Carlos Oroza: entrega, autenticidad y vida en simbiosis con la poesía

Autor: J. J. Martínez Ferreiro

(Este artículo no podría ser escrito si la aportación de documentos de Xaime Oroza, su sobrino.)

Grazas, Xaime.


¡Hola amigos!
Hoy traemos a nuestra sección de “Texto rescatados” al gran poeta de culto, Carlos Oroza (Vivero, 1923 – Vigo, 20 de noviembre de 2015), quizá el más importante juglar y bardo del pasado siglo del panorama poético español, porque Carlos Oroza no era un poeta al uso, fue el gran artista de la oralidad, la fuerza de sus imágenes estaba en la voz de la palabra, en la convocatoria multitudinaria de su voz poética ante un público hechizado.
Era muy reacio a la publicación escrita de su obra, y si así lo hizo fue en contadas ocasiones y a instancia e insistencia de amigos que lo empujaban a ello. Carlos Oroza fue un poeta vagamundo al estilo de Rimbaud, pululó itinerante por muchos mundos y lugares, en los que aparecía y desaparecía como una sombra, pocos sabían como viajaba o dónde vivía. Conoció y trato a Nico (Velvet Underground), Bob Dylan, y Patty Smith. Le fue otorgado Premio Beat y Premio Internacional de Poesía Underground. Fue un maldito en todas las acepciones del término. Carlos Oroza, entrega, autenticidad y vida en simbiosis con la poesía.

A continuación, traeremos distintas perspectiva del personaje por diversos autores publicados en medios como El País, El ABC, La Voz de Galicia…
Al final publicaremos algunos poemas suyos.

Carlos Oroza, el poeta alquimista

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XOSÉ LUÍS GARCÍA CANIDO 23 OCT 2011
Carlos Oroza es poeta. Algunos, con hábitos de sepultureros o vocación de taxidermistas, intentan disecarlo en el Madrid de los años sesenta; otros, más próximos a la taxonomía, pretenden clasificarlo como poeta beatnik, como underground. Algunos repiten como una moviola el título de “el Allen Ginsberg español”. Francisco Umbral trató también de encajonar a este gallego como “el poeta maldito del Café Gijón, el bohemio de los sesenta”.
Dicen que nació en el Viveiro de 1933, un año después de que otro singular poeta, el también periodista Álvaro Cunqueiro, publicara en Santiago de Compostela esa biblia del vanguardismo gallego que es Mar ao Norde, su primer libro de poemas. Carlos Oroza prosiguió su viaje y se fue a la isla Ibiza o a Estados Unidos, donde fue halagado y premiado. Y continúa sobreviviendo a cualquier afán embalsamador, a cualquier pseudocientífico de la clasificación porque su tiempo es el de la alquimia, aquel donde la palabra se transforma en un cristal lleno de luz, de igual forma que Ave es la inversión de Eva.
Oh eva / évame / eva! évame si me transito, le hemos oído orar como una llamadaja ulatoria, un mantra que se repite como medio de concentración. Su territorio, el de la voz clara, intensa, fluida e irreverente. Una voz que canta como el número exacto que nos habla. El mismo llegó a autorretratarse como un “poeta nórdico que codicia lo lejano, la luz. No sólo la luz del sol, sino también la luz del pensamiento, del fósforo, del rayo en el bosque, la luz de la imaginación”. Carlos Oroza vive en ese estado permanente de la inocencia porque jamás ha sido asimilado por el poder. No se ha dejado.
En la obra del poeta Carlos Oroza brota un germen que nos remite a las mejores resonancias de la tradición poética europea, y también a su humanismo. En la oralidad de sus versos, la belleza no es un restrictivo concepto canónico. Es una aspiración por encima de lo cotidiano para ahondar mejor en su sentido. Ya nadie lo duda.
Pero no lo busquen ustedes en los escaparates de las librerías. No lo divisarán. No es un producto bendecido por el mercado editorial, a pesar de sus miles de lectores y seguidores leales. La mayor parte de sus libros están agotados. Aparecen y se volatilizan como un relámpago, esporádica y fugazmente. Títulos como Cabalum, del año 1980; Una porción de tierra gris del norte, de 1996; o En el norte hay un mar más alto que el cielo, de 1997, forman parte ya de un imaginario colectivo.

El recital infinito de Carlos Oroza

El poeta y el pintor Vilas Bugallo publican un libro con piezas audiovisuales.
No está en la Red ni sale en la tele, pero cada palabra suya es un dardo lanzado para provocar nuestra conciencia íntima y colectiva. Cuenta con seguidores incondicionales, como Manuel Rivas y Xosé Luís Méndez Ferrín, y es capaz de llenar las salas cada vez que convoca para enseñar su oficio. Carlos Oroza (Viveiro, 1933) es poeta, en el sentido más remoto del término, es decir, conectado con la oralidad y la música. “No hay hermandad más profunda”, afirma.
Quienes lo conocen saben que los recitales son su estado natural. “Yo no recito, digo”. La cadencia de sus versos, las inflexiones de su voz y el tono grave de salmodia envuelven su lenguaje como una verdad primigenia, como “las palabras de la tribu”, según otro grande, José Ángel Valente. “La oralidad viene de orar ante lo que se ama, no en las iglesias, sino en los poemas”, suele apuntar. Y dado que no se prodiga demasiado en actos públicos, sus amigos llevaban tiempo intentando convencer al poeta que dice de memoria y escribe a mano para que se dejase grabar. Paradójicamente, la tecnología que Oroza detesta es la que permite ahora que su recital sea interminable y trascender la grafía, que él denomina “cementerios de signos”. La Concellería de Cultura de Vigo y la discográfica Pai Música acaban de publicar tres poemas en forma de libro y DVD.
La obra audiovisual, de la que se ha editado una tirada limitada de 700 ejemplares, fue presentada esta semana en el Museo de Arte Contemporánea de Vigo, cuyo auditorio estrenó Oroza en 2002, precisamente con un recital. En el libro, diseñado por el pintor Carlos Vilas Bugallo, su colaborador inseparable, quien, a su vez, contó con la complicidad de su galerista, Alfonso Álvarez, constan tres poemas: Preludio a cabalum, Cabalum y Malú, presentes en antologías anteriores, agotadas como todos los libros del escritor, ahora presentados en formato horizontal respetuoso con la disposición tipográfica de cada verso. “Oroza es un poeta de largo aliento y verso ancho que siempre queda cortado en las ediciones convencionales, esta es la primera que no lo hace”, explica Vilas, uno de los mejores conocedores de la praxis poética y vital, dos términos que en esta biografía son sinónimos, de Oroza.
Oroza en el más contemporáneo de los poetas antiguos. “Yo no soy poeta de horas libres, sino que escribo al dictado de mi otredad. El poema es un milagro que viene a ti cuando quiere y que te carga de fatalidad; es libre pero obliga a renunciar a la comodidad, eso es lo que no entienden los poetas, que han caído en el aburrimiento total”.

