Selección de poemas

Selección realizada por: Hallie Hernández Alfaro y Rafel Calle.

6 coches y 24 ITVs después, Luis M.

De aquellos años, recuerdo
las gaviotas y los helicópteros invisibles
volando entre nuestras cabezas,
la extensa red de autopistas al infierno,
un ángel con medio tupé y chaqueta de cuero (de copiloto)
y alguna que otra princesa embarazada
expulsada del paraíso.

También recuerdo el generoso silencio de los muertos de entonces,
la lava y su incipiente ceniza
enquistando en mis cortas venas de plata,
y la piel de algodón.
Tsunamis de espuma
salpicados con brillo de labios
-y su solfeo ensordecedor- en las tardes
y cervecerías del distrito de Moncloa.

Seis coches y 24 itv’s después.
Cien lunas rotas en alguna dimensión perdida
de este mi carcomido multiverso
y mil doscientos gramos de poemas con olor a rueda quemada.
Resulta que ya sé rendirme sin dolor
antes de volcar definitivamente el mundo sobre el vertedero
de la suprema (y multiorgásmica) desilusión;

y resulta también
que al fin he aprendido a querer sin aritméticas,
a contraviento y un ejército de pararrayos.
Que ahora estoy en pleno curso de vuelo
sin plan de vuelo y con las alas gastadas.
Aunque por razón de impudorosa rebeldía
(o mera supervivencia de ese último mohicano
que habitó mi antiguo continente Orgullo),
todavía dudo del modo ideal de aterrizaje.

Y añadiría además:
que ya casi sé volverme eclipse,
sin deslumbrantes apagones de medianoche
ni sobredosis de antiácidos.
Que descubrí que hay vida (aunque mucho más aburrida)
después del planeta Juventud.
…Que aquella carretera interminable, sin radares,
peajes ni apenas gasolineras,
con su heterogéneo paisaje
-y sus fantasmales pueblos atravesados cada puñado de kilómetros-
tenía un final tan cristalino
que quejarse ahora
solo sería un imperdonable ejercicio de hipocresía
y autoengaño.

Y que no, compañero, que nunca llegamos al horizonte
soñado,
si acaso, brillamos en algunos tramos del viaje

y todo eso…
(nada más ni nada menos).

 

 

Si eres poeta, Pilar Morte

¿Por qué lloras poeta?
¿Por qué tu verbo tiene sabor de cumbre,
sonido de planetas,
música de estrellas?

¿Por qué no sabes mirar sin versos,
si te alimentas y duermes,
sueñas con pesadillas en la noche
y al despertar te ojean los espejos?

¿Por qué son poemas las campiñas,
el fruto de la boca
o el niño con rizos en el pelo?

¿Por qué lloras poeta?
di, melancólica alma sucumbida

¿Por qué regresas a tu soledad
cuando el júbilo te hizo danzar sobre la seda
esponjosa de grata compañía?

¿Por qué haces largo el camino del dolor,
del dios que no puedes ver?.

Dulces son también los cuentos
que fueron túnica de infancia,
la amistad, tejado en las tormentas,
el amor que sustraes de los pozos del desengaño.

¿Por qué lloras poeta de mirada desnuda?

No te engañes,
si no fueras poeta
también llorarían tus sentidos
al contemplar el mundo.

 

 

Ruqia Hassan, Julio González Alonso

Yo no sabía tu nombre de flor del desierto
de Siria, y hoy lo pronuncio con el aliento triste
de la muerte abriendo la puerta a la lista
interminable de nombres de mujer con aroma
de jazmines, grito
de majestuosa dignidad, “mejor morir
que vivir humillada
 –dijiste- por esos tipos
que nos imponen su poder
“.

Yo no sabía tu nombre, el que abre la esperanza de los pueblos
y la libertad de sus mujeres. Ruqia Hassan,
asesinada en Raqa. “Seguramente – lo sabías – el Estado
Islámico va a detenerme
y decapitarme
“. Pero tu juventud está hecha de sabiduría
y honradez, de la belleza imparable de la vida
que otra vez, ¡ay, el alma y memoria de Hypatia de Alejandría!,
harán sangre en sus manos aquellos que interpretan
los designios de los hombres y los deseos de Dios
para justificar sus crímenes en todas las ciudades
y los pueblos ocupados. Contra ellos
nada valen tu valor y el conocimiento de la filosofía,
pero saben que puede más que ellos la verdad que ilumina
tus veintisiete años contra el totalitarismo de velos
y nicabs negros, crucifixiones,
torturas, decapitaciones,
flagelaciones públicas en las plazas de Raqa,
la ciudad que está siendo aniquilada
silenciosamente.

El valle del Eúfrates se ahoga en sangre;
yo no sabía tu nombre ni la alegría de los pétalos blancos
de sus letras, y ahora tengo en mis manos
todo el terror que desangra a Siria y no sé qué hacer
con las bombas aliadas
ni con el horror del Califato. Tú, estás muerta
y tu muerte defiende nuestras vidas, pero sé
que no será suficiente
si seguimos callados ante el crimen.

 

 

Tierra quemada, Josefa a. Sánchez

Aún puedo recordar lo que era amarte
cuando te amaba aún. Cuando miraba
por tus ojos. Cuando se denudaba
mi alma con tu cuerpo al desnudarte.

Hace mi boca el gesto de besarte
la boca del recuerdo que besaba.
Y mis dedos aun saben donde acaba
ese punto final de cada parte.

Aún guardo tu vaivén en la cintura
y tu aliento en la leve arquitectura
de mis pestañas, que guiñaba a ciegas.

Aún quedan surcos de ese viejo arado
que recuerdan que el campo fue sembrado;
pero en la piel, al corazón no llegas.

 

Los caballos de Luxor, José Manuel Saiz

Yo estuve en Luxor (pero ahora
no acierto a recordarlo)
. Y recorrí
sus patios de columnas milenarias (aunque olvidé
los nombres de los patios
); navegué
por aguas de su Nilo, fértil y sagrado (inundado desde entonces
al sur de mi memoria); 
compartí en la Medina la sonrisa
alegre de los niños (y el viento ardiente del simún
arrasó de mi mente ese recuerdo).

Yo estuve en Luxor (pero apenas puedo
ahora describirlo)
. Y me sedujo
el ojo de la cobra y el misterio
que envuelve al faraón (aunque todo son leyendas
y mitos enterrados);
 bailé al compás del arpa,
la flauta y el tambor (y es un címbalo estridente
lo que retumba como un trueno en mis oídos)
; olí el perfume
que exhala el tamarindo (pero un hedor profundo
anega mis instintos);
 degusté el dátil dulce
y el fruto del olivo (pero es la hiel la que rezuma
amarga por mi boca);
 paseé por sus calles en calesa
al trote de un caballo… y, sin embargo, esto es
lo único que yo guardo en mi memoria.

Yo estuve en Luxor; pero recuerdo solamente
los ojos de un caballo
, y la medida de su hambre
acotada al beneficio;
y lo cruel de su relincho
mendigando una caricia;
y el contorno de su lomo
raquítico y ulcerado;
y el cansancio de su grupa
sometida al sacrificio;
y el sonido de una fusta
golpeando carne viva;
y lo indigno de su vida
al servicio del turismo;
y el hedor de los establos,
más que infames, inhumanos. 

Id a Luxor. Recorred sin escrúpulos los vestigios
que encumbran su pasado
… Pero si tenéis conciencia
no subáis a las calesas;
si os palpita el corazón
no miréis a los caballos;
si pretendéis recordar
la grandeza de las cosas
apartad de la memoria
la miseria de las yeguas.

Yo estuve en Luxor, pero recuerdo solamente
los ojos de un caballo y el trazo de estos versos
que escribí en su calesa.

¿Qué fue de aquel jinete nubio,
ejemplo y paradigma de la historia, que compartía suerte
y honor con su montura? El ocaso y decadencia
de un pueblo y su cultura comienza donde acaba
la humana compasión del hombre.

 

El susurro de tu vagina, Javier Dicenzo
A Javier C. Noceda, de Banco Provincia

Exclamando las nimiedades del futuro lamento como hoy,
tuyo es el esperma que brota de tus labios eróticos.
El susurro de tu vagina, caliente, hermosa,
atiende mis mariposas dormidas por el viento;
un viento que hiere mis manos de poeta agónico.

El susurro extiende las llamas a un paraíso perdido,
esa biblioteca es el edén que Borges juzgo único;
tus vientos, tus manos herir de rosas que me bendicen.

