El éxito del Quijote

Autor: Julio González Alonso

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Miguel de Cervantes, en plena crisis de la encrucijada renacentista, intuyó para su obra El ingenioso hidalgo Don Quixote de La Mancha, con título en su primera parte, e intitulado en la segunda El ingenioso cavallero Don Quixote de La Mancha, un éxito sin precedentes de su obra en la Literatura Universal; intuición que arranca desde las primeras páginas de la introducción a la citada primera parte de la obra, con el soneto que Cervantes pone en boca de Amadís de Gaula dirigido al propio Don Quijote y que cierran proféticamente los tercetos:

vive seguro de que eternamente,
en tanto, al menos, que en la cuarta esfera
sus caballos aguije el rubio Apolo,

tendrás claro renombre de valiente;
tu patria será en todas la primera;
tu sabio autor, al mundo único y solo.

Como es sabido, Amadís de Gaula es el protagonista del libro de caballerías que, publicado con el título de Los cuatro libros de Amadís de Gaula, probablemente sea el más notable de los libros de caballerías escrito en lengua castellana en el siglo XIV. En este soneto se rememora el momento en el que Amadís se recluye en la isla de la Peña Pobre para llorar y hacer penitencia por su amada y recobrar su amor, ocasión que Don Quijote imitará puntualmente en los confines de Sierra Morena.

Conviene aclarar que este soneto, lo mismo que otros poemas satíricos, forman parte de la introducción del Quijote siguiendo la costumbre de la época de prologar las obras con creaciones laudatorias de escritores famosos y de prestigio. En el caso de Cervantes, al parecer, no consiguió ningún escrito relevante de ningun autor para esta novela, que él llama historia dado que en el Renacimiento se llamaba novela al relato corto. Según parece, Lope de Vega tuvo conocimiento puntual del suceso, burlándose sin miramientos de Cervantes y su Quijote en unos escritos en los que aseguraba: De poetas, no digo, buen siglo es éste: muchos en cierne para el año que viene, pero ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a don Quijote. Cervantes, tremendamente ofendido y justificadamente airado, decide arremeter con dureza contra la costumbre de poner poemas laudatorias al inicio de los libros y, de paso, hacer una ácida critica a Lope de Vega que usaba mucho de esta costumbre, desquitándose, al menos en parte, de las descalificaciones y comentarios recibidos. Las poesías que Cervantes inserta son todas escritas de su puño y letra, adjudicando firma y autoría a diferentes personajes de los libros de caballerías, los mismos a los que pretende combatir con su parodia.

Tal vez, en el contexto de su intención crítica, la afirmación de Cervantes no pasara de ser una exageración con ánimo provocador que ni por asomo imaginara verse alguna vez cumplida, sobre todo si tenemos en cuenta su historial, éxitos y fracasos, y la edad madura que contaba en el momento de dar vida al personaje literario de Don Quijote. Pero sorprende la resolución con que lo escribe, entregándose al mismo género de burla que la del mismo hidalgo devenido en caballero con su actitud grotesca en la interpretación de la realidad. Tal vez en ese momento nunca Cervantes fue tanto Don Quijote ni Don Quijote fue tanto Cervantes; papeles que parecen ir superponiéndose a lo largo de la novela, leída, así, como una autobiografía gigantesca y demoledora en la que sumerge –y también de la que emerge- la España de la época.

Volviendo al soneto puesto en boca de Amadís de Gaula y la prometida fama y renombre para personaje, patria y autor, debemos decir que sobre la misma idea o noticia, vuelve a dar cuenta Cervantes en el capítulo III de la segunda parte cuando el bachiller Sansón Carrasco, hombre socarrón de edad de hasta veinticuatro años, plantado de rodillas ante el caballero, le da noticias de la publicación de sus hazañas, ante lo cual Don Quijote inquiere:

– De esa manera, ¿verdad es que hay historia mía, y que fue moro y sabio el que la compuso?

La suspicacia sobre el supuesto autor moro se basaba en el concepto que de los mismos se tenía en la época y que Cervantes utiliza en su divertida novela para mayor confusión o claridad –según se mire- de lo que pretendía. Así, después de los sentimientos contradictorios que asolaban a Don Quijote al recibir, antes que por el bachiller, por boca de Sancho la noticia de la existencia del libro en el que se narraban las aventuras de amo y escudero, se asegura que desconsolóle pensar que su autor era moro, según aquel nombre de Cide, y de los moros no podía esperar verdad alguna, porque todos son emebelecadores, falsarios y quimeristas.