El poeta Carlos Oroza recibe la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes

Rafael Fraguas Madrid 21 OCT 2014 – 23:15

Carlos Oroza, nonagenario poeta “codicioso de la lejanía”, que escribe sus versos caminando y cuyo latido resuena todavía en los corazones de centenares de estudiantes, hoy sexagenarios, enfrentados a pedradas contra el franquismo en la Universidad Complutense, fue condecorado anoche en Madrid con la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes. El galardón le fue impuesto por al arquitecto Juan Miguel Hernández de León, presidente del Círculo madrileño, que leyó una laudatio signada por la profunda admiración hacia el hombre que ha hecho del quehacer poético el rasgo principal de su vida, en busca siempre del sonido que aflora, ya destilado en sentido, desde la mejor palabra por él sabiamente hallada.
La Sala María Zambrano de la prestigiosa institución cultural madrileña, repleta de un público devoto, acogió con una calurosa ovación la llegada del poeta lucense, nacido en Viveiro en 1923. Oroza se mostraba temeroso y, ciertamente, aturdido. Vive retirado del vocerío mediático —“¿no ves que la televisión degrada?”, le dijo al pintor Antón Patiño, cuando le transmitió la oferta de asistir a un programa de televisión.
Anoche, sencillamente vestido, con un bastón por toda apoyatura, entrevistado por su amigo pintor, quiso ofrecer a los asistentes algunas pinceladas de su talento y, tras mostrar una filmación sobre un recital dado por él junto al mar —“Vigo me acogió siempre con afecto”— leyó dos poemas hondos, escuchados con unción por el público y surgidos de una voz grave, que parecía dibujar en espirales el fluir de un canto desprovisto de todo adorno, pero consagrado a realzar la belleza del existir y la celeste sabiduría de la emoción vivida hasta el tuétano.
Admirador de Giacometti y de Brancusi, de Lorca y de Whitman, su última visita a Madrid fue hace quince años, y la primera, cuando contaba tan solo doce de edad. En el ínterin, al modo de un Guadiana del verso, desaparecía de la ciudad durante temporadas, para pasar estadías en Formentera o para huir hacia una suerte de clandestinidad con la cual mantiene, todavía, una extraña complicidad.
Considerado un poeta maudit y raro, incluso extravagante por quienes parecieran incapaces de sentir lo que el Arte ofrece, Carlos Oroza velaría en la adolescencia madrileña sus primeras armas poéticas. Adolescencia y juventud signadas por la bohemia, adicto a las tertulias literarias del Comercial y los cafés del área estudiantil de Argüelles, en la década de 1960 a 1970 quedaría adscrito a la generación beat y a la poesía underground, desde la que regaló inolvidables recitales a miles de jóvenes que acudían a escuchar su impar declamación, con la cual fascinaba a la audiencia transportándola a éteres y espacios desconocidos y encendiendo la pasión vital, en forma bien de rebeldía bien como serenidad del ánimo. Dotado de un potentísimo estro poético, innovador de la palabra y sublime administrador de los silencios que la preceden, —“la música de la palabra la destruye la puntuación”, afirmó rotundo— Carlos Oroza gratificó ayer a los asistentes con su añorada presencia, capaz siempre de generar hacia su verbo corrientes de grato afecto: carisma llaman a tal don.
Al preguntarle por cuál pudo haber sido aquella Palabra Inefable, hoy perdida, cuyo mero enunciado generaba gozo y dicha, Carlos Oroza, con la mirada destellante de un todavía muchacho, responde con firmeza: “Évame, un nombre propio de mujer que reflexiona sobre mí para verbalizarse, ser yo y yo, ser ella”.

 

‘Soy un salvaje contemplativo’

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Muere Carlos Oroza, el poeta huido del “desierto emocional” de la fama

Vinculado a la Generación Beat, vivía retirado en Vigo desde los 80 después de que sus recitales lo convirtieran en una celebridad

