Autor: Jerónimo Muñoz
El ser humano, para comunicarse, utiliza palabras, pero, como es bien sabido, estas palabras han de estar ordenadas según una norma. No es posible acumular una serie de palabras y pretender que signifiquen algo. Así, no podemos decir, por ejemplo:
Debajo en unieron rojo mesas.
Normalmente, las palabras se organizan según la estructura que denominamos frase. Así, podemos decir:
La niña canta.
Hemos utilizado un artículo, un nombre y un verbo. Se ha observado la norma sintáctica.
Pero podemos hacer nuestra frase más concreta y especificar o determinar qué niña es la que canta. Para ello utilizamos los complementos del nombre.
Y podríamos decir:
La niña risueña canta. Se ha complementado el nombre “niña” con el adjetivo “risueña”. No nos referimos a cualquier niña, sino, precisamente a aquella que es risueña.
O también:
La niña del panadero canta. El complemento es ahora un grupo nominal ”del panadero”.
También podríamos decir:
La niña que está en el jardín canta. El complemento es una oración: “que está en el jardín”.
También admiten la complementación los adjetivos, los adverbios y los verbos. Veamos ejemplos de ello:
La niña siempre risueña canta. Se ha complementado el adjetivo “risueña” con el adverbio “siempre”
La niña canta suavemente. Se ha complementado el verbo con un adverbio.
La niña canta baladas a su madre por las tardes. Se han añadido un complemento directo (baladas), un complemento indirecto (a su madre) y un complemento circunstancial (por las tardes).
Con estos ejemplos de complementación será suficiente para exponer la argumentación que se pretende realizar.
Se van a escribir a continuación todas las frases que han sido citadas como ejemplo, precedidas de a), y, a continuación de cada una de ellas, otra análoga a la a), precedida de b).
a) La niña risueña canta
b) La niña verde canta
a) La niña del panadero canta
b) La niña de la parcialidad canta
a) La niña que está en el jardín canta
b) La niña que está en la bombilla canta
a) La niña siempre risueña canta
b) La niña lejos risueña canta
a) La niña canta suavemente
b) La niña canta habitablemente
a) La niña canta baladas a su madre por las tardes
b) La niña canta queso a su ceniza por los triángulos
Como se ve, en todas las frases, a) o b), se observa escrupulosamente la normativa sintáctica. En ninguna se coloca una conjunción como sujeto ni una preposición como complemento del nombre, etc. Pero en seguida advertimos que la complementación de las frases a) se ha realizado de una forma que la lógica no repudia, se ha realizado de una forma pertinente. En cambio, en las frases b), la complementación realizada no es pertinente. No se puede decir que una niña sea verde ni que canta queso, etc. La estructura sintáctica es correcta pero no así la estructura lógica de la lengua.
Pero esta no pertinencia o “impertinencia” en la complementación es admisible si nos situamos, no ya en la prosa conceptual y genérica, no en el lenguaje denotativo, sino en la poesía, en el lenguaje connotativo, en el que la significación de las palabras está alterada de forma que el que percibe el discurso experimente una emoción.
Esta complementación “impertinente”, que nos extrañaría e incluso nos contrariaría si la leyéramos en un libro científico o en la reseña periodística de un suceso, y que, en todo caso, si allí aparece, no entenderíamos en absoluto, esta “impertinencia”, decimos, cobra valor significativo en poesía. Y es porque, en poesía, la significación de las palabras se abre a todo un abanico de posibilidades, apertura que el contexto promueve. En poesía, el contexto ―todo o, más frecuentemente, una parte de él, incluso una sola palabra― modifica algunos significados de forma que las palabras así modificadas pierden su carácter conceptual, objetivo, para adquirir una significación subjetiva, con la carga emotiva, sensorial, volitiva, afectiva, etc. que la subjetividad conlleva. Y es en esta modificación en donde reside el hecho poético.
Veamos algunos ejemplos, sacados de poetas consagrados:
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río (García Lorca)
El nombre “horizonte” se complementa con un grupo nominal, “de perros”, al que “ladra muy lejos…” le confiere su significado. No es que el “horizonte” sea, objetivamente, conceptualmente, “de perros”, es que “allá, muy lejos, por el horizonte, se oye un ladrido de perros”, como diríamos con el lenguaje denotativo. Pero no solo el último entrecomillado es lo que percibimos de los versos citados: existe en nuestro ánimo una sensación de amplios espacios misteriosos, de paz y quietud campestre, de lentitud en el paso del tiempo, etc. Todo una compleja carga de valores emotivos que en la frase denotativa entrecomillada no existen.
