Con Cernuda y contra Cernuda

Autores: Cristóbal Loriente y Pablo Ibáñez.

Donde habite el olvido, 
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.

 

Con Cernuda, por Pablo Ibáñez

Con el paso del tiempo, Luis Cernuda es reconocido como uno de los mejores poetas de la Generación del 27. Carente del tirón mediático de otros coetáneos –Lorca, Hernández…– o de gloria recibida en vida larga –Aleixandre–, la razón de ese reconocimiento se debe exclusivamente a la calidad de su obra. Cernuda no inventó una manera de ser andaluz, ni de ser homosexual, ni de ser antifascista. Fue las tres cosas a su manera digna y discreta, heterodoxa y apasionada, pero ninguna de ellas terminó siendo basamento de su esencia. Ni él lo quiso. Él era poeta. Y de los buenos.

Porque, al final, ¿qué es lo que debería permanecer de un poeta?¿A quién le importa si Borges creía o no en la democracia, cuántas veces se emborrachó Bukowsky (una o dos), si Pessoa era antisocialista, o a cuántos chaperos se benefició Gil de Biedma? Lo que importa es la calidad de los textos que nos dejaron. Cernuda no tiene más apoyatura que su propia obra. Hablar de su vida, como de la de Juan Ramón, parece aburrido; da la impresión de que ya sólo eso les invalida para ser de los guays.

Obra monumental la cernudiana. Amplia, diversa, exigente, seria. Recoge la mejor tradición del romanticismo becqueriano –otro crimen— y la instala en el siglo XX. Experimenta con todas las nuevas corrientes de la época y las adapta con éxito a su profunda manera de ver el mundo y el ser humano. La tensión lírica que consigue contraponiendo sus temas de cabecera –olvido/recuerdo, realidad/deseo, el ahora/el paso del tiempo…– resulta siempre notable y en algunos poemas como el que encabeza este artículo, sobresaliente.

Cernuda: un gran poeta. Es absurdo ir contra esa verdad.

 

Contra Cernuda, por Cristóbal Loriente

Estimado Pablo, una vez más he aprendido de ti, porque
he aprendido a desaprenderte, me distancio de tus argumentos,
porque soy ajeno a las antinomias que mencionas,
porque soy ajeno al GRAN POETA,
porque soy ajeno al poema Donde habite el olvido,
porque soy ajeno al olvido.

Me la suda.
Que me digan que el poeta se sustenta en la calidad de su obra -me la suda.
Que me digan que es absurdo ir contra verdades, -me la suda.
Pues siempre he ido en contra de la verdad, lo siento,
prefiero la heterodoxia, que no produce esencias, es efímera,
vida.

El poema “Donde habite el olvido” me traslada,
a modo de traición, precisamente,
a esas aburridísimas clases de Literatura Española,
en la que todos eran grandes poetas -y a la vez-
grandes desconocidos;
clases que me alejaron de la poesía y de la
vida.

No, Pablo, no,
no quiero que habite el olvido,
quiero la presencia, la vida, el amor;
prefiero la historia de un duro hijo de puta