El País 23 11 2015
El poeta Carlos Oroza, autor de composiciones como Eléncar, Alicia, Malú o América, falleció el sábado por la noche a los 92 años en el hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo, la ciudad que eligió en los ochenta para vivir apartado de la fama, los medios, los homenajes del poder y los actos públicos. Nacido en Viveiro (Lugo) y vinculado a la poesía beat y al antifranquismo, en los últimos treinta años a Oroza solo se le encontraba fácilmente caminando por el centro de Vigo, momentos que también dedicaba a la creación. “Parece como si yo y yo fuésemos dos personas que se persiguen mutuamente. Es en la evasión donde está el sentido de mi propia seguridad”, decía hace seis años durante un recital en el Centro Cultural Caixanova que supuso una excepción en su retiro.
Fueron precisamente los recitales, el arte de su palabra y de sus silencios, los que extendieron su fama, especialmente en Madrid, donde en los albores de la dictadura los jóvenes acudían a escuchar sus versos de libertad. Así lo recordaba este domingo la Fundación Uxío Novoneyra: “Es aquí donde construye el núcleo de su obra: un extenso poema oral. La elaboración y el ajuste de su poesía dependieron de su oralidad radical, nunca necesitó escribir para recordar, incluso manifestó en múltiples ocasiones que no necesitaba publicar”.
Oroza explicaba que había regresado a Galicia para huir del “desierto emocional” en el que había acabado en Madrid. “La poesía exige una renuncia total. Yo he dejado todo por esto, pero esto es mucho más placentero y digno. Decidí perder para ganar. Soy un romántico. Ya lo escribí: “Todas las tardes paseo mi derrota por las calles de Vigo, alguna vez me paro en la orilla y espero algún barco”, contaba en una entrevista en el periódico Faro de Vigo.
Oroza publicó títulos como Eléncar (1974), Cabalum (1980), Una porción de tierra gris del norte (1996), En el norte hay un mar más alto que el cielo (1997) y Évame (2012). Fue Premio Beat y Premio Internacional de Poesía UnderGround; vivió en Estados Unidos, Madrid Ibiza y O Courel; y admiraba a Giacometti, Brancusi, Lorca y Whitman. Ese día de 2009 en que reapareció públicamente para recitar sus versos en Vigo, una admiradora le confesó que a su hijo pequeño le encantaba la poesía. “Pues cuídelo, porque va a sufrir mucho”, le contestó.

‘Soy un salvaje contemplativo’

ANTONIO LUCAS
Al periodista Ramón Rozas le comenté que buscase, que no dejase de mirar aquí y allá. Carlos Oroza es propenso a marchar de los sitios sin decir adiós, pero no como para morirse. Aunque dicen que ahora sí. Carlos Oroza, el poeta gallego que nació en Viveiro, se ha esfumado a los 92 años igual de flaco que llegó a esta perra vida. Era un tipo de modales ‘beat’ y pelliza de estibador donde cabían seis o siete ‘orozas’.
Hizo de la bohemia su ‘macondo’, entre el Café Comercial y el Café Gijón. Vivió sin dar demasiadas claves de su biografía, que es como se mantienen en pie aquellos que atesoran un confuso misterio. Más que un secreto, un enigma. Oroza ha vivido aquí y allá. Aparece y desaparece. Residía más o menos en Vigo, pero muy pocos sabían dónde echaba las noches. Borró toda huella que dejó a su paso, cualquier surco vital, cualquier ruido de fechas. Fue, a su manera, un poeta clásico capaz de inventar palabras, colores, nombres. Un hombre pequeño de verbo macizo. “Évame, cariño, Eva. Évame”, escribió en uno de sus míticos poemas.
En Madrid deambuló sin prisa con una escudería de amigos entre los que estaba Raúl del Pozo. Viajaba sostenido por una fuerza de intuiciones raras, con relámpagos de gato en la forma de moverse. Enjuto. Con esqueleto de triángulo escaleno. Divertido. Guiñando el ojo a la afición de las primeras filas cuando entraba a las salas de recitar como una estrella del rock revisitada. Oroza era, principalmente, una presencia inesperada. Un holograma. Una psicofonía que lanza versos así: “Es en la evasión donde está el sentido de mi propia seguridad”. O este otro: “Parece entonces como si yo y yo fuésemos/ dos personas que se persiguen mutuamente”.
Le asestaron el lema de “último maldito”. Pero él estaba en otras guerras. También le decía el Allen Ginsberg español. Otra bobada ante la que sonreía sin entusiasmo. “Yo nací con la fatalidad de la poesía. Qué le vamos a hacer”. Y cuando le preguntabas por Galicia se refería a su tierra como el paraíso. Y si le preguntabas por él mismo, huía a la carrera. Y si por el nacionalismo, lanzaba una soflama: “Hay que ser universal. Absolutamente universal. Prefiero los árboles a las banderas. El árbol tiene la majestad perfecta de la vida”. Pues eso.
Carlos Oroza pertenecía irremediablemente a un mundo que no existe. Y si existe es porque él lo ha habitado. Oroza es una leyenda casi desesperada. Gimferrer lo dice mejor: “Es un caso único: a la vez la presencia más precisa e imprecisa de la poesía española”. Amaba a Blake, a Rimbaud, a Lorca y a Whitman sobre todas las cosas. También vivió en Ibiza en los años 60, donde se ancla después de participar en una película de Manuel Summers. En esos años escribió además “un canto psíquico” a Formentera. Lo tituló ‘Malú’. Era un hombre inapresable hasta el extravío. Por ser un caminante que siempre encontró cuando jamás buscaba.
No se sabe si al final le quedó algún amigo. Digamos que tuvo ideas. Y aventuras que nunca dio a saber del todo. Y noches inmensas más allá de la noche. Probó el menú del hambre y la sed. Vivió en Madrid tantos años que parecía un extranjero con calle. Después de aquellos años de bohemia, chancros, bronquitis y otros males de menor cuantía en portales y pensiones, aprendió a pernoctar con la pantorrilla alada para el momento de salir corriendo si la casera reclamaba el mes con intereses. Después de forjarse un currículo de humo, con versos herméticos y ambiguos de una iluminación refinada, como llegados del cruce de una pulsión oracular y una sabiduría de ventorro, Carlos Oroza desapareció.
Regresó a Galicia en los últimos años 70. Y allí ensanchó su leyenda de tener más libertad que le viento o que la brisa. En 1975 leyó en el Teatro malvar su poema ‘Desfile de la Victoria’ y un puñado de amigos se tuvieron que hacer pasar por policías para sacarlo escoltado del escenario. Los militares presentes querían fusilarlo. Otra de las noches mágicas del Oroza ya ‘regresado’ fue en 1992 en Madrid, cuando leyó junto a Leopoldo María Panero en el Colegio Mayor San Juan Evangelista. Aquella madrugada dimitió el diablo.
Nadie sabe bien de qué vivió el galgo Oroza. Pero conviene tener claro que es un poeta tan distinto que requiere acercarse a su jurisdicción con todas las defensas desactivadas. Prueben a hacerlo. Este hombre fue verdad sin intentarlo, incluso sin pretenderlo: “Es que ser poeta es un fracaso”. Por eso, a su modo, triunfó sin éxito alguno. Tal fue el alcance de su logro.