Como Francisco Rico apunta (nota 26, I, cap. IX), el hecho de presentarse como simple traductor de una obra escrita por otro, es un recurso frecuente en los libros de caballerías, por lo que Cervantes establece la figura de un autor ficticio como es Cide Hamete Benengeli y un traductor morisco. Se da, además, mayor sensación de verosimilitud, en palabras de Andrés Amorós (nota al margen 75, I, cap. IX), agregando anotaciones manuscritas al original sin atribuirlas a autor conocido, complicando aún más el juego del autor de la historia.

En el momento de publicarse la segunda parte del Quijote la primera contaba ya , al menos, con nueve ediciones, lo que hace decir a Cervantes por medio del bachiller Sansón Carrasco cuando respondió a Don Quijote:

– Es tan verdad, señor, que tengo para mí que al día de hoy están impresos más de doce mil libros de tal historia: si no, dígalo Portugal, Barcelona y Valencia, donde se han impreso, y aun hay fama que se está imprimiendo en Amberes; y a mí se me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzca
.
Como muy bien apunta en su edición F.Rico (nota 15, II, cap.III), en ese momento, a pesar de las más de nueve ediciones publicadas, ninguna fue conocida en Barcelona antes de 1617, ni en Amberes antes de 1673. No obstante, lo que merece la pena subrayar es la afirmación ambiciosa sobre el futuro de una novela que había de convertirse, efectivamente, en universal y traducida a todos los idiomas o la inmensa mayoría de ellos.

Sobre el mismo asunto volverá más tarde, en el capítulo XVI, cuando, ante la sorpresa, admiración y atenta mirada de un discreto caballero manchego que los alcanzó sobre una muy hermosa yegua tordilla en el camino que seguían, vestido elegantemente con gabán de paño fino verde, jironado de terciopela leonado, con una montera del mismo terciopela y, además del rico aderezo de la yegua, el cual traía un alfanje morisco pendiente de un ancho tahalí verde y oro, más otros adornos que ennumera prolijamente, Don Quijote le invita a caminar juntos y le aclara la razón de la apariencia que el caballero andante ofrece con sus armas y armadura. Amén de razonar su decisión de resucitar la ya muerta andante caballería, argumenta a favor de su decisión que así, por mis valerosas, muchas y cristianas hazañas, he merecido andar ya en estampa en casi todas o las más de las naciones del mundo: treinta mil volúmenes se han impreso de mi historia, y lleva camino de imprimirse treinta mil veces de millares, si el cielo no lo remedia.

De los más de doce mil libros declarados en el capítulo III, a los presumidos treinta mil volúmenes declarados en el XVI se aprecia que el éxito de la publicación triplica el número de ejemplares impresos y, supuestamente, vendidos.

Aunque pueda considerarse una exageración este incremento en el corto espacio de los meses que, supuestamente, transcurren entre la redacción de uno y otro capítulo, lo cierto es que Cervantes debía de tener noticias sobre la aceptación y difusión de su genial novela, lo que le hace subrayar el hecho de manera tan efusiva. Probablemente a la hora de escribir esas líneas, el autor inmortal del Quijote, repasaría mentalmente los agravios recibidos del orgulloso y bien pagado por el éxito, Lope de Vega, ese otro genio del Siglo de Oro que encumbró el arte dramático a la altura de William Shakespeare, el único autor mundial equiparable a la figura de Miguel de Cervantes.

Lo cierto y sorprendente es cómo, por convencimiento o por reacción ante los reveses que la vida le impuso, el autor de Las Novelas Ejemplares, pronostica desde el inicio de la novela el éxito sin precedentes que habría de tener y el lugar que ocuparía en la Literatura Universal.

