Selección a cargo de Hallie Hernández Alfaro
Último trino
por Josefa A. Sánchez
Esos pájaros importunos
que cantan en el árbol,
más allá del cristal de mi ventana
se llevan a su nidos invisibles,
para que las devoren sus hijuelos,
las letras de los versos
que no escribo.
Amanece
por Luis M.
Amanece, contigo, bajo un cielo azul
de venganza. Arroja media lunas
y relojes a los lobos. Suéñate. Mastúrbate
a la salud de la reina (o rey) de corazones.
Hazte rico, hazte pobre. Emborráchate
hasta volcar el mundo. Esnifa
los posos. Mátate un rato hasta respirar
el ácido perfume del vacío. Sacude
el centro del espejo. Y ama hasta quedarte
sin piel. Sé res entre las hienas,
sé hiena entre los hombres. Y también
vuela, vuela con los ojos cerrados
sobre la orografía de tu mejor enemigo,
de tu mayor pecado, de tu mejor mentira,
de tu mayor contradicción. Muerde
el aire al caer. Tiembla hasta romper,
deshazte contra las rocas y escúlpete ola,
arena o nada. Cabe, sal, ladra, ruge.
Echa fuego por los codos. Calla, ríe,
llora sin mirar a quién. Descubre
el fin del infinito o el alma de tu lavadora.
Sé cowboy de nubes, martes y 0, héroe
reciclado. Duende y dentista, virgen y puto,
sudoku e iglú, mar y caja fuerte. Sé
madre sin hijos, padre de fantasmas,
música de fondo o huérfano de dios.
Pero, sobre todo, nunca. Nunca seas
tan gilipollas como para creerte quién
para dar lecciones de humanidad
a un viejo gato de la calle, sin nombre,
sin gata rendida ni patria, socio de la luna.
Con un convoy de tigres tristes y afónicos
en la memoria. De bigote malherido y gris.
Alivian las pérdidas
por Pablo Ibáñez
Pecado original, el patriarcado…—decías seria,
serena y orgullosa de tu lógica,
posando tu sociología maquinal en otros viandantes,
como un profeta cósmico, creando su evidencia.
Juntos ascendimos la Gran Vía, yo callaba
y asentía gravemente tus palabras, las que fueran,
suspenso en tu mirada reflectante, que seguía
aleatoria los colores de la calle,
las guirnaldas y christmas que rozaban
la brisa polifónica, el fin aglomerado de la tarde.
Lo nuestro no funciona…— blandiste
las últimas sentencias pétreamente,
como esas estatuas de metal que pueblan los tejados
a la espera de un mundo que no llega,
varadas en su sed de perfección,
en la seca rigidez de sus cinturas.
Ya libre de palabras, volví a mí delante de Cibeles.
Llamaban a la vida las banderas.
ÚLTIMAS TARDES DE SEPTIEMBRE
por José Manuel Saiz
Septiembre me sorprende a veces
con una suave luz que ilumina los primeros
albores del otoño.
El sol envuelve en gasa transparente
las hojas del olivo
y un viento de poniente peina, como a un niño,
la hierba en mi jardín pequeño.
Algunas golondrinas alzan
el vuelo perezosas…
y, como airosas bailarinas grises,
se turnan por decir adiós al pueblo
planeando en lo alto de la iglesia.
A mi derecha, el río, ebrio de melancolía,
pretende silenciar con su murmullo
el tranquilo susurro de la fuente.
Todo se vuelve estable y apacible
en la hora que declina.
Desde el rincón sombrío y mudo
donde escribo los trazos de mis versos,
mi casa de madera pinta con pátina dorada
mi estrofa más sensible.
Dos niños juegan bajo un árbol
al lado de la ermita
y, a lo lejos, un perro vagabundo
dormita solitario y ajeno a lo que pienso.
Todo está sereno, íntimo… hasta el viento
parece estar ausente.
En tardes como esta
algunos hombres buenos
dejaron volar su mente hacia un mundo
más perfecto.
Son las últimas tardes de septiembre,
los últimos vestigios del verano…
Pero hay algo en el aire que recuerda
que, cerca y al galope, el otoño se aproxima
veloz a nuestro encuentro.
Estaciones sentimentales XXVII– El verde día
por J.J. Martínez Ferreiro
CXVIII
El verde día del sonido materno
fue un pensamiento entre campanas,
un brío armónico
y libre gestación de la anarquía
de cielo y tierra en cada nota.
CXIX
El primer día, el primer azul,
un proyecto de cielo, ensayo de horizonte,
ritmo, relevo,
espumoso movimiento del mar,
espacio confundido e ilusión de tiempo.
CXX
Sin cesar la figuración de las tierras heladas
era una contingencia yerma y deshabitada.
