Selección a cargo de Hallie Hernández Alfaro
La alberca
por Juan Delgado
En el adiós viste la alberca sus mejores galas.
Sobre el cielo repetido en la superficie tensa,
como un tambor de cristal soplado por los sueños
las hojas posan el dorso verde de las copas.
Con cada una, dos pequeñas pompas
surgen del fondo pardo acompasadas
y una onda amplia extiende la geometría de la luz.
En el adiós las nubes juegan a enredarse en empastes
rápidos: ocres y carmines entre transparencias,
alocadas de ansia en la humedad de sus entrañas.
El perro sediento lame un charco
la cigüeña mira, desde la torre, la separación de las manos
en un tiempo elástico sobre roquedales arañado.
Mientras, sigue el baile de los insectos
bajo sombras malvas y sobre los naufragios del pasado
donde los besos están cubiertos de coral
y los abrazos separados por las algas
-remoto amor dormido como ruina sobre anclas de escalofríos-.
En el camino sin vuelta, ya cerca del punto de fuga,
bajo la línea del horizonte de una perspectiva final,
encuentra sentido una silueta apagada con el infinito
de la sal en la que una lágrima se diluye
en el adiós del agua y el canto de las ranas de la alberca.
¿Te acuerdas…?
por Rafael Valdemar
¿Te acuerdas cuando queríamos llevarnos la vida por delante
cada noche a tragos largos de tequila y sueños prohibidos?
Fue aquel tiempo tan convulso, cuando creíamos que Marx
nos traería un aire renovado; aunque lo nuestro fue Bakunin,
con sus postulados ácratas y su predisposición al amor libre
que tanto perseguimos. Por esta razón guardábamos un arsenal
de besos y un pulso de fiebre atrincherado en nuestra carne.
De nada nos sirvió la insolencia de nuestra juventud, fuimos
incapaces de amar sin condiciones y al amparo de la pornografía
íbamos capeando el temporal para salir de la pasión indemnes.
Pero aún con la abstinencia impuesta por castigo, seguíamos
queriendo beber la vida después de que el alcohol de la derrota
se agotara; o de que algunos camaradas de luchas y utopías
cambiaran sus quimeras por un chalet adosado y un auto de lujo.
Pero nosotros, los subversivos, los que se nos endureció la sangre
peleando sin medida para salvar nuestra condición de parias
y fuimos enjuagando las heridas de la Historia con las lágrimas,
hemos ido envejeciendo a la intemperie con la soledad
y el fracaso de los que todo lo han perdido cuando nunca
fueron dueños de nada. Por eso nos hemos acostumbrado a ocupar
los bares en madrugada y a resistir con las cicatrices en el alma
que son nuestra identidad, también los restos de un naufragio.
Ahora nos emborrachamos para dejar de lado lo que no fuimos,
porque el amor libre a día de hoy es sólo un negocio que maneja
cualquiera con su cuerpo para vendernos la ternura a precio saldo.
Cuando amanece somos cautivos del asfalto y sentimos que el futuro
arde con la resaca, mientras, esperamos a que el olvido nos devore
porque a nosotros jamás nos quedará París, igual que en Casablanca.
La superviviente
por Soraya Oliva
El alma errante
que nadie ve
y presupone al cuerpo.
Mientras se desdibuja con el paso
del tiempo
esa forma afilada
con tiza en un suelo;
ahí clavado
el momento justo en el que todo falló.
Siempre con el peso muerto
a veces encima, a veces debajo.
Siempre dentro alcanzando el ventrículo izquierdo.
Todo el saberse del sobrevivir
consiste en ese aborto del conocimiento.
Acunando aún con los años
el ostracismo del nacer en un mausoleo.
Después quedarán vagas alucinaciones;
madera podrida del reloj del difunto abuelo,
nunca el tic tac pero siempre sus ojos.
El último beso
con el invierno en tus labios rotos.
Si fue antes tu pérdida o tu nombre;
el olor de hospitales,
o la sangre inundando las uñas.
Qué sería lo primero,
cuándo el alivio
es alzar el dedo
bajar los párpados
señalarte.
Lo primero, dirían;
la maldición
del cuarto oscuro
y conseguir
salir
huyendo.
Dios ha muerto delante de mí.
