque no viví estos “filandones”, sí me llegó su magia a través de los testimonios de mis mayores y de las historias que recordaban. En algún caso también recogí estas historias en lengua leonesa en pueblos de Babia o Laciana de boca de personas ancianas, al lado de un café de pota puesto a la lumbre, como Adelaida Valero en La Cueta de Babia allá por los años ochenta.
Creo que, sin duda, mi imaginación ha adornado estas costumbres y las ha idealizado. Pero no puedo sustraerme al poder de evocación de estos recuerdos.
De cualquier modo, no me parece que sea requisito para la adquisición de ese “sentido musical” al que aludes en tu pregunta el hecho de haber participado de estas experiencias. Tampoco sé en qué medida me ha influido a mí; en todo caso, puedo decir que lo recuerdo con emoción.
– ¿Por qué piensas que es más difícil ser lector de poesía que de prosa?
La intensidad de las imágenes, los vericuetos emocionales por los que transita el poema, la densidad del verso y las múltiples evocaciones e interpretaciones a las que nos enfrenta la poesía, hacen que su lectura deba ser radicalmente diferente a la prosa. Se trata de una lectura más exigente.
– ¿Qué se podría hacer hoy para que este arte tuviera el impacto de la música o la pintura, por ejemplo, en la sociedad?
Pues no lo sé. Lo cierto es que desde hace seis años participo en la experiencia de llevar, junto a otros compañeros, la poesía a la calle, más concretamente, a los bares. La respuesta, contra todo pronóstico, está siendo excelente y en cada convocatoria reunimos una media de ochenta personas, a las ocho y media de la tarde de los miércoles, en bares diferentes cada vez. A pesar de lo aparentemente poco adecuado del ambiente, sorprende el grado de atención que se consigue y la participación que nos prestan.
Debo decir que –en este caso- se tiende a ofrecer una poesía “más fácil” e inmediata, con un lenguaje más directo, más narrativa, y que la calidad resulta irregular. Pero es una buena manera de atraer a un público que no acudiría a un recital convencional.
Tampoco, por desgracia, este éxito se corresponde o viene seguido de una venta sensiblemente mayor de libros.
– ¿Cuáles son tus claves para leer un poema?
Mi actitud ante la lectura de un poema es la de abandono. Me entrego y dejo llevar. No exijo nada “a priori”; luego, sí, juzgo la experiencia según la calidad de las emociones, el valor de la sorpresa, el poder evocador o la belleza alcanzada.
– Tres libros que nunca me regalarías de tu biblioteca.
Siguen sin encontrar su ocasión el “Ulises” de James Joyce, aunque sí me interesó el Retrato de un artista adolescente. Tampoco Marcel Proust con “En busca del tiempo perdido” tiene suerte; suerte que sí tuvieron “Por el camino Swan” y “A la sombra de las muchachas en flor”.
– Poesía en la mirada, en la boca, en las manos. Prospección distinta del mundo que nos rodea para descubrir los acertijos de la vida. ¿Cuál es la materia prima de la que se alimenta tu poesía, los temas que más te motivan para hacer un poema?
Los temas que me interesan o se interesan por mi poesía son todos los que puedes encontrar en cualquier autor: el amor, el paso del tiempo, la historia, los orígenes, la muerte, dios, las tragedias humanas, la injusticia, la felicidad, las dudas, los miedos, la tristeza, la amistad la belleza, el dolor y la desesperación y, en fin, todo lo que forma parte de la experiencia de estar vivo y saber que la muerte es el punto final del poema.
– ¿Te diviertes cuando escribes o es una necesidad dolorosa?
No puedo decir que tenga una experiencia dichosa del momento de escribir. Lo vivo con desasosiego, como si hubiera perdido el equilibrio cotidiano, con impaciencia. Me siento secuestrado intentando resolver la necesidad de dar forma a algo que pugna por salir; en este sentido, escribir es como parir, dar a la luz, nacer. Cuando ese nacimiento culmina, recupero la calma, me siento más tranquilo, sonrío.
– ¿Cuándo empezaste a escribir poesía?
Empecé a escribir versos con ocho o diez años. Eran unos versos magníficos, llenos de intuición, musicales, llenos de pareados y ripios, amorosos y tiernos. Así los recuerdo. Luego perdí la inocencia y jamás recuperé aquella frescura. Pero quedaron en la memoria de las cosas buenas.
– ¿Podrías definir tu poética?
No podría. Sé que soy diferente de otros autores en la manera de conducir el poema y de tratar lo relevante de los temas. No me identifico con nadie ni creo poder adscribirme a ningún movimiento o corriente poética. No tengo definición. Todo ello, no obstante, no puede negar el hecho de estar influido por las lecturas habituales e interiorizar mucho de lo bueno que pasa por mis manos, aunque sea de manera inconsciente.
– ¿Qué poetas lees habitualmente?
Aparte de los autores que publican en Alaire leo poca poesía y casi siempre acabo en los mismos poetas, leídos a sorbos, entre los que se encuentran Blas de Otero, Antonio Gamoneda, Pereira, Antonio Colinas, Caballero Bonald, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Octavio Paz, Leopoldo M. Panero, Bertolt Brecht, Pablo Neruda, Antonio Machado, Góngora, Quevedo, Juan Ramón Jiménez, Miguel Hernández, García Lorca, Gabriel Celaya, Huidobro, León Felipe, Victoriano Crémer… y otros muchos de los que una extensa nómina la forman poetas leoneses, como puedes ver.
– ¿En qué términos puedes cifrar tu evolución?
Puedo decir que no me siento estancado, lo que me permite presumir que tengo recorrido por delante y que este recorrido discurre en una evolución hacia una poesía enfrentada cada vez más a su esencia, menos prolija en detalles y frases ociosas u ornamentales. Al menos eso creo percibir en los poemas inéditos en los que estoy trabajando que forman parte de dos poemarios muy distintos. De todo este trabajo no he publicado nada en Alaire y no lo haré hasta que los complete. Últimamente participo menos de lo que quisiera en
Alaire y lo hago con poemas más convencionales, pero que me resultan interesantes, como puede ser la serie de sonetos sobre personajes cervantinos.
– ¿Crees importante relacionarse con otros poetas? Y aquí quiero indagar sobre la trascendencia de una escuela, de un taller, de un grupo de poetas que pueden caminar con unos objetivos mutuos, para terminar con la última pregunta: ¿Qué significa la escuela Alaire para ti, qué te aporta actualmente?
La relación con otros poetas, cuando estos son de calidad, no deja de ser un estímulo, un acicate para la creación. Me gusta, en esa relación, constatar las diferencias de estilo, planteamientos, voz y recursos. Puedo decir que me siento más a gusto, feliz y motivado, cuanto más grande es esa diferencia y, desde ella, me afirmo a mí mismo.
No me identifico con ningún grupo formado o por formar. La riqueza de la relación con otros autores –en Alaire o fuera de Alaire en otros ámbitos en los que me muevo- se traduce en la conciencia de la diversidad a la que soy fiel.
– Gracias, Julio. Como remate, un brindis parodiando malamente a Kavafis:
“Para que sigamos disfrutando la vida amigo. Bebamos este vino fuerte, como sólo los audaces beben el placer. Salud.”
Gracias a ti, Miguel Ángel, y tu paciente e inteligente disposición. Acepto, encantado, ese brindis que me ofreces recuperando la cita de Dante del inicio para hacer también el cierre de la entrevista: “el vino siembra poesía en los corazones”. Salud.