 

“Ser poeta es un auténtico fracaso”

ABC- Cultura- Libros
Apuntes en sucio de Manuel Jabois

Autor de una obra breve y fulgurante, Carlos Oroza conserva el nervio. El hombre pequeño y flaco de ojos acuosos enhebra un discurso serpeante que apenas sale de la pasión del poema, al que se consagró desde niño. Dejó las trincheras del antifranquismo para buscar la pureza del paisaje. No desfallece pese a sus intensidades y se recrea en la tribuna. Cobra 3.000 euros por recital y llena teatros. Sobre sus huesos ya se construyen leyendas. Pero Oroza anda por aquí aguantando las embestidas, feliz como el pájaro que dice llevar al hombro.

Carlos Oroza (Viveiro, 1933) tiene el café humeante a medias y el periódico sobre una mesa del bar Royal Atlántico de Vigo. A su espalda reposa el antiguo teatro García Barbón, hoy propiedad de Caixanova; allí mete el poeta a 600 personas en éxtasis en sus recitales más clamorosos. Este gallego salvaje es una leyenda viva de la poesía española, un bardo en huida que abomina de etiquetas y cuadrillas entregado a la naturaleza, porque él, dice, es un poeta en expansión, un cantor que busca la luz. Aquí está el terrible Oroza de poesía llameante que en los sesenta levantaba multitudes en la universidad contra Franco; el que dormía en el suelo al lado de una pensión de obreros. En 1979 lo estaban dando por muerto en el Café Gijón, donde reinó una década. “Desapareció de pronto sin dejar rastro ni noticia. Algunos dicen que ha muerto y que su espíritu se aparece”, dijo uno ese año en El País.

Pero para entonces ese espíritu ya cantaba en Vigo. Llegó a la ciudad escoltado por una falsa ‘secreta’ que lo sacó detenido del Teatro Malvar de Pontevedra en 1975 para evitar que lo linchase la multitud tras recitar Desfile de la Victoria. Aquí lo depositó la policía postiza. Sin más. De paso, puestos a tomar decisiones, abandonó la poesía protesta. Alguna tarde al mes se sube al autobús y aparece en Pontevedra a dar paseos furiosos por el casco viejo, porque Oroza masca las palabras a ritmo de caminante. Lo paran por Vigo para celebrarlo como si fuese una estrella de rock, que en cierto modo es. Ni beat, ni maldito. Si acaso, un fugaz precursor del rap y un hombre tremendamente delgado. Fuma durante la entrevista un cigarro tras otro, y cuando acabamos, le ofrezco la cajetilla, en la que quedan dos: “¡Quita, quita! Eso me escaralla la garganta”.
Eléncar, Cabalum, En el norte hay un mar que es más alto que el cielo… Sus libros son inencontrables.
—Se agotan todos. Ese último de la Diputación era un horror. Había muchos errores. La disglosia, que es terrible. La oralidad viene de orar, pero no en las iglesias, sino ante lo que amas.
¿Qué ama usted?
—La luz de pensamiento. Y la luz bajo el ojo cósmico, que es el sol. Yo soy un vagabundo. No sé a dónde voy, pero mientras exista luz, me dirigiré hacia ella. Sin el pensamiento no hay poesía ni hay nada. Hay que vivir en poeta y escribir en poeta. Yo no comprendo el ser artista en horas libres. Si se le posó a uno el pájaro en el hombro y le empezó a cantar, es necesario recibir el mensaje de ese pájaro. Y lo demás son pajas mentales.

¿Sus recitales impresionan?
—Yo tuve la suerte de encontrar a un tipo que es Carlos Vilas Bugallo, pintor y filósofo. Me comprendió. Hizo dos vídeos, maravillosos, uno de Cabalum y otro de Alicia.

¿A usted ese pájaro a qué edad se le posa?
—No lo sé. ¡Si lo supiera!

¿Cómo fue su niñez?
—De una soledad profunda. Eran unos tiempos terriblemente oscuros en este país. Hemos vivido muy alejados de esa cosa propicia que es la naturaleza, la amistad, la solidaridad. La naturaleza se venga de nosotros si la maltratamos. Vienen las tempestades a destiempo… Se está poniendo todo al revés. Como no cuidemos el paisaje lo vamos a pagar muy caro.

¿Cómo era su relación con sus padres?
—Pues bien. Yo tengo un oído muy predispuesto a la palabra porque he oído cantar muy bien en mi casa. Tuvimos necesidades como todo quisqui, pero había un instrumento en cada rincón: un violín, un piano. Y siempre se sacaba alguna nota.

Los padres siempre prefieren que sus hijos les digan que quieren ser notarios.
—Claro. Y viene la amenaza, porque la poesía es una amenaza. Una carga de fatalidad. Muy hermosa, porque sin poesía no existe la vida. La poesía es un canto; un canto sin rima, pero con ritmo interno. Dice Withman: “Aquel que camina una sola legua sin amor camina amortajado hacia su propia tumba”. Y de repente le sueltan: ‘Ahora usted se contradice’. Sí, les contestó: me contradigo porque contengo multitudes. Una persona sin contradicciones no tiene afecto a nada.

¿Defiende la poesía de los bardos?
—Los bardos de aquí. Estuve hace unos días en San Simón. “As ondas do mar de Vigo…”. Los poetas gallegos antiguos cantaban a la naturaleza, al amor…

¿Usted fue un poeta de la protesta?
—Sí, sí. Pero esa etapa la superé. Me he interiorizado más. He regresado a mí mismo.

¿Al silencio?
—El silencio también se escucha y también provoca. El silencio te dibuja el camino y te da la pauta. Es necesario escuchar. Mis poemas nacieron oralmente y no los transcribo al papel sino con verdadera repugnancia. Totalmente. Hemos pasado de la palabra al signo.

