Autora: Antonia Mauro
Me llamo Alejandro. Hace cinco años me casé con Marta, aunque llevamos más de veinte juntos. La conocí en la facultad, yo cursaba cuarto de medicina y ella primero de derecho. Nunca olvidaré aquel primer día en la biblioteca y su vestido azul, impregnado de mi vaso de café.
Es una de las mejores personas que conozco, y aunque a veces discutimos, tenemos una promesa inquebrantable, no faltarnos jamás al respeto, y hasta ahora lo hemos conseguido.
Tenemos dos hijos, Sara de catorce años y Manuel de ocho. Nacieron en Ucrania. Son hermanos por parte de madre. Nos costó mucho traerles, y mucho tiempo esperando. Marta inició los trámites de adopción como soltera, no estábamos casados en ese momento, ni nos habíamos planteado la posibilidad de que la solicitud fuera a mi nombre.
Son dos niños adorables. El primer abrazo, uno de los mejores momentos de mi vida. No sé qué se siente al tener un hijo biológico, ver a tu bebé salir de dentro de su madre, pero lo que sentí ese día en aquel orfanato, cuando atravesaron aquella puerta cogidos de la mano, es incomparable a cualquier otro momento que haya vivido en mi vida. Y de compararlo con algún otro, están ellos o Marta en la imagen. Es simplemente indescriptible, no puedo dejar de emocionarme al recordarlo.
Como les he dicho, estudié medicina, lo tuve claro desde niño.
Tenía ocho años. Lo recuerdo perfectamente, era domingo y celebrábamos el cumpleaños de Enrique, el mayor de mis hermanos. Toda la familia: mis tíos con mis primos, mis abuelos, mis hermanos, mis padres y algunos vecinos. Pasó algo que no quiero volver a recordar, no es que hubiese sido especialmente malo, para ellos pasó completamente desapercibido, pero para un niño en mis circunstancias, resultaba insoportable.
Sólo quiero recordar esa mirada que me encontré: mi madre, lejana, como triste, y a la vez llena de ternura y comprensión…
Ese día decidí que sería cirujano.
Llevamos una vida normal, nos podemos permitir ciertos lujos. Tenemos una vida cómoda. Nada que no requiera esfuerzo. Marta trabaja en un despacho de abogados y yo en un Hospital público.
Vivimos en el centro de Madrid, fue una difícil decisión. A los dos nos gusta el campo, y posiblemente a nuestro hijos les hubiera gustado tener un buen jardín y un perro que les acompañase en su infancia, pero Marta, la increíble Marta…
Un día y coincidiendo con la entrega de mi nuevo dni, apareció en casa antes de lo habitual, me dio unas llaves y me dijo:
“he visto un piso en el centro, cerca del palacio real, necesita reforma, pero ese será nuestro hogar. Has pasado demasiado tiempo escondido y no quiero llevarte a un paraíso en el que solo pueda disfrutarte yo, quiero que te vean y te miren”.
No puedo medir el amor que siento por ella, pero supongo que es algo parecido a lo que les decía y aún les digo muchas veces a Sara y Manuel cuando les arropo por la noche, “te quiero más que de aquí al cielo, a la luna, al sol y a las estrellas y es tan lejos, tan lejos, tan lejos, que no se puede llegar nunca”
-pero papá y con una escalera?
-es tan alto, tan alto, tan alto, que ni con una escalera. Todo eso te quiero todo el tiempo.
A veces pienso, si Jorge mi amigo y compañero de trabajo desde hace 20 años, me miraría igual de saberlo, quiero y necesito pensar que sí. Quiero pensar que la señora Manuela me seguiría diciendo: “Aquí tiene su periódico don Alejandro” , con esa sonrisa en la cara tan amable.
Y Vicente, ¿qué haría él? Es un tipo bastante conservador y a veces retrógrado, “doctor García, tiene el quirófano preparado”, con ese tono de respeto a mi bata blanca.
Me ha costado mucho llegar hasta aquí. No lo hubiera conseguido sin mis padres y sin ella, y de haberlo hecho, sin duda mucho más difícilmente y hubiera tardado más tiempo en llegar. Mis padres son muy buenos padres, pero como muchos, aunque tuve la suerte de que en mi casa había posibilidades económicas.
Pertenezco junto a mi mujer y a otros colegas y distintos profesionales, a una asociación sin ánimo de lucro, colaboramos en lo que podemos en nuestro ratos libres. Ayudamos a personas desfavorecidos, familias sin recursos de todo tipo. He visto de todo en este tiempo, gente que acaba en las drogas, prostitución, suicidios. Yo mismo podría haber acabado así, de no haber nacido en una familia con una buena situación económica y una familia comprensiva.
Sufrí bullying. Nos mudamos dos veces de casa y tres cambios de colegio. Pero eso forma parte de otra historia que ya les contaré otro día.
Y todo porque cuando nací, era niña.
Me llamo Alejandro, Alejandro García.