Selección realizada por: Hallie Hernández Alfaro y Rafel Calle.
6 coches y 24 ITVs después, Luis M.
De aquellos años, recuerdo
las gaviotas y los helicópteros invisibles
volando entre nuestras cabezas,
la extensa red de autopistas al infierno,
un ángel con medio tupé y chaqueta de cuero (de copiloto)
y alguna que otra princesa embarazada
expulsada del paraíso.
También recuerdo el generoso silencio de los muertos de entonces,
la lava y su incipiente ceniza
enquistando en mis cortas venas de plata,
y la piel de algodón.
Tsunamis de espuma
salpicados con brillo de labios
-y su solfeo ensordecedor- en las tardes
y cervecerías del distrito de Moncloa.
Seis coches y 24 itv’s después.
Cien lunas rotas en alguna dimensión perdida
de este mi carcomido multiverso
y mil doscientos gramos de poemas con olor a rueda quemada.
Resulta que ya sé rendirme sin dolor
antes de volcar definitivamente el mundo sobre el vertedero
de la suprema (y multiorgásmica) desilusión;
y resulta también
que al fin he aprendido a querer sin aritméticas,
a contraviento y un ejército de pararrayos.
Que ahora estoy en pleno curso de vuelo
sin plan de vuelo y con las alas gastadas.
Aunque por razón de impudorosa rebeldía
(o mera supervivencia de ese último mohicano
que habitó mi antiguo continente Orgullo),
todavía dudo del modo ideal de aterrizaje.
Y añadiría además:
que ya casi sé volverme eclipse,
sin deslumbrantes apagones de medianoche
ni sobredosis de antiácidos.
Que descubrí que hay vida (aunque mucho más aburrida)
después del planeta Juventud.
…Que aquella carretera interminable, sin radares,
peajes ni apenas gasolineras,
con su heterogéneo paisaje
-y sus fantasmales pueblos atravesados cada puñado de kilómetros-
tenía un final tan cristalino
que quejarse ahora
solo sería un imperdonable ejercicio de hipocresía
y autoengaño.
Y que no, compañero, que nunca llegamos al horizonte
soñado,
si acaso, brillamos en algunos tramos del viaje
y todo eso…
(nada más ni nada menos).
Si eres poeta, Pilar Morte
¿Por qué lloras poeta?
¿Por qué tu verbo tiene sabor de cumbre,
sonido de planetas,
música de estrellas?
¿Por qué no sabes mirar sin versos,
si te alimentas y duermes,
sueñas con pesadillas en la noche
y al despertar te ojean los espejos?
¿Por qué son poemas las campiñas,
el fruto de la boca
o el niño con rizos en el pelo?
¿Por qué lloras poeta?
di, melancólica alma sucumbida
¿Por qué regresas a tu soledad
cuando el júbilo te hizo danzar sobre la seda
esponjosa de grata compañía?
¿Por qué haces largo el camino del dolor,
del dios que no puedes ver?.
Dulces son también los cuentos
que fueron túnica de infancia,
la amistad, tejado en las tormentas,
el amor que sustraes de los pozos del desengaño.
¿Por qué lloras poeta de mirada desnuda?
No te engañes,
si no fueras poeta
también llorarían tus sentidos
al contemplar el mundo.
Ruqia Hassan, Julio González Alonso
Yo no sabía tu nombre de flor del desierto
de Siria, y hoy lo pronuncio con el aliento triste
de la muerte abriendo la puerta a la lista
interminable de nombres de mujer con aroma
de jazmines, grito
de majestuosa dignidad, “mejor morir
que vivir humillada –dijiste- por esos tipos
que nos imponen su poder“.
Yo no sabía tu nombre, el que abre la esperanza de los pueblos
y la libertad de sus mujeres. Ruqia Hassan,
asesinada en Raqa. “Seguramente – lo sabías – el Estado
Islámico va a detenerme
y decapitarme“. Pero tu juventud está hecha de sabiduría
y honradez, de la belleza imparable de la vida
que otra vez, ¡ay, el alma y memoria de Hypatia de Alejandría!,
harán sangre en sus manos aquellos que interpretan
los designios de los hombres y los deseos de Dios
para justificar sus crímenes en todas las ciudades
y los pueblos ocupados. Contra ellos
nada valen tu valor y el conocimiento de la filosofía,
pero saben que puede más que ellos la verdad que ilumina
tus veintisiete años contra el totalitarismo de velos
y nicabs negros, crucifixiones,
torturas, decapitaciones,
flagelaciones públicas en las plazas de Raqa,
la ciudad que está siendo aniquilada
silenciosamente.
El valle del Eúfrates se ahoga en sangre;
yo no sabía tu nombre ni la alegría de los pétalos blancos
de sus letras, y ahora tengo en mis manos
todo el terror que desangra a Siria y no sé qué hacer
con las bombas aliadas
ni con el horror del Califato. Tú, estás muerta
y tu muerte defiende nuestras vidas, pero sé
que no será suficiente
si seguimos callados ante el crimen.
Tierra quemada, Josefa a. Sánchez
Aún puedo recordar lo que era amarte
cuando te amaba aún. Cuando miraba
por tus ojos. Cuando se denudaba
mi alma con tu cuerpo al desnudarte.
Hace mi boca el gesto de besarte
la boca del recuerdo que besaba.
Y mis dedos aun saben donde acaba
ese punto final de cada parte.
Aún guardo tu vaivén en la cintura
y tu aliento en la leve arquitectura
de mis pestañas, que guiñaba a ciegas.
Aún quedan surcos de ese viejo arado
que recuerdan que el campo fue sembrado;
pero en la piel, al corazón no llegas.
Los caballos de Luxor, José Manuel Saiz
Yo estuve en Luxor (pero ahora
no acierto a recordarlo). Y recorrí
sus patios de columnas milenarias (aunque olvidé
los nombres de los patios); navegué
por aguas de su Nilo, fértil y sagrado (inundado desde entonces
al sur de mi memoria); compartí en la Medina la sonrisa
alegre de los niños (y el viento ardiente del simún
arrasó de mi mente ese recuerdo).
Yo estuve en Luxor (pero apenas puedo
ahora describirlo). Y me sedujo
el ojo de la cobra y el misterio
que envuelve al faraón (aunque todo son leyendas
y mitos enterrados); bailé al compás del arpa,
la flauta y el tambor (y es un címbalo estridente
lo que retumba como un trueno en mis oídos); olí el perfume
que exhala el tamarindo (pero un hedor profundo
anega mis instintos); degusté el dátil dulce
y el fruto del olivo (pero es la hiel la que rezuma
amarga por mi boca); paseé por sus calles en calesa
al trote de un caballo… y, sin embargo, esto es
lo único que yo guardo en mi memoria.
Yo estuve en Luxor; pero recuerdo solamente
los ojos de un caballo
…, y la medida de su hambre
acotada al beneficio;
y lo cruel de su relincho
mendigando una caricia;
y el contorno de su lomo
raquítico y ulcerado;
y el cansancio de su grupa
sometida al sacrificio;
y el sonido de una fusta
golpeando carne viva;
y lo indigno de su vida
al servicio del turismo;
y el hedor de los establos,
más que infames, inhumanos.
Id a Luxor. Recorred sin escrúpulos los vestigios
que encumbran su pasado
… Pero si tenéis conciencia
no subáis a las calesas;
si os palpita el corazón
no miréis a los caballos;
si pretendéis recordar
la grandeza de las cosas
apartad de la memoria
la miseria de las yeguas.
Yo estuve en Luxor, pero recuerdo solamente
los ojos de un caballo y el trazo de estos versos
que escribí en su calesa.
¿Qué fue de aquel jinete nubio,
ejemplo y paradigma de la historia, que compartía suerte
y honor con su montura? El ocaso y decadencia
de un pueblo y su cultura comienza donde acaba
la humana compasión del hombre.
El susurro de tu vagina, Javier Dicenzo
A Javier C. Noceda, de Banco Provincia
Exclamando las nimiedades del futuro lamento como hoy,
tuyo es el esperma que brota de tus labios eróticos.
El susurro de tu vagina, caliente, hermosa,
atiende mis mariposas dormidas por el viento;
un viento que hiere mis manos de poeta agónico.