¿Se arrepiente de algo?
—No. Me he equivocado. Y bien equivocado. A veces eso produce grandes hallazgos. Lo exacto no existe. Mira el milagro de la naturaleza: estamos en otoño, pero ya hemos entrado en invierno. Yo no sé a dónde vamos, pero tampoco me preocupa.

Peor es no saber de dónde se viene.
—Eso es el terror. Eso da pánico, porque el niño ése es irrecuperable. El estado de la inocencia es irrecuperable. Después ya viene la madurez, el desengaño, la fatalidad de existir. Yo siempre he envidiado a la gente que duerme en los bancos de los parques a pleno sol. Siempre están esperando el canto.

¿Ha dormido usted en ellos?
—Sí. Y es un placer enorme.

¿Ha estado atormentado?
—A veces sí. A veces quise cambiar el mundo, pero son sueños de juventud. Luego te das cuenta de que es imposible. Los que vienen a salvar el mundo lo estropean más.

¿Hay que protegerse de ellos?
—Desde luego. De los salvapatrias. Lo dijo un inglés: “La patria es el último refugio de los canallas”. Cuando te ponen una bandera ya te obligan a ser lo que no eres. Voy a coger otro cigarro, ¿puedo?

No sabía que fumaba.
—No debo y no lo hago, pero cuando estoy con gente, sí. Además queda bien el pitillo, ¿verdad?

¿Le gustaría volver a ser joven?
—Pues no. ¿Para qué?

Las chavalas.
—¿Las chicas? Vienen mucho a mis recitales. La mujer de hoy, sobre todo la mujer joven, entiende mejor el poema. Lo que pasa es que las hemos empujado a cumplir un papel que no es cierto. La mujer tiene un talento como el hombre, a veces más.

¿Fue seductor?
—Es una parte de la poesía.

Muchos se hacen poetas para ligar.
—Yo no. La poesía es total.

¿La poesía es un fin en sí misma?
—Si cargas con esa fatalidad te da los mejores momentos de tu vida. Yo tuve 600 personas en ese teatro [señala en dirección al edificio de Caixanova] y estaban todas con un silencio enorme, y la mitad eran jóvenes con talento, con disposición para entrar en la aventura. Porque la poesía es una aventura.

¿Qué ha hecho usted para vivir de la poesía?
—Vivir con sobriedad. Yo necesito muy poco para vivir. Necesito básicamente vivir… Pero voy trampeando. Me pagan bien los recitales.

¿3.000 euro?
—3.000 euros sí, es mucho. Pero yo doy algo más. Y tuve la suerte de encontrar a Vilas Bugallo, que hizo cosas maravillosas, como son esos vídeos: Alicia y Cabalum.

¿Cuando no encuentra las palabras directamente las inventa?
—Las invento, sí. El idioma se agota también… ¡A ver si vuelvo a Pontevedra a dar un recital! Es una de las ciudades más cultas de Galicia.

Tiene una gran tradición cultural.
—Y lo que no es tradición es plagio. Siempre hay que tener un punto de partida.

Usted tuvo a Hölderlin.
—Hölderlin es el maestro. ¡No lo entendió Goethe! Los pensadores no entendieron nunca a los poetas. Los recupera después el tiempo. Porque Hölderlin era el padre de la poesía. “En la divinidad únicamente creen aquéllos que lo son porque hay una raza tenebrosa que no se siente a gusto cuando habla un semidiós, ni tampoco entre los hombres cuando se manifiesta un celestial porque en la divinidad únicamente creen aquellos que lo son”. Lo que pasa es que el idioma fue raptado. Hay que devolverle al idioma las palabras que le han sido robadas.

¿Lee a sus contemporáneos?
—Sí, leo. Hay un poeta español que me gusta mucho que es Cernuda. Estuvo en Inglaterra. A mí me gustan mucho los poetas ingleses. En Inglaterra adoran a los poetas ingleses. Se valora la oralidad. Les hacen leer en voz alta para saber pronunciar. Distinguir el signo de la palabra. Cuando la palabra pasa al papel ya es signo. Pierde la voz, y hay que darle voz a lo que está muerto.

Umbral dijo que cuando paseaban por Madrid y veían una obra usted le decía: “Mira Paco, ya están buscando otra vez los huesos de Machado”
—Umbral era un tipo de talento pero bastante demagogo. Buscaba el éxito rápido, y cuando se busca el éxito te conviertes en esclavo. Escribes ya exactamente lo que quieren leer.

¿Usted no?
—Siempre hay que conceder algo. A la gente que te escucha hay que darles algo. No se puede ser soberbio y estar en la torre de marfil. Hay que aprender de lo más sencillo. El poeta es lo más antiguo que hay. Antes que la imprenta.

¿Fue amigo de Uxío Novoneyra?
—Un gran poeta. Una gran persona.

Cuando estaba con él en su casa de O Courel un día les visitaron los poetas de Pontevedra, que tuvieron que hacer un viaje de un día en coche, y usted se metió debajo de una cama agarrado a sus poemas pidiéndole que no abriese la puerta, porque venían desde allí a robárselos.
—Nooo. Mentira.

Es parte de su leyenda.
—La gente aumenta mucho las cosas.

¿Le alegra el reconocimiento a Novoneyra?
—Fue un tipo muy fiel a su actitud ante la vida. Contemplaba las almas. Era inocente en el sentido poético. Es un poeta completamente haiku. Lo que produce el Courel es cierto.

¿Cómo es su vida aquí?
—Paso las noches escribiendo. Traduzco lo que veo. Trato de mejorar la realidad. Hasta la madrugada.

¿Se levanta tarde?
—Sí. A veces salen cosas y otras no sale nada.

¿Es muy exigente?
—Porque si yo no le tengo respeto a lo que hago, no lo van a tener los demás. Hasta que no me suena rotundamente, no lo saco.

¿Vive solo?
—Comparto piso ahí abajo, con el pintor Vilas Bugallo. Pero sí, estoy solo. En mi habitación, cerrado. Durante el día me fatigo, paseo.

