El llanto de Federico

Federico García Lorca
Federico García Lorca

En la plaza de Manzanares, agosto de 1934, el asta homicida de un toro de los de antaño, se clavó en los adentros de un lidiador peculiar. Así murió un carácter.
A caballo entre el temple, que desarma la furia, y la intelectualidad, que responde al literato sin grandes ambiciones (estrenó la obra de teatro ‘’Sinrazón’’), Ignacio Sánchez Mejías ha sido inmortalizado por su amigo personal el gran Federico García Lorca, en su conocida obra elegíaca ‘’Llanto por Ignacio Sánchez Mejías’’.
Parece claro que si a un genio de la poesía, experto en la lírica andaluza, le das un tema taurino, donde está presente la muerte y, además, la muerte de un amigo íntimo, está claro como el agua que el resultado tiene todas las trazas de ser óptimo.

Y, efectivamente, el maestro granadino consiguió una cumbre, no solo de su poesía, sino de la poesía de siempre.
Lorca consiguió sintetizar su voz en las cuatro partes del poema que tratamos, distinguiendo los estadios limítrofes de la poderosa concepción de su pensamiento lírico.

La primera parte, ‘’El llanto’’, es tremendamente rompedora y de una sencillez magistral.
Endecasílabos alternados continuamente con un estribillo octosílabo: ‘’a las cinco de la tarde’’. De momento, se encarga de desmitificar la combinación de versos (impar con impar, par con par) sin más preámbulos, y lo hace martilleando las retinas de los lectores que reciben angustiados la obsesión del poeta por remarcar el cenit del suceso: ‘‘a las cinco de la tarde’’.Añadamos a todo eso, la concreción del mundo taurino en una terminología que le pertenece (‘’las verdes ingles’’, ‘’la espuerta de cal’’, ‘’muslo y asta’’ ‘’cubrió de yodo’’, ‘’blanca sábana’’, ‘’el cuarto se irisaba de agonía’’, ‘’trompa de lirio’’, ‘‘arsénico’’) y tendremos una primera parte antológica. Un pleno de valentía creadora.

’’La sangre derramada’’, es el título de la segunda parte del poema.  Elige el romance clásico octosílabo con los versos pares rimados con terminaciones asonantes y vuelve a martillear con un verso, en este caso hexasílabo, que se repite después de cada estrofa: ¡Que no quiero verla! .Pero, además, en su última fase, el poema está trufado de versos decasílabos y endecasílabos colocados, tal vez,  en otro intento de alejar su obra de la belleza estilística inherente a su propia idiosincrasia.
Dado que, ese verso que repite, coincide con la rima elegida ‘’ea’’, que es la que utiliza a lo largo de todo el poema, y visto que no cuida mucho intercalar las rimas, sino que repite tres seguidas (hasta cuatro separadas por un ‘’no’’) en varias ocasiones, la falta de tonalidad, la huída del tornasol expresivo, tradicional en la poesía lorquiana, me hacen pensar que buscó adrede romper con las formas. Una especie de rebelión en el alma del poeta que quiere mostrar el cosmos de su disgusto. En realidad introdujo aditamentos que él mismo siempre repudió. Seguramente quiso ”romperse la camisa”, pero, su grito elegíaco no pudo renunciar a la magistral genética, emparentada con el gran Jorge Manrique, en la mayoría de sus versos, atravesando arenas y sangre, con el dramatismo andaluz, de pena, llanto y quejío, en la voluntad de plañir al hombre, al amigo que se va, llorarle un universo narrativo. ‘’Oh negro toro de pena’’. ‘’Dile a la luna que venga, que no quiero ver la sangre, de Ignacio sobre la arena’’. ‘’Buscaba el amanecer y el amanecer no era’’.
Desde luego, si Federico era un poeta menor, como decía mi admirado Borges (menos en esta ocasión), yo quiero ser un poeta pequeño.

PaisajeNo quería verla, pero la vio. La muerte en ‘’Cuerpo presente’’, tercera parte del poema,  se presenta en alejandrinos blancos mono y polirrítmicos. Otra vez los versos están poco cuidados en su estructura técnica, donde encontramos estrofas enteras con versos que no son alejandrinos y sí tetradecasílabos, por mor del encabalgamiento a que somete el autor a los isostiquios. El ritmo aparece igualmente descuidado con varios pasajes donde se dan tres  tónicas seguidas.
Junto al cadáver, vuela la condición metafórica que huye de la descripciones primero, ‘’yo he visto lluvias grises correr hacia las olas’’, para adentrarse en la imaginería macabra al más puro estilo quevedesco después,  ‘’¿Qué dicen? Un silencio con hedores reposa’’.
Sigue la desesperación vertebrando cada verso, se palpa en los decires una pulsión mutiladora del tono festivo (en el caso del verso de lo perfecto) que busca las imágenes en el borde más vitral del realismo, ‘’Yo quiero que me enseñen un llanto como un río’’.Es como si renunciase a escribir belleza, porque sabe que su instinto la crea, aun sabiendo que escribe de la muerte.
Y definitivamente se va,  en esa negación magistral, que acaba la tercera parte ‘’No quiero que le tapen la cara con pañuelos para que se acostumbre con la muerte que lleva. Vete, Ignacio: No sientas el caliente bramido. Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!’’
Y Federico fracasa, porque sus versos vuelven a ser esencialmente poesía bellísima.

La cuarta y última parte, ‘Alma ausente’’, es la más corta. Escrita en endecasílabos y alejandrinos, la presencia del poeta que quiere ser desgarro se manifiesta en una sintaxis que aparece en algún punto por el lado menos brillante de todo el poema. Sin embargo, el genio del autor se declara con una potencia devastadora cuando admite de plano que todo ha fenecido, todo es ya irreconocible, porque ya no está su amigo, ‘’No te conoce el toro ni la higuera, ni caballos ni hormigas de tu casa’’.
El poeta canta, ‘’La madurez insigne de tu conocimiento’’, ‘’Tu apetencia de muerte y el gusto de tu boca’’ y el poeta traspasa más que nunca la frontera del dramatismo andaluz en pos de la universalidad de un realismo poético tan sencillo como esencial.
Termina con, ‘’y recuerdo una brisa triste por los olivos’’. Mientras, yo quiero recordar un punto más álgido en la lírica de Federico García Lorca, pero no lo consigo. Tal vez porque estamos hablando de la obra maestra de un genio de la creación a base de palabras.