El susurro extiende las llamas a un paraíso perdido,
esa biblioteca es el edén que Borges juzgo único;
tus vientos, tus manos herir de rosas que me bendicen.
Eso eres, mujer, palpitando hijos en pubis angelicales,
tu vagina me atrae, la miro, la miro a la distancia,
rubia que miente con la mirada y sirve un café en el bar.
Hoy pasare por el crepúsculo que creaste en mi mente,
Hoy pasaré a vivenciar tus deseos, tus manos dormidas,
Hoy eres mujer hermosa, y tu sexo no es mío.
Te entrego mi pene con su semen, para amarte,
dolor de poeta dormido en ruiseñores gélidos,
porque rocé tu boca, tu boca
esta que come caramelitos heridos en tu vientre.
El duelo de Corbain, J. J. M. Ferreiro
Corbain miraba el vestido de Claire
que el oleaje había devuelto a la ribera,
pero el cuerpo no estaba;
disuelto rápidamente se perdió entre piedras y lodo;
se reintegró a su estrato correspondiente
como un detrito más del sueño geológico del planeta.
Mucho tiempo después,
cuando el agua se evaporó,
parecía verla de nuevo
en esas formas caprichosas que las nubes moldean.
Sí, todo en ella fue apariencia,
mostraba un cuerpo que al moverse
simulaba otros cuerpos y terrores imaginarios.
Revivía frecuentemente aquella escena imborrable
que idearon escudriñando en la perversidad:
Era en Sierra de Lobos.
Muy adentro del bosque,
la noche parecía enferma
y las parejas del amor yacían
pudriéndose en los cois y en las hamacas,
sus vientres sanguinolentos
destrozados por las alimañas nocturnas.
Durante aquella época Corbain fue muy dichoso;
recordaba que siempre que se besaban
ponían alfileres en los labios.
Ahora, sus lágrimas caían con un ruido ensordecedor
y sus manos parecían dos ataúdes de silencio.
Desde su desaparición,
fabricaba sus propios días o vivía en los ya idos,
que eran los más inesperados.
Y siempre solo, nunca se encontraba.
Tampoco lograba saldar
haber soñado la proporción más dulce de lo suyo,
eso que le pedía ser como la ofrenda de la lluvia,
por su invasión, la humedad acariciadora,
por su llama de vida, el inmanente trazo,
por el alimento de tierra interminable
con el que ella le entregaba el amor…
y sentía muy íntimamente la nieve de recuerdos
que los días escombraban en sus sienes,
ese halo de belleza que fulgura
cuando hasta las palabras sienten.
Aquella tarde, Corbain recorría la orilla de la playa
pensando en ella,
y veía como la traza de sus caderas,
siempre ciegas y balbucientes,
todavía quedaba esbozada en la arena.
La imagen de sus chanclas y sus gafas de sol tiradas en el suelo,
abría en él una sensación de abandono quieto e irrecuperable.
Eran objetos vívidos
con un alma extraplana, indiferente a la salvación eterna.
Entonces Corbain,
mirando al mar interminable, murmuraba despacio:
“Vengas con las raíces de la sed
o vengas con la tormenta mar adentro,
con la hierba del frío, o en las orillas de la sombra,
jamás la seda parda de la tierra
aliviará la herida de tu tiempo”.
Ojo de pez, Hallie Hernández Alfaro
El recuento de las visiones ha pedido asilo en el iris de la Fuente,
en la blancura inmensa de su aura.
En la alternancia de mundos
elegimos vida feliz;
lúcida y causal
remonta las dotes del vector lejano.
En la alternancia de mundos
se han borrado las negaciones del merecimiento,
se visten las águilas de romance
y la esclerótica caduca la última sombra.
En la alternancia de mundos
hemos dividido las rojeces de la culpa
hasta el fondo de sus criptas;
restan solamente precipicios de paz.
En la alternancia de mundos
no puedo olvidar las venas de tu jersey
ni la conspiración de sus mangas.
Habremos de volver
a la ronda del labio,
a los campos mojados,
al eterno beso de las córneas.
Acoge el nervio los iones de la plegaria
mientras el ojo de pez alcanza la definitiva certidumbre.
Juicios e historias que merecen imposibles, Rafel Calle
Si no supieras desnudar el alba,
si te esforzases en andar de pie,
si no pudieras mitigar los miedos
y si aún piensas en imán y piel,
hay historia y merece un imposible.
(Son los sueños, trajinan con la mente confusa).
Un sueño muere y otro sueño
tendrá que resurgir de sus cenizas,
un sueño es una causa prepotente
que dura lo que duran las sonrisas.
A la hora de juzgar un sueño leve
(si por leve atendemos a una cita
en la cual el amor es indigente,
si indigente es un pan con poca miga),
en el juicio aparecen los sudarios
para cubrir los rostros de los sueños
que serán un confín del calendario
donde moran las causas sin remedio.
Pasión y humanidad, en pie, de frente:
Te condeno al deseo incontenible
del amor en su estado preferente.
Sí; tu historia merece un imposible.
Angel of Light , E.R. Aristy
¿Hasta cuándo será esto en el corazón de los profetas que profetizan mentira,
y que profetizan el engaño de su corazón?
Jeremías 23:26
Una paloma entrenada
Se posó en la repisa.
era muy de mañana,
humeaba la brisa.
En su pata traía
una nota mantissa.
Y leía:
El mejor disfraz es ser invisible;
hacer y deshacer las sombras,
conjurar la inverosímil similitud
de la claridad y la negrura,
de esas conjeturas y contorsiones
me encargo yo, ángel de luz.
II
En cada encrucijada
se implanta este acertijo,
una fórmula mágica
en tu sucio palomar
de hambre y zureo:
¡almohadas turcas!
¡alfombras encantadas!
¡vino del techo gotea!
¡qué plumaje te cosen
retazos del deseo ¡
Vuela palomita
al núcleo del trigal
que el sol cambea.
III.
Cuando te acurrucas
y las flores duermen
soñando poesías
paso mis dedos
en tus cabellos incontables
y ya en mi puño,
vuela, pluma, vuela!
IV
Antes que el reloj
estalle en una calma contusa,
en un absurdo ruego,
susurrará
lo innombrable
que a la luz se aferra;
una luz cegadora
una nube en el cielo
una sola palabra
bajo un cerrado aguacero:
¡Vuela!
-¿Quién me ha tildado de pajarero?-
¡Que bonito los árboles!
¡que bonito tu velo!
¡que bonito los copos
colgados del filo de un testaferro!
Con la luz ellos brillan esculpidas,
caprichosas diademas
con el fuego derriten
toda miel en las sienes.
Palomas y palomares,
un espíritu santo,
un bendito suplicio,
una pluma en el campo.
Programa de aplicaciones, Armilo Brotón
No lo tires por el abismo de la memoria.
No juzgues demasiado al marinero: hazme cómplice
de tus derrotas,
tus heridas
que lameré sin nombre, como el mar
mira con ojos de viejo
a su perro, maricón y enamorado.
Mi nariz y mis canas rozando el pezón de la dicha,
consentida la mañana
en tu mano tierna, amiga, celofán que agarra por los pelos
mi noche.
Hazme bello cuando pienses. De mis torpes manías
resucítame
hoy,
que no me interesa ya ningún lagar
mas que tu boca.
Lázaro que, mimado de todas las espinas,
a cambio,
te pudiera hacer nueva, sin daño, sin tiempo,
perfumada solo de vida.
Hno Renato Vega
El sabor a lágrimas que siempre nos excita, Gerardo Mont.
Oíamos cantar a Sia llenando de tristeza los silencios
de las mujeres apocadas, de ese film que habíamos escogido.
Tú inhalabas para devolver las lágrimas
que intentaban saltar del recipiente,
de un dolor de ancestros en la sangre.
Y yo también, por qué no confesarlo.
Me hubiera gustado tener la picardía
de Sabina, la pimienta de su lengua, para extraer de ti el aguijón
de la nostalgia… Habías sentado en tu regazo, a la niña
que en tu pecho, asmática dormía. Ella,
mordiendo sus barrotes como una lombricienta,
ignoraba que para todo ya hay pastillas.