Ecuación
por Alejandro Costa
Si creéis que el color importa,
la raza, el estatus social,
la tendencia sexual;
miraros al espejo durante un minuto
y reflexionar respecto a lo que veis.
Alejandro Costa
Como una hoja herida en otoño,
un río sin agua en sus cauces;
como un lucero cuando se apaga y duerme,
una lluvia brava arruinando los pétalos de las flores;
como un alma en cautiverio,
la rebeldía de una boca repleta de vacío,
un estómago que no entiende la falta de visitas;
como un ayer sin hoy,
un hoy sin mañana,
un mañana sin futuro;
como esa voz que tanto necesitas,
y ese silencio que se apodera de tu soledad;
esa llama que se apaga sin remedio,
una lágrima sin camino que recorrer;
como esa luz que nunca te llega,
la sangre como único tatuaje de piel;
tantas miradas obscenas,
las venas marcadas por el odio,
el cielo en constante tormenta,
el corazón encogido,
la vida a golpes de terremoto.
El negro sangra,
el pobre sabe reír,
el vagabundo respira,
el musulmán siente,
el ciego ve,
el tullido se mueve,
el homosexual ama.
Todos necesitamos vivir…
…todos nos reflejamos en el cristal.
Y hasta el rico muere.
¿Os mirasteis en el espejo?
A Carmen II (Soneto)
por Marimar González
Carmen, canción y casa, tu nombre suena claro,
allá, junto a la vega, reclaman tu presencia
aromos y ceibales con efluvios de ausencia,
que eternizan fragancias venciendo al tiempo avaro.
Mi buzón reverbera transformado en un faro
y en melodiosa alberca que perfuma tu esencia.
¿Acaso es la poesía la fuente de Juvencia
que disuelve la bruma en este mundo raro?
La voz de tu ángel sopla misteriosa diadema,
en lluvia de burbujas de diáfano diseño,
que canta con el río en melodioso ensueño.
Y cada gota es verso y cada letra es gema
que brilla en las palabras que engarzan el poema,
destilando el enigma latente de tu sueño.
Celebrad la mañana
por Ramón Castro Méndez
Al sur de la mañana
un lucero cruza el cielo
desnortado de los vientos.
Alondra sobre el mar,
ciego quebranto sus olas bravas,
nervado envés la hoz mellada,
pecho de nauta el arpa desnudo,
sutil aliento en sus cuerdas mansas.
Canción de lluvia y barcarola,
prodigio azul, cárdena llama,
soplo invisible en la oscura soledad
del paisaje perseguido.
La mañana lleva en el aire
el salitre humeante de mis huesos,
la húmeda sonrisa no besada,
la huidiza belleza de un animal inquieto.
Celebrad la mañana,
sus venales prendas,
sus mieles de otoño en continuo esplendor,
el palpitar caliente de su luz;
pues dulce es el eco
en el encendido mediodía de su sangre.
Ghosting
por Ana Muela Sopeña
Mis huesos se rebelan contra la incertidumbre de la herida. No veo la razón de este silencio. Sólo conozco el pacto de la luz. Siento la paradoja de lo extraño. Hay un fantasma oscuro que susurra que lo vivido fue algo surreal. En mitad de este caos atrapo de la sombra la tormenta y me abro a los mensajes de los sueños como si fuera todo una metáfora. Luna llena de mundos invisibles. Urano entretenido con mi carne. Saturno delirante entre las sábanas. Un whatsapp parecido a una noticia. Mi cerebro te piensa como un lobo, mi corazón se aísla en Estocolmo. Nada puede sanar en mi universo. Mis ojos ya no ven entre cenizas. Los muertos se parecen a otros muertos atrapados en losas submarinas. Mi piel respira un ácido de ti. Has rociado mis lirios con algún herbicida prohibido. Las almas de las ánimas te mantienen sin agua, secuestrado en mazmorras bajo un búnker. No puedo acompañarte hasta el infierno. El lugar del amor se ha transformado en una tumba llena de tristeza. Hay dudas y más dudas en un desierto lleno de palabras que nunca se dijeron por temor.
Versos a Elena
por A. Satir
I
Morena y brava espiga
Tricao busca tus manos,
tu delantal amigo de la harina,
la cosecha bajo el sol sereno,
busca tus piernas hondas en el río,
las ollas ennegrecidas
junto al parrón verdusco.
