Autor: Julio González Alonso
El desafortunado lance de Miguel de Cervantes con Antonio Sigura (1568), maestro de obras de la Corte, en el que éste acabó malherido y Cervantes condenado a la amputación de su mano derecha, hizo que el autor del Quijote saliera de España huyendo del castigo y viniera a parar a la Italia del Renacimiento. Una oportunidad para un Miguel de Cervantes joven, perseguido por la Justicia y temeroso de su pasado judío, que hará lo posible e imposible para eludir la sentencia y ocultar con heroísmo, títulos que nunca consiguió e influencias que le valieron poco, la amenaza de su historia familiar.
Las contrariedades no consiguieron hacer de Cervantes un resentido; antes bien, con una actitud irónica y hasta estoica, se alzará ante cada revés y nos mostrará una actitud positiva sin dejar a un lado la crítica. El humor cervantino es la base inteligente de su escritura. Y a todo ello contribuyeron decisivamente las ideas renacentistas y su paso por Roma, ciudad que, a buen seguro, deslumbraría con su historia y ambiente a nuestro escritor más universal.
No fue nuestro Cervantes hombre universitario. Son bien conocidas sus opiniones sobre muchos de los autores que presumían de haber pasado por la Universidad, aunque la Universidad no hubiera pasado por ellos sino en los aspectos más hueros y artificiosos de la cultura académica. Con una formación equivalente a lo que vendría a ser un Bachillerato Superior, Miguel de Cervantes completó su educación con lo que da la vida y el contacto con el Humanismo y las corrientes reformadoras que se extendían por la Europa de Felipe II.
Así, no es de extrañar que en su obra y especialmente en la novela y el Quijote, no dejemos de encontrar las huellas de su formación y la formulación de sus actitudes abiertas al libre pensamiento. Para una persona crítica con la sociedad de la época y progresista, las ideas humanistas representaban una ocasión de renovación y regeneración de un mundo anclado en lo medieval que se desplomaba y hundía en el teocentrismo. Para un judío converso representaba un ideal de justicia y libertad.
El antropocentrismo se instala así en el pensamiento cervantino. El Quijote, siguiendo el fervor por lo humano del neoplatonismo, apunta a la idealización de la realidad, el reconocimiento de lo natural y lo bello (el deleite que en el alma se concibe ha de ser de la hermosura y concordancia que ve o contempla en las cosas que la vista o la imaginación le ponen delante ), aunque sea desde la locura del personaje y la locura de quienes lo rodean.
El nuevo ideal de hombre, según Castiglione, será el perfecto caballero, es decir, el hombre de armas y de letras. Y en don Quijote se dará esta fusión, calurosamente argumentado –además- a través del discurso de las armas y las letras (I, 37-38), así como la exaltación de un pasado idílico o utópico en el de “la edad de Oro” o “Edad Dorada” (I,11) en el cual, al hilo de lo mejor de la literatura renacentista, expondrá el ideal de un mundo natural de armonía y fraternidad del que la vida pastoril parecía ser el mejor ejemplo.
Efectivamente, el Quijote, como libro de libros, recoge entre sus capítulos novelas pastoriles. Incluso a don Quijote se le pasará por la cabeza la idea de hacerse pastor (II, 67 y 73). La figura humana no ocupará solamente el centro de las creaciones artísticas, pictóricas o escultóricas, sino que desbordará también las páginas de la literatura renacentista.
Uno de los muchos aciertos de Cervantes tiene que ver con el tratamiento que hace del lenguaje en el Quijote; en él encontramos tanto una elaboración culta del lenguaje como una dignificación del habla popular. Otro rasgo moderno de gran proyección en el futuro será su apuesta por el uso de las lenguas vernáculas y su rechazo de las traducciones (I,6.-II,16), con las que será muy crítico, así como el sentido que tiene de lo que es la evolución de la lengua y su enriquecimiento con el uso de palabras nuevas: que el uso las irá introduciendo con el tiempo, que con facilidad se entienden; y esto es enriquecer la lengua, sobre quien tiene poder el vulgo y el uso (II,43). Las lenguas nacionales cobran con Cervantes gran prestigio.