(Todos supimos que el litio es una fruta,
después de esa tonada con su nombre y unos difíciles agudos).
“La vida es eso: un poco de tristezas verdaderas,
y un poco que nos vamos inventando
por el hábito de sabernos desangrados”, parecían decir tus ojos,
confirmando las líneas que irrumpieron, de un guion
que la tendría difícil para el Oscar.
“Yo te he amado, como un hombre afectado
por las lluvias en una dimensión desconocida”, respondí con la mirada
describiendo un semicírculo del cual eras un punto…
“Y sólo soy esto: mi madre débil y sincera,
mi padre alienígena y mezquino,
y este ruido pertinaz que me abrazó cuando nacía”.
“Todas somos una, en la versión que los machos nos permitan”,
Imaginé que hacías coro, implosionando en esa frase,
de un diálogo que mordiéndose los labios,
evitaba maldecir a los malditos.
Pero al fin te salvaste ante mis miedos, desalando los sollozos
que me condenaban a la asfixia. Mi alma volvió entonces al cuerpo,
cargando la cruz de ceniza de los nómadas,
esa culpa que por género arrastramos.
Al fin la pantalla escupió el fin. Tras un exabrupto de la protagonista,
prometía una segunda parte con mujeres de a cuchillo.
Pensé en entregarte un poema de saliva,
para que del polvo rehicieras a mi esposa.
Ya afuera nos miramos, tú en las mareas de mis ojos
y yo en los cristales quebrados de los tuyos.
“¿Quién te hubo herido?”, pregunté.
“Tendremos que aprender más de nosotros”, respondiste.
Y luego nos besamos
con el sabor a lágrimas que siempre nos excita.
La verdad de los domingos, Manuel Alonso
Escribo sobre la verdad de los domingos
el mar nada tiene que ver
el sueño del hombre
y de la mujer
no es el amor
hay tantas clases de amor
dicen
que es imposible enamorarse antes
de contabilizarlas.
Escribo sobre la verdad de los domingos
el mar nada tiene que ver
ya lo he dicho antes
el sueño del hombre
y de la mujer
debería figurar
en cada una de las listas de la compra
de los amos y las amas de casa.
Escribo sobre la verdad de los domingos
y el mar nada tiene que ver
el sueño del hombre
es la magia del espíritu
el de la mujer
un renglón
sin luz.
Mi última serenata, Marius Gabureanu
Me desnudo a medianoche
a curiosear las cicatrices que han abdicado de mi piel
y averiguar si los espejos están despiertos.
Si de repente enciendo la luz
veo, por un instante, el duelo de las cucarachas
y ellas miran mi cara sin afeitar
como si implorasen una gota de sangre.
Entonces me pincho un dedo
con lo que tengo al alcance,
porque los colmillos de mi ángel de la guarda se han gastado
royendo el marco de la puerta,
cosa que aún absorbe sus domingos
cuando recuerda que pasó su niñez
en un templo de gemidos
y que tiene alas hechas de plumas de una almohada,
yo me pincho el dedo y dejo caer, gota por gota,
la sangre necesaria para saciar un escuadrón de cucarachas
a las que miro con desprecio como a una ofrenda tardía
y cuento sus patas que se retuercen en una mancha roja
y me prometo que jamas volveré a escribir poemas
para encarcelar el silencio
y no sé, amor, si esas cosas son dignas
de un hombre que hierve a su alma cada noche
en puro aceite de locura,
¿pero qué más te digo, qué palabras se ajustan a un paraíso de cables
que miman la soledad?
Y sí, los espejos dormitan
demasiado.
Nadie camina por ese hilo.
La realidad finge morirse dos veces.
El recuerdo que cuelga de la respiración
exhuma sus verdaderas ruinas
y, nudo tras nudo, irrumpe mi última serenata.
Perdóname que te la dedico sin avisar.
Omertá, Pablo Ibañez
No digas lo indecible.
Hay algo que no debe ser nombrado, es
más antiguo, más grande que nosotros, más oscuro; se acumula
en los rincones agrios de la casa, en los amarillentos retratos.
Podemos callarlo juntos —si tú quieres—, hederlo
y escrutarnos los ojos después sin decir nada.
Vinieron especialistas del Estado a gestionarlo.
Mostramos en silencio, nosotros, la familia, inofensivos. Era
complicado, dijeron, incómodos en la cercanía de lo humano,
evitando siempre cruzar nuestra mirada –el Estado—, sospechando…
Fue mejor callar.
¡Pero tú dices lo indecible, tocas lo intocable! ¿Así pretendes
sobrevivir, ser de provecho? ¿Quién va a significarse cuando caigas?
¿Quién, cuando pase de moda la verdad y tú vayas de auténtico y de puro?
Nadie. Calla y sálvate
porque a nadie le conmueve lo inaudito: las palabras
indecibles de los otros, de nosotros, que retumban
en los rincones agrios de esta casa,
en los amarillentos retratos.
El poema que he podido escribir, Ramón Carballal
Te debo un poema,
claro como la luz que fuimos.
El cruce altivo de los ojos
dibujó en el silencio un clavel ambiguo,
la palidez, el verde de un iris tímido,
el perfecto anclaje de las piernas,
tus rodillas igual que bocas o suburbios.
Hablar, sí, para que la niebla no crezca
junto a la mica y las habitaciones oscuras.
Ven al cine, quieres, que era como decir ven a la noche
y sus teatros húmedos.
Al principio el impulso es fragor
y torrente de piel e islas remotas,
manos que antes no habían conocido
la táctil rosa del deseo,
labios que ya no esconden su saliva fúlgida
entre los pliegues de otros labios huérfanos.
El amor es un territorio de flores brillantes,
un arco iris al que le ha nacido
el color de la esperanza.
Es inútil vivir en el tiempo real de los horarios,
la eternidad fluye como un rayo sobre el mar de la juventud,
la alegría exhibe su alas
que al final quemará la pasión.
Y después los viajes, los planes,
el futuro hasta el hoy
y la memoria del agua en las hojas,
la fatal fugacidad de aquellos días azules,
los veranos fértiles de vida.
No es este el poema que quería escribir
es tan solo el que he podido escribir
para ti, para nosotros.
Raíces de cristal, Rosa Marzal
Desplegaba su absurdo equipaje
en la canícula de las horas que anticipan
relámpagos.
Ataviado de orgullo,
vapuleaba la espera, incendiaba los ritos.
Descarrilaban en sus labios
las palomas.
Ellos no comprendieron jamás
la rebelión, el grito absurdo, la redención
de los leprosos.
Y la botella de la decepción esparció en el silencio
su líquido lamento
al ignorar el invisible tacto, la densidad exacta
de la herida.
Ahora
que hemos sido capaces mirar cara a cara a los lobos
del abismo,
creemos que es posible reparar raíces de cristal,
que es posible talar uno a uno los siniestros árboles
del bosque que nos condenó
a desconocernos.
Extravío, Ventura Morón
Hoy llegaron orcas a la playa.
La lluvia las mojaba, a lo lejos.
Su piel negra se empañaba como un cristal ciego que engullera todo.
Hace tanto que no te veo.
He descorrido a la marea las cortinas enredadas de este museo de vértigos,
y la memoria chispeaba perdida, al otro lado.
La luz se ha colado recogiendo el blanco silencioso de las paredes.
Entre las palabras hay espacios infinitos.
Afuera, paso entre las gotas mientras tus ojos se alejan.
La distancia seca a los árboles y la sed enmudece a los pájaros.
Los charcos son destino de huellas perdidas.
De mi boca se ha desplomado tu nombre como un alud sobre el olvido.
La arena es un cementerio dorado para los cetáceos perdidos.
El instinto clava su esperanza en lo insensato.
No hay hienas devorando sueños en la orilla.
Caen las olas como ilimitadas páginas de la indiferencia.
La limpiadora de menajes, Óscar Distéfano
No está más descansada ni más sola que nosotros.
La melancolía no la tortura como a muchos de nosotros.
No hay abismos insondables entre ella y nosotros.
Ella no está más triste ni más feliz que nosotros.
¿A causa de qué razón, por qué milagro de la existencia,
en nombre de qué dios esta mujer se dedica a su tarea,
hunde sus manos en el agua jabonosa, y sus ojos
entre las nubes de su sonrisa? ¿Tal vez algún amor oculto?
