Autor: Julio González Alonso
Lejos de los 22 años que tenía cumplidos antes de huir a Italia e intentar escapar al riguroso castigo de serle amputada la mano derecha en condena por las heridas inferidas a Antonio de Sigura en una mala partida, y que más tarde la batalla de Lepanto se cobrará con la herida de su mano izquierda, Miguel de Cervantes, concluida y publicada la primera parte de su don Quijote, enfrenta el prólogo de las Novelas Ejemplares en el que, con más amargura que sorna, da comienzo con su autorretrato: Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada; de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro; los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño; la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies. Éste, digo, que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo el Viaje del Parnaso, a imitación del de César Caporal Perusino, y otras obras que andan por ahí descarriadas, y quizá sin el nombre del dueño, llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades.
Declara Cervantes su condición de tartamudo, aunque no lo sea en absoluto para dejar por escrito las verdades que pueden ser entendidas aun por señas. Y tratando de lector amable a quien lea el prólogo, le advierte de la honestidad y valor del conjunto de las llamadas Novelas Ejemplares, imposibles de mover a mal pensamiento al descuidado o cuidadoso que las leyere.
Reitera la bondad y provecho de estas doce novelas en las horas de asueto y recreo donde el afligido espíritu descanse. Y antes, confiesa, se cortaría la mano con que las escribió que permitir que de su lectura se siguiera algún mal deseo o pensamiento, porque –asegura- mi edad no está ya para burlarse con la otra vida, que al cincuenta y cinco de los años gano por nueve más y por la mano.
Tres detalles no menores podemos encontrar en el párrafo que cierra este interesante prólogo:
1.- Proclamar ser el primero en haber novelado en lengua castellana sus propias obras, no imitadas ni hurtadas.
2.- Adelantar, si la vida no le abandona antes, el anuncio de la aparición de los Trabajos de Persiles, una segunda parte de las dilatadas hazañas de don Quijote y donaires de Sancho Panza y luego las Semanas del jardín.
3.- Dedicar las novelas al poderoso Conde de Lemos, esperando que Dios le dé paciencia para llevar bien el mal que han de decir de mí más de cuatro sutiles y almidonados.
Miguel de Cervantes parece querer curarse en salud atacando con elegancia a los encumbrados académicos y universitarios pedantes y pagados de sí mismos que tanto aborrecía, entre los que se cuenta Lope de Vega, más que posible autor del Quijote apócrifo de Avellaneda, y acérrimo enemigo de Cervantes. El Fénix de los Ingenios era incapaz de reconocer, por temerlo, el talento narrativo del autor de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, aunque en su fuero interno sabía de su verdadero alcance. Casi hasta el final de su vida no hizo otra cosa que denostar la escritura de Cervantes y despreciar su valía en general y particularmente en el género dramático, género en el que Lope se encumbró y rayó a gran altura de una manera incuestionable.
Del prólogo se desprenden algunas reflexiones; unas, nos llevan a percibir la soledad del genio de las letras españolas, incapaz de conseguir apoyos para sus obras en forma de escritos, cartas, sonetos o poemas laudatorios, y encajar, en cambio, numerosas críticas y burlas por ello, dando a entender la falta de nivel y calidad literaria de Cervantes. Contra esta situación se revuelve con amargura y, de forma irónica, alumbrará sus obras con escritos de su puño y letra atribuidos por él mismo a personalidades imaginadas. Otras reflexiones nos detienen ante la excesiva prevención sobre la subrayada bondad y moralidad de sus escritos, lo que no es para menos en una España convertida en imperio con pies de barro, en la cual el hierro fiero e implacable de la Inquisición era una espada de Damocles para los cristianos nuevos o judíos conversos, en cuya nómina es probable que estuviera Miguel de Cervantes.
Hay algo trascendental en las Novelas Ejemplares y en el Quijote, como es que fueran escritas desde la ironía, la imaginación y la locura, que casi todo lo excusa y hace pasar por irreal e irrelevante, cuando lo que dejó escrito, de haber sido cabalmente entendido e interpretado, habría sido suficiente para enviar a la hoguera al autor junto con sus obras. Y no fue entendido el profundo mensaje de su obra porque, perdidos en lo más irrelevante y grotesco, no vieron y menospreciaron el valor y alcance de lo escrito por quien había sabido ver el futuro en el presente. Se le ignoró y no hizo caso, como el resto de sus coetáneos. En una lectura mostrenca de los textos cervantinos, no fueron capaces de interpretar las claves que con tanta claridad se nos revelan tras el paso de los años, razón por la cual no tuvo que vérselas seriamente con la Inquisición.
El ingenio de Cervantes en un mundo hostil para alumbrar sus escritos de reflejos equívocos, salvaron para el mundo una de las obras más grandes de la literatura, desde sus prólogos a su más ignorado poema u obra de teatro, de lo cual –los que conformamos este mundo o gran parte de él- nos alegramos y celebramos con indisimulado entusiasmo.