Otra reflexión que cabe traer a colación considerar es cómo es posible, en una España con alrededor de siete millones de habitantes a finales del siglo XVI, que tuvieran acogida treinta mil ejemplares de cualquier obra. Descontando niños, mujeres y ancianos, por definición analfabetos junto a la inmensa mayoría de campesinos, braceros y soldados, la población que sabía leer y escribir quedaría bastante menguada y reducida al ámbito de las universidades y el clero (alrededor de 91.000 eclesiásticos reconocidos), con alguna participación de la nobleza y los comerciantes. Es decir, haciendo un cálculo de perogrullo, bien podría asegurarse que más del 90% de la población sería analfabeta; una población –la secular- en disminución debido a las epidemias, las guerras y la emigración a las Indias y que afectó, sobre todo, a las clases que hoy llamaríamos medias, como los comerciantes, artesanos y mercaderes.

Cuando en 1605 ve la luz Don Quijote, la cultura está –no obstante- de moda; los colegios mayores limitan el número de sus plazas, requiriendo para su ingreso pasar la prueba de la pureza de sangre demostrando no tener antepasados de otras religiones, fueran o no conversos. La salida de estos alumnos resultaba estar asegurada en la función pública. Es la España de Felipe III, la que traslada la corte de Valladolid a Madrid, la del bandolero catalán Rocaguinarda, hecho aparecer en un encuentro con don Quijote con el nombre de Roque Guinart, la España de la Inquisición en la que El Santo Oficio vigila con extremado celo las imprentas, publicaciones y librerías, la España que crea en Nuevo México la ciudad de Santa Fé, España de celestinas y en la que el servicio de correos cubre el trayecto entre Madrid y Valencia en cuatro días y tres más para llegar a Barcelona, y es el año, también, en el que William Shakespeare concluye dos de sus mejores obras de teatro, Macbeth y El rey Lear.

Sea como sea, a estas alturas de la historia, es más que probable que las publicaciones del Quijote hayan superado con creces los treinta millones de los ejemplares que Cervantes daba en su tiempo, hace cuatrocientos años, como cifra, imagino, astronómica. Lo que es seguro es que el número de lectores en el mundo supera sobradamente la cifra mencionada; así que, aunque muchos hayan compartido la lectura de un mismo ejemplar, es fácil suponer que no andará muy lejos el número de libros impresos indicado. A falta de datos sobre el número de volúmenes publicados, digamos que –en eso sí que podemos estar de acuerdo- el Quijote se ha convertido en el primer éxito y superventas literario mundial. Y el número de naciones en que se lee y ha leído, así como el número de lenguas en que es publicado, parece innumerable. En las primeras traducciones hasta el siglo XIX aparecerá en inglés, francés, italiano, portugués, alemán, ruso, danés, húngaro, croata, griego, servio, noruego, finés, letón, estonio, lituano, checo, hebreo y turco. A partir del siglo XIX se traduce en Japón y la India, extendiéndose durante el siglo XX por el resto de Asia y África, apareciendo en chino en 1978 y en otras lenguas como el malayo, bengalí, urdu, farsi, tagalo, coreano, vietnamita y el árabe. También se ha traducido a la lengua creada para el entendimiento de todos los habitantes del planeta, el esperanto; y en 2005, al quechua.

Para concluir con el éxito innegable de las previsiones apuntadas por Cervantes, que tal vez ni él mismo imaginara llegaran a ser de tal magnitud, nos podemos detener en las lenguas oficiales habladas en España, el gallego, el catalán y el euskera o vascuence. Ha sido publicado en todas ellas, correspondiéndole al mallorquín Jaume Pujol hacer la primera traducción al catalán, llevando a cabo su traducción inédita entre 1835 y 1850. En el caso del euskera, aparecerán las dos partes del Quijote entre 1976 y 1985 con el título Don Quijote Mantxa’ko, publicado en Zarauz (Guipúzcoa); anteriormente había iniciado una traducción el alavés José Palacio Sáenz de Vitery, del siglo XIX, pero murió sin haber podido terminar dicha traducción. Con el título Enxeñoso fidalgo Don Quijote de La Mancha y en cuatro volúmenes, también es posible disponer de la obra en lengua gallega.

Tal vez no seamos los españoles los más dispuestos a darle en todo la razón a Cervantes y a colaborar al innegable éxito de su obra, pero admitamos que, al menos, lo vamos haciendo poco a poco y a nuestro estilo. En ese sentido, fuera de todo atisbo de chauvinismo, siendo los últimos en sumarnos a ediciones, reconocimientos y publicaciones, es posible que estemos colaborando a la credibilidad de una obra cumbre que acompañará para siempre la vida y la Historia de la Humanidad. Y esto, el cielo no lo remedia ya.