Jacques Brel – Ne me quitte pas

 

 

Autor: F. Enrique

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He leído un artículo soberbio sobre la génesis de “Ne me quitte pas” que me ha dejado sin ganas de insistir sobre esta canción, en realidad lo que más me ha llamado la atención ha sido comprobar una cierta manía que Brel le tenía a la canción con la que frecuentemente, obviando un repertorio lleno de canciones esplendorosas, se le asocia, al menos aquí, en España, un país que se divorció del francés a mediados de los 70.

Conocí a Brel en el año 1977, el motivo fue la aparición del que sería su último álbum, “Les Marquises”, que había creado un revuelo, hasta entonces desconocido para una obra de la que solo se sabía el título, en el mundo de la Francofonía. Ese periódico no dudaba en hablar, no recuerdo que lo hiciera de ninguna otra, de “Ne me quitte pas”, aunque llevara 18 años sonando en la cabeza de los hijos del Mayo francés, y se refería a ella como la más bella canción de amor que se hubiera escrito. En justa compensación, ya que con el paso del tiempo llegaría a comprobar que, para mí, no era ni siquiera la mejor canción de amor de Brel, la tomaría como un hito inevitable y la escuché con esmero y me procuré una traducción para seguirla adecuadamente, así como iba sonando; algunas de sus estrofas son impactantes como la luz que emerge de la oscuridad del desasosiego y la desesperación.

Los hombres sinceros se suelen distinguir por la temeridad con la que acometen los asuntos sociales, políticos o de interés general, cuando mienten solo lo hacen por amor. Quizás no haya canción que mejor ilustre lo que digo; el hombre abandonado que llora sobre su corazón en ruinas ha sido el que abandona, el que hiere con una actitud humillante el mito que había creado de sí mismo de una actitud cruda y realista para cubrir los eternos males de amores, hasta ese punto acabó identificándose con su país alternativo en la que hombres y mujeres aprendieron a manejarse en el capricho eterno de un corazón que siempre busca nuevas sensaciones, no ahogarse en la rutina.

Hace poco que conozco la situación, las hazañas y el tiempo en que escribió esta canción, tras una primera lectura llegué a pensar y a justificar la dramatización penosa del vídeo de Brel cantando entre lágrimas en vez de maldecir en actitud desafiante al destino de lo que muere, pensando que se había apoderado del punto de vista de su amante, en el que sólo podía ser ese burgués convencional al que tanto hería en sus entrañas con cualquier pretexto por muy peregrino que fuera. Esto había provocado que volviera a esta canción con unos ojos más condescendientes, pero parece que no fue así; Brel fue presa, como en tantos asuntos que no podía explicarse pero los sentía, de sus contradicciones; se puede ser católico y no creer en Dios, se puede ser un marido fiel teniendo amantes, el señor absoluto del Olympia siendo republicano…

Su niñez estuvo marcada por un Dios que nunca dejaba de vigilarle, que no le permitía pecar sin llevar una carga sobre los hombros y una herida en el pecho que se abría aún más durante la noche. Su amor adolescente había desembocado en un matrimonio al que nunca quiso renunciar, por lo tanto no quiso reconocer el hijo de que venía en camino fruto de sus relaciones con otra mujer. Ni siquiera la aventura más bella de su vida pudo hacer que depusiera una actitud tan desconcertante en un hombre como él que se reía hasta de sus sentimientos más lacerantes con tal de no faltar a la verdad.

De entre todas las amantes no hubo ninguna como Suzanne Gabriello conocida como “Zizou”. Llevaba cinco años con ella cuando empezó a esquivarla tras conocer su embarazo. La inevitable ruptura, propiciada por su cobardía y el no querer asumir una situación en la que tenía una responsabilidad ineludible, fue agria y dolorosa, llegando a las amenazas, por parte de ella, de hacer pública su situación con el consiguiente escándalo que conllevaría. Brel que empezó a dramatizar sus canciones el mismo tiempo que llevaba con esta muchacha, no quiso eludir la grabación de “Ne me quitte pas” dándole la vuelta a la situación, quizás porque pensaba, con el convencimiento de los egoístas, que todo debería de haber seguido como antes, reprochándole a “Zizou” la ruptura porque no quiso ser la otra.