Eso eres, mujer, palpitando hijos en pubis angelicales,
tu vagina me atrae, la miro, la miro a la distancia,
rubia que miente con la mirada y sirve un café en el bar.

Hoy pasare por el crepúsculo que creaste en mi mente,
Hoy pasaré a vivenciar tus deseos, tus manos dormidas,
Hoy eres mujer hermosa, y tu sexo no es mío.

Te entrego mi pene con su semen, para amarte,
dolor de poeta dormido en ruiseñores gélidos,
porque rocé tu boca, tu boca
esta que come caramelitos heridos en tu vientre.

 

El duelo de Corbain, J. J. M. Ferreiro

Corbain miraba el vestido de Claire
que el oleaje había devuelto a la ribera,
pero el cuerpo no estaba;
disuelto rápidamente se perdió entre piedras y lodo;
se reintegró a su estrato correspondiente
como un detrito más del sueño geológico del planeta.

Mucho tiempo después,
cuando el agua se evaporó,
parecía verla de nuevo
en esas formas caprichosas que las nubes moldean.
Sí, todo en ella fue apariencia,
mostraba un cuerpo que al moverse
simulaba otros cuerpos y terrores imaginarios.

Revivía frecuentemente aquella escena imborrable
que idearon escudriñando en la perversidad:
Era en Sierra de Lobos.
Muy adentro del bosque,
la noche parecía enferma
y las parejas del amor yacían
pudriéndose en los cois y en las hamacas,
sus vientres sanguinolentos
destrozados por las alimañas nocturnas.

Durante aquella época Corbain fue muy dichoso;
recordaba que siempre que se besaban
ponían alfileres en los labios.
Ahora, sus lágrimas caían con un ruido ensordecedor
y sus manos parecían dos ataúdes de silencio.

Desde su desaparición,
fabricaba sus propios días o vivía en los ya idos,
que eran los más inesperados.

Y siempre solo, nunca se encontraba.
Tampoco lograba saldar
haber soñado la proporción más dulce de lo suyo,

eso que le pedía ser como la ofrenda de la lluvia,
por su invasión, la humedad acariciadora,
por su llama de vida, el inmanente trazo,
por el alimento de tierra interminable
con el que ella le entregaba el amor…
y sentía muy íntimamente la nieve de recuerdos
que los días escombraban en sus sienes,
ese halo de belleza que fulgura
cuando hasta las palabras sienten.

Aquella tarde, Corbain recorría la orilla de la playa
pensando en ella,
y veía como la traza de sus caderas,
siempre ciegas y balbucientes,
todavía quedaba esbozada en la arena.
La imagen de sus chanclas y sus gafas de sol tiradas en el suelo,
abría en él una sensación de abandono quieto e irrecuperable.
Eran objetos vívidos
con un alma extraplana, indiferente a la salvación eterna.
Entonces Corbain,
mirando al mar interminable, murmuraba despacio:

“Vengas con las raíces de la sed
o vengas con la tormenta mar adentro,
con la hierba del frío, o en las orillas de la sombra,
jamás la seda parda de la tierra
aliviará la herida de tu tiempo”.

 

Ojo de pez, Hallie Hernández Alfaro

El recuento de las visiones ha pedido asilo en el iris de la Fuente,
en la blancura inmensa de su aura.

En la alternancia de mundos
elegimos vida feliz;
lúcida y causal
remonta las dotes del vector lejano.

En la alternancia de mundos
se han borrado las negaciones del merecimiento,
se visten las águilas de romance
y la esclerótica caduca la última sombra.

En la alternancia de mundos
hemos dividido las rojeces de la culpa
hasta el fondo de sus criptas;
restan solamente precipicios de paz.

En la alternancia de mundos
no puedo olvidar las venas de tu jersey
ni la conspiración de sus mangas.
Habremos de volver
a la ronda del labio,
a los campos mojados,
al eterno beso de las córneas.

Acoge el nervio los iones de la plegaria
mientras el ojo de pez alcanza la definitiva certidumbre.

 

 

Juicios e historias que merecen imposibles, Rafel Calle

 

Si no supieras desnudar el alba,

si te esforzases en andar de pie,

si no pudieras mitigar los miedos

y si aún piensas en imán y piel,

hay historia y merece un imposible.

 

(Son los sueños, trajinan con la mente confusa).

 

Un sueño muere y otro sueño

tendrá que resurgir de sus cenizas,

un sueño es una causa prepotente

que dura lo que duran las sonrisas.

 

A la hora de juzgar un sueño leve

(si por leve atendemos a una cita

en la cual el amor es indigente,

si indigente es un pan con poca miga),

en el juicio aparecen los sudarios

para cubrir los rostros de los sueños

que serán un confín del calendario

donde moran las causas sin remedio.

 

Pasión y humanidad, en pie, de frente:

Te condeno al deseo incontenible

del amor en su estado preferente.

Sí; tu historia merece un imposible.

 

 

Angel of Light , E.R. Aristy

¿Hasta cuándo será esto en el corazón de los profetas que profetizan mentira,

y que profetizan el engaño de su corazón?

Jeremías 23:26

Una paloma entrenada

Se posó en la repisa.

era muy de mañana,

humeaba la brisa.

 

En su pata traía

una nota mantissa.

Y leía:

 

 

El mejor disfraz es ser invisible;

hacer y deshacer las sombras,

conjurar la inverosímil similitud

de la claridad y la negrura,

de esas conjeturas y contorsiones

me encargo yo, ángel de luz.

 

II

 

 

En cada encrucijada

se implanta este acertijo,

una fórmula mágica

en tu sucio palomar

de hambre y zureo:

 

¡almohadas turcas!

¡alfombras encantadas!

¡vino del techo gotea!

¡qué plumaje te cosen

retazos del deseo ¡

 

Vuela palomita

al núcleo del trigal

que el sol cambea.

 

III.

 

Cuando te acurrucas

y las flores duermen

soñando poesías

paso mis dedos

en tus cabellos incontables

y ya en mi puño,

vuela, pluma, vuela!

 

IV

 

 

Antes que el reloj

estalle en una calma contusa,

en un absurdo ruego,

susurrará

lo innombrable

que a la luz se aferra;

una luz cegadora

una nube en el cielo

una sola palabra

bajo un cerrado aguacero:

¡Vuela!

 

-¿Quién me ha tildado de pajarero?-

 

¡Que bonito los árboles!

¡que bonito tu velo!

¡que bonito los copos

colgados del filo de un testaferro!

 

Con la luz ellos brillan esculpidas,

caprichosas diademas

con el fuego derriten

toda miel en las sienes.

 

Palomas y palomares,

un espíritu santo,

un bendito suplicio,

una pluma en el campo.

 

 

Programa de aplicaciones, Armilo Brotón

 

No lo tires por el abismo de la memoria.

No juzgues demasiado al marinero: hazme cómplice

de tus derrotas,

tus heridas

que lameré sin nombre, como el mar

mira con ojos de viejo

a su perro, maricón y enamorado.

 

Mi nariz y mis canas rozando el pezón de la dicha,

consentida la mañana

en tu mano tierna, amiga, celofán que agarra por los pelos

mi noche.

 

Hazme bello cuando pienses. De mis torpes manías

resucítame

hoy,

que no me interesa ya ningún lagar

mas que tu boca.

 

Lázaro que, mimado de todas las espinas,

a cambio,

te pudiera hacer nueva, sin daño, sin tiempo,

perfumada solo de vida.

 

Hno Renato Vega

 

 

El sabor a lágrimas que siempre nos excita, Gerardo Mont.

 

Oíamos cantar a Sia llenando de tristeza los silencios

de las mujeres apocadas, de ese film que habíamos escogido.

Tú inhalabas para devolver las lágrimas

que intentaban saltar del recipiente,

de un dolor de ancestros en la sangre.

Y yo también, por qué no confesarlo.

 

Me hubiera gustado tener la picardía

de Sabina, la pimienta de su lengua, para extraer de ti el aguijón

de la nostalgia… Habías sentado en tu regazo, a la niña

que en tu pecho, asmática dormía. Ella,

mordiendo sus barrotes como una lombricienta,

ignoraba que para todo ya hay pastillas.

 

(Todos supimos que el litio es una fruta,

después de esa tonada con su nombre y unos difíciles agudos).

 

“La vida es eso: un poco de tristezas verdaderas,

y un poco que nos vamos inventando

por el hábito de sabernos desangrados”, parecían decir tus ojos,

confirmando las líneas que irrumpieron, de un guion

que la tendría difícil para el Oscar.