Busca tus huellas que aun susurran
en la ínfima escala de barro.
Mujer delgada,
alta como el humo del tabaco,
tus ojos son dos claveles negros
que abren en primavera,
dos braseros inmensos de fuego
en la costa que entume mis pies.
Elena o Esmeralda,
¿de qué piedra brillante eran tus ojos?
aquella humildad dorada,
aquellas uñas que rajaban la tierra,
¿de dónde salió tu hermosa voz
a llamarme por los laberintos de la vida?.
II
Junto a los perros memorizo tu sombra,
aquella que corrió por el roquerío,
por la baldosa invisible,
esa juventud esmeralda y que
vistió tu nombre de otoños cálidos,
que perfumó de albahaca
la vieja casa nocturna.
Cuando asomaba la lluvia
como un enorme gato curioso,
el río cantaba húmedas sonatas,
acariciaba el pequeño bote,
rascaba su vientre de pejerrey de madera,
endurecía las piernas de la higuera,
dormía la noria con su voz.
Esa voz que solo tú conoces,
profundo aleteo de pájaros coloridos,
sombras bajo los álamos de Tricao.
III
Por los cerros cae la bruma,
cae tu pelo parecido al coligue,
caen las hojas en tu pozo quieto,
en tu respiración de vertiente.
Pasa tu luz por el prisma del gallinero,
entre el parrón torcido,
por las rendijas pequeñas de mis ojos,
elegante y pura como un cisne,
llevando maíz, humitas, varillas cortadas
con tus manos pulidas de mármol,
con la mirada florida y alegre de amapola.
Pasaste con tu corona invisible
con tus caballos salvajes y oscuros,
toda llena de lunas brillantes,
flotando como un pétalo de azúcar
bajo los techos hundidos de Tricao
IV
Tricao duerme sobre una estrella,
cuelga de Chile como un sombrero,
brilla tu silueta madura
bajo la higuera helada de mi recuerdo.
Los sauces y los ríos eran tus hermanos,
los pájaros cuadros voladores,
los aromos llamas danzantes,
y tu expectante mirada un remolino,
dos remolinos de agua esmeralda.
Por eso cuando llueve cae tu nombre,
lo beben los queltehues en charcos
o pedazos de cielo,
tus manos de rocío tejen un chaleco eterno
desde el secreto de los grillos,
y reconozco tu voz de cigarra,
tu corazón de leña recién cortada.
V
Arena era tu frente indómita,
dulce uva macerada en la niebla,
morena como las piedras húmedas.
Desde la oscuridad asoma
la lumbre de tu cigarro,
sabia y calmada tal silbido de los cerros,
cuando duermen los caminos
despierta tu luz, tus zapatos,
el vestido inquieto a cuadros,
despierta tu recuerdo
lleno de aromos y álamos, sonriente.
Vas y vienes
sobre la espalda del río,
con tu bote de cristal y tus ojos de ciruelo,
voz de agua, poetisa del horno acalorado,
en tu bote esmeralda navegas infinitamente
el arrecife luminoso de Tricao.
Nota: Poemas para mi abuela fallecida en el año 96. Ella vivía en un lugar de la séptima región de Chile llamada Tricao,
un pueblo campestre, de ríos y cerros, cercano a la costa del Maule.
M
por Ignacio Mincholed
Vuelvo, sin haberme ido, a estas tardes
rojas de nube y humo que paso contigo,
a tu aire eléctrico y tus voces.
Tú, siempre contradictoria entre nieve
azul y fuego, te disuelves hasta renacer
en el guiño de los ojos que añoran mar.
Yo, que tanto te conozco, eterna novia
adolescente, juegas con los tempranos
sueños cuando amanece la noche toda
entre tus sábanas de mimbre.
Asomada al balcón del oeste, te clareas
la misma y otra para pasearte abrazado
a tu cintura de trigo y aguas.
Desmesurada en la palabra, transversal
con los deseos de los puntos cardinales,
dices –hola– y se enamoran los pájaros.
Siempre extrovertida, sonrisa diletante,
duelo y fiesta subida sobre tus tacones,
amarga y viva me haces sonreír o llorar
según te soplan los vientos.
