Autor: Macedonio Tracel.
Todo empieza a moverse y es imperfecto, atraviesa la calle parecido a perros grises. La penumbra trama su oportunidad de acústicas desprovistas. 2 veces es luz de autos clavando efímeros ruidos en los hilos rotos del asfalto. Luna que trepa. Es la última vez por hoy que hace cima en las hojas. Esto pasa. Los hombres envuelven sus gestos en las ideas lentas. Grandes bestias taciturnas, los árboles así pintan de harina las piedras oscuras.
El pellejo de la noche arrumbado en las rodillas como una inundación de polvo, de partes sueltas y de papel, pudo cavar territorios de este sitio roto. Sus intentos no se pierden, se acumulan, cuelgan su desatino en las paredes. Son gotas pegadas buscando el rol de un hígado duro cada vez más seco. Afiche sobre afiche. Un barbudo grita barcos que venden jugos. Flotan y sostienen. No hay otras causas. Las claves del tiempo son esos pedazos de papel comiendo incontables fatigas.
Anido en esta condición las ganas que se explican donde las curvas se arquean.
Es luz tirada al fondo de lo que arruga el cielo, reflejos que manchan las maderas, la oscuridad cuando cruza arena fría los desiertos abandonados. El sol no se inventó y
no todo duerme. Este reparo dura más veces que el frío, guarda la frágil ignorancia de los pájaros durante la noche. La nieve puede imaginarse alumbrada en la espalda.
Este es mi largo desorden y como ves es un contorno tuyo.
En la oscuridad froto mis rezongos. La ciudad tóxica busca sus pausas o sus lunas o muchachitas que se te parezcan. El cielo aún empuja algo de luz que le quedó de ayer. El río se llama de la plata y no se anima a moverse. Brilla como es el silencio.
Ponerse oscuro y existencial hasta que todo alrededor se vuelva frío.
De no poder protegerse o hablar distancias. Buscaba oír esos pasos descalzos que suenan en los inicios. Hay un poder laudatorio en irse después el sexo o después de amar a seguir desnudo, descuidado, horizontal y ausente.
Las cosas que allí existen alcanzan a ser párpados, no te olvides, unas vocales, unas siestas. Las palabras retraídas abundan en esos lugares con olores obstinados. En sus núcleos hay suficientes instantes de liviandad como para armar todas las posibles caídas por un tobogán y entender las urgencias. Profundo y persistente, el hueco pegajoso de la intimidad arma su caverna de cera, gorriones presentidos, las razones no dichas, una boca olvidada por el agua.
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Se sacó el corpiño, digo debajo del disfraz de coneja no tiene nada, estoy seguro, baila moviéndose poquito. Sin mover los pies celebra la noche en una breve oscilación. La luz está sucia, es todo o nada desde hace rato. Tiene tierra en las mejillas sin saber limpiarse.
Los mapas que conozco no muestran lugares así.
Ahora bordeo cosas que son de plástico. Raspo la escasez de la mesa. Su intención es estropear todo orden, anular el margen de las conveniencias. Simulo cortes pequeños en la alfombra. Creo con pasión que el momento puede ser una llave, un fusil. Lo mejor y lo peor. Ella me puede pedir todavía un poco más. Con discreción, lo que imagine, lo que no la aburra, conseguir un disloque. Yo puedo contraer fiebre y toser, suave y conforme. La noche ha sido rodeada y no puede evadirse. Aún llueve. La compañera dejó caer la nieve, se subió al aire, fabricó unos brotes de pan. Me dí cuenta del hambre. Ríe de no moverse, de bailar lento.