Da varias vueltas por los contornos de un plato.
Se mira en el espejo de una bandeja de acero inoxidable.
Parece recobrar cenicientas de una vida noble.
Parece que quisiera ser lo que nunca ha existido.
Callada, deja que sus temblores sigan su intuición.
Pretende conquistar la costumbre del júbilo.
Cuánta humilde dignidad forja ese rostro fino, pálido,
esa luz que estalla, esa golondrina en la ventana.
Esa actitud en éxtasis de hacer esmero en las vasijas.
Ese ascenso íntimo que le proporciona su destreza.
Ese impulso total al minucioso infinito de su labor.
Esa cúspide del Yo de trascenderse a sí mismo.
Febrero, Alonso Vincent
Sortilegios quebrados de las rocas,
no recuerdo la lluvia de mi infancia;
quizás porque no llueve como antaño,
o eternamente llueve todavía.
Aún siento la sed que sabe a líquido
elemento añorado por la arena,
hambrienta llevo el alma que me existe
en el caudal de vientos que me azotan.
Precipicios observo en el nocturno
lecho de vacuidad impenetrable,
luz pretendidamente derramada
de formas irreconocibles, solas.
Es el mundo la forma planetaria,
mi figura un desliz, una corriente
que serpentea rauda los contornos
y se deja atrapar por la espesura.
Vestido con la espuma palpitante
del roce desmedido de las flores,
voy como el álamo desnudo y miro
la desnudez primera del invierno.
El bastión de mi abuelo, Gonzalo Martínez
Hoy he visto en el patio arrinconado
el bastón de mi abuelo, el de madera,
me sorprende que un palo abandonado
tanta historia su imagen me ofreciera.
Casi veo a mi abuelo por la calle
con su paso cansino y achacoso,
de niño yo admiraba su gran talle
y copiaba sus gestos envidioso.
Hoy ne embarga la pena cuando pienso
que casi necesito tal soporte,
pues me hallo de energías indefenso
y los años señalan ya mi norte.
Quizá busque un bastón más confortante,
el apoyo y el mudo acompañante.
Sextina al tango, Rafael Zambrano Vargas
Fue aquel bello rumor de dulce tango
un sueño de arrabal cual flor de un día,
fingiendo una nostalgia sobre el alma
y acumuló recuerdos de la vida,
donde siempre es posible ver un cielo
cabalgando en el ritmo de sus notas.
La mañana es azul, y si me notas
tristeza y soledad de amargo tango
es porque estoy viviendo sin el cielo;
la salsa y condimento de aquel día
que comprendí el sentido de la vida
abrasando las ansias de mi alma.
Un delirio de amor fueron las notas
y suspendí sobre la brisa el alma
al compás de la esencia de la vida
en las alas sutiles de aquel tango
desgarrado en sentido de ese día
añorando la magia de aquel cielo.
Qué sublime la dicha, bello cielo
y el éxtasis, murmullo de sus notas
e inolvidables giros de ese día
que anegó de ternura toda el alma
fundida en la belleza que es el tango,
fuente de inspiración que me dio vida.
Un cúmulo de rosas de la vida
se me infiltro furtivo desde el cielo
muy dentro de mi ser que a todo tango
bailó con la ternura de sus notas
que le infundieron fuerzas a mi alma
en la quietud de aquel divino día.
Yo quisiera escapar hacia otro día
que fuera como el mismo en que la vida
me rebrotaba plácida del alma
y comprimirlo todo en lindo cielo
como un aroma puro en flor de notas
que conjugaran el mas bello tango.
Por siempre en ese tango y ese día
se detuvo la vida como un cielo
a través de las notas de mi alma.
Voy a morder la vida, Carmen Parra
Voy a morder la vida
mientras recojo fresas,
Morderé la vida
en cada movimiento,
a cada respiro,
agarrando la eternidad
en mis manos.
Os hablaré de un campo de trigo,
de la suave mecida de los juncos
en el río.
Del aroma que desprende el azahar
y el color de las naranjas,
Os contaré que voy a desnudarme de lo superfluo
para vestir el calor de los días,
el calor de la amistad,
el fuego de los sentimientos.
y el valor indestructible del instante
en que te abrazo.
El sol de las doce, Rosario Martín
La ciudad tiene a primera hora su mejor cara
y el puto frío congela las emociones,
por eso salgo a comprar a la hora del ángelus.
“Enciendo un cigarrillo,
uno de esos que me dan la vida, y pienso
que no he perdido la costumbre
de caminar hacia el sur buscando mi norte,
ni de soñar que cualquier día nos veamos frente a frente
en el kiosco de la Fina, la farmacia o el estanco…”
Más arriba de la calle,
entre los canchos de piedra que aún coronan el barrio,
el abuelo Cipri mira el sol de las doce
saca su reloj de bolsillo y murmura:
Ya pasó, sí, hace tiempo que pasó
“La hora de los valientes…”
Ellos, Antonio Justel
… y quién, quién es ella, la que lleva manantiales-lumbre en las manos
y los va derramando cual simientes de oro;
y quién, quién es él, que observando los astros,
transfigura la noche y estremece las luces con que brilla el rocío;
quiénes, quiénes son ellos,
quién él,
quién ella,
quiénes, quiénes son…;
… porque cómo ceñir la cintura del beso o aprehender la belleza cuando el agua es el fuego,
y explicar con rigor la pasión de ese instante preciso con su pálpito vivo…,
ah, humildemente preguntémonos con qué ascua lo haremos,
con que brasa o llama, con qué hoguera,
decidme, sí, con qué, con qué infinitud de amor o con qué, con qué incendio…
… salen al aire, y, en él, ardiendo, se miran y arrebatan, se abrazan, se funden,
y en el cuerpo del alma sobrevuelan todas las tierras, los mares todos y todos, todos los mundos;
… pero ay, ay la espera, ese lapsus expectante y latente con que cierra la noche;
mas, vibrando y sonando, al fin se rompe y abre el don del amanecer;
[fortaleza, sabiduría, belleza]por tanto, no, no teman, porque ni el dios ni la diosa se han ido,
los amantes han vuelto,
el esplendor está aquí;
… que cunda, que cunda, pues, y a jarros por el pecho, giman y estallen la luz y la alegría.
A lomos del unicornio, Concha Vidal
Y a esta pluma que se mueve tan cansada,
que desmaya goterones en el quicio del tintero,
que a despulso,
pinta un gato sin bigotes fustigado por tres ratas…
.. a esta pluma arrebatada a los trasgos le musito,
no me prive de la pausa en los poemas
que me elevan,
como arcángel,
a lomos del unicornio.
¿ Qué me queda si como yedra se anuda la rima
entre ratones y gatos ?
( La yedra debe anudarse donde debe que es su sitio, pero jamás su misión es ser ahogo de poetas, de personas que no son poetas, de rubios y morenos, de blancos o pelirrojos, de aménes o pseudo-cruzadas. El mar lo sabe, al menos el mío, que para eso es mediterráneo)
Mirando el espejo, Carlos Justino Caballero
“Ayer, de tanta pesadumbre/ me abrazó el espejo.”
Arturo Rodríguez Milliet
Y el espejo lo abrazó al verlo
así, adolorido.
Y me miré al espejo y allí estaba
mirando mi mirada y yo ignorando
hasta dónde llegaban esos ojos
inexpresivos del reflejo.
Y ese abrazo que recibió el poeta
del vidrio compasivo,
me llevó al diálogo virtual y a vivir
reales reflexiones.
Como si fuese mi último instante
vi en esos ojos las luces y las sombras
de mi haber sido.
Y en la virtual introspección fue vida
la imagen del espejo, y fue profunda…
y en susurros se hizo también
abrazo necesario.
Aflicción a media noche.
(Confesión de un pasado proceloso), Francisco López Delgado
En estas horas tan profundas de la
noche -cuando brillan las estrellas en
el cielo y en la tierra descansa el
egoísmo-, ni mi voluntad, ni mi
pensamiento ya son míos, porque se
ahogaron con el humo del tabaco
y el güisqui de mi copa, que envenenan
el río de mi sangre y apagan el
crisol de mis sentidos
Mi alma, es un halcón que vuela por
el suelo, mis palabras un intento
que se pega en mi saliva.