Del erasmismo, encontramos en Cervantes no pocas actitudes. Así veremos desfilar, desde la primera página, su crítica y el rechazo de los libros de caballerías: son en el estilo duros: en las hazañas, increíbles; en los amores, lascivos; en las cortesías, mal mirados; largos en las batallas, necios en las razones, disparatados en los viajes, y, finalmente, ajenos de todo discreto artificio, y por esto dignos de ser desterrados de la república cristiana como a gente inútil. (I,47). El Quijote se escribe, expresamente dicho por Cervantes, para acabar con la literatura caballeresca. Pero no se escribe para rechazar los ideales caballerescos y la imagen del caballero, sino –más bien- para restaurarlos. Le siguen la defensa de la religiosidad interior y el libre pensamiento, el rechazo de las ostentaciones y apariencias engañosas y, cómo no, el rechazo de la idea de cristianos viejos y nuevos. Pero todo lo anterior lo asienta sobre el concepto erasmista de la locura y la denuncia de las supersticiones (I,22-II,9-II,58-II,73), las prácticas corruptas envueltas de actitudes piadosas; por su pluma pasarán los médicos, los comerciantes, el clero y sus vanidades, así como leguleyos y otra suerte de oficios y personajes.
A este respecto las interpretaciones varían según cada época. Lo cierto es que Cervantes escribió de modo que en su tiempo no fuera fácil desvelar el fondo crítico de sus escritos presentándose como cristiano y católico convencido. Y no hay que dudar que lo fuera, aunque sí de un cristianismo de miras amplias y desencorsetado. Antonio López Calle, en “Benjumea y el Quijote como sátira antirreligiosa”, recoge el pensamiento que Nicolás Díaz de Benjumea (1820/1884) expone en “La estafeta de Urganda ò aviso de Cid Asam-Ouzad Benenjeli sobre el desencanto del Quijote” (Londres.1861). Según su punto de vista, el Quijote es “una obra antirreligiosa” con un personaje “racionalista librepensador anticatólico” que será rigurosamente crítico con “las supersticiones y algunas creencias religiosas”, además de “enemigo del clero y de la Iglesia y debelador de la Inquisición”. En su concepción global, Benjumea cree ver en Dulcinea “el símbolo de la libertad de la razón” y en Sancho “un símbolo del pueblo español y, por extensión, de la humanidad” que hará su recorrido “hacia su propia emancipación de la tutela religiosa” a través del instrumento de la educación o la instrucción recibida, que en la novela correrá a cargo de don Quijote.
No puede ser mi intención rebatir éste u otros puntos de vista sobre la realidad última encerrada en el Quijote. Pienso que hay algo de extremismo en las afirmaciones expresadas y que los extremismos quitan más razón que dan. Pero, considerando las corrientes culturales europeas del momento, la situación imperial de España, el dominio de la Iglesia y la historia personal y familiar de Cervantes, de cuanto Benjumea expone hay bastantes cosas a tener en consideración.
Las corrientes literarias erasmistas siguieron dos derroteros. Por un lado y bajo la influencia del humanismo italiano se consagrará la novela pastoril. Por el otro, siguiendo a los movimientos reformistas, aparecerá en España la novela picaresca. Podemos decir que el Quijote participa de ambos aspectos y que desde ambos combate las dos obsesiones de la época: la cuestión social del honor y la de la limpieza de sangre.
Si nos paramos a ver a don Quijote como un prototipo de antihéroe, loco, marginado, buscando arreglar injusticias y “desfacer entuertos”, enfrentado a un mundo que se desmorona, nos daremos cuenta que entronca con el mundo literario de la picaresca. De hecho, Cervantes lo tendrá presenta cuando por boca de Ginés de Pasamonte se referirá al Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, (I,22) considerándolo tan bueno que hará pequeño al Lazarillo de Tormes. Agreguemos otra característica común con la picaresca como es el carácter itinerante de la novela, siguiendo también el ejemplo de las de caballerías, ubicando su acción en escenarios diferentes en una sucesión de aventuras o la búsqueda de las mismas que poco tienen que ver las unas con las otras si no es por la proverbial inteligencia de Cervantes para hacer girar toda la obra en torno a la personalidad poderosa de su personaje, el hidalgo manchego Alonso Quijano o Quijada el Bueno, alter ego del caballero don Quijote de la Mancha.