 

“Yo te he amado, como un hombre afectado

por las lluvias en una dimensión desconocida”, respondí con la mirada

describiendo un semicírculo del cual eras un punto…

“Y sólo soy esto: mi madre débil y sincera,

mi padre alienígena y mezquino,

y este ruido pertinaz que me abrazó cuando nacía”.

 

 

“Todas somos una, en la versión que los machos nos permitan”,

Imaginé que hacías coro, implosionando en esa frase,

de un diálogo que mordiéndose los labios,

evitaba maldecir a los malditos.

 

Pero al fin te salvaste ante mis miedos, desalando los sollozos

que me condenaban a la asfixia. Mi alma volvió entonces al cuerpo,

cargando la cruz de ceniza de los nómadas,

esa culpa que por género arrastramos.

 

Al fin la pantalla escupió el fin. Tras un exabrupto de la protagonista,

prometía una segunda parte con mujeres de a cuchillo.

Pensé en entregarte un poema de saliva,

para que del polvo rehicieras a mi esposa.

 

Ya afuera nos miramos, tú en las mareas de mis ojos

y yo en los cristales quebrados de los tuyos.

“¿Quién te hubo herido?”, pregunté.

“Tendremos que aprender más de nosotros”, respondiste.

 

Y luego nos besamos

con el sabor a lágrimas que siempre nos excita.

 

 

 

La verdad de los domingos, Manuel Alonso

 

Escribo sobre la verdad de los domingos

el mar nada tiene que ver

el sueño del hombre

y de la mujer

no es el amor

hay tantas clases de amor

dicen

que es imposible enamorarse antes

de contabilizarlas.

 

Escribo sobre la verdad de los domingos

el mar nada tiene que ver

ya lo he dicho antes

el sueño del hombre

y de la mujer

debería figurar

en cada una de las listas de la compra

de los amos y las amas de casa.

 

Escribo sobre la verdad de los domingos

y el mar nada tiene que ver

el sueño del hombre

es la magia del espíritu

el de la mujer

un renglón

sin luz.

 

 

 

 

Mi última serenata, Marius Gabureanu

 

Me desnudo a medianoche

a curiosear las cicatrices que han abdicado de mi piel

y averiguar si los espejos están despiertos.

Si de repente enciendo la luz

veo, por un instante, el duelo de las cucarachas

y ellas miran mi cara sin afeitar

como si implorasen una gota de sangre.

Entonces me pincho un dedo

con lo que tengo al alcance,

porque los colmillos de mi ángel de la guarda se han gastado

royendo el marco de la puerta,

cosa que aún absorbe sus domingos

cuando recuerda que pasó su niñez

en un templo de gemidos

y que tiene alas hechas de plumas de una almohada,

yo me pincho el dedo y dejo caer, gota por gota,

la sangre necesaria para saciar un escuadrón de cucarachas

a las que miro con desprecio como a una ofrenda tardía

y cuento sus patas que se retuercen en una mancha roja

y me prometo que jamas volveré a escribir poemas

para encarcelar el silencio

y no sé, amor, si esas cosas son dignas

de un hombre que hierve a su alma cada noche

en puro aceite de locura,

¿pero qué más te digo, qué palabras se ajustan a un paraíso de cables

que miman la soledad?

Y sí, los espejos dormitan

demasiado.

Nadie camina por ese hilo.

La realidad finge morirse dos veces.

El recuerdo que cuelga de la respiración

exhuma sus verdaderas ruinas

y, nudo tras nudo, irrumpe mi última serenata.

Perdóname que te la dedico sin avisar.

 

 

Omertá, Pablo Ibañez

 

No digas lo indecible.

Hay algo que no debe ser nombrado, es

más antiguo, más grande que nosotros, más oscuro; se acumula

en los rincones agrios de la casa, en los amarillentos retratos.

Podemos callarlo juntos —si tú quieres—, hederlo

y escrutarnos los ojos después sin decir nada.

 

 

Vinieron especialistas del Estado a gestionarlo.

Mostramos en silencio, nosotros, la familia, inofensivos. Era

complicado, dijeron, incómodos en la cercanía de lo humano,

evitando siempre cruzar nuestra mirada –el Estado—, sospechando…

Fue mejor callar.

 

 

¡Pero tú dices lo indecible, tocas lo intocable! ¿Así pretendes

sobrevivir, ser de provecho? ¿Quién va a significarse cuando caigas?

¿Quién, cuando pase de moda la verdad y tú vayas de auténtico y de puro?

 

 

Nadie. Calla y sálvate

porque a nadie le conmueve lo inaudito: las palabras

indecibles de los otros, de nosotros, que retumban

en los rincones agrios de esta casa,

en los amarillentos retratos.

 

 

 

El poema que he podido escribir, Ramón Carballal

 

Te debo un poema,

claro como la luz que fuimos.

 

El cruce altivo de los ojos

dibujó en el silencio un clavel ambiguo,

la palidez, el verde de un iris tímido,

el perfecto anclaje de las piernas,

tus rodillas igual que bocas o suburbios.

 

Hablar, sí, para que la niebla no crezca

junto a la mica y las habitaciones oscuras.

 

Ven al cine, quieres, que era como decir ven a la noche

y sus teatros húmedos.

 

Al principio el impulso es fragor

y torrente de piel e islas remotas,

manos que antes no habían conocido

la táctil rosa del deseo,

labios que ya no esconden su saliva fúlgida

entre los pliegues de otros labios huérfanos.

 

El amor es un territorio de flores brillantes,

un arco iris al que le ha nacido

el color de la esperanza.

 

Es inútil vivir en el tiempo real de los horarios,

la eternidad fluye como un rayo sobre el mar de la juventud,

la alegría exhibe su alas

que al final quemará la pasión.

 

Y después los viajes, los planes,

el futuro hasta el hoy

y la memoria del agua en las hojas,

la fatal fugacidad de aquellos días azules,

los veranos fértiles de vida.

 

No es este el poema que quería escribir

es tan solo el que he podido escribir

para ti, para nosotros.

 

 

 

Raíces de cristal, Rosa Marzal

 

Desplegaba su absurdo equipaje

en la canícula de las horas que anticipan

relámpagos.

Ataviado de orgullo,

vapuleaba la espera, incendiaba los ritos.

Descarrilaban en sus labios

las palomas.

 

Ellos no comprendieron jamás

la rebelión, el grito absurdo, la redención

de los leprosos.

 

Y la botella de la decepción esparció en el silencio

su líquido lamento

al ignorar el invisible tacto, la densidad exacta

de la herida.

 

Ahora

que hemos sido capaces mirar cara a cara a los lobos

del abismo,

creemos que es posible reparar raíces de cristal,

que es posible talar uno a uno los siniestros árboles

del bosque que nos condenó

a desconocernos.

 

 

 

Extravío, Ventura Morón

 

Hoy llegaron orcas a la playa.

La lluvia las mojaba, a lo lejos.

Su piel negra se empañaba como un cristal ciego que engullera todo.

Hace tanto que no te veo.

 

He descorrido a la marea las cortinas enredadas de este museo de vértigos,

y la memoria chispeaba perdida, al otro lado.

La luz se ha colado recogiendo el blanco silencioso de las paredes.

Entre las palabras hay espacios infinitos.

 

Afuera, paso entre las gotas mientras tus ojos se alejan.

La distancia seca a los árboles y la sed enmudece a los pájaros.

Los charcos son destino de huellas perdidas.

De mi boca se ha desplomado tu nombre como un alud sobre el olvido.

 

La arena es un cementerio dorado para los cetáceos perdidos.

El instinto clava su esperanza en lo insensato.

No hay hienas devorando sueños en la orilla.

Caen las olas como ilimitadas páginas de la indiferencia.

 

 

 

La limpiadora de menajes, Óscar Distéfano

 

No está más descansada ni más sola que nosotros.

La melancolía no la tortura como a muchos de nosotros.

No hay abismos insondables entre ella y nosotros.

Ella no está más triste ni más feliz que nosotros.

 

¿A causa de qué razón, por qué milagro de la existencia,

en nombre de qué dios esta mujer se dedica a su tarea,

hunde sus manos en el agua jabonosa, y sus ojos

entre las nubes de su sonrisa? ¿Tal vez algún amor oculto?

 

Da varias vueltas por los contornos de un plato.

Se mira en el espejo de una bandeja de acero inoxidable.

Parece recobrar cenicientas de una vida noble.

Parece que quisiera ser lo que nunca ha existido.

 

Callada, deja que sus temblores sigan su intuición.

Pretende conquistar la costumbre del júbilo.