¡Oh Señor, las riendas de mi vida se
me fueron de las manos; tu Nombre y
tu Cruz se desmoronan… mi credo se
apartó de tu doctrina!
¿Qué es lo que hago aquí?, me pregunto una y
otra vez, sin tener la valentía
ni el coraje de marcharme.
Me siento como un árbol sin corteza
en este oscuro cuchitril, donde las
risas son espadas que taladran mis
oídos y los ojos de la gente
lamparillas de lascivia que brillan
como teas encendidas…
¡Oh Señor,
mi alma no encuentra tu refugio, ni mi
corazón tu gozo: mi conciencia se
diluye entre un montón de bultos y
sombras imprecisas… el ritmo de mi
pulso se disloca, mi mirada se
enturbia poco a poco…
Las ninfas del relax, pululan como
mariposas, circundando el contorno
de mi mesa. La imagen de mi esposa
con mis hijos, me azota sin parar y
se marcha por el fosco tragaluz
de mi cabeza…
Uno del sur, canta con su guitarra
canciones argentinas y baladas
irlandesas… Me levanto y me hago
amigo del silencio y de la tapa
maltratada del retrete.
Inhalo varias veces y me miro
en el espejo sin reconocerme.
Siento un placer desconocido, suave,
interrumpido por el grito de mi
alma y el plañir de mi conciencia…
Me siento y escribo en un papel versos
aprendidos, garabatos y nombres
de mujeres -frases inconexas…
Me hallo hundido en un mar de soledades:
la angustia y el alcohol me invaden,
¡el remordimiento y el dolor me queman!
Donde no esté, te estaré esperando. Carmen Pla
Caminabas siempre de viaje, invisible
sin orden y sentido. Abandonado al caos.
Inventabas dioses y diablos, mitos, peligros, deleites…
Desde las veras auténticas, eras mi locura
en un anhelo irremisible y trágico.
La mano sin otra ansia más fuerte
que la de olvidar las asperezas:
la templanza legítima,
la armadura de versos para crear,
y un grito de batalla que tuviera
plástica de amor.
Eras el viaje que necesitaba el lenguaje
de una emoción abierta al papel.
La más sangrienta carnalidad
de conjurar instinto sensual.
Un abanico móvil de fuego
de una cola de gaviota con plumas,
o un capricho de forma,
que temblara y desvaneciera la frontera
activando el sentimiento.
Como un encanto pequeño y fugaz.
Tu dulzor será una fruta sin restos
en el adocenado precio que pagamos
de todo nuestro abismo interior.
Alma vigilante de un consuelo cobarde
o alma conciencia de una mentira.
Encontrarás mi camino y mis ojos
sin perturbar mi lengua.
Y yo me expresaré
en el fanático temperamento
que conoce la memoria.
– Donde se ama o se condena -.
Pulsando todo el año, Rosa María Reeder
Madre es el beso que jamás muere
que ahonda en segundos la sangre
y arde de ternura tan suave en los ojos
que el cariño se guarda
con el lenguaje del corazón
tiñendo los sentimientos
la carne y las palabras con amor
pulsando todo el año.
Distancias, Mario Martínez
Algunas no lo saben.
O no quieren saberlo.
Siguen igual que siempre brillando a nuestros ojos
con pulsación de sílice,
incombustibles, blancas, silenciosas, etéreas,
inmóviles al tiempo.
Nos miente la distancia.
Ellas también se mienten soñando eternizarse
en fúlgidas presencias
de interminables noches.
Una necia esperanza que sólo el desvarío
de un dios loco pretende.
Lo mismo de engañosas,
en la nada del aire,
algunas ilusiones intentan prolongarse
sobre el neón inmenso de fundidas memorias.
Y las vemos absortos,
convencidos y crédulos
de la luz deslumbrante de promesas futuras,
sin caer en la cuenta de que se han consumido
en albor de trayecto
y aventó el desengaño con pesar sus cenizas.
Hoy son pozos sin fondo de silente negrura,
frías enanas blancas
absorbiendo materia de frustrados deseos.
No están donde estuvieran.
Ni en el cielo nocturno que alumbraron un día,
ni en el alma que ilusa deslumbró la quimera.
Hace mucho que faltan,
aunque sigamos viéndolas.
Son espectros remisos a perder su ascendencia.
Algunas no lo saben.
Ignoran que están muertas.
Tu silencio, Vicente Fernández Cortés
No sé donde encontrarte,
no sé donde me huyes.
Sé tu nombre, tu barrio, tu escalera,
la leve arquitectura de tu sombra.
Conozco tu rubor cuando me miras
de lejos, impaciente,
y advierto tu mirada y disimulas.
Mas ignoro tus manos,
tu velada tristeza, tu deseo
y esa ignota región que me requiere
al sagrado recinto de tu carne.
Cuando escribo soy más triste que tú,
también eso lo sé,
pero acato la ley del desamparo
y ese modo que tienes de sentirme
donde todo te arrima,
donde nada me cura,
donde todo es tu nombre si te callas
y ese raro silencio en que me nombras.
Dorso, Macedonio Tracel
(a Hallie Hernández Alfaro)
El dorso en un poema es inquietud.
Como algunas pinturas tiene cosas debajo,
sueltas, erradas, que no pueden concebirse,
que frenan decisiones. Hundirnos ahí
obliga a desdecirnos, a caer en la cuenta
de que mientras aprendemos a dormir nadie escucha.
Mis cosas graznan el licor de esos vuelos nocturnos,
describen las demoras en las que uno cree
cuando lo que no debería entenderse
arma los rastros del asombro o ser caricias.
Nada que aclare esta furia, ceniza floja,
helada de sí misma, rota hacia el amor.
No saber decir y encontrar palabras
en las vergüenzas vencidas,
escribir lo que nos espera y nunca llegar,
recoger viento para atrapar las pausas,
sus grumos más tristes, ir y venir.
Filtrar lo que sirve, soltar esos intervalos
de no explicar, las manos en otra cosa.
Utopías, Ana Muela Sopeña
Se caen por precipicios
el pensamiento crítico y el orden
y toma posiciones el caos sobre la sangre y la memoria.
Angustia en territorio español,
ansiedad en el mundo catalán,
temores ancestrales en la herida
que jamás se curó, sólo en el sueño.
Muere la dignidad
y los perros aúllan en la noche
y el imperio sin ley
se apodera del tiempo.
Un espacio rendido a lo imposible.
Utopías que buscan su fulgor
en la estación de octubre.
El frío, con la lluvia,
se apodera de todas las tristezas.
Se han revolcado en tierra
los pétalos de un mundo ya caduco.
Ganar ganar parece muy difícil
porque se han traspasado
en el vértigo inútil de la tarde
todas las líneas rojas.
Perder perder es sombra de lo ínfimo.
Ganar perder es algo peligroso.
Porque nadie es capaz de alzar el vuelo
cuando muerde la mano de su cómplice..
Perder ganar es simple simulacro
para elevar el número de adeptos.
Sean, la transparencia del discurso,
los motivos del lobo.
Como un extraño grito desde el orbe
se van enamorando multitudes
de los cielos sin luz.
Lo oscuro colectivo ha de volver
por el camino claro de otro sol
para arreglar el humo de tinieblas.
Renazca en nuestras mentes
el discernimiento de lo ético
y la elección correcta de lo íntegro.
Abandonemos pronto
la emoción visceral desorientada
para encontrar sin prisa, como el astro,
la espiral consagrada a la intrahistoria
del nombre sumergido en la penumbra.
Identidades, Ramón Castro Méndez
Como póstuma oración de atardeceres,
pasa la noche en soledad de vieja alcoba.
Un perro sin nombre
ladra notas de melancolía
en una calle que se pierde en otra calle.
Siempre puedes ver el alma de los perros
en sus pupilas encendidas por la lluvia.
Esta es noche de adiós y bienvenida,
de fiebres pálidas y naufragios en aguas benditas.
La última página de septiembre
alumbrará el primer cielo de abril.
Hay una ciudad que se hunde
en la quietud de habitaciones vacías,
anclada al fulgor de otras madrugadas,
memoria de arrasadas luces,
que vive de la sed y del olvido.