No hay lluvia pura que lave las heridas
por Roberto López
El mismo pan que alimenta al amor
transporta las semillas
que al fin agostarán su lozanía.
No hay lluvia pura
que lave las heridas,
el fuego purificador
encierra lanzas en su rosa solar.
Ayer me prometías al oído
eternidad, piélagos infinitos,
y navegar sin tiempo en aguas procelosas.
No pude ver a través de los ojos de la noche
el laberinto de tu poema.
Tal vez no sea la palabra
quien guíe al Minotauro en su caverna.
Tal vez tampoco sea el silencio
el susurro que a tientas
buscas en la desolación de tu verdad.
Mientras Duermes XIV
por Lunamar Solano
Inhalo el panorama que nutre
la pausa de tu carne,
explosivo claveteo de luces
que me introduce en tu pulso…
Tu influjo estimula mi aire
y apaga la arena
con su sol sostenido…
Un planeta de espejos bruñidos
brota de mi garganta,
asalta las líneas del tiempo,
frotando los múltiples espacios del alma…
Brillas,
despojado de la sombra
y a tus orillas
mis labios se despliegan…
Un ángel me inocula
su bálsamo sagrado,
mientras el parpadeo distante
avizora tu efímera ausencia…
Unas cuantas palabras sin sentido
por C.P. Fernández
Has estado escribiendo hasta muy tarde
y en el preciso instante en que creías
cumplido tu trabajo
un viento caprichoso
arrincona sin orden las palabras
en los bordes desiertos del papel.
Reniegas de la noche y sus manías.
Sabes que es imposible
volver a construir un solo verso.
Y de pronto comprendes que es tu mejor poema:
unas cuantas palabras sin sentido
enmarcando la nada.
Ese viento maldito te ha brindado
otro soplo de vida,
otra preciosa esquela sine die
esperando tu nombre.
Pan con aceite
por Rosario Martín
Yo una vez tuve un pueblo
que no era mío
y en el pueblo una calle
con el nombre oxidado
de un viejo general.
A cuatro casas de la mía
un patio abandonado
y el viejo caserón,
herencia de posguerra y contrabando,
donde los niños de pan con aceite
rompían el silencio
y alumbraban con su imaginación
los huecos sin luz.
Recuerdos de Barcelona
por F. Enrique
1
Como un pájaro en los cables,
como un borracho en una ronda nocturna
he intentado ser libre a mi manera.
Leonard Cohen
Estuvimos tanto tiempo juntos
que hasta llegamos a amarnos
en el crepúsculo de los dioses que morían
porque sufríamos
la estulticia faraónica de los viejos gobiernos,
las cadenas libertarias de las nuevas revoluciones.
He comprendido que no puedo engañarte,
que cuando te miento
sobre los himnos y consignas de nuestra juventud
el amor se derrumba
en el infierno de las explicaciones,
en las palabras gloriosas que no tienen sentido
cuando se funden en un beso sin recuerdos ni labios,
en unos brazos cuya esperanza se pierde
en una calle de sombras con farolas apagadas,
en una barca que no llega a la orilla de los templos,
a los estigmas candentes de los mártires postergados.
Estuvimos tanto tiempo juntos
que comprendo que tenga tu cuerpo bendecido
aunque no estés a mi lado,
que sea tu herida la sangre de mis venas,
las llagas de mi pelo, las uñas de mi derrota.
2
Y ahora, solo, triste, sin amor
voy del puerto hacia la niebla.
(En el Poblado Marinero)
Me humillas como si de repente
te acordaras de que no soy el amigo
infatigable del viento
que murió en tus brazos y te llamaba,
como si hubieras enterrado en una flor
los pétalos marchitos
y el sueño del poeta que adoraste en la alborada,
como si ondearas tu lúbrica bandera
diciendo que no puedo acariciar
su aliento y sus mejillas
cuando despliega su emoción en ráfagas abiertas
y llega a tu recuerdo
y te ilumina,
como si me mintieras cada vez
que me dices te quiero
y me llevaras como una carga de soledad y espinas
entonando el himno fugitivo
que nació entre tus manos y se perdió en el mástil
y ya no puede ser mío
sino para la boca
que navega en tu tristeza y gobierna tus adentros.
3
Que me acoja el dolor
humano de los vivos,
que me lleve la suave
tristeza de los muertos.