Pasea sus derrotas, escribió.
—“Todas las tardes por las calles de Vigo paseo mi derrota; algunas veces me desvío y espero la llegada de un barco”. Pero ese barco nunca llega. Si llegase, sería un pasajero, y yo no quiero ser un pasajero. Yo viajo con el pensamiento.

¿Se siente reconocido?
—Nunca me importó. Es una esclavitud. En la película ‘El lado oscuro del corazón’, aparece un poeta en una casa de prostitutas y a una de las chicas se la encuentra leyendo a Rilke. Después él triunfa y es reconocido, y publica un libro, y llega a ver a esa prostituta que le dice: “Ahora ya no me gustas”. Tras haber conocido el éxito él pasea con el fracaso de ser poeta, porque ser poeta es un auténtico fracaso.

¿Sí?
—Sí, no te sale nada bien. Y ese poeta va por el campo, ve a una vaca que le muge: “Muuu”, y él dice: “Ya me lo decía mi madre, que iba a ser un desgraciado”. La vida es el regreso de una batalla perdida. Hay dos accidentes aquí: nacer y morir. Y se acabó todo.

Le da vueltas a la muerte?
—A veces. No me da miedo.

Pla decía que el secreto para ser feliz es no sentir nunca envidia.
—¡Claro! Yo no tengo envidia. Que triunfe todo el mundo. Pero el triunfo es una falacia. Cuando triunfas tienes que obedecer. Tienes que someterte. El triunfo es de los guerreros, no de los poetas. Y ni siquiera de los guerreros, que no tienen razón de existir. Dan pena todos.

¿Sigue la actualidad política?
—Me aburre. Hubo un momento que la seguía, pero es un disparate. Hay mucho analfabeto ilustrado, funcional, papagayos, palabreros. Que sufren de incontinencia. La poesía es mirar lo que tienes tú, y decírtelo.

¿Le ocupa todo la poesía?
—Se lo he entregado todo. Hay gente que me viene a ver. Hubo 600 personas en ese teatro. Pero yo no puedo ir a todos los recitales.

Usted directamente la habla.
—No puedo evitarlo.

¿Le paran por la calle?
—Gente que no conozco, sí, y me paran a saludarme. Gente muy humilde. Un camionero vino a un recital mío, y contaba luego: “Yo ya no sé repartir porque se me quedaron las palabras en el oído”.

¿Se relaciona con literatos?
—No. Estoy completamente aislado. Estoy marginado por el problema del idioma. ¡Yo no sé escribir en gallego! Yo me formé en otra musicalidad, la del castellano.

¿Marginado en Galicia, entonces?
—Mi discurso va por otro lado. Yo me he criado en Madrid toda mi puta vida. Aprendí el castellano, me sonó al oído, y no sé construir en gallego. Si supiera, lo escribiría. Es muy bonito. Es un idioma latino. Tiene muchas cosas del griego. Mira la palabra ‘ágora’, que sin acentuar es ‘agora’, lo inmediato. ¿Puedo coger otro cigarro?

Por favor.
—Lo que pasa es que lo están interviniendo. Rosalía escribía un gallego muy bonito. El romanticismo llegó a España gracias a ella, no a Bécquer. Lo pasó muy mal.

Me decía que lo escuchan y lo leen muchos jóvenes.
—Los jóvenes se quedaron sin modelos. La gente joven no tiene modelos. Tenían antiguamente a Bob Dylan.

¿Le gusta Bob Dylan?
—Sí, es un poeta, ¿o no? Y Cohen. Cohen dice que no hay que regresar al lugar donde se ha sido feliz. Y además yo cómo voy a regresar al pueblo si han talado los árboles, se ha edificado irracionalmente. Prefiero tenerlo como está ahora. Voy a llegar allí y va a ser un fracaso de recuerdos.

¿Cuál fue su primer poema?
—Tenía doce años. Decía: “No me llenes tanto el corazón de ti”.

¿Lorca fue un cantor?
—¡Es oralidad pura! Una maravilla. Lorca elevó la poesía a su tono más alto. “A las cinco de la tarde el gentío rompía las ventanas”. Maltrataron a Lorca.

¡Y tanto!
—Y tanto, sí. Es el cantor por excelencia. Es el poeta que más me gusta de los españoles.

¿Leyó a Rimbaud?
—Por supuesto. Lo que pasa es que le abandonó la poesía. La poesía se ensaña con el que más quiere. Luego lo abandona. Es una gran puta. Rimbaud comprendió que lo había dejado la poesía y buscó un lugar paralelo: la aventura.

¿Y si le pasa a usted eso?
—Yo procuro que no me abandone, porque sería para mí marcharme de la vida para siempre. Cuando todo nos falla, nos queda la poesía. “Dejad que el trigo crezca en las fronteras”.

¿Qué le parece Gil de Biedma?
—Me gusta, pero es un poeta pequeño, ¿eh? Estoy con Rilke, Cernuda, los poetas gallegos antiguos…

Leí que había salido a hombros de algún recital.
—Yo creo que eso también es mentira. Parte del mito, ¿no?

Pero sí es verdad que lo tuvieron que escoltar en Pontevedra para defenderlo de la turba.
—Sí, sí. Entre ellos un amigo de Manuel Rivas que se llama Ánxel Vázquez de la Cruz, que es un médico de aquí de Vigo y una persona excepcional. Si yo estoy en Vigo es por un error. Me vine con ellos y aquí me quedé. Fue por la poesía ésa de “Amanecer stop cuidado / ¡Prohibido el paso!”.

Las incomodidades de las dictaduras.
—Es terrible: lo niega todo. Y tiene la afición de matar a los poetas.

¿No le puedo llamar beat?
—Es que yo no tengo nada que ver con eso. Yo estaba acertando en España cuando Allen Ginsberg hacía un poema que no me gusta nada. Yo ya estaba universalizando al pueblo en la poesía y la contracultura.

