Valjan y el pintor indigente

Autores: Marimar González y Rafael Zambrano Vargas

Valjan había tomado conciencia de ello desde que vio la luz por segunda vez, pero no deseaba tender sus lienzos al sol del momento y delatarse en las primeras de cambio, pues algo en su interior le sugería que guardara el secreto para proseguir con la idea trazada desde el principio y no echarlo todo por la borda antes de tiempo, así es que decidió retomar la línea del brainstorming para ver si superaba el examen dentro del área de desarrollo de los seres vivientes que aparecen constituidos por los mismos módulos, aunque distribuidos de distinta forma. Él sabía perfectamente que los genes del hombre, la mosca y el ratón son los mismos, a raíz de diversos experimentos que había efectuado a todo lo largo de su dilatada carrera como biólogo y porque así se lo habían enseñado en la Universidad de Harvard, donde cursó estudios de biología molecular, y como resultado final, cierto día, se produjo un oscuro lapsus; un enorme apagón que invirtió todos los avatares de su científico y complicado destino…
Ahora vivía miserablemente en una buhardilla de París frente al río Sena, después de haber cumplido condena en una penitenciaría londinense y haberse embarcado como polizonte en un buque mercante, para cruzar el canal de la Mancha sin pagar pasaje.
El motivo de su condena fue por robo o, mejor dicho, apropiación indebida de alimentos para poder con ello subsistir en un ambiente sórdido y miserablemente oliveriano.
Pero ya todo aquello quedaba olvidado en la noche de los tiempos y lo que realmente importaba en esos momentos era cubrir las necesidades más perentorias de su familia, pero sin tener que delinquir para ello. Por ese motivo, todas las noches, a partir de las tres de la madrugada, bajaba dando saltitos por las escaleras del edificio donde se hallaba ubicada su buhardilla -la que había tomado como ocupa- y se dirigía a las riberas del Sena bajo los puentes de París, en donde con regular frecuencia quedaban abandonados en las papeleras de sus inmediaciones suculentos bocadillos que a Valjan le venían de perlas.
Fue precisamente en la explanada vecina al Puente del Alma, donde había conocido a Etienne, un pintor francés que dormía en cualquier bote abandonado durante los meses de verano, porque no soportaba el terrible calor de la buhardilla donde había apilado sus cuadros. De vez en cuando, llevaba algunos para exponerlos contra el parapeto del río hasta que algún turista compraba una pintura por pocos euros como recuerdo de su paso por París y por El Sena.
Valjan había seguido al francés hasta el atelier en busca de alimentos cuando el otoño hizo sentir sus primeros fríos, pero sólo encontró desorden, pomos de pintura esparcidos por el suelo y telas manchadas con moho. “Es más pobre que yo” -se lamentó, compadeciendo al otro- “En esto la ciencia y el arte se dan la mano”.
Había pasado el tiempo desde su entrada en aquel ático sin que el pintor se percatara de su presencia cuando Valjan comenzó a sentir que iba cambiando, paulatinamente, de aspecto como le había ocurrido anteriormente con otras transformaciones; no contaba con los tubos de ensayo de su laboratorio londinense, donde había concretado las más extravagantes experiencias, abandonadas desde esta última metamorfosis. Pensó con ilusión que en cualquier momento recuperaría su apariencia humana ya que razonaba como cualquier hombre; pronto se echaría a dormir bajo el puente como Etienne; tal vez entonces podrían hacerse amigos, unidos por la pobreza ya que pocos eran los estímulos de los gobiernos para que se desarrollasen proyectos de avanzada.
En esas cavilaciones estaba cuando una idea providencial cruzó por su mente: ¿Y si pudiese convertir otros metales en oro? Las notas de Newton, seguidor de un famoso alquimista de Harvard, habían pasado años atrás por sus manos. Se trataba de estudios secretos del físico inglés que habían permanecido escondidos durante décadas y Valjan tuvo la oportunidad de ser uno de los latinistas elegidos para traducirlos cuando el manuscrito salió a la luz. Nadie ignoraba en Harvard que el norteamericano George Starkey había despertado el interés de Newton, quien también había experimentado con mercurio sófico…
Valjan se sabía lo suficientemente capaz para alcanzar la piedra filosofal. Súbitamente aparecían en primer plano fórmulas de alquimia que en un principio había descartado por obsoletas, pendiente de sus trabajos sobre genética y mutaciones celulares, que lo habían llevado a transformaciones sucesivas, altamente riesgosas. Necesitaba ahora otra clase de cambios por su propia seguridad y el bienestar de su familia. Los hijos habían quedado pupilos en un internado de Londres, gracias a la ayuda de los padres de Abigail, su exesposa, quien se había hartado mucho tiempo antes de tan audaces investigaciones.