Sé que ya no soy el mismo,
que me ciega la costumbre de mirar a los abismos,
que, a veces, me quedo en la piel de las palabras
y que desaparezco en las huellas de la orilla.
Fiebre, Jerónimo Muñoz
También los pinares que flamean bajo el tórrido sol de los sueños, también los cauces de los moribundos o los rayos crecientes de los cuernos agudísimos.
Y, sin embargo, el mar.
Quisiera evitarte todas las tormentas de las tuberías y todos los lamentos de los que nunca han querido cortarse sus cabellos, todo el veneno de los áspides morados, todos los fétidos alientos de los comedores de pezones aburridos.
Pero tú solo cantas.
También las hienas lloran o cantan sus hazañas, también los sacerdotes cantan a la muerte de su dios, también los trigales, y el alba de los muertos también.
Tu mano, solo.
Yo no estoy aquí mismo ni en las semillas de los corazones ni en las caderas que no aprendieron a extenderse. No estoy entre los gansos ni entre los jugos de las frutas dulces. No estoy en los humos de las candelas incomprensibles ni en medio de tus senos.
Cantas.
También los cuchillos o las hogueras o las gaviotas estridulantes o las rodillas de aquella casi virgen, casi ninfómana.
Canta.
Mi carne se destroza en las inmediaciones del fango, se destruye en los ecos de los himnos estúpidos. Canta si quieres. Mis labios nunca morirán.
Hojas, Luis Oroz
Explicarlo es sencillo,
lo difícil comienza cuando piensas
que no te pertenece.
Un árbol solitario nos contempla,
se lleva nuestros días a sus labios herméticos
y pronuncia un matiz de la existencia.
En sus hojas retiene la memoria
de lo que fue su “savia” perspectiva.
A mis pies una de ellas se levanta,
marchita ya, perdida,
(sin más razón de ser que la de perseguirme)
tiembla, gira y se marcha, no sé si con el aire
o con la inercia de su soledad,
pero ese vuelo
es capaz de arrastrar un pensamiento
más allá de sus límites afásicos.
Su verdad absoluta me recuerda
al último poema que leí.
-No todo está perdido (me interrumpo).
Certezas deshojadas de sus libros
a la espera de un aire misterioso
que vuelva a levantarlas.
Poetas como árboles, miradas
rebosantes de viento.
Explicarlo es sencillo,
lo difícil comienza cuando piensas
que no te pertenece.
De equinoccios y solsticios, Marimar Gonzalez
Me alegra que te marches, prolongado solsticio,
anhelo que florezca la desolada huerta,
no te escondas artero por detrás la puerta,
pues se cuela aire frío por un tenue resquicio.
Equinoccio, prodiga tu color y el bullicio
por patios o jardines, si la vida despierta,
que las flores recuerden, al fin, la voz de alerta
y desplieguen corolas espiando por el quicio
de ventanas abiertas y rejas perfumadas
con fragantes jazmines y rosas diminutas,
enlazando sus redes con impulso selvático
del viento marinero que escapa de las radas,
que el viajero se oriente por la sal en las rutas
y el color de las moras irrumpa por mi ático.
Certezas del sueño, Ronald Bonilla
Digo que el hombre
puede soñar la infinitud
aún en las estrías de la sequedad.
Aún en medio del desierto,
servirá la curva del horizonte
para sospechar su arribo desde el cielo finito.
Aún en la abrumadora soledad que inicia
cada noche,
en cada insólito cuerno de lo incognoscible,
en cada despuntar de una montaña,
fantasma a su vez de otras quimeras,
puede el hombre soñar su regreso.
Puede acaso convocar su estirpe,
asolado y asombrado de tanto arrastrar
su propia osamenta,
ha de vislumbrar de dónde emergen sus alas,
hacia dónde van sus pasos de estrella
impostergable.
De mi libro inédito CABOS SUELTOS.
Brindemos que nunca es tarde, Rafael Valdemar
Alzad conmigo las copas que he llenado con la paz de un vino amable
y brindemos por los enemigos muertos que nunca gozarán nuestras derrotas.
Por los apóstatas del vicio que arañan el sexo como un felino en celo.
Por los que al mejor postor venden su alma y no alcanzan la gloria prometida.
Por la patria expropiada a la infancia en cuyas ruinas se acomoda el pasado.
Por la seducción de la palabra que siempre aniquila el rencor de las mordazas.
Por el coraje de la luz que al despotismo de las sombras subversiva resiste.
Por la libertad que en carne viva se desnuda y a la intemperie pernocta.
Por la soledad con actitud cleptómana que nos roba los besos que no damos.
Por los sueños inconclusos que con la ansiedad de una utopía palpitan.
Por la impúdica excitación del desenfreno que a la abstinencia inunda.
Por el arrojo de un hombre acorralado cuyos puños van desgarrando el aire.
Por la esperanza en manos de los suicidas que la envuelven con su mortaja.
Por quienes mendigan pasión y cada noche tienen cita en el motel del fracaso.
Por la crónica enfermiza de la carne sin hallar el deseo caníbal que la devore.
Por las heridas del tiempo que vamos remendando con jirones de futuro.
Por el diario de la lluvia que con sus lagrimas escribe quien nunca fue amado.
Por el mar para que sus labios de sal no ofrezcan los besos igual que Judas.
Por los huérfanos del amor que en la resaca del amanecer sus decepción agotan.
Por los que amortiguan con la Visa del pecado su hipoteca con vistas al infierno.
Por los náufragos que en el fondo de los vasos no encuentran más respuestas.
Por los ausentes que nos dejaron sus nombres tatuados en la piel del corazón.
Por las arrugas del alma que delante el espejo la mentira dominan con maestría.
Por los recuerdos que la nostalgia se negó a escribirles un merecido epitafio.
Por los poetas que armados con sus fusiles de versos disparan balas de justicia.
Por el aguardiente que destiló el olvido y emborracharnos de vida jamás pudo.
Por los culpables de vivir al límite y sólo en los suburbios hallan clemencia.
Por la ternura que tanto codiciamos y permanente en los burdeles se pudre.
Por los parias condenados a limpiar las pústulas de la Historia con su sangre.
Y por todos nosotros que caminamos bajo palio de un Dios que ya no ampara.
Estatuas, Sidel Zeissig
I.
Escuchamos caer las gotas sobre las aceras
como un galope de nubes tristes y fugaces,
de melodías rítmicas de cuerpos temblorosos,
de reflejos solitarios que se tocan y se expanden.
Y adentro, ¿qué escuchamos?
quizás la sombra temerosa de una mano
gris y translucida sobre el torso silencioso y blanco
de un papel lívido y callado.
Pero entonces, llega el silencio
el no tener que decir nada, porque ya nada importa,
porque las palabras no son puentes, no son alas,
son mortajas…
Nos estrangulan, nos enjaulan, nos estallan
salpicando el corazón como una espada,
como una danza de caballos sobre el polvo
con herraduras sinfónicas de sangre que se embalsa
-que se evapora como vaho en nuestra piel de estatuas-
II.
Porque somos eso, pensamos y somos eso:
una bomba metafísica en envoltorio de cerámica,
un átomo terrestre, una partícula aérea, fragmentada
-una pompa efímera de agua-
Y nos quedamos quietos, plantados,
con las raíces de los pasos encarnados
entre la diminuta distancia de dejarnos ser
o morirnos sin ser algo.
Mordiéndonos las llagas de los dedos,
las grietas en las manos,
para sentir que hay algo más del otro lado,
más que el paso ágilmente oscuro y frío
de los fantasmas y el pasado…
-para sentir que sentimos, que ebullimos, que lloramos-
Para sentir algo más que el dolor de la raíz de un árbol,
para estrechar algo más que el tacto estéril del calor humano,
para explotar por los ojos como lo haría el llanto,
líquido y dulce…
… sobre la faz de un lago.
Carbón, Antonio Satir
La balanza pesa la oscuridad
con su frío cuerpo,
adentrado en esta cueva fosilizada
que excava del alma
los minerales y el pan.
