Autor: Julio González Alonso.
Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, mujer hermosa, de belleza serena, apasionada, gran imaginación vehemente, luego Teresa de Ávila, Teresa de Jesús por decisión propia y Santa Teresa de Jesús, al fin, nos seduce todavía hoy como ayer, después de los 500 años de su existencia, la de una vida marcada por un objetivo: la felicidad; la suya y la de los demás.
Teresa de Ávila pertenecía a una familia acomodada de judíos conversos o cristianos nuevos. Así como en el caso de Miguel de Cervantes podemos hablar sobre un montón de conjeturas acerca de su pasado judío, la raíz hebrea de la santa de Ávila está fuera de toda duda. Alrededor de 1950, la noticia causó estupor y cierta conmoción. Américo Castro dejó escrito que intuía o encontraba pistas en el estudio de su estilo literario, al que encontraba bastantes similitudes con el de los cristianos nuevos o judíos conversos de la época. Estas sospechas se confirmaron vía documental cuando Narciso Alonso Cortés encontró los papeles en la Real Chancillería de Valladolid que demostraban fehacientemente la ascendencia judía de la familia de Teresa de Jesús.
Dicho lo anterior, que ni quita ni añade méritos a la obra de Teresa, digamos que su personalidad resultó ser arrolladoramente seductora y apasionada. Ya de niña, leyendo la vida de los santos y los mártires, había ideado escaparse con su hermano a tierra de infieles para sufrir el martirio. Luego, de jovencita, le cogió gusto a las novelas de caballerías de las que fue gran lectora y vivió con intensidad sus amores, batallas, sufrimientos y heroicidades. Todo ello contribuyó a la formación de un lenguaje literario y el modo de abordar, entre otros, el tema amoroso. También la lectura de la obra de San Agustín, como Las Confesiones. Pero la vida religiosa fue lo que cuajó en su alma y acabó siendo monja en contra de la voluntad de su padre. Destaquemos, por encima de todo, el valor que Teresa atribuía a la lectura y las obras literarias, hechas de la palabra, que es la vida y la sabiduría que mueven a la acción, a la que ella se entregó de forma generosa y continuada.
La formación académica de Teresa de Ávila fue limitada, por lo que debemos hablar de una mujer autodidacta.
Teresa de Jesús, en su condición de mujer que entiende a las mujeres, se vuelve y revuelve en un mundo totalmente dominado por los hombres y la severa autoridad de la Inquisición, reclamando con inteligencia y seguridad su propia voz desde la obediencia debida. Pero, como comentaba Germán Vega García-Luengos (Santa Teresa de Jesús ante la crítica literaria del siglo XX), a Teresa de Ávila se le daba muy bien hacer que le mandaran aquellas cosas que más quería obedecer. Porque, en el trato personal y directo, parece ser que su capacidad de seducción y persuasión corría, si no más, al menos bien pareja a su belleza. Y, si bien obedeció o que le mandaban, mejor obedeció lo que mandaba su condición de escritora, que fue la pasión de escribir.
Aquellos juegos de niña de hacer monasterios, de rezar el rosario o pedir limosna, acabaron en pedir limosna, rezar el rosario y hacer monasterios en una sucesión de desafíos para los que la constancia fue herramienta fundamental. Aunque las enfermedades la acorralaron desde joven, éstas solamente afectaron a su cuerpo, no a su espíritu ni estilo de vida, marcado por el humor y el amor. El humor cotidiano y las bromas –a veces pesadas- que gastaba a sus monjas, y un amor místico que empapará toda su obra lírica, sobre la que cabe alabar su arrebatada belleza.
La poesía lírico-religiosa de Teresa de Jesús se escribe en versos fáciles de una gran originalidad y en un estilo ardiente y apasionado. Sus poemas tienen un indudable acento popular y destacan por su claridad –ella decía: escribo como hablo– incluso al tocar temas complejos como puede ser el de la experiencia mística. Para ello recurre a las comparaciones que extrae de su experiencia y al uso de alegorías o metáforas continuadas para explicar lo inefable y contradictorio, esa desazón de místicos y poetas ante la conciencia de que, según Fray Luís de León, la lengua no alcanza al corazón (Germán Vega García-Luengos). Así, parafraseando a Menéndez Pidal, podemos decir que en su esfuerzo por dar a entender lo incomprensible de la vivencia mística, expresa de forma creativa lo sublime de la erótica amorosa.
Visionaria impenitente que dice ver a Jesús, visitar el infierno o ver volar ángeles en sus arrebatados éxtasis, trasladará toda su energía espiritual e intelectual a la construcción terrenal de espacios, monasterios, en los que se acogieran a la oración y al amor de Dios, las mujeres. Una vida que, no hemos de olvidar, Teresa la entendía como un medio para hallar la felicidad. Desde su punto de vista, no puede alcanzarse mayor grado de libertad que cuando se es feliz.
De su obra, resumidamente, destaquemos la parte autobiográfica con, entre otras obras, Las Fundaciones; la doctrinal, en la que destaca Las Moradas y, además de la mencionada obra poética, hay que resaltar el estilo epistolar en sus Cartas, de las que alcanzó a escribir 409.
Pero, tristemente, y por terminar, el martirio que soñó de niña viéndose descuartizada a manos de los infieles y que –por fortuna- no tuvo que sufrir en vida, lo alcanzó estando muerta y a manos cristianas, o infieles para los llamados infieles por los cristianos. Un mundo, como se ve, todo de infieles según desde qué credo se juzgue a los demás y que, lamentablemente también, 500 años después no ha terminado.
De modo que, en un ir y venir de su cadáver –encontrado incorrupto y con olor a rosas; un raro y muy lento proceso de descomposición- de Ávila a Alba de Tormes y de Alba de Tormes a Ávila, se va a quedar una mano en esta ciudad, en Alba de Tormes un brazo, un meñique no sé dónde, a Roma llegarán su pie derecho y la mandíbula superior, la mano izquierda acabará en Lisboa, el ojo izquierdo y la mano derecha en Ronda; Alba de Tormes se hará, también, con su brazo izquierdo y el corazón; otro dedo está en París y otro más se encuentra en Sanlúcar de Barrameda. La macabra devoción religiosa parece no tener fin y otros restos y dedos son distribuidos por toda España, gran parte de Europa y América.
No obstante, importa lo que importa, y después de 500 años de aquel de 1515, sentir la fuerza seductora de esta mujer, su voz femenina y la utoridad del timbre lírico y amoroso de su poesía, no deja de ser sorprendente y alentador, digamos que un milagro en el contexto de la santa, que alienta un futuro de, al menos, otros 500 años. Pero eso ya lo contarán otros.