Cuánta humilde dignidad forja ese rostro fino, pálido,

esa luz que estalla, esa golondrina en la ventana.

 

Esa actitud en éxtasis de hacer esmero en las vasijas.

Ese ascenso íntimo que le proporciona su destreza.

Ese impulso total al minucioso infinito de su labor.

Esa cúspide del Yo de trascenderse a sí mismo.

 

Febrero, Alonso Vincent

 

Sortilegios quebrados de las rocas,

no recuerdo la lluvia de mi infancia;

quizás porque no llueve como antaño,

o eternamente llueve todavía.

Aún siento la sed que sabe a líquido

elemento añorado por la arena,

hambrienta llevo el alma que me existe

en el caudal de vientos que me azotan.

Precipicios observo en el nocturno

lecho de vacuidad impenetrable,

luz pretendidamente derramada

de formas irreconocibles, solas.

Es el mundo la forma planetaria,

mi figura un desliz, una corriente

que serpentea rauda los contornos

y se deja atrapar por la espesura.

Vestido con la espuma palpitante

del roce desmedido de las flores,

voy como el álamo desnudo y miro

la desnudez primera del invierno.

 

 

 

El bastión de mi abuelo, Gonzalo Martínez

 

Hoy he visto en el patio arrinconado

el bastón de mi abuelo, el de madera,

me sorprende que un palo abandonado

tanta historia su imagen me ofreciera.

 

Casi veo a mi abuelo por la calle

con su paso cansino y achacoso,

de niño yo admiraba su gran talle

y copiaba sus gestos envidioso.

 

Hoy ne embarga la pena cuando pienso

que casi necesito tal soporte,

pues me hallo de energías indefenso

y los años señalan ya mi norte.

 

Quizá busque un bastón más confortante,

el apoyo y el mudo acompañante.

 

 

Sextina al tango, Rafael Zambrano Vargas

 

Fue aquel bello rumor de dulce tango

un sueño de arrabal cual flor de un día,

fingiendo una nostalgia sobre el alma

y acumuló recuerdos de la vida,

donde siempre es posible ver un cielo

cabalgando en el ritmo de sus notas.

 

La mañana es azul, y si me notas

tristeza y soledad de amargo tango

es porque estoy viviendo sin el cielo;

la salsa y condimento de aquel día

que comprendí el sentido de la vida

abrasando las ansias de mi alma.

 

 

Un delirio de amor fueron las notas

y suspendí sobre la brisa el alma

al compás de la esencia de la vida

en las alas sutiles de aquel tango

desgarrado en sentido de ese día

añorando la magia de aquel cielo.

 

 

Qué sublime la dicha, bello cielo

y el éxtasis, murmullo de sus notas

e inolvidables giros de ese día

que anegó de ternura toda el alma

fundida en la belleza que es el tango,

fuente de inspiración que me dio vida.

 

 

Un cúmulo de rosas de la vida

se me infiltro furtivo desde el cielo

muy dentro de mi ser que a todo tango

bailó con la ternura de sus notas

que le infundieron fuerzas a mi alma

en la quietud de aquel divino día.

 

Yo quisiera escapar hacia otro día

que fuera como el mismo en que la vida

me rebrotaba plácida del alma

y comprimirlo todo en lindo cielo

como un aroma puro en flor de notas

que conjugaran el mas bello tango.

 

 

Por siempre en ese tango y ese día

se detuvo la vida como un cielo

a través de las notas de mi alma.

 

 

 

Voy a morder la vida, Carmen Parra

 

Voy a morder la vida

mientras recojo fresas,

Morderé la vida

en cada movimiento,

a cada respiro,

agarrando la eternidad

en mis manos.

Os hablaré de un campo de trigo,

de la suave mecida de los juncos

en el río.

Del aroma que desprende el azahar

y el color de las naranjas,

Os contaré que voy a desnudarme de lo superfluo

para vestir el calor de los días,

el calor de la amistad,

el fuego de los sentimientos.

y el valor indestructible del instante

en que te abrazo.

 

 

El sol de las doce, Rosario Martín

 

La ciudad tiene a primera hora su mejor cara

y el puto frío congela las emociones,

por eso salgo a comprar a la hora del ángelus.

“Enciendo un cigarrillo,

uno de esos que me dan la vida, y pienso

que no he perdido la costumbre

de caminar hacia el sur buscando mi norte,

ni de soñar que cualquier día nos veamos frente a frente

en el kiosco de la Fina, la farmacia o el estanco…”

Más arriba de la calle,

entre los canchos de piedra que aún coronan el barrio,

el abuelo Cipri mira el sol de las doce

saca su reloj de bolsillo y murmura:

Ya pasó, sí, hace tiempo que pasó

“La hora de los valientes…”

 

 

Ellos, Antonio Justel

 

… y quién, quién es ella, la que lleva manantiales-lumbre en las manos

y los va derramando cual simientes de oro;

y quién, quién es él, que observando los astros,

transfigura la noche y estremece las luces con que brilla el rocío;

quiénes, quiénes son ellos,

quién él,

quién ella,

quiénes, quiénes son…;

… porque cómo ceñir la cintura del beso o aprehender la belleza cuando el agua es el fuego,

y explicar con rigor la pasión de ese instante preciso con su pálpito vivo…,

ah, humildemente preguntémonos con qué ascua lo haremos,

con que brasa o llama, con qué hoguera,

decidme, sí, con qué, con qué infinitud de amor o con qué, con qué incendio…

… salen al aire, y, en él, ardiendo, se miran y arrebatan, se abrazan, se funden,

y en el cuerpo del alma sobrevuelan todas las tierras, los mares todos y todos, todos los mundos;

… pero ay, ay la espera, ese lapsus expectante y latente con que cierra la noche;

mas, vibrando y sonando, al fin se rompe y abre el don del amanecer;

[fortaleza, sabiduría, belleza]

por tanto, no, no teman, porque ni el dios ni la diosa se han ido,

los amantes han vuelto,

el esplendor está aquí;

… que cunda, que cunda, pues, y a jarros por el pecho, giman y estallen la luz y la alegría.

 

 

 

A lomos del unicornio, Concha Vidal

 

Y a esta pluma que se mueve tan cansada,

que desmaya goterones en el quicio del tintero,

que a despulso,

pinta un gato sin bigotes fustigado por tres ratas…

 

.. a esta pluma arrebatada a los trasgos le musito,

no me prive de la pausa en los poemas

que me elevan,

como arcángel,

a lomos del unicornio.

 

¿ Qué me queda si como yedra se anuda la rima

entre ratones y gatos ?

 

( La yedra debe anudarse donde debe que es su sitio, pero jamás su misión es ser ahogo de poetas, de personas que no son poetas, de rubios y morenos, de blancos o pelirrojos, de aménes o pseudo-cruzadas. El mar lo sabe, al menos el mío, que para eso es mediterráneo)

 

 

Mirando el espejo, Carlos Justino Caballero

 

“Ayer, de tanta pesadumbre/ me abrazó el espejo.”

Arturo Rodríguez Milliet

 

Y el espejo lo abrazó al verlo

así, adolorido.

 

Y me miré al espejo y allí estaba

mirando mi mirada y yo ignorando

hasta dónde llegaban esos ojos

inexpresivos del reflejo.

 

Y ese abrazo que recibió el poeta

del vidrio compasivo,

me llevó al diálogo virtual y a vivir

reales reflexiones.

Como si fuese mi último instante

vi en esos ojos las luces y las sombras

de mi haber sido.

Y en la virtual introspección fue vida

la imagen del espejo, y fue profunda…

y en susurros se hizo también

abrazo necesario.

 

 

 

Aflicción a media noche.

(Confesión de un pasado proceloso), Francisco López Delgado

 

En estas horas tan profundas de la

noche -cuando brillan las estrellas en

el cielo y en la tierra descansa el

egoísmo-, ni mi voluntad, ni mi

pensamiento ya son míos, porque se

ahogaron con el humo del tabaco

y el güisqui de mi copa, que envenenan

el río de mi sangre y apagan el

crisol de mis sentidos

 

Mi alma, es un halcón que vuela por

el suelo, mis palabras un intento

que se pega en mi saliva.

 

¡Oh Señor, las riendas de mi vida se

me fueron de las manos; tu Nombre y

tu Cruz se desmoronan… mi credo se

apartó de tu doctrina!

 

¿Qué es lo que hago aquí?, me pregunto una y

otra vez, sin tener la valentía

ni el coraje de marcharme.

