Autor: Rafael Valdemar
Resulta un axioma hoy en día el que la poesía está considerada la cenicienta de la literatura. La culpa quizá radique en ese desinterés generalizado que existe de lectores y de las editoriales que apuestan más por las ganancias seguras y fáciles. Quienes nos movemos dentro de este complejo y sugerente mundillo del verso escrito, somos conscientes de las dificultades que atraviesa la poesía para acercarse al lector. Como también nos damos perfecta cuenta de la situación de supervivencia que vive, o en su defecto sufre, dentro de la literatura. Es evidente que el panorama poético que se nos presenta no resulta nada halagüeño; más bien todo lo contrario. Pero a pesar de los inevitables y asiduos reveses que sufre y de que tantas veces se muestra a contracorriente, en lo que confiere a la literatura escrita con el fin de ser satisfactoriamente retribuida, seguimos fieles a nuestros principios que no son otros que el de continuar con nuestro gratificante oficio de poeta. Por consiguiente, seguimos con el buril de la imaginación forjando la palabra para darle esa forma adecuada que la poesía demanda. En definitiva cumpliendo nuestra misión lo mejor que podemos y en la medida en que uno sienta el impulso de hacerlo. Y la verdad, que esa fidelidad en lo que a mí personalmente me confiere, seguirá prolongándose porque hay situaciones y momentos intrínsecos en la vida que así lo requiere. Os comento que esta breve disquisición que ahora hago acerca de la poesía, viene originada por el hecho de haber comprobado in situ la deferencia que en un recinto universitario han tenido con la misma. Una circunstancia que realmente resulta alentadora, y por supuesto esperanzadora. Y a su vez, en parte, borra de un plumazo ese concepto marginal que tengo hacia todo cuanto rodea a este género literario, el que a mi criterio parece hallarse asediado por esa falta de interés que generalmente se tiene hacia todo lo que el universo poético representa.
[divider]Y ahora vayamos al quid de la cuestión que no es otro que el Campus de la Universidad del País Vasco, edificio ubicado en la localidad donde yo resido; o sea Leioa (Vizcaya). En este Campus en una de sus calles, han tenido la gentileza de nombrarla “Avenida de la Poesía”. Así como lo oyen. A mí la verdad que me resultó el primer día que leí su nombre muy sorprendente. Os comento que el motivo de ponerle el susodicho nombre se debe a que a lo largo de las dos amplias aceras que cuenta la calle han colocado un total de cuarenta losetas de metal y en cada una de ellas aparecen grabadas estrofas de un determinado poema, aunque en alguna de ellas hay grabado un breve poema completo. Los poemas están escritos en diferentes idiomas: francés, inglés, euskera, catalán, gallego y castellano. Desde luego que resulta bastante interesante pasear por esa avenida y deleitarse con la lectura de todos esos versos. Lo ideal sería acercarse hasta el Campus universitario que cito para que puedan comprobar in situ las correspondientes losetas donde aparecen grabados sobre ellas esa selección de poemas que pertenecen a diferentes autores y cuyos versos están escritos tanto en el estilo clásico como contemporáneo. Supongo que la mayoría de estos versos habréis tenido la oportunidad de leerlos a través de otros medios de divulgación más adecuados porque la mayoría de ellos son archiconocidos. En cambio pude que alguno no habréis tenido ocasión de leerlos con anterioridad. Lo que resulta palmario es que prácticamente a la totalidad de sus autores les conoceréis sobradamente porque en su totalidad todos ellos ya forman parte del acervo poético universal.
[divider]Por otra parte, quiero comentaros que me resultan muy preocupantes los primeros indicios de deterioro que empiezan a sufrir algunas losetas por culpa de las inclemencias meteorológicas. En alguna de ellas, la pintura negra que resalta el grabado de sus letras comienza a borrarse. Supongo que con el transcurrir del tiempo, los efectos de la lluvia y demás inclemencias meteorológicos acaben por hacer prácticamente ininteligibles los grabados. Aunque bueno, también puede que quienes en su día tuvieron la deferencia de colocar las losetas allí con los versos grabados se preocupen por su deterioro y opten por restaurarlas, o si no por sustituirlas cuando su desperfecto sea integral. Todo puede suceder para bien con el fin de que continúe a perpetuidad esa poética avenida dentro del Campus universitario. Está claro que quienes sentimos una atracción especial por la poesía quizá seamos los únicos que nos puede alegrar la existencia de la susodicha avenida. En cambio para quienes no simpatizan para nada con la poesía les vendrá al pairo que se encuentren allí esas losetas con sus correspondientes grabaciones; además, estoy seguro de que ni se han molestado en leer nada de lo que allí permanece escrito. Es lógico y normal. Cada uno simpatiza con aquello que cree estar convencido de que le proporcionará el mayor grado de satisfacción personal. Yo por razones obvias he creído otorgarle un elevado grado de consideración a esta circunstancia, porque pensándolo detenidamente, la delicadeza y miramiento que esta Universidad del País Vasco ha tenido con la poesía, me hace concebir la idea de que felizmente la indiferencia hacia la misma no es total. Y desde luego que esta circunstancia, en mi opinión, a los vocacionales poetas nos confiere un plus de motivación para que continuemos con nuestra función con el fin de llegar a conmover o emocionar al lector con los versos que vamos dejando escritos.