Todo se ha manchado
de esta negra sangre,
la luz cansina que es devorada
por esta boca se atraganta
con el polvillo suspendido,
clandestino casi,
este tiñe mi piel
con su calcinada corteza,
pero toda esta negrura
de pétrea edad,
como por reconciliación
con el gélido andar humano,
se ruboriza, se vuelve naranjas estrellas,
se hace amante del fuego
para templar nuestras manos árticas.
En urna de cristal, Guillermo Cuesta
Saber que tú lo sabes, compañero
de agobios y fatigas y sofocos,
es norma primordial para los pocos
amantes de la ciencia y del tintero.
Soy amigo del sol y del salero,
amigo del amigo de los locos,
amigo de problemas y equívocos
y enemigo del bien que ya no quiero.
En el salero tengo algo de sal.
Tengo algo de verdad en la mentira
y sin mentir no voy a sitio alguno.
Estoy abierto a ver el bien y el mal,
abierto a la razón de quien delira
y cerrado al aviso inoportuno.
Si ahora me desuno
me tocará muy pronto estar metido
en la urna de cristal del pervertido.
De todos es sabido
que equívoco se pone el buen acento
aunque hay que darle rima en este cuento.
Banderas, Alejandro Costa
Deja que corra el agua entre tus manos,
la sonrosada belleza de los pétalos de las rosas,
el aire entre los poros de tu piel maltratada,
deja acariciar el vuelo de las aves,
la delicada ternura de una paloma
en el capítulo de la sabiduría,
la elegancia de las tardes edulcoradas
y el sutil vaivén de banderas al viento.
Deja que cante la cigarra
mientras el sol se refresque en un mar desconocido,
deja que el tiempo encuentre el destino,
que se llene de pisadas el sendero,
que cualquier ida sea mejor
que una vuelta con dudas,
deja de arroparte entre sábanas frías,
de conversar con una soledad sin réplica,
de creer que esos débiles latidos
son de un corazón en la lejanía.
Deja de remover tierra en busca de recuerdos.
Ella,
los guardará hasta que te abrigue.
Entonces,
es posible que las banderas dejen de ondear.
Tambores de ceniza, Silvia Savall
En los tonos del día
bajan tristezas
por el barranco de los miedos,
y en el tragaluz dormitan
tambores de ceniza.
Llevaré flores,
al alma que mora
entre el éter
y el triunfal corte de mi cabeza.
Ahora que no soy nada,
presentaré mis respetos
a la tierra que me pudre.
Dicen, se dicen tantas cosas…, Cecilia Martos
Dicen, se dicen tantas cosas,
pero nada es verdad ni mentira,
sólo ecos reverberantes
de una partitura anestesiada
que no entiende ni precisa entender.
Es sólo cuestión de almas,
notas al viento de una sensación
que te inunda sin saber por qué,
no es la armonía, ni el ritmo,
no es Albinoni y sus adagios,
ni las musas en concierto,
no, no es el ron quien altera la música,
es, es quien te toca.
Es olvido, Pio Espejo
No hay silencio más grato
que una herida cerrada.
No hay calma más gozosa
que un recuerdo callado.
El tiempo es un doctor que nos ausculta el pecho
y sonríe sabiendo que nada duele en la distancia
—se diría un torrente incontenible
que suaviza su empuje si se ensancha la orilla—.
No habrá mejor refugio para el alma
que el remanso de un río entre los largos juncos
pues le libra del fango milenario
que lleva en sus moléculas impreso.
¿Dónde nació y cuándo ese dolor? ¡Es olvido!
De infinito se viste en el océano donde boga la vida
y se transforma en átomos serenos.
De lejos, Bruno Laja
hay que sobrevolar las bendiciones
venir de lejos en todo momento
no ofrecer un imperativo
no decir hay que
ni yo
la mañana del deshacimiento
brotó de la saliva de ayer
una costra en el labio
donde se hundían y saltaban
peces oscuros lejanos
salpicaban
como crótalos en el oído
caído en el suelo
o devorado
o puesto del revés
en algún lugar del cuerpo
tenía manos
hablaban entre ellas
se tocaban
parecían deslumbradas
entraban por el vientre
hacían sonar las vértebras
como una cuerda
cuya vibración conduce
a un molino parado
salían por la espalda
entrelazadas
con los dedos en silencio
la pared estaba blanca
de tanto mirarla
un espesor fruncido vagaba
por la superficie de ver
el techo
el suelo
jugaban a ese juego
de enano y gigante
que invierten su estatura
cuando las palabras
caen desde fuera
comer jazmines rellena la campana
la torre digiere luz
expulsa carne por los ojos
la carne se aplasta contra los cristales
azules de pronto
y huele a formas que la lluvia
querría esculpir
si fuese capaz de separar sus miembros
hay que sobrevolar
venir de lejos en todo momento
Diecinueve días para tus cadencias, Marisa Peral
Siento el soplo que,
como fiel compañero de invierno,
me libera del sombrío desaliento.
Y así vienes,
desgranando quitapesares
para abrigarme de pasión y de decencia
cuando el sol emerge entre turbiones
-cual nigromante de abril-
para dejar su huella de sublime belleza.
Y ahora, cuando apenas quedan
diecinueve días para tus cadencias,
ven, aférrate a mis manos salvavidas
y haz de mi ser una eterna primavera.
El amor que nunca tuvimos, Maria Pilar Gonzalo
En tu recóndito silencio duermen los mirlos
Arbustos en enjambres de desquicios
Son los valses olvidados
Las frases enfebrecidas de lamentos
Entre el reposo de tus sílabas
Se encienden los miedos
Arden los sueños
Se revelan las entrañas
Mueren las ilusiones, amor mío
Y en los espejos yacen verdades
Desesperación y llanto
Un compás de amargura te atraviesa
Me arrastra a tu abismo
Sujeta mi mano
En mi lamento yo te llamo
Ese es mi catecismo
Ya no quiero ser tu presa
En tu recóndito silencio duermen los mirlos
Arbustos en enjambres de desquicios
Son los valses que nunca bailamos
El amor que nunca tuvimos
Extranjera (a todas las mujeres migrantes), Marisa Aragón Willner
Mujer extranjera
mujer exiliada
un día , aprenderás otra lengua
y resguardarás la propia para narrar el viaje …
Vendrás a contar de tu bosque , de tu guerra, de tu ruina
vendrás delgada de riquezas
rosas de fuego del desierto estallaron
en las manos
tú salvaste la piel y la arteria de pájaro
te llamarán Extranjera
vendrás con su linaje
remontarás la noche en tu velo de viuda
y la orfandad
de tu cuerpo esquivo a las esquirlas, perdonado por los dioses
bañado de coraje.
Se agitarán en silencio manos en despedida
un montón de muertos cercanos
sin cruces , sin nombres
y pisarás fuerte con los hijos salvados
y al correr de los días
te envolverá otra noche, la misma luna,
distinto territorio conocerá tu lágrima.
Tú , la de mil nombres
parecida a tantas extranjeras
curarás en soledad
las heridas de tu propia muerte
y un día tu alma en proceso de olvido
de rodillas al rezo bordará tu leyenda
izarás tu bandera a los cielos
y enraizando tu árbol , tu bosque y tu sueño
mujer, madre y guerrera
volverás a tener un hogar en la Tierra.
Tu mirada o canción pueril en do mayor, Israel Liñan
Naufragaba en cualquier espacio,
lentamente,
rondando el miedo.
Y soñaba con pieles blancas,
con su rubio pelo,
sus arrogantes pechos.
Naufragaba entre los barrotes
de la azotea,
pensamientos que se desconectan,
lineas curvas
entre las estrellas,
turquesas que desconciertan…
…tu mirada.
Tu mirada
siempre buceaba
buscando guerras,
implorando heridas…
… azul de azules,
enmarcada,
potenciada,
señalaba presas
que se estremecían,
que se doblegaban…
…tu mirada,
siempre encadenada,
hieráticos prismas
que me envenenan…
Tu mirada
jaula oxidada,
se desintegra…
Lapsus, Alberto Madariaga
Esto es de macho y hembra:
el júbilo sin horario alguno,
el choque ceñido a la voz y a la cintura,
creado por una espiral en los ojos
despiertos de noche y día.