El fajador
Ni siquiera alguien como yo
podrá salir indemne del dolor que me causas,
cayeron otras torres sobre la soledad
del Metro por la noche,
otros muros acogieron el amor que te daba
y guardan tu recuerdo como una flor que siente
en el papel que tiembla y busca mi candor.
Cambiaron los espejos del mar que nos miraba
y el aire no es azul
entre el himno de los coches
y el rumor del tabaco en labios juveniles
que nunca aprendieron
a creer en el ayer y no creen en el mañana.
Y supe encajar los golpes en el ring de la vida,
refugiarme en tu rostro
ante la incomprensión del mundo enrevesado
de las rosas de plástico y las canciones fingidas
que atravesaban calles sin melodía y sin voz.
Ni siquiera yo, que fui el aroma
de la resistencia de los perdidos sin causa,
que sostuve en la deriva
el alma del perdedor que no sabe rendirse
e insiste en evocar cada derrota,
que atravesé el desierto de tu indiferencia,
la cruz de aquellos ojos que suben el Calvario
y no pueden rezar con palabras que niegan
un pasado festivo que marchitó tu mano,
las garras de tu olvido para volver a amarme,
podré alzar los brazos
ante esa serpiente sonriente que me muerde en el rostro
alentada por el veneno de tu rencor,
por el sabor lejano de la fruta que mordiste en secreto.
Terminó todo, después vendrá la noche
a despejar las sombras de los claros,
a enamorarse de la tristeza de los días dichosos.
SENTENCIARON LA PUREZA DE MI VIDA
por José Manuel F. Febles
Sentí cómo el invierno cambiaba mi vida. Sentí que iban pasando los años igual que una ciudad ante mis ojos. Sentí ahogarme en la tarde entornada de luna, despedida de blanco. Sentí las interrogaciones con una impaciencia de náufrago, con el frío del último saludo para quedarme solo, igual que un río perdido navegando en la oscuridad de un sueño deshabitado. Sentí un viejo pleito de distancias donde las dudas son años que llegan pronto y nos envejecen. Sentí al niño que se enfrenta al hombre con el dolor clavado en la espalda buscando desmentirse en este mundo escrito, más allá del olvido, sin encontrar caricias de lo esperado. Pero ha pasado el tiempo y la verdad asoma con una angustia de lágrimas, incómodo visitante, que se puebla sumergido en la soledad de tantos sueños
Quien conozca el desnudo del camino también sabrá de sus ruinas para preguntar, sin desmayo, como la arena interrogando al mar continuamente.
Quince años tu primer abrazo, un hábito fiel para saber de nuestro cuerpo, respetar los encuentros, y abrazar en silencio a nuestro hijo…
Solo yo con mi mundo.
Ya declararon mi alma impura, hasta en el mismo olvido.
Se ha cerrado la puerta de mi vida.
Tenemos una eternidad pendiente
por Guillermo Cumar
Si pudiera saber lo que me cuesta un beso tuyo
no habría obstáculo posible que frenara con fuerza suficiente mi vigor.
Tengo todos los poros del buenamor vagando
sin medio y sin remedio. Si en la espera durmiera el sueño del olvido
tu podrias sacar de mis silencios ese instante capaz
de dar vuelta a la necesidad y hacerme tuyo por todo el tiempo que nos sobra.
A ustedes
por Ara López
A ustedes,
que se han quitado la piel, jirón a jirón,
y contemplan sus propios dolores
exponerse e inmortalizarse, sin poder evitarlo.
Viajeros, muchas veces sin nombre,
que llevan el corazón por fuera
y no pueden impedir que se los destrocen.
Porque no siempre el amor es noble,
porque la verdadera belleza es escurridiza
y la noche no puede ocultar todas las penas.
Una sensibilidad amplificada o maldita,
con un nervio siempre expuesto
inclusive a la fiebre repentina del viento,
al desconsuelo callado de la flor,
al lamento imperceptible de la lluvia.
A ustedes, que padecen la necesidad de sentir,
de amarlo todo.
Encontrando en la tristeza una oportunidad,
en el sabor amargo de un adiós, un motivo.
A cada caricia un paisaje por retratar
y en cada desamor la necesidad incontrolable
de volver a intentarlo, una y otra vez.