 

Me siento como un árbol sin corteza

en este oscuro cuchitril, donde las

risas son espadas que taladran mis

oídos y los ojos de la gente

lamparillas de lascivia que brillan

como teas encendidas…

 

¡Oh Señor,

 

mi alma no encuentra tu refugio, ni mi

corazón tu gozo: mi conciencia se

diluye entre un montón de bultos y

sombras imprecisas… el ritmo de mi

pulso se disloca, mi mirada se

enturbia poco a poco…

 

Las ninfas del relax, pululan como

mariposas, circundando el contorno

de mi mesa. La imagen de mi esposa

con mis hijos, me azota sin parar y

se marcha por el fosco tragaluz

de mi cabeza…

 

Uno del sur, canta con su guitarra

canciones argentinas y baladas

irlandesas… Me levanto y me hago

amigo del silencio y de la tapa

maltratada del retrete.

 

Inhalo varias veces y me miro

en el espejo sin reconocerme.

 

Siento un placer desconocido, suave,

interrumpido por el grito de mi

alma y el plañir de mi conciencia…

 

Me siento y escribo en un papel versos

aprendidos, garabatos y nombres

de mujeres -frases inconexas…

 

Me hallo hundido en un mar de soledades:

la angustia y el alcohol me invaden,

¡el remordimiento y el dolor me queman!

 

 

 

Donde no esté, te estaré esperando. Carmen Pla

 

Caminabas siempre de viaje, invisible

sin orden y sentido. Abandonado al caos.

 

Inventabas dioses y diablos, mitos, peligros, deleites…

 

Desde las veras auténticas, eras mi locura

en un anhelo irremisible y trágico.

La mano sin otra ansia más fuerte

que la de olvidar las asperezas:

la templanza legítima,

la armadura de versos para crear,

y un grito de batalla que tuviera

plástica de amor.

 

Eras el viaje que necesitaba el lenguaje

de una emoción abierta al papel.

La más sangrienta carnalidad

de conjurar instinto sensual.

 

Un abanico móvil de fuego

de una cola de gaviota con plumas,

o un capricho de forma,

que temblara y desvaneciera la frontera

activando el sentimiento.

Como un encanto pequeño y fugaz.

 

Tu dulzor será una fruta sin restos

en el adocenado precio que pagamos

de todo nuestro abismo interior.

 

Alma vigilante de un consuelo cobarde

o alma conciencia de una mentira.

 

Encontrarás mi camino y mis ojos

sin perturbar mi lengua.

 

Y yo me expresaré

en el fanático temperamento

que conoce la memoria.

– Donde se ama o se condena -.

 

 

 

Pulsando todo el año, Rosa María Reeder

 

Madre es el beso que jamás muere

que ahonda en segundos la sangre

y arde de ternura tan suave en los ojos

que el cariño se guarda

con el lenguaje del corazón

tiñendo los sentimientos

la carne y las palabras con amor

pulsando todo el año.

 

 

 

Distancias, Mario Martínez

 

Algunas no lo saben.

O no quieren saberlo.

Siguen igual que siempre brillando a nuestros ojos

con pulsación de sílice,

incombustibles, blancas, silenciosas, etéreas,

inmóviles al tiempo.

 

Nos miente la distancia.

Ellas también se mienten soñando eternizarse

en fúlgidas presencias

de interminables noches.

Una necia esperanza que sólo el desvarío

de un dios loco pretende.

 

Lo mismo de engañosas,

en la nada del aire,

algunas ilusiones intentan prolongarse

sobre el neón inmenso de fundidas memorias.

Y las vemos absortos,

convencidos y crédulos

de la luz deslumbrante de promesas futuras,

sin caer en la cuenta de que se han consumido

en albor de trayecto

y aventó el desengaño con pesar sus cenizas.

 

Hoy son pozos sin fondo de silente negrura,

frías enanas blancas

absorbiendo materia de frustrados deseos.

No están donde estuvieran.

Ni en el cielo nocturno que alumbraron un día,

ni en el alma que ilusa deslumbró la quimera.

 

Hace mucho que faltan,

aunque sigamos viéndolas.

Son espectros remisos a perder su ascendencia.

Algunas no lo saben.

Ignoran que están muertas.

 

 

 

Tu silencio, Vicente Fernández Cortés

 

No sé donde encontrarte,

no sé donde me huyes.

Sé tu nombre, tu barrio, tu escalera,

la leve arquitectura de tu sombra.

Conozco tu rubor cuando me miras

de lejos, impaciente,

y advierto tu mirada y disimulas.

Mas ignoro tus manos,

tu velada tristeza, tu deseo

y esa ignota región que me requiere

al sagrado recinto de tu carne.

Cuando escribo soy más triste que tú,

también eso lo sé,

pero acato la ley del desamparo

y ese modo que tienes de sentirme

donde todo te arrima,

donde nada me cura,

donde todo es tu nombre si te callas

y ese raro silencio en que me nombras.

 

 

Dorso, Macedonio Tracel

 

 

(a Hallie Hernández Alfaro)

El dorso en un poema es inquietud.

Como algunas pinturas tiene cosas debajo,

sueltas, erradas, que no pueden concebirse,

que frenan decisiones. Hundirnos ahí

obliga a desdecirnos, a caer en la cuenta

de que mientras aprendemos a dormir nadie escucha.

Mis cosas graznan el licor de esos vuelos nocturnos,

describen las demoras en las que uno cree

cuando lo que no debería entenderse

arma los rastros del asombro o ser caricias.

Nada que aclare esta furia, ceniza floja,

helada de sí misma, rota hacia el amor.

No saber decir y encontrar palabras

en las vergüenzas vencidas,

escribir lo que nos espera y nunca llegar,

recoger viento para atrapar las pausas,

sus grumos más tristes, ir y venir.

Filtrar lo que sirve, soltar esos intervalos

de no explicar, las manos en otra cosa.

 

 

 

 

 

Utopías, Ana Muela Sopeña

 

Se caen por precipicios

el pensamiento crítico y el orden

y toma posiciones el caos sobre la sangre y la memoria.

Angustia en territorio español,

ansiedad en el mundo catalán,

temores ancestrales en la herida

que jamás se curó, sólo en el sueño.

Muere la dignidad

y los perros aúllan en la noche

y el imperio sin ley

se apodera del tiempo.

Un espacio rendido a lo imposible.

Utopías que buscan su fulgor

en la estación de octubre.

El frío, con la lluvia,

se apodera de todas las tristezas.

Se han revolcado en tierra

los pétalos de un mundo ya caduco.

Ganar ganar parece muy difícil

porque se han traspasado

en el vértigo inútil de la tarde

todas las líneas rojas.

Perder perder es sombra de lo ínfimo.

Ganar perder es algo peligroso.

Porque nadie es capaz de alzar el vuelo

cuando muerde la mano de su cómplice..

Perder ganar es simple simulacro

para elevar el número de adeptos.

Sean, la transparencia del discurso,

los motivos del lobo.

Como un extraño grito desde el orbe

se van enamorando multitudes

de los cielos sin luz.

Lo oscuro colectivo ha de volver

por el camino claro de otro sol

para arreglar el humo de tinieblas.

Renazca en nuestras mentes

el discernimiento de lo ético

y la elección correcta de lo íntegro.

Abandonemos pronto

la emoción visceral desorientada

para encontrar sin prisa, como el astro,

la espiral consagrada a la intrahistoria

del nombre sumergido en la penumbra.

 

 

 

 

 

Identidades, Ramón Castro Méndez

 

Como póstuma oración de atardeceres,

pasa la noche en soledad de vieja alcoba.

Un perro sin nombre

ladra notas de melancolía

en una calle que se pierde en otra calle.

Siempre puedes ver el alma de los perros

en sus pupilas encendidas por la lluvia.

Esta es noche de adiós y bienvenida,

de fiebres pálidas y naufragios en aguas benditas.

La última página de septiembre

alumbrará el primer cielo de abril.

Hay una ciudad que se hunde

en la quietud de habitaciones vacías,

anclada al fulgor de otras madrugadas,

memoria de arrasadas luces,

que vive de la sed y del olvido.

Sé que ya no soy el mismo,

que me ciega la costumbre de mirar a los abismos,

que, a veces, me quedo en la piel de las palabras

y que desaparezco en las huellas de la orilla.

 

 

 

Fiebre, Jerónimo Muñoz

 

 

 

También los pinares que flamean bajo el tórrido sol de los sueños, también los cauces de los moribundos o los rayos crecientes de los cuernos agudísimos.

 

Y, sin embargo, el mar.