Apreciamos que el lector, al enfrentarse con algo que rompe la norma que, habitualmente, rige la lengua que él habla y que él oye y comprende, al encontrar que lo que oye o lee en el poema no está de acuerdo con esa norma, rapidísimamente vuelve a codificar el mensaje, pero ya con su carga emocional, con sus nuevas connotaciones. La mente del lector (u oyente) sigue dos pasos consecutivos: primero, el choque, la imposibilidad de comprender el mensaje con arreglo a “la norma” habitual; segundo, una nueva codificación del mensaje del que capta su recóndito significado connotativo o el significado que él imagina. Y ello, acompañado de un sentimiento de placer estético.
Veamos, más rápidamente, otros ejemplos:
Palpita un mar de acero de olas grises
dentro los toscos murallones roídos (A. Machado)
El nombre “mar” tiene dos complementos nominales, uno impertinente (“de acero”) y otro pertinente (“de olas grises”). El lector advierte que el mar no puede ser de acero, pero, en seguida, advierte el verdadero significado, la connotación que nace de este complemento del nombre, que se refuerza con el segundo complemento: mar de aspecto metálico, duro, frío, violento, yermo, etc.
Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados. (Alfonsina Storni)
Cuatro complementos del nombre impertinentes: Un adjetivo, “terrosas” y tres grupos nominales “de rocío”, “de hierbas” y “de musgos escardados”. Se advierte la gran densidad poética del fragmento. Como no es el caso de copiar el poema entero, bástenos decir que la poeta, antes de suicidarse (realmente se suicidó), habla con la tumba donde será sepultada (nodriza fina) enumerando sus circunstancias (flores, rocía, hierbas…). Todo es una continua metáfora.
Nuestros cuerpos se comprenden cada vez más tristemente,
pero yo amo esta púrpura desolada.
Ah la flor negra de los dormitorios, ah las pastillas del amanecer. (A. Gamoneda)
Fácilmente, a estas alturas, se advierte lo que queremos destacar.
Pero hay algo más que señalar. Y es que los complementos impertinentes pueden ser de dos clases. Para explicar esta clasificación, pongamos dos ejemplos de complementación no pertinente o, como hemos llamado aquí, “impertinente”:
1. Palpita un mar de acero de olas grises
2. Palpita un mar de horno de olas grises
Vemos que, en la 1., el lector, al chocar con la “impertinencia” de “mar de acero”, codifica el mensaje sin atenerse a la norma usual y encuentra un significado subjetivo, como se expuso más arriba. Entonces, al placer estético de la “impertinencia, se une el placer estético de la aprehensión de la connotación. Se ha eludido satisfactoriamente el absurdo. Se ha llegado a la poesía.
Pero en 2., al enfrentarse con la impertinencia “mar de horno”, se queda atascado, inmovilizado. Si en el contexto no hay nada que sugiera un significado impensable de “horno”, entonces un “mar de horno” no le sugiere nada. Solo siente el placer estético derivado de la “impertinencia” en sí misma. Hemos llegado al irracionalismo poético.
Decía André Breton, padre del surrealismo: “La imagen más vigorosa es la que presenta un más alto grado de arbitrariedad”. Y se llegó a la escritura automática que, en la poesía española, se realizó, casi siempre, introduciendo subrepticiamente un buen grado de control.
Es de reseñar, antes de finalizar, que lo dicho para la complementación es válido igualmente para la predicación (La mesa es “navegante”. El perro está “sideral”, etc.) e, incluso, a toda la estructura oracional: “Verdes ideas incoloras duermen furiosamente” (Avram Noam Chomsky. Syntactic Structures.)
Como conclusión a este artículo, solo añadiremos que, al final, y en cada caso, será el lector quien, con su bagaje psíquico individual e irrepetible, abriendo su sensibilidad al poema, responda con sinceridad a la omnipresente pregunta de ¿te ha emocionado?