Amarguras que justificarán su razón
tras la sentencia de unas letras certeras
que rectificarán cada beso despiadado.
A ustedes,
que desnudan el mundo,
desmenuzando con delicadeza
el lenguaje de la piel.
Traduciendo con paciencia
el significado oculto de una caricia
y el gemido nativo del deseo.
Dejando un testimonio
del recorrido que hace el amor
antes de destruirlo todo.
Forjadores de una fotografía escrita
que retrata las bellezas enmascaradas,
que inmortaliza las penas con sonrisas.
A los poetas,
que han dejado la piel y el alma
con sus respectivos acentos y comas,
que nos han entregado sin recelo
la carga de sus sentires más profundos.
Para ustedes.
LA LOCURA
por Juan Cruz Bordoy.
Cuando venga una idea exótica a matizar los habitáculos de vuestra mente, no os extrañe verse caer de pronto en el abismo de la locura. Cuando vuestra mirada se desclave de los ojos y baje a encender el sol de mundos sin horas y sueños sin ser, no tenéis más que temer que al insomnio de la demencia. Cuando las voces que hilvanan los hombres en las calles os resulten neblinoso paisaje y encontréis más palabras de amor en una roca que en un corazón, estará entrando vuestra alma en el camino de la desolación. No; no penséis estar cuerdos si las veces que olvidasteis os remuerden el interior.
Pero, no os asustéis si esto sucede. Caminar sobre realidades siempre fue un arte para el hombre. Y en la ambición de lograrlo, creó su ficción. Luego, los siglos fueron atesorando mitos de la más casta credibilidad para tejer el encanto de la razón. Tal vez, prefiráis tomar el pincel o la pluma para labrar la vuestra. Si lo hacéis en necios arrebatos, no intentéis volver a esgrimir las leyes de la humana ciencia, porque ya os habréis empapado en el néctar del ufano pensamiento. Esa es la condena de no encontrar la esperanza en la felicidad vistiendo las glorias y penas a común usanza. Oíd, si os encontráis en tan penumbroso dilema, quizá decidáis huir al resguardo de vuestra consciencia. A pesar de que os ardan los pies de tanto buscar, allí podréis llegar sin cansancio alguno. No permitáis que cunda el silencio por vuestras venas, porque allí es donde han de vivir las ideas. No las matéis vosotros mismos, porque aunque os impongan sinuosos argumentos nunca sabréis cuán locos estabais, o si lo que amabais no era cuento.
Pensad que en la vida hay solo una voz
que bien sabe derramar la razón.
Al arte engulle esa locura atroz
y es del hombre la mayor desazón.
Receta para aliviar el dolor
por Enrique Sanmol
Un cielo que se rompe, sus pedazos cayendo
como cadáveres que no nos salvan
de esta oscuridad crónica.
Olvidados los árboles,
no pudimos esquivar los disparos de las palabras dichas,
no pudimos vencer a nuestro propio olvido.
Dijimos demasiado.
Pero ahora conozco la receta,
el remedio contra el dolor:
no echar de menos fríos que no saben de ti,
ser invisible,
dar espacio al silencio,
no saber más de nuevas penas,
de pájaros que olvidaron volar,
de poemas que duelen como un solo de Hendrix
o una canción de Julien Baker
con los asesinos de estrellas
en esta noche de domingo.
Hoy llueve…
por Marisa Peral
Hoy llueve
y yo paseo entre el gentío que no sabe a dónde va,
dentro de mi cabeza sus voces monocordes todo lo invaden
y no sé por qué no me guarezco del diluvio.
Llueve y aguijones coagulados golpean mi cara,
la lluvia limpiará las calles y mis pensamientos,
se llevará con ella los recuerdos, te llevará a ti.
Llueve sin piedad y dejo que el agua
se deslice por mi pelo y descienda por mi espalda.
El frío no extingue el fuego que me abrasa y ya
no quiero pensar,
pensarme…
pensarte,
porque hoy llueve y carece de importancia
si sube la hipoteca o baja la bolsa,
si un muchacho necio le pega a su maestro
o quema un autobús porque
llueve y llueve
y ni siquiera importa que el agua arruine mis zapatos
que zozobran en los charcos de las aceras.
