Mi lado de tu sombra

Autor: Alfonso Alfaro

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Tienes los ojos como dos brasas. Si me arañasen de nuevo, salpicaría ceniza. Son como dos catapultas hacia donde sonríen los sueños, no me da miedo saltar si no caer. Tu sonrisa es capaz de hipnotizar a un ángel y tu voz es domingo. Me ocurre en el pulso que cuando te escucho se me cambia de sitio, me deja latir al ritmo de tus historias. Logran hacerme más humano, llenarme de dulzor la existencia.

Qué belleza más libre la tuya. En tu cuerpo mueren ignorados mis deseos y si en algún momento hay temblor en ti, mis versos son su precio. Versos que se queman a la luz de tus ojos, en ese íntimo placer de vivir de ellos.

Hablaré de tu sombra pero no diré su nombre. De tu sombra recuerdo una paloma rota, es muy difícil saber de dónde llega pero bajo el débil movimiento de sus alas se cierne toda esperanza. Te duele la sombra, ya se sabe que la sombra no es amiga de nadie. Va enfriando tu espalda, adormeciéndola con la menta de su exhausto aliento. Seguramente nadie te ha dicho que la vida era esto. Seguramente no te han contado que en el fondo de cada cicatriz siempre hace mucho frío y poco tiempo. A veces tanto frío que no caben las caricias. A veces tan poco tiempo que no cabe ni tu nombre.

Pero como tienes nombre de ti misma es justo evocarte entre las sombras. Alargar la mano y traerte conmigo. Eres el hilo que va hilvanando en mí estas historias, que las hace tiernas y profundadas. Por aquí dentro andas, haciendo verso mis entrañas, no sé nombrarte pero puedo verte. Cómo no verte si atraes la atención de los pájaros, cómo no verte aunque me vistan de ciego, cómo no verte si enganchaste imperdibles a la altura de mis párpados, cómo no verte si la sombra te delata. Cómo no verte si te debo una ciudad entera. Luego tu sombra me debió sus calles vacías, porque he tenido que ir recreándola con lo que de ti he ido sabiendo y con lo que de ti he ido imaginando. Sólo tú habitas esa honda ciudad de mi memoria, sin fin en sus largas avenidas, estremecida de primaveras, de nieve, de inviernos, empujada aquí dentro llevándome y llevándote. Tú que tanto contribuiste a hacerla, dejaste con tu palabra mi imaginación abierta. Lo sabes y te descuidaste por sus calles para añadir más hermosura a la tuya.

Esto es lo que soy: ese lado de tu sombra que se pasa la vida soñando, yendo al aire, asomado a la nieve. De siempre dejo la sombra al sol y si hace lluvia o llora rocío me calo. Y si me mojo de rosas te lo cuento sin consultártelo.

De domingos ando bien y hacen lo que quieren de mí, que vienen a mi vida y me ponen los versos perdidos de afecto. De domingos ando bien, de qué si no iba yo a notarme importante, de qué, si ellos suelen inspirarme las metáforas que me son tan reales y culpables de todo. Cierto es que aguanto tu espalda, ni siquiera la noche me detiene por mucho que sazone tu alma. Y mientras tenga una ciudad para contar, mientras me baste con exigirme las palabras, mientras me baste con recoger la belleza que tus ojos tiran, prometo no adelantarte.