 

Quisiera evitarte todas las tormentas de las tuberías y todos los lamentos de los que nunca han querido cortarse sus cabellos, todo el veneno de los áspides morados, todos los fétidos alientos de los comedores de pezones aburridos.

 

Pero tú solo cantas.

 

También las hienas lloran o cantan sus hazañas, también los sacerdotes cantan a la muerte de su dios, también los trigales, y el alba de los muertos también.

 

Tu mano, solo.

 

Yo no estoy aquí mismo ni en las semillas de los corazones ni en las caderas que no aprendieron a extenderse. No estoy entre los gansos ni entre los jugos de las frutas dulces. No estoy en los humos de las candelas incomprensibles ni en medio de tus senos.

 

Cantas.

 

También los cuchillos o las hogueras o las gaviotas estridulantes o las rodillas de aquella casi virgen, casi ninfómana.

 

Canta.

 

Mi carne se destroza en las inmediaciones del fango, se destruye en los ecos de los himnos estúpidos. Canta si quieres. Mis labios nunca morirán.

 

 

Hojas, Luis Oroz

 

Explicarlo es sencillo,

lo difícil comienza cuando piensas

que no te pertenece.

 

Un árbol solitario nos contempla,

se lleva nuestros días a sus labios herméticos

y pronuncia un matiz de la existencia.

En sus hojas retiene la memoria

de lo que fue su “savia” perspectiva.

A mis pies una de ellas se levanta,

marchita ya, perdida,

(sin más razón de ser que la de perseguirme)

tiembla, gira y se marcha, no sé si con el aire

o con la inercia de su soledad,

pero ese vuelo

es capaz de arrastrar un pensamiento

más allá de sus límites afásicos.

Su verdad absoluta me recuerda

al último poema que leí.

 

-No todo está perdido (me interrumpo).

 

Certezas deshojadas de sus libros

a la espera de un aire misterioso

que vuelva a levantarlas.

Poetas como árboles, miradas

rebosantes de viento.

 

Explicarlo es sencillo,

lo difícil comienza cuando piensas

que no te pertenece.

 

 

 

De equinoccios y solsticios, Marimar Gonzalez

 

Me alegra que te marches, prolongado solsticio,

anhelo que florezca la desolada huerta,

no te escondas artero por detrás la puerta,

pues se cuela aire frío por un tenue resquicio.

 

Equinoccio, prodiga tu color y el bullicio

por patios o jardines, si la vida despierta,

que las flores recuerden, al fin, la voz de alerta

y desplieguen corolas espiando por el quicio

 

de ventanas abiertas y rejas perfumadas

con fragantes jazmines y rosas diminutas,

enlazando sus redes con impulso selvático

 

del viento marinero que escapa de las radas,

que el viajero se oriente por la sal en las rutas

y el color de las moras irrumpa por mi ático.

 

 

 

Certezas del sueño, Ronald Bonilla

 

Digo que el hombre

 

puede soñar la infinitud

 

aún en las estrías de la sequedad.

 

Aún en medio del desierto,

 

servirá la curva del horizonte

 

para sospechar su arribo desde el cielo finito.

 

Aún en la abrumadora soledad que inicia

 

cada noche,

 

en cada insólito cuerno de lo incognoscible,

 

en cada despuntar de una montaña,

 

fantasma a su vez de otras quimeras,

 

puede el hombre soñar su regreso.

 

Puede acaso convocar su estirpe,

 

asolado y asombrado de tanto arrastrar

 

su propia osamenta,

 

ha de vislumbrar de dónde emergen sus alas,

 

hacia dónde van sus pasos de estrella

 

impostergable.

 

De mi libro inédito CABOS SUELTOS.

 

 

Brindemos que nunca es tarde, Rafael Valdemar

 

Alzad conmigo las copas que he llenado con la paz de un vino amable

y brindemos por los enemigos muertos que nunca gozarán nuestras derrotas.

Por los apóstatas del vicio que arañan el sexo como un felino en celo.

Por los que al mejor postor venden su alma y no alcanzan la gloria prometida.

Por la patria expropiada a la infancia en cuyas ruinas se acomoda el pasado.

Por la seducción de la palabra que siempre aniquila el rencor de las mordazas.

Por el coraje de la luz que al despotismo de las sombras subversiva resiste.

Por la libertad que en carne viva se desnuda y a la intemperie pernocta.

Por la soledad con actitud cleptómana que nos roba los besos que no damos.

Por los sueños inconclusos que con la ansiedad de una utopía palpitan.

Por la impúdica excitación del desenfreno que a la abstinencia inunda.

Por el arrojo de un hombre acorralado cuyos puños van desgarrando el aire.

Por la esperanza en manos de los suicidas que la envuelven con su mortaja.

Por quienes mendigan pasión y cada noche tienen cita en el motel del fracaso.

Por la crónica enfermiza de la carne sin hallar el deseo caníbal que la devore.

Por las heridas del tiempo que vamos remendando con jirones de futuro.

Por el diario de la lluvia que con sus lagrimas escribe quien nunca fue amado.

Por el mar para que sus labios de sal no ofrezcan los besos igual que Judas.

Por los huérfanos del amor que en la resaca del amanecer sus decepción agotan.

Por los que amortiguan con la Visa del pecado su hipoteca con vistas al infierno.

Por los náufragos que en el fondo de los vasos no encuentran más respuestas.

Por los ausentes que nos dejaron sus nombres tatuados en la piel del corazón.

Por las arrugas del alma que delante el espejo la mentira dominan con maestría.

Por los recuerdos que la nostalgia se negó a escribirles un merecido epitafio.

Por los poetas que armados con sus fusiles de versos disparan balas de justicia.

Por el aguardiente que destiló el olvido y emborracharnos de vida jamás pudo.

Por los culpables de vivir al límite y sólo en los suburbios hallan clemencia.

Por la ternura que tanto codiciamos y permanente en los burdeles se pudre.

Por los parias condenados a limpiar las pústulas de la Historia con su sangre.

Y por todos nosotros que caminamos bajo palio de un Dios que ya no ampara.

 

 

 

Estatuas, Sidel Zeissig

 

I.

 

Escuchamos caer las gotas sobre las aceras

como un galope de nubes tristes y fugaces,

de melodías rítmicas de cuerpos temblorosos,

de reflejos solitarios que se tocan y se expanden.

 

Y adentro, ¿qué escuchamos?

quizás la sombra temerosa de una mano

gris y translucida sobre el torso silencioso y blanco

de un papel lívido y callado.

 

Pero entonces, llega el silencio

el no tener que decir nada, porque ya nada importa,

porque las palabras no son puentes, no son alas,

son mortajas…

 

Nos estrangulan, nos enjaulan, nos estallan

salpicando el corazón como una espada,

como una danza de caballos sobre el polvo

con herraduras sinfónicas de sangre que se embalsa

 

-que se evapora como vaho en nuestra piel de estatuas-

 

 

II.

 

Porque somos eso, pensamos y somos eso:

una bomba metafísica en envoltorio de cerámica,

un átomo terrestre, una partícula aérea, fragmentada

 

-una pompa efímera de agua-

 

Y nos quedamos quietos, plantados,

con las raíces de los pasos encarnados

entre la diminuta distancia de dejarnos ser

o morirnos sin ser algo.

 

Mordiéndonos las llagas de los dedos,

las grietas en las manos,

para sentir que hay algo más del otro lado,

más que el paso ágilmente oscuro y frío

de los fantasmas y el pasado…

 

-para sentir que sentimos, que ebullimos, que lloramos-

 

Para sentir algo más que el dolor de la raíz de un árbol,

para estrechar algo más que el tacto estéril del calor humano,

para explotar por los ojos como lo haría el llanto,

líquido y dulce…

… sobre la faz de un lago.

 

 

 

Carbón, Antonio Satir

 

La balanza pesa la oscuridad

con su frío cuerpo,

adentrado en esta cueva fosilizada

que excava del alma

los minerales y el pan.

Todo se ha manchado

de esta negra sangre,

la luz cansina que es devorada

por esta boca se atraganta

con el polvillo suspendido,

clandestino casi,

este tiñe mi piel

con su calcinada corteza,

pero toda esta negrura

de pétrea edad,

como por reconciliación

con el gélido andar humano,

se ruboriza, se vuelve naranjas estrellas,

se hace amante del fuego

para templar nuestras manos árticas.

 

 

En urna de cristal, Guillermo Cuesta

 

Saber que tú lo sabes, compañero

de agobios y fatigas y sofocos,

es norma primordial para los pocos

amantes de la ciencia y del tintero.