Nadie nota que lloro pero ahora,
que llueve mansamente y un tímido rayo de luz
se ha colado entre las nubes,
me invade la calidez del olor a tierra mojada,
a hierba recién cortada,
a canela y albahaca y aunque llueve,
pienso y pienso…
que necesito tu cuerpo al despertar.
Carrer Liuva ( traducido)
por Joan Port
Quan podo les roses soc un home gran,
cansat i vell com aquelles portes que en silenci
grinyola’n brutes i cansades,
amb moc lentament com la mare
arrepenjada pujant per l’escala del carrer Liuva
en el somriure del seu cor, recordo,
les rajoles vermelles de la terrassa
les cries de cadernera revolotejant en el seu niu
les germanes jugant a pintar-se els llavis, recordo,
la joventut irreverent i salvatge la carn morena d’en Roma,
aqüífers de flor i fang florits en aigües lliures en tempesta
els nebots petits jugant a sobre del gos del pare
regant les roses del sol de la vida, la família i la sang.
Cuando podo las rosas soy un hombre mayor
cansado y viejo como esas puertas que en silencio
chirrían sucias y cansadas,
me muevo lentamente como la madre
apoyada subiendo por la escalera de la calle Liuva
en la sonrisa de su corazón, recuerdo,
las baldosas rojas de la terraza
las crías de jilguero revoloteando en su nido
las hermanas jugando a pintarse los labios, recuerdo,
la juventud irreverente y salvaje la carne morena de Román,
acuíferos de flor y fango floreciendo en aguas libres en tempestad
los sobrinos pequeños jugando encima del perro del padre
regando las rosas del sol de la vida, la familia y la sangre.
A la memòria de tots nosaltres
Desde lejos
por María Inés Iacometti
Voy a no mirarte tanto por un rato.
Voy a ser en el exilio de un cometa,
la última estrella que te habite.
Y a hacer el ejercicio del recuerdo
que con vos, nunca ejerzo.
Quiero evocarte desde lejos
por sentirte más constante,
más erguido en lo profundo de mi pecho.
Voy a poblarme de penumbras
para lograr la dimensión exacta de tu luz.
Abrazaré el silencio de tu aliento
y buscaré en su sopor tus ansias
o tus pocas ganas de seguir…
Temo no ser tan necesaria y a la vez,
exijo no serlo.
Quiero saber que me pienses
-o me olvides-
con la docilidad de algún papel al viento.
Voy a no mirarte tanto por un rato.
Y a reclamar o no
los momentos caminados.
Esos que tuvieron frío,
los que tantas veces se mojaron
de lluvias o de ausencias,
por simples o enredados.
Los que fundieron manos
y compartieron mesa…
Quiero estrenarte de nuevo
la presencia
y encontrarme con vos, en el milagro.
Voy a no mirarte tanto por un rato
para huir de las rutinas
y regresar despierta
en tus abrazos.
Tanka
por Begoña Egüen
Son esos ojos
los que cuando suspiro
soy mariposa.
Luz de la flor al alba
de un pétalo que nace.
Sin prejuicios
por Carmen Parra
No me confundo si os digo…
que la memoria está jugando conmigo,
acerca y aleja momentos pasados,
“a su capricho”.
Levanta mi piel en nostalgia y sueños
de aquellos días en que me cobijabas
incitándome al deseo.
A la provocación, de respirarte cada mañana
pisar arenas movedizas
y oír el silbido del viento.
Volver a mirar el aleteo de las aves,
mojar los pies en la playa
Sentir la sensación maravillosa de libertad,
quitarme los miedos
despertar a la vida
tomar aunque sea a pedazos las caricias de ayer,
sentir el alma en mi boca, que se recrea en cada beso
/ay el alma…/
que se escapa para llevar a la tuya “sabores nuevos”
evitando sombras
acunando quimeras
donde podamos escribir sin reparos
con rimas inéditas los versos guardados
sin duda…
“es un juego más de mi memoria”
“No soy consciente de mí si no escribo.
Si no escribo, solo soy consciente de todo lo demás.”
por Ricardo López Castro
¿A quién llamas extraño?
¿Quién me abre los ojos?
¿Eres tú otra vez?
¿Qué se te pierde aquí?
¿Quién demonios crees que soy -que eres-?