Sin cesar la teoría de las tierras heladas
blanqueó el pensamiento
en distancias no holladas por la vida.
Nada más los emperadores celebraban allí
orgiásticas bodas de sexo y sangre.
CXXI
Las confusas palabras de fraseo,
sentado
con el corazón del tamaño de un contorno sentimental,
desolado hasta la tragedia.
El genio ancestral que se invoca
en la elegancia de un caballo
en la nobleza que desprende su hálito salvaje.
Alicia
por Rosa Marzal
Silencio, Alicia, Silencio. Quiere hablar el espejo.
Mostrarte con mirada insolente las grietas
de tu debilidad.
No te dejes caer.
Niégale la bondad de tu gesto.
Niégale las rosas espinadas que entrega cuando adivina
la sed de unos labios.
Qué difícil aprender a pintar un luminoso
olvido; evitar el temblor que provoca sellar
puertas y ventanas al sur.
Alicia,
tú que habitas un mundo sobrio y blanco,
tú que eres nube y te vistes de piedra para no tropezar
con la muerte,
tú, que has aprendido a sacudirte el dolor
al regresar a tu impoluto mundo de arena, donde cavas
y cavas un silencio tras otro,
no te dejes caer…
Repite conmigo:
este eco abisal que desprecio pulsa las cuerdas de una absurda guitarra.
Un sueño desdibuja mis labios dormidos.
La noche es una lámpara roja que enciende la pared del presente.
La noche necesita arder en mi sangre.
Carta de diciembre
por Julio González Alonso
Este diciembre ha sido
de invierno y nieve; los montes de la infancia
aparecieron de repente ante tus ojos
con su blanco
de los días grises
y el aire frío.
Ya no hay buzones en los trenes
donde dejar las cartas, ni estaciones
donde cobijar la espera. Los andenes
vacíos
y el reloj de pared sin agujas
ni horas
hunden la soledad en el silencio
nevado de este invierno.
Este diciembre ha sido de feliz Navidad
mientras cubría de nieve las montañas.
Quise escribir una postal, pero no hay
un tren correo para echarla
y dejarla ir con sus buenos deseos.
De todas formas, el cielo acarició las ramas
heladas de los árboles y los arroyos corrieron
con la voz cantarina de sus aguas.
Y entonces
pensé en ti
y en una tacita de chocolate
bien caliente.
Cavilaciones de un hombre enfermo
por Ramón Carballal
Debemos valorar a las personas por lo que tienen en su interior
Jack el Destripador
Otra vez, otra vez la canción del agua
en mis manos.
Hay risas y cabriolés
que escupen su sonido
de cascos sangrientos
hacia la duna de la conciencia.
Qué música de organillo en Whitechapel,
qué fiebre de vómitos,
qué resurgir de campanas en la medianoche
alzan el ejército de mi hoguera
hacia la pasión que dibuja un tajo febril
en el relámpago de la lujuria.
Descubro los senos encendidos,
las guirnaldas y los confetis,
el hueco ácido de la voces,
el tintineo de las monedas bajo el corazón hastiado
de la virtud.
Quema el rocío de la niebla en mis dedos
como cuchillos que trepanan la carne
y desmembran la singladura de un solsticio en las venas.
Ah! de la infamia, solo el benefactor presiente
el latido de las alcantarillas.
¿Y si llega hasta aquí
y después levita el sordo augurio de la piedad,
en qué gruta el sorprendido anhelo del perdón,
mi revés de alquimia y penitencia?
Yo busco el alma sin alma
en el vientre del lupanar,
yo el arlequín que imagina
una voraz altura en la pureza de su rito
solo quiero un manjar de muñecas con semen en la boca,
que no hablen,
que no digan cuándo,
en qué instante, aconteció su infierno.
Frente a la noche
por Óscar Distéfano
Frente a la noche dilatada
tu cuerpo permanece inquieto,
frenado al éxtasis de nuestra búsqueda
(el corazón no lo soportaría).
Sólo te es dado beber la oscuridad,
airearte en la sombra
y preguntar:
¿dónde se encuentra la metáfora?
¿En que palpitación del mundo tendrás que desangrarte
para dejar tu cuerpo preservado
en la misión cumplida?
Ciego en la sombra,
el oído registra el son impertinente
de la pequeña laguna del día:
voces de jaleos ante la incómoda
lucha en sus aguas atestadas.
Te preguntas:
¿si se encendiera el cielo
antes del alba?, ¿si yo mismo lo encendiera?
¡Vamos corazón, espíritu, tripas: levantaos!
Trocad modorra por vértigo de altura.
Estiremos las barbas a los dioses.
No confundamos esta triste noche con la muerte.