¿Tampoco maldito?
—Soy comunicador. Los recitales míos son de comunicación. ¿Tú estuviste aquí en el teatro? Fue muy bonito. La gente coreaba los poemas. Yo tengo muchos fans en el mundo del rock. Y del rap, porque yo hacía ya el rap antes de existir [canta a ritmo de rap]: “Puedes poner la cabeza arriba / puedo entrar / quiero entrar…”

¿Conoció a Leopoldo Panero?
—Sí. Tiene un defecto: practica mucho el victimismo. ¿Te importa si fumo otro?

No, qué va. Están para usted.
—Me impresionó mucho la isla de San Simón. Es la isla del pensamiento.

Fue una cárcel siniestra.
—Sí, pero eso hay que olvidarlo ya porque no vamos a estar con la derrota siempre.

¿Cómo es su relación con el amor?
—Grandes fracasos, grandes aciertos. Con el amor siempre inventamos más de lo que tenemos enfrente. Dice un poeta: “Lo primero es inventarte, luego ya te irás pareciendo”. Dice Mallarmé: “Triste es la carga si supiéramos que el amor era esto”.

Cuántos años tiene usted?
—Muchos.

¿78?
—Sí [tiene 77]. Espero de la vida conservar el canto, y cuando termine, el accidente viene y es inevitable.

¿Cree en Dios?
—Creía antes pero ya no. Le he preguntado muchas cosas y nunca me respondió.

¿Y desecha?
– Rechazo todo lo que me suena a cotidianeidad, a tópico. No soporto la obviedad. La poesía tiene que trasladar el lenguaje, darle una aristocracia. Para eso está la prosa. ¡Que hagan prosa ellos! ¡Son prosaicos!

¿La poesía puede abandonar al poeta?
– Eso ya le pasó al prodigioso Rimbaud. Cuando la poesía te abandona, si el canto te deja… ¡es terrible! Es la desolación. Si eso pasa, se acabó la aventura.

¿Necesita ser entendido?
– No. Yo busco la gente entrañable, humilde; que recibe el poema aunque no lo entienda; que está sin estrenar; que tiene capacidad para emocionarse. Ahí encuentro una proximidad de espíritu. Porque el que está contaminado por la cultura es insoportable. ¡Es un pedante! ¡Un verborraico! Sufre de incontinencia verbal. La demagogia es nauseabunda. El cultismo, no; la cultura, sí.

 

POEMAS DE CARLOS OROZA

Malú

Parece entonces como si yo y yo fuésemos dos personas que se persiguen mutuamente.
Es en la evasión donde está el sentido de mi propia seguridad.
Oh eva
évame malú
évame malú

Hoy en ferragosto o julio triste prohibido e inasequible. Solo
Oh eva.
Évame eva.
Évame si me transito.

Era de noche por tus ojos de fiebre – ómnima por tus manos que me acarician.
Era extraño cómo subsistía por la noche cada noche deviniendo por mis pasos
para encontrar dormido el cuerpo enfermo en la otra casa.

Mi cuerpo contra mí – Tu boca caliente y sofocada –
conflúyete
abrázate
no rompas el silencio no toques la pared
me conforto en tu aliento
miro por tus ojos empujo por tus ojos
y me encuentro con las últimas cenizas.

Me dejo en libertad – ómnima mis pasos
y corro – corro por la playa hacia la casa abandonada.

No sé que hacer si estoy detrás de mí
tengo miedo tropezar tu cara
mirar tus ojos y verme divisado
aspirar tu aliento y verme subsistido
tropezar tus manos y verme aderezado
cariño eva évame.

Ómnima si mi pálpito se pierde por los trenes y pulula por los gemidos
mi pálpito pegado al viet dolorosamente ernesto a tu cintura nati
mismo
cuando me dejo en libertad
y corro corro – corro por la playa hacia la casa abandonada
ómnima
ómnima
ómnima
mientras subsisto extraño por la noche deviniendo por mis pasos
para encontrar dormido el cuerpo enfermo en la otra casa.

Oh eva
évame eva
évame si me transito

Intento translucirme malú para llevar contigo
Y no hay apoyo vital para afirmarme
Y es como llegar a mí malú contigo
Madre por una sola vez si me transcurres
Mientras subo o me adelantas la luz para llegar arriba
Por una sola vez una vez dos veces tres veces golpeándome en las sienes
Tus brazos retenidos en las sombras
Tu mano y tu latido
Tu voz poderosa desde abajo – contigua hacia el balcón
Para decir que ha muerto alguno en esta casa
Pudo haber muerto alguno en esta casa
Y es como llegar a mí malú contigo
Inmersa
Golpeando fuertemente desde abajo
Golpeando en la escalera
Metiendo tus manos tus codos tus brazos por los huecos
Golpeando la pared
Tremándome en la vértebra
Demorando mis pasos por las sombras.

Una vez me escupiste cenizas en los ojos
Y yo te dije
Sigue sigue sigue
Te me adelantas. Tengo miedo. Estás golpeando al mundo.
Pero tu me das malú – malú – malú
Malú para llegar arriba.

 

El interior del vértigo

Ni un murmullo ni un ápice ni un atisbo
Solo el silencio -sin embargo el silencio espectante-

Contemplamos ilesos el accidente
Tal vez yo sea el error
El accidente
La estatua
La actividad
Corporativa la moral
En su obviedad lo neutro lo secundario
Los criterios formados en la era del múltiple

Y cuando todo nos falla sólo nos queda la poesía

Iluminada su presencia
Como un río que viniese a besar esta provincia enajenada
Cariñoso salvaje sometido corazón saciado encima de mi sombra
Qué difícil subir a tientas la escalera

Sin embargo la cordura -el estilo-
La austeridad que goza del favor de la concordia

Preciso en lo inesperado
En los límites la lucidez
Una luz puntual donde nace la corriente -la palabra y el número-
La palabra que canta de la mar el amor que profeso
El tanteo el intento la ola
La madre en cuanto a distancia que nos da el origen