¿Quién ha decorado de nuevo la casa?
¿Por qué me dices que has subido la persiana?
¿Resaca?
¡Si estuve aquí!, ¿no me has visto o qué?
¿Para eso bajaste las persianas?
Yo solo veo cosas.
Tus labios moverse.
Tus manos hacer aspavientos.
No sé qué coño hay dentro de ti.
Escucho sonidos que no sé qué significan.
¿Qué sucede? ¿Han vuelto a cagar las gaviotas en la terraza?
¿¿Qué es eso que mis oídos interpretan??
-Me levanto, dejo mi comodidad a un lado. Me asombro, cada vez más-.
No pienso.
Algo debe hacerlo por mí.
Qué culpa iba a tener yo de que las gaviotas bombardearan la terraza.
Me da lo mismo llevarme esa carga a la tumba, la verdad.
Me acerco allí, adonde mi reflejo muestra mi rostro.
De frente.
Tengo ojeras, bolsas en los ojos.
Recuerdo que tengo que complicarme la vida.
Escribo.
Duermo poco y superficialmente.
-Algún día o noche, o lo que sea, dejaré la persiana subida, antes de caer sedado por la medicación-.
A veces sueño y me aguanto las ganas de mear y de fumar y el hambre al mismo tiempo.
No es que no imagine mi habitación sin televisión, o mi vida sin amor.
Es que lo que yo escribo es justo lo que no quiero escribir.
Y un licenciado en medicina me dice justo lo que no tengo que hacer.
Y tengo la absurda sensación -por llamarla de alguna forma- de que ésa es “la voz del pueblo.”
– Nómada-
por Israel Liñán
No hace mucho que hundí mis últimos recursos en la bahía de Halong,
divisaba la quietud del agua desde los restos de un naufragio,
en la orilla me esperaba Úrsula,
tremenda Úrsula,
podría haber envenenado medio Universo
escondiendo maitotoxina entre las piernas…
La tarde caía sobre Hanoi,
los puestos ambulantes colmaban de aromas
las calles del centro,
el cielo,
de un rojo siniestro,
se tornaba auditorio para los pájaros.
Mi ocasional pareja de viaje se moría por un masaje,
en la calle Hang Dao hay una famosa casa,
odio los masajes,
aprovecho para tomar un licor nauseabundo
en un acogedor bar de putas…
La tarde cae a plomo,
Úrsula no regresa y mi mente termina flotando
por el Mar de la Tranquilidad
con vistas al planeta Tierra,
mi cuerpo es un cascarón que dormita
junto a dos especímenes argentinos
en un fumadero de opio.
La grandeza del viaje es el camino,
algo muy trillado, pero es la jodida verdad,
la gozosa sensación de abandonarse a los placeres artificiales junto a dos desconocidos,
con la certeza absoluta de no valer una mierda para nadie…
…despejar las brumas que el miedo dispersa en nuestro juicio,
vivir cada día sin temor,
sin horarios, sin esperanzas,
creerse Corto Maltés poseído por un Rasputín
en horas bajas,
y saborear las delicias de la decadencia.
Úrsula regresó al hostal dos lunas más tarde,
en su espalda un tatuaje nuevo,
colorido, armonioso,
un tapiz de olas de mar y espuma de vendavales…
…sabía que no esperaría por ella,
sabía que no esperaría por nadie,
que mis pasos son resultado de las conexiones anómalas de un cerebro low cost,
pero volvió al hostal,
no me encontró.
Camino de Tailandia los argentinos decidieron cambiar el rumbo,
les quedaba poca pasta y querían pasar uno días en Koh Tao…
Girando sobre tormentas anduve unas noches por Bangkok,
esnifando cada coño rasurado,
penetrando cada vena,
abandonado al placer egoísta del asqueroso hombre blanco.
Tardé semanas en afrontar la realidad,
en percibir el olor rancio de los meados,
la pastosa apariencia de una mirada que no busca el horizonte,
que se conforma con la irregularidad del asfalto.
Destruí las ansias suicidas a golpe de negar el futuro,
follándome cada noche al presente,
derramando cada grano de curiosidad…
…y sin recursos de apelación posibles hice del viaje un hábito,
de las experiencias un tesoro,
de los excesos una meta,
y me sentí VIVO.