Mobilario urbano: La María Pacheco
por Armilo Brotón
En la esquina Ballesta con José,
junto a la rusa, cerca del cañón que peina acero,
está la carne de María
deshojando margaritas a San Gabriel. La mirada
comulga el tren de su locura.
“Niño,
que tu destino es una falda corta y sucia.
Que lo sepas:
no hay más cielo
que la negrura de mi asfalto”.
El compás haciendo la calle,
cuatro tiempos de sevillana ausente,
unos ojos que perfilan la tristeza.
Una boca sin dientes
chupando el desatino,
la hizo referencia de mis trovos.
Porque cuando alguien me pregunta
¿dónde habita Dios?
Sin duda alguna le respondo:
“Del chocho de María, la Pacheco,
treinta metros al norte, veinticinco al oeste”.
Antes o después,
todo el mundo llega.
Providencia
por Ventura Morón
¿Recuerdas el vuelo bajo
de aquellos pájaros azules, tan ruidosos,
que cruzaban los inviernos acariciando humeantes los alcornoques?
Cierro los ojos, y entre sus sombras de plata
siento el zumbido sólido de su corazón que
diminuto,
tan pequeño,
atraviesa entero el mío,
como mil dardos ardientes que robaran con sus alas todo el rojo
de mi conciencia dormida. Van dejando, a su paso,
un hueco indiscernible en mi pecho
abierto
ya por siempre, que es como un recuadro
en que el horizonte se enmarcara,
entre mis costillas,
ramas
que se balancean en el vacío
dibujando algo parecido a una máquina
transparente
que me hace caminar…Andar
y andar
hacia la promesa de un mañana
en el que una bandada blanca de deseos
va
¡volando alto!
con una confianza indudable en el infinito.
Canción de Alaire
por Rafel Calle
Somos el alma de una corriente,
el fiel reflejo de una pasión,
somos semilla y apostolado,
somos un río de evocación.
Algunas veces somos la rima
que versa a siglos de sinrazón,
somos la métrica que tiene miga,
también denuncia pero canción.
Podemos ser tan libertarios
como requiera nuestro valor,
impronta en versos que se alimentan
libando el seno de la emoción.
De siempre somos naturaleza
de los custodios de una misión:
gente que evita que los poemas
sean olvido, pierdan color.
De locos somos lo que sentimos,
el largo ensueño de una mansión
donde cohabita un magnetismo
y en cada imán hay un autor.
1946
por Pilar Morte
Nunca me dijeron
que fallecieron demasiados,
que el horror traspasó paredes y se adueñó
de los últimos huesos,
que el pánico pintó los juegos infantiles
con sangre de obscuras razones,
y sonaron los llantos silenciosos
en la sordera del tiempo.
No era consciente. En casa, el silencio era el recuerdo
y vivir se convirtió en el sentido de vida.
Parecíamos libres y felices.
Los trajes estrellados ordenaban, y yo rezaba letanías
de colegio con la intención
de adherirme a invisibles ángeles.
De la ignorancia de aquellos años
queda la misa olvidada, y un soñador espíritu.
Era exigencia adolescente
cerrar escotes
y vivir sin hacer preguntas.
Nos inventaron niñas religiosas sin sexo, y nos permitieron reír
con el candor de lo desconocido.
Sublimamos deseos y pasamos calendarios
en una utopía que devoraba
barcos de aventuras.
Los años pasan
y me acomodo bajo el tilo para vivir la paz.
Hoy siento la consciencia de lo poco que tuvo sentido.
Ya no me emociona el poder de tanta palabra hueca
que se evapora en el aire.
Me queda el rastro de sílabas de hombres que admiro,
la fortaleza
del que no sucumbió
a mirar de frente los ojos de diferentes colores
y no se castiga porque dejó las cárceles abiertas.
Rincones del alma
por Rafael Zambrano Vargas
Tal vez algún recuerdo tenga yo de aquella
Luz del pensil soñado por un bello estío;
Mi fuente de ilusión, cristal de un río
Que forjara al amparo de una estrella.
Mas fue mi primavera tan solo una querella,
Un instante de paz, un dulce desvarío,
El resto se me fue, más triste y más sombrío
Dejando sobre el alma una profunda huella.
Y en un leve rincón de mi feraz memoria
Quizá guarde el sabor de un beso de repente;
Fruta que al corazón lo vuelva ilusionado
Y flote sobre un viento do escrita está mi historia,
cual ráfaga fugaz, sutil y levemente
Y al que Puede, dar gracias, por aquí haber llegado
Dentista
por Víctor F. Mallada
Recostado en la silla del dentista
con los ojos cerrados, por si acaso
espero con paciencia de trapista
que aguante, con hombría, tal repaso.
Abre, siento el pinchazo, tensa espera
uf, qué sabor más raro a cloroformo
cierra, llega por fin la adormidera,
el interno me cruje: silva el torno.