El cinco ha quedado atrás
No obstante las mareas se precipitan
El horizonte ase alarga y nos muestra el ocaso
El universo se convierte en vocales
La ascensión del cópul
Su itinerante -el ave- el alma -los reflejos-
Las simpatías de los opuestos y los embarques
Ellos van donde nosotros ya estuvimos
En el propósito de continuar
No cesaré en el empeño hasta convertir el territorio en mi estatura
Difiero de su parecer
No me gustan los adverbios
Sus adyacentes las estatuas
La impresión moral de su geografía restaurada

Pasa el viento lento
Y sus sombras se deslizan con suave complacencia en la corriente
Unívoca la voz
De encendidos tonos de color las mareas
Las maneras y el modo
La intuición
El estilo -el instinto- la gracia
En el lugar -no en la hora-
En el lugar estaré siempre atento
Pero no dejaré nunca que la forma llegue al fondo para que todo siga igual

El narrador divaga
Y se muestra con cautela ante lo inesperado
Preciso en la contemplación

En el sedal de fiebre hay una escalera blanca
Oscurece
Sube la temperatura y en los altibajos crece el fantasma.

 

Á morte do xograr

Vai frío,
corre o vento do noroeste;
choiva.

Zoa o lume na lareira

Latexos brancos na noite de luar,
por deus, non me fumes na palleira.

Roncadoira,
hoxe xeme o mar nos Netos

Teño un sitio para ti onde abrigármonos

“no norte hai una mar que é máis alto que o ceo”
dixeches un día.

Noite na costa
ouvir muxir o mar no cantil
e non velo

do negro vén unha cantiga ouca,
só se adiviña o mar
muxindo no cantil da Roncadoira,
non se ve.
Ás apalpadas
un faro raña a noite moi lenemente,
lene, moi lene

esta noite (por ti) xeme o mar nos Netos
coma un aceno amable na tempestade da noite pecha.
21.11.2015 (S. Roman do Val)

Latexa todo arredor no silencio máis fondo.

Veña, vai, cóntame outra historia

Hai un reloxo vello pendurado na parede de pedra
que aínda da as horas.

22.11.2015 (S. Pedro de Viveiro)

Sempre seguirá o mar a muxir
cando haxa un có na noite negra,
a muxir escuma leda
no negro da escuridade.

Día de néboa,
longo,
longo dabondo
navegando as ondas do mar dos Castelos ata o mar de Vigo,
coas ondas onde te fuches, meu.

Seguirá o mar a muxir

e o aceno da luz da túa voz na noite negra
rañando a escuridade riba do muxido fondo do mar
coma un faro feble,
lene, moi lene,
lenemente
rañando a escuridade ás apalpadas.

Segue a zoar o lume na forxa de Vulcano,
morreu o meu xograr sen eu ouvilo.

Vai frío,
corre o vento do noroeste,
choverá no mar de Vigo.

Soa a campá da media nunha igrexa perdida
que se eslúe no muxido oco do teu mar.

Vamos, veña, cántame outra cantiga,
cóntame outra historia para que nunca acabe,
coma una aceno no ar,
esvaéndose,
rañando o ceo das tebras
coma un faro por riba do muxir xordo do mar da Roncadoira,

…por riba do muxido do mar da Roncadoira.
23.11.2015 (Vigo)

A La muerte del juglar (Versión en castellano)

Va frío,
corre el viento del noroeste;
lluvia.

Suena el fuego en el lar

Latidos blancos en la noche de luz de luna,
por dios, no me fumes en el pajar.

Roncadoira,
hoy gime el mar en los Netos

Tengo un sitio para ti donde abrigarnos

“en el norte hay una mar que es más alto que el cielo”
dijiste un día.

Noche en la costa
oír mugir el mar en el acantilado
y no verlo

del negro viene una cantiga hueca,
sólo se adivina el mar
mugiendo en el acantilado de la Roncadoira,
no se ve.
A las apalpadas
un faro rasca la noche muy levemente
leve, muy leve

esta noche (por ti) gime el mar nos Netos
como una seña amable en la tempestad de la noche cierra.
21.11.2015 (S. Roman del Valle)

Late todo alrededor en el silencio más fondo.

Venga, ve, me cuenta otra historia

Hay un reloj ver colgado en la pared de una piedra
que aún de la las horas.
22.11.2015 (S. Pedro de Viveiro)

Siempre seguirá el mar a mugir
cuando haya uno con él en la noche negra,
mugirá la espuma contenta
en el negro de la oscuridad.
Día de niebla,
largo,
largo de sobra
navegando las ondas del mar de los Castelos hasta el mar de Vigo,
con las ondas donde te fuiste, mío.

Seguirá el mar a mugir

y la seña de la luz de tu voz en la noche negra
rascando la oscuridad encima del mugido fondo del mar
como un faro endeble,
leve, muy leve,
levemente
rascando la oscuridad a las apalpadas.

Sigue el batir del fuego en la forja de Vulcano,
murió mi juglar sin yo oírlo.

Va frío,
corre el viento del noroeste,
lloverá en el mar de Vigo.

Sola la campana del promedio en una iglesia perdida
que desaparece en el mugido hueco de tu mar.

Vamos, venga, me canta otra cantiga,
me cuenta otra historia para que nunca acabe,
como una seña en el aire,
desapareciéndose,
rascando el cielo de las tinieblas
como un faro por riba del mugir sordo del mar de la Roncadoira,

…por encima del mugido del mar de la Roncadoira.

23.11.2015 (Vigo)

Un recuerdo de Xaime Oroza do seu tío, Carlos Oroza.

Una noche de luna llena saliendo por San Roque, sentados en el escaparate de la confitería de la esquina que da a la calle de abajo (hoy hay una óptica), hablan de sus “artimañas” Xosé de Vexigas y Carlos Oroza, yo escucho… había alguien más, pero no recuerdo quién, se pode apuntar todo dios. Una noche de locura mágica para el recuerdo, inolvidable. Eso sí, Pastor Díaz aun estaba en medio de la plaza con la pluma erguida.
Pura pedagogía