Puede que sea casual
como una canción de Sinatra,
como el ritual de un reloj
acuchillado a las cuatro de la tarde,
pero al tiempo ha de ser un eco plateado,
un hambriento enjambre de tacto imprevisto,
sólo presentido entre sueños,
apenas anhelado por el olfato que ayuna.
¡Tiéndete vida mía!
¡Haz del espacio un segundo,
un ventanal sin sonidos ajenos
sin flores y sin ambiente!
Parte conmigo a la región del asombro,
a ese pedazo del mundo
donde los ojos no existen.
Indiferencia, Ignacio Mincholed
En algunas ocasiones, cuando observo el agua,
me alcanza la fuerte indiferencia de los débiles
hasta percibir el deseo de los otros fútil, áspero
como los diciembres de las infancias de arena.
Me limito a callar, a dejar mi razón a oscuras
sembrando lunas en todas sus fases, oscuras.
La débil indiferencia aterradora de tantos ojos,
astros que sin pasión arden, sin voluntad
en un por si acaso que nunca llega a ceder.
Su origen.
Se altera en la luz permanente
desde la pasmosa oscuridad de las gotas blancas.
La noche, julio Bonal
Vino la noche y tenía sabor
de olor a vivo. Huérfana de claridad del día,
vivía y hollaba los indefinidos ámbitos
que sólo en lo oscuro viven, multiplicados y solos.
Y es que no es el viento, es lo vivo,
que doblándose doblega lo que lo inclina a él.
Hay luces en las sombras que alumbran
el sentido de vivir, en las que los sentidos
se avivan para abrir espacios a todo dolor,
a toda no musitada boca, al acerbo
de cuanto, renunciado y bello, sojuzgaba el día,
a ese, llamémosle, corazón, que enrojecido y manso
en la mano arde, y se ahoga, y quién
lo sentirá palpitar. Rubros
que a escondidas escribe un yo. Sueños
que sueña el que respira fuerte, y el que aspira
aire apenas y es sólo un soñar que muere.
Réquiem por un beso, Javier Bustamante
Trémulo el beso se ocultó tras de sus labios
y las palabras no encontraron ya acomodo
cuando llegaron los silencios, esos sabios
trozos de nada que al callar lo dicen todo.
Si acaso el miedo no tuviera tantos brazos,
si no cupiera tanto frío en ese lecho,
tal vez hubiera conservado los pedazos
del corazón que alguna vez latió en su pecho.
Pero no queda nada más que cobardía
que niega ahora la intención de un simple beso,
queda una tarde gris en franca rebeldía
que va escoltando a un viejo sol en su deceso.
Queda una hilera interminable de reproches,
y un cementerio clandestino de promesas,
quedan las horas de dolor que por las noches
goteaban mudas soledades y tristezas.
Pronto vendrá la cruel rutina indiferente,
a hurtar los restos de un amor a la deriva
y el beso trémulo caerá calladamente
en las paredes de una lágrima furtiva.
Nacer de ti, Lunamar Solano
a grácil nebulosa de tu alma
me apresa despiadada
y me condena al universo de tus ojos,
órbita en la que floto extasiada…
En desacato aventurero
me anudo a tus cósmicos cabellos
con tal fascinación,
que la astucia conforma el asidero
de convergencias aladas…
Atadas las fibras de tu verbo
a mi voz,
afines los pensamientos,
conceden al duende de mis palabras
pronunciar un copioso diluvio de sabores…
Envolvente y gustoso
tu silencio me aprisiona la lengua
y dona el éxtasis al paladar de mi frente…
Taxativo referente,
que fija las arterias de mis soles,
en rotundo frenesí,
a la Luz de los tambores
que me hacen nacer de ti…
Nos supimos amor, José Manuel F. Febles
En el hueco vacío de mis manos
hay un rincón sin vuelo
que aún no recuerda el camino que espera
cuando nadie le llama.
Comienza el nuevo día y un café
despierta el afán
de renovar el saldo para empezar de nuevo,
reunir las palabras que resistan
el momento elegido
para unos labios que nada comprenden.
Nos supimos amor, pero también
insomnio renovado en la penumbra
habitada en el hueco de mis manos.
Llega la verdad y me llamas, yo
te espero y no interrogo
cómo abriste la puerta para siempre.
Ahora sé bien que tú eres la voz,
la vida que la tierra va llamando.
Lo que me dejaste, Mirta Elena Tessio
Dejaste a Mahler, para mi sentido,
en notas de profunda melodía,
delicias y sutil melancolía,
allí junto con Brel, en el oído.
Sondea por mi alma, si un gemido
inundara brutal la simetría,
también brutal sintiera la agonía
y enervados mis dedos del sonido.
La música que amo me da forma
e inevitablemente me despierta
lo vivo en el renglón que me transforma.
Y así, como si abrieran una puerta,
el verso que en mi alma se conforma
emerge como fruto de mi huerta.
Diáspora, Arturo Rodríguez Millet
Ya se fueron mis muchachos.
Uno a uno, poco a poco.
Tres arriba, en diagonal a la derecha,
otro, por la parte de afuera
cruzó el centro de la Tierra.
Al más chico de mis primos
lo sacaron del planeta.
Uno a uno, golpe a golpe.
Cada uno sigue un sueño,
una ilusión, su estrella,
todos abriendo estelas
o surcos de buena siembra.
Ya se fueron mis muchachos, todos ellos.
La alegría se destierra,
los abrazos son virtuales
y la nostalgia terrena.
Comparto la lejanía en la mesa:
yo desayuno, él almuerza.
Uno a uno, pulso a pulso.
La oreja puesta en mi tierra
para escuchar la estampida
de los potros que se alejan…
Y hoy le toca a mis tres niñas,
hoy le toca a las tres hembras.
La mayor es la más niña
porque con ella mi memoria juega
las otras son la ternura,
canción de cuna, mimos y cartuchera.
Se habían ido mis muchachos,
hoy se me van mis tres hembras.
Mar dos castelos, Xaime Oroza
Veu levar o mar as imaxes das penas
agás a dunha vella dona que me saúda
cun sinistro sorriso desdentado cómprice do mar
na cova ú as sereas loiras se peitean.
Ollomao é a porta belida
dun berro oco do mar.
Virás, has vir
ve-las ondas
do mar correr
Hei de ir, irei
ao mar dos Castelos
deixa-las ondas
correr ao pé.
Máxicos berros do mar
veñen nas ondas,
máxicos berros de luz
nas covas ú as sereas loiras.
Hei de ir,
irei aos Castelos
mira-las ondas
do mar correr,
apaña-los ollomaos
que deixa o mar na beira
coma portas de nácara
dos seus berros
máxicos, ocos,
nunha mínima espiral laranxa
lene e enxel, espida, núa.
Dende o espello
da pucharca salgada
irei ú as sereas.
Só deixou o mar
nas rochas gravada
a imaxe da vella dona,
levou as outras,
desdentado sorriso sinistro
que me mira doutro lado do espello
da pucharca salgada na area da praia.
Ollomao é a porta belida
dun berro oco do mar.
Hei de ir, irei
aos Castelos
mira-las ondas
do mar correr.
El mar de los castelos
Vino a llevar el mar las imágenes de las peñas
excepto la de una vieja dama que me saluda
con una siniestra sonrisa desdentada cómplice del mar
en la cueva donde las sirenas rubias se peinan.
Ollomao es la puerta hermosa
de un grito hueco del mar
Vendrás, has de venir
a ver las olas
del mar correr
He de ir, iré
al mar de los Castelos
dejar las olas
correr al pie.
Mágicos gritos del mar
vienen en las olas,
mágicos gritos de luz
en las cuevas donde las sirenas rubias.
He de ir,
iré a los Castelos
mirar las olas
del mar correr,
coger los ollomaos
que deja el mar en la orilla
como puertas de nácar
de sus gritos
mágicos, huecos,
en una mínima espiral naranja
leve y difusa, difuminada, desnuda.
Desde el espejo
de la charca salada
iré dónde las sirenas.
Solo dejó el mar
en las rocas grabada
la imagen de la vieja dama,
llevó las otras,
desdentada sonrisa siniestra
que me mira desde el otro lado del espejo
de la charca salada en la arena de la playa.
Ollomao es la puerta hermosa
de un grito hueco del mar.
He de ir, iré
a los Castelos
mirar las olas
del mar correr.