Abre de nuevo, (llega el curetaje)
hay que cuidar mejor esas encías;
me duele hasta la falta de coraje
no quiero parecer un jeremías.
Pero al pensar en tantos eyectores,
pinzas, rayos x, sondas, empastes
me consuela saber que mis dolores,
son más anticipados que agobiantes.
Y puestos a dejarse meter mano
en un lugar tan íntimo, sagrado,
prefiero a una dentista (soy humano)
que me ayude a pasar… ese mal trago.
El jardín del dolor
por E. R. Aristy
Recoge una flor en la tierra y mueves la estrella más lejana.
Paul Dirac.
¡Flores, flores para los vivos!
¡Flores, flores, flores para los vivos!
Vociferaba la loca agarrándose el pecho,
y dando estragos en una calle del barrio
de una película, cuyo título me fue inconsecuente.
Al poco rato quedé dormida y hubiera seguido inconsciente
a no ser por el alboroto de un gentío que se iba apilando
no muy lejos .
¿Qué rayos pasa?, algo aturdida me acerqué al curioso jolgorio,
y como pude, me colé entre piernas y sobacos ,
solo entonces me di cuenta que era muy pequeña.
Alcancé a ver un caballo albino parado en dos patas,
resoplando y agitando las patas que arañaban el aire,
quiten esa niña, gritó un hombre pálido y sudoroso,
y ese fue el detonante para que se desatara una estampida,
primero hacia el centro, la multitudinaria fuerza provocó la caída del caballo,
y no fue hasta que sentí su soplido y lengua blanda sobre mi cara,
que me di cuenta que me habían dejado sola.
En aquel hiper-espacio verde, las largas mechas del crin,
me parecían cortinas que se fueron deshilachando y descubriendo
los ojos transparentes del caballo donde me vi un negativo,
y así fue como me levanté a abrazarlo porque sentí que me había visto el corazón.
En breve echó a andar y me llamaba con su cuello,
pero lo dejé que se fuera como una visión, agarrándome la boca,
casi sin contenerme, empecé a dar saltos y soltar los brazos ,
iba a ser inútil detenerme, y corrí tras él sin poder alcanzarlo
en la parte densa de los arbustos perdí su rastro, lloré hasta el cansancio,
hasta ver una flecha con un letrero curioso: “El jardín del dolor”,
¡un jardín!, ¡ha de ser un dolor hermoso!
El trueno en la inmensidad
por Javier Dicenzo
¡Oh, ruego que surge de las llamas apócrifas, dolidas!
Tu nombre me pertenece, el día, la vida.
Artista, que gira en el poniente, como la nada.
Soy una lágrima herida,
la estética que funde el sol y la luna.
El trueno en inmensidad,
violín,
crujido de caracol jugoso.
Quiero apresar la llama… como la hiedra girante,
como tus trenzas, mías, como espinas.
Y levantar la palabra, juzgar la mujer,
y nunca más regresar a esa isla
donde mueren los que pueden.
Perdido, como en un desierto,
inmutado por la muerte,
la noche cae y se brinda.
Noches y penumbras,
doliente mansedumbre
con el hechizo de vida ilusa,
como un asesino y su perfume,
la sangre hembra
y la vagina que da vida.
Pero, pero no dejes tus fuegos allá en la nada,
en el silencio, en la penumbra…,
sin saber, conocemos algo.
Eso que se llama ciudad,
eso que juzga te quiebra
educadores para la trasmutación;
como el río que ruega
lateos sin manos, no te toca
una mente brillante
en aleónicos.
Que la guerra no muestra.
Aún no soy escritor de palabras de hierro.
Tu
Luna
No
Es
La mía
Tu luna
Es mi sol
Tu sol
Nada
Para que juegues a ser madre y padre.
Anorexia
por Marius Gabureanu
Soy tan delgado, últimamente,
que no le veo uso al espejo
ni al nombre de los días.
Y lo peor de todo
es que mi lengua
está delgada también.
Me cuesta decir hola.
Me hiere el pez
del acuario, cuando salta
para hacerse notar.
Es que he dejado de comer
en un martes
por la única razón
de que era martes.
Si alguien más
tiene mariposas en el sótano,
por favor, decidme.
Si alguien más
sufre de terremotos
al parpadear, también.
Mi sombra me deja soñar
que los relojes no sirven.
No tengo otra sombra
que la mía,
apenas lo vengo a notar
y es perezosa,
la joden mis latidos
que ya no suceden de uno en uno
sino de cuarto en cuarto.
Puedo decir que la felicidad
me cabe mejor en el cuerpo
desde que la engañé con que soy un girasol.
Pero la cabeza me pesa, madre,
como si hubiese decapitado un ángel
mientras estaba en tu vientre.