Autora: María José Honguero Lucas
Hoy he comprado un puzzle en blanco, sin dibujo, sin vida, sin nada excepto sus piezas, un montón de partes engarzadas con las que volverse loco a conciencia. Anoche lo pensé y esta mañana, al mismo levantarme, me he dirigido a la papelería de la esquina, ésa que regenta la chica que dices que te aborrece, aunque yo nunca he comprendido muy bien el porqué. Conmigo ha estado bastante simpática, incluso cuando he tenido que repetirle un trío de veces lo que quería. Sí, señorita, quiero un puzzle en blanco, me da igual el tono, la textura y hasta el sonido, solo blanco y roto en un millón de pequeños pedazos.
Quizás si hubiese tenido el detalle de echarme un ojo en las entrañas lo hubiera captado a la primera, pero está claro que el envoltorio hace mucho.
Al final lo he conseguido, aunque te lo dan montado. Es extraño, uno tarda la vida en reconstruirse a sí mismo y ella me lo ha dado entero, incluso a lo lejos parecía no tener fisuras, ni cicatrices, ni el leve rastro salado de una mísera lágrima. Estaba intacto, impoluto y casi brillante, y me ha dado tanta rabia que lo he tirado al suelo allí mismo para que encontrara sus raíces. La chica me ha mirado con una mezcla de pánico y lástima y yo le he regalado una media sonrisa y me he largado de allí con mi castillo de naipes derrumbado en una bolsa.
Eran las nueve y diez de la mañana, quizás si hubiese sido domingo me hubiera tirado en el sofá para ver nada en la tele, pero hoy lunes es distinto, es día laborable y no tenía más labor que cementar aquel manojo de fichas dentro de algún contexto.
No me tomes por un loco, o hazlo si quieres, ya no importa, simplemente me resultaba imprescindible hacerlo, tener la potestad de poner orden con mis manos para imaginarme por un instante que aquellas insignificantes piezas eran los apéndices sueltos de mi alma.
He empezado por poner el marco, dicen que hay que hacerlo así, por eso lo he hecho, porque yo nunca he hecho un puzzle en mi vida, me falta paciencia y me sobran nervios, un marco blanco sobre el rojo aterciopelado de la alfombra. Del resto casi no puedo contar nada y podría decirte mil cosas, desde las veces que me he levantado para dar un paseo por el salón y reencontrarme con mi cordura hasta las otras tantas que he salido a respirar al balcón, podría enumerarte también todas aquellas que he pensado en ti y los cientos que te he echado de menos. Podría decirte que casi fracaso en mi construcción al haber empapado algún que otro cimiento con un hilo de llanto absurdo, al escucharte entrar por la puerta sin escucharte, y que he estado a punto de mandarlo todo al carajo marcando tu número y colgando al instante. Pero todo eso son gajes del oficio de reconstructor y al final he conseguido tranquilizarme y evitar las ansias inoportunas, aunque esa paz, amor mío, ha durado bien poco.
El puzzle estaba casi terminado, desde fuera hacia dentro, como dicen que hay que hacerlo, con todos sus trozos iguales puestos en su sitio, casi un lienzo perfecto para repintar sobre la alfombra roja que, justo en el centro, asomaba con su rojo chillón por la ausencia de una pieza. No una pieza corriente, no, exactamente la del centro, el epicentro, el origen de todas y cada una de mis desgracias.
Un corazón rojo y palpitante sobre la nada más pálida y solitaria.
Son las tres de la madrugada y no he conseguido encontrarla, se habrá caído en la tienda o se habrá perdido a propósito, da igual, la cuestión es que no la tengo, que mi puzzle está agujereado como yo mismo y que mi voluntad es mínima para los remiendos.
Lo que importa ahora, como ayer, es que nada importa y que lo único que me anima a conducir a ninguna parte es este amor inmenso que aún te guardo en los bolsillos.
Un beso.
Semifinalista cartas de amor Rumayquiya 2012