 

Soy amigo del sol y del salero,

amigo del amigo de los locos,

amigo de problemas y equívocos

y enemigo del bien que ya no quiero.

 

En el salero tengo algo de sal.

Tengo algo de verdad en la mentira

y sin mentir no voy a sitio alguno.

 

Estoy abierto a ver el bien y el mal,

abierto a la razón de quien delira

y cerrado al aviso inoportuno.

 

Si ahora me desuno

me tocará muy pronto estar metido

en la urna de cristal del pervertido.

 

De todos es sabido

que equívoco se pone el buen acento

aunque hay que darle rima en este cuento.

 

 

Banderas, Alejandro Costa

 

Deja que corra el agua entre tus manos,

la sonrosada belleza de los pétalos de las rosas,

el aire entre los poros de tu piel maltratada,

deja acariciar el vuelo de las aves,

la delicada ternura de una paloma

en el capítulo de la sabiduría,

la elegancia de las tardes edulcoradas

y el sutil vaivén de banderas al viento.

 

Deja que cante la cigarra

mientras el sol se refresque en un mar desconocido,

deja que el tiempo encuentre el destino,

que se llene de pisadas el sendero,

que cualquier ida sea mejor

que una vuelta con dudas,

deja de arroparte entre sábanas frías,

de conversar con una soledad sin réplica,

de creer que esos débiles latidos

son de un corazón en la lejanía.

 

Deja de remover tierra en busca de recuerdos.

 

Ella,

los guardará hasta que te abrigue.

 

Entonces,

es posible que las banderas dejen de ondear.

 

 

 

Tambores de ceniza, Silvia Savall

 

En los tonos del día

bajan tristezas

por el barranco de los miedos,

y en el tragaluz dormitan

tambores de ceniza.

 

Llevaré flores,

al alma que mora

entre el éter

y el triunfal corte de mi cabeza.

 

Ahora que no soy nada,

presentaré mis respetos

a la tierra que me pudre.

 

 

Dicen, se dicen tantas cosas…, Cecilia Martos

 

Dicen, se dicen tantas cosas,

pero nada es verdad ni mentira,

sólo ecos reverberantes

de una partitura anestesiada

que no entiende ni precisa entender.

 

Es sólo cuestión de almas,

notas al viento de una sensación

que te inunda sin saber por qué,

no es la armonía, ni el ritmo,

no es Albinoni y sus adagios,

ni las musas en concierto,

no, no es el ron quien altera la música,

es, es quien te toca.

 

 

Es olvido, Pio Espejo

 

No hay silencio más grato

que una herida cerrada.

No hay calma más gozosa

que un recuerdo callado.

 

El tiempo es un doctor que nos ausculta el pecho

y sonríe sabiendo que nada duele en la distancia

—se diría un torrente incontenible

que suaviza su empuje si se ensancha la orilla—.

 

No habrá mejor refugio para el alma

que el remanso de un río entre los largos juncos

pues le libra del fango milenario

que lleva en sus moléculas impreso.

 

¿Dónde nació y cuándo ese dolor? ¡Es olvido!

 

De infinito se viste en el océano donde boga la vida

y se transforma en átomos serenos.

 

 

De lejos, Bruno Laja

 

hay que sobrevolar las bendiciones

venir de lejos en todo momento

no ofrecer un imperativo

no decir hay que

ni yo

 

la mañana del deshacimiento

brotó de la saliva de ayer

una costra en el labio

donde se hundían y saltaban

peces oscuros lejanos

 

salpicaban

como crótalos en el oído

caído en el suelo

o devorado

o puesto del revés

en algún lugar del cuerpo

 

tenía manos

hablaban entre ellas

se tocaban

parecían deslumbradas

entraban por el vientre

hacían sonar las vértebras

como una cuerda

cuya vibración conduce

a un molino parado

 

salían por la espalda

entrelazadas

con los dedos en silencio

 

la pared estaba blanca

de tanto mirarla

un espesor fruncido vagaba

por la superficie de ver

 

el techo

el suelo

jugaban a ese juego

de enano y gigante

que invierten su estatura

cuando las palabras

caen desde fuera

 

comer jazmines rellena la campana

la torre digiere luz

expulsa carne por los ojos

 

la carne se aplasta contra los cristales

azules de pronto

y huele a formas que la lluvia

querría esculpir

si fuese capaz de separar sus miembros

 

hay que sobrevolar

venir de lejos en todo momento

 

 

 

Diecinueve días para tus cadencias, Marisa Peral

 

Siento el soplo que,

como fiel compañero de invierno,

me libera del sombrío desaliento.

 

Y así vienes,

desgranando quitapesares

para abrigarme de pasión y de decencia

cuando el sol emerge entre turbiones

-cual nigromante de abril-

para dejar su huella de sublime belleza.

 

Y ahora, cuando apenas quedan

diecinueve días para tus cadencias,

ven, aférrate a mis manos salvavidas

y haz de mi ser una eterna primavera.

 

 

 

El amor que nunca tuvimos, Maria Pilar Gonzalo

 

En tu recóndito silencio duermen los mirlos

Arbustos en enjambres de desquicios

Son los valses olvidados

Las frases enfebrecidas de lamentos

 

 

Entre el reposo de tus sílabas

Se encienden los miedos

Arden los sueños

Se revelan las entrañas

 

 

Mueren las ilusiones, amor mío

Y en los espejos yacen verdades

Desesperación y llanto

 

 

Un compás de amargura te atraviesa

Me arrastra a tu abismo

Sujeta mi mano

 

 

En mi lamento yo te llamo

Ese es mi catecismo

Ya no quiero ser tu presa

 

 

En tu recóndito silencio duermen los mirlos

Arbustos en enjambres de desquicios

Son los valses que nunca bailamos

El amor que nunca tuvimos

 

 

 

Extranjera (a todas las mujeres migrantes), Marisa Aragón Willner

 

Mujer extranjera

mujer exiliada

un día , aprenderás otra lengua

y resguardarás la propia para narrar el viaje …

 

Vendrás a contar de tu bosque , de tu guerra, de tu ruina

vendrás delgada de riquezas

rosas de fuego del desierto estallaron

en las manos

tú salvaste la piel y la arteria de pájaro

 

te llamarán Extranjera

vendrás con su linaje

remontarás la noche en tu velo de viuda

y la orfandad

de tu cuerpo esquivo a las esquirlas, perdonado por los dioses

bañado de coraje.

 

Se agitarán en silencio manos en despedida

un montón de muertos cercanos

sin cruces , sin nombres

y pisarás fuerte con los hijos salvados

y al correr de los días

te envolverá otra noche, la misma luna,

distinto territorio conocerá tu lágrima.

 

Tú , la de mil nombres

parecida a tantas extranjeras

curarás en soledad

las heridas de tu propia muerte

 

y un día tu alma en proceso de olvido

de rodillas al rezo bordará tu leyenda

izarás tu bandera a los cielos

y enraizando tu árbol , tu bosque y tu sueño

 

mujer, madre y guerrera

volverás a tener un hogar en la Tierra.

 

 

 

Tu mirada o canción pueril en do mayor, Israel Liñan

 

Naufragaba en cualquier espacio,

lentamente,

rondando el miedo.

Y soñaba con pieles blancas,

con su rubio pelo,

sus arrogantes pechos.

 

Naufragaba entre los barrotes

de la azotea,

pensamientos que se desconectan,

lineas curvas

entre las estrellas,

 

turquesas que desconciertan…

 

…tu mirada.

 

Tu mirada

siempre buceaba

buscando guerras,

implorando heridas…

 

… azul de azules,

enmarcada,

potenciada,

señalaba presas

que se estremecían,

que se doblegaban…

 

…tu mirada,

siempre encadenada,

hieráticos prismas

que me envenenan…

 

Tu mirada

 

jaula oxidada,

 

se desintegra…

 

 

 

Lapsus, Alberto Madariaga

 

Esto es de macho y hembra:

el júbilo sin horario alguno,

el choque ceñido a la voz y a la cintura,

creado por una espiral en los ojos

despiertos de noche y día.

Puede que sea casual

como una canción de Sinatra,

como el ritual de un reloj

acuchillado a las cuatro de la tarde,

pero al tiempo ha de ser un eco plateado,

un hambriento enjambre de tacto imprevisto,

sólo presentido entre sueños,

apenas anhelado por el olfato que ayuna.

¡Tiéndete vida mía!

¡Haz del espacio un segundo,

un ventanal sin sonidos ajenos

sin flores y sin ambiente!

Parte conmigo a la región del asombro,

a ese pedazo del mundo

donde los ojos no existen.

 

 

 

 

Indiferencia, Ignacio Mincholed

 

 

En algunas ocasiones, cuando observo el agua,

me alcanza la fuerte indiferencia de los débiles

hasta percibir el deseo de los otros fútil, áspero

como los diciembres de las infancias de arena.

 

Me limito a callar, a dejar mi razón a oscuras

sembrando lunas en todas sus fases, oscuras.

 

La débil indiferencia aterradora de tantos ojos,

astros que sin pasión arden, sin voluntad

en un por si acaso que nunca llega a ceder.

Su origen.

Se altera en la luz permanente

desde la pasmosa oscuridad de las gotas blancas.

 

 

 

 

La noche, julio Bonal

 

 

Vino la noche y tenía sabor

de olor a vivo. Huérfana de claridad del día,

vivía y hollaba los indefinidos ámbitos

que sólo en lo oscuro viven, multiplicados y solos.

Y es que no es el viento, es lo vivo,

que doblándose doblega lo que lo inclina a él.

Hay luces en las sombras que alumbran

el sentido de vivir, en las que los sentidos

se avivan para abrir espacios a todo dolor,

a toda no musitada boca, al acerbo

de cuanto, renunciado y bello, sojuzgaba el día,

a ese, llamémosle, corazón, que enrojecido y manso

en la mano arde, y se ahoga, y quién

lo sentirá palpitar. Rubros

que a escondidas escribe un yo. Sueños

que sueña el que respira fuerte, y el que aspira

aire apenas y es sólo un soñar que muere.

 

 

 

 

Réquiem por un beso, Javier Bustamante

 

 

Trémulo el beso se ocultó tras de sus labios

y las palabras no encontraron ya acomodo

cuando llegaron los silencios, esos sabios

trozos de nada que al callar lo dicen todo.

 

Si acaso el miedo no tuviera tantos brazos,

si no cupiera tanto frío en ese lecho,

tal vez hubiera conservado los pedazos

del corazón que alguna vez latió en su pecho.

 

Pero no queda nada más que cobardía

que niega ahora la intención de un simple beso,

queda una tarde gris en franca rebeldía

que va escoltando a un viejo sol en su deceso.

 

Queda una hilera interminable de reproches,

y un cementerio clandestino de promesas,

quedan las horas de dolor que por las noches

goteaban mudas soledades y tristezas.

 

Pronto vendrá la cruel rutina indiferente,

a hurtar los restos de un amor a la deriva

y el beso trémulo caerá calladamente

en las paredes de una lágrima furtiva.

 

 

 

 

Nacer de ti, Lunamar Solano

 

 

a grácil nebulosa de tu alma

 

me apresa despiadada

 

y me condena al universo de tus ojos,

 

órbita en la que floto extasiada…

 

 

En desacato aventurero

 

me anudo a tus cósmicos cabellos

 

con tal fascinación,

 

que la astucia conforma el asidero

 

de convergencias aladas…

 

 

Atadas las fibras de tu verbo

 

a mi voz,

 

afines los pensamientos,

 

conceden al duende de mis palabras

 

pronunciar un copioso diluvio de sabores…

 

 

Envolvente y gustoso

 

tu silencio me aprisiona la lengua

 

y dona el éxtasis al paladar de mi frente…

 

 

Taxativo referente,

 

que fija las arterias de mis soles,

 

en rotundo frenesí,

 

a la Luz de los tambores

 

que me hacen nacer de ti…

 

 

 

 

Nos supimos amor, José Manuel F. Febles

 

En el hueco vacío de mis manos

hay un rincón sin vuelo

que aún no recuerda el camino que espera

cuando nadie le llama.

 

Comienza el nuevo día y un café

despierta el afán

de renovar el saldo para empezar de nuevo,

reunir las palabras que resistan

el momento elegido

para unos labios que nada comprenden.

 

Nos supimos amor, pero también

insomnio renovado en la penumbra

habitada en el hueco de mis manos.

Llega la verdad y me llamas, yo

te espero y no interrogo

cómo abriste la puerta para siempre.

Ahora sé bien que tú eres la voz,

la vida que la tierra va llamando.

 

 

 

 

Lo que me dejaste, Mirta Elena Tessio

 

 

Dejaste a Mahler, para mi sentido,

en notas de profunda melodía,

delicias y sutil melancolía,

allí junto con Brel, en el oído.

 

Sondea por mi alma, si un gemido

inundara brutal la simetría,

también brutal sintiera la agonía

y enervados mis dedos del sonido.

 

La música que amo me da forma

e inevitablemente me despierta

lo vivo en el renglón que me transforma.

 

Y así, como si abrieran una puerta,

el verso que en mi alma se conforma

emerge como fruto de mi huerta.

 

 

 

 

Diáspora, Arturo Rodríguez Millet

 

 

Ya se fueron mis muchachos.

 

Uno a uno, poco a poco.

 

Tres arriba, en diagonal a la derecha,

otro, por la parte de afuera

cruzó el centro de la Tierra.

Al más chico de mis primos

lo sacaron del planeta.

 

Uno a uno, golpe a golpe.

 

Cada uno sigue un sueño,

una ilusión, su estrella,

todos abriendo estelas

o surcos de buena siembra.

 

Ya se fueron mis muchachos, todos ellos.

 

La alegría se destierra,

los abrazos son virtuales

y la nostalgia terrena.

Comparto la lejanía en la mesa:

yo desayuno, él almuerza.

 

Uno a uno, pulso a pulso.

 

La oreja puesta en mi tierra

para escuchar la estampida

de los potros que se alejan…

 

Y hoy le toca a mis tres niñas,

hoy le toca a las tres hembras.

 

La mayor es la más niña

porque con ella mi memoria juega

las otras son la ternura,

canción de cuna, mimos y cartuchera.

 

Se habían ido mis muchachos,

hoy se me van mis tres hembras.

 

 

 

Mar dos castelos, Xaime Oroza

 

 

Veu levar o mar as imaxes das penas

agás a dunha vella dona que me saúda

cun sinistro sorriso desdentado cómprice do mar

na cova ú as sereas loiras se peitean.

 

Ollomao é a porta belida

dun berro oco do mar.

 

Virás, has vir

ve-las ondas

do mar correr

 

Hei de ir, irei

ao mar dos Castelos

deixa-las ondas

correr ao pé.

 

Máxicos berros do mar

veñen nas ondas,

 

máxicos berros de luz

nas covas ú as sereas loiras.

 

Hei de ir,

irei aos Castelos

mira-las ondas

do mar correr,

 

apaña-los ollomaos

que deixa o mar na beira

coma portas de nácara

dos seus berros

máxicos, ocos,

 

nunha mínima espiral laranxa

lene e enxel, espida, núa.

 

Dende o espello

da pucharca salgada

irei ú as sereas.

 

Só deixou o mar

nas rochas gravada

a imaxe da vella dona,

levou as outras,

desdentado sorriso sinistro

que me mira doutro lado do espello

da pucharca salgada na area da praia.

 

Ollomao é a porta belida

dun berro oco do mar.

 

Hei de ir, irei

aos Castelos

mira-las ondas

do mar correr.

 

El mar de los castelos

 

 

Vino a llevar el mar las imágenes de las peñas

excepto la de una vieja dama que me saluda

con una siniestra sonrisa desdentada cómplice del mar

en la cueva donde las sirenas rubias se peinan.

 

Ollomao es la puerta hermosa

de un grito hueco del mar

 

Vendrás, has de venir

a ver las olas

del mar correr

 

He de ir, iré

al mar de los Castelos

dejar las olas

correr al pie.

 

Mágicos gritos del mar

vienen en las olas,

 

mágicos gritos de luz

en las cuevas donde las sirenas rubias.

 

He de ir,

iré a los Castelos

mirar las olas

del mar correr,

 

coger los ollomaos

que deja el mar en la orilla

como puertas de nácar

de sus gritos

mágicos, huecos,

 

en una mínima espiral naranja

leve y difusa, difuminada, desnuda.

 

Desde el espejo

de la charca salada

iré dónde las sirenas.

 

Solo dejó el mar

en las rocas grabada

la imagen de la vieja dama,

llevó las otras,

desdentada sonrisa siniestra

que me mira desde el otro lado del espejo

de la charca salada en la arena de la playa.

 

Ollomao es la puerta hermosa

de un grito hueco del mar.

 

He de ir, iré

a los Castelos

mirar las olas

del mar correr.