Y ahora que ya presentía una nueva mutación como consecuencia de sus extraños experimentos, quiso recordar su insólita aventura, la que le llevó a cruzar el Canal de la Mancha como polizonte, las dificultades que tuvo que afrontar y el trabajo tan arduo como el de llegar hasta París, camuflado en los entresijos de camiones de transporte.
Fue muy duro aquel primer invierno en París, oculto bajo el suelo de madera de la buhardilla de Etienne y tanto Valjan como Etienne lo estaban pasando muy mal. Valjan había encontrado una novia de su misma especie, y ya tenía formada su ratonil familia, a la que era preciso alimentar todos los días.
Etienne aún no había logrado vender ni uno solo de sus rarísimos lienzos de estilo cubista en aquel crudo invierno. Y una de aquellas noches en que Valjan bajaba dando saltitos por la escaleras de la buhardilla, sobre las tres de la madrugada, hacia los puentes de París a buscar comida para su prole, se encontró con el bohemio, el cual traía una borrachera impresionante, articulando vocablos ininteligibles y, de vez en cuando, caía de hinojos sobre los peldaños de la escalera, como si hubiera cometido una falta muy grave y solicitara piedad al Sumo Hacedor.
En una de aquellas caídas, Valjan aprovechó para subirse por la manga del mendicante y pedirle, muy cerca de la oreja, un poco de queso para su familia, que estaba pasando mucha hambre. Pero el mendigo le contestó que su morral estaba completamente vacío, ya que ese día, las limosnas habían sido muy escasas y lo único recolectado se lo había gastado en tres bricks de vino barato. Luego, al ver a aquella criatura de tan pequeño tamaño, se quedó sorprendido, y le preguntó si por casualidad era un roedor. Valjan le contestó que en esos momentos no tenía idea de lo que era, como consecuencia de sus experimentos, pero que en apariencia posiblemente fuese un ratón. Al artista se le pusieron unos ojos como platos, pareciendo que la enorme curda se le había pasado instantáneamente, y dijo: Eso es justamente lo que necesito.
Etienne le habló de su plan que era robar un gran queso en uno de los almacenes de productos lácteos más importantes de la capital francesa, pero para ello necesitaba su colaboración, que era llegar a la puerta trasera del almacén, ubicada en un solitario pasaje e introducirse por una rotura en la parte inferior, y escalar los travesaños oblicuos hasta llegar al pestillo que aseguraba la puerta y levantarlo, de modo que el presunto delincuente no tuviera más que empujar y llevarse el más grande de los quesos, a lo que el roedor le respondió que estaba de acuerdo en convertirse en cómplice de tamaño delito, con tal de que sus hijos no pasaran necesidad aquel frío invierno…
El plan había despertado el interés de Valjan en los primeros tiempos y pensó en una gigantesca horma de queso ”
de un metro de diámetro, lleno de ojitos tentadores…
-¿Sabes lo que pesa ese queso?, ¿cómo lo llevarás?
-Rodando -acotó el pintor, no tendré que levantarlo porque es una rueda perfecta…
Las pupilas de Valjan brillaron en la oscuridad:
-Yo no tengo problemas en subir el pestillo, se trata de un viejo almacén y no debe ser difícil deslizarse por algún vidrio roto de los ventanucos o por roturas de las puertas. Le diré a Sophie que tiene el invierno asegurado con semejante plan, pero mi proyecto es otro… Ya he estado preso por hurto de alimentos en Londres y no quiero volver al encierro. Si pudiera recobrar mi aspecto humano encontraría la fórmula de la piedra filosofal y nos haríamos millonarios…
-Es más fácil que robemos el Emmental para tu Sophie y la familia, por ahora no mides más de 15 cm. ¿Cuánto medías cuando eras un hombre?
-Cerca de un metro ochenta, era alto.
-¡Qué desastre habrás hecho para transformarte en ratón!, ¿cómo crees que recuperarás tu humanidad, si hay tantos que la pierden sin cambiar de apariencia?, por eso hay muchos pobres como nosotros… Pero en mi caso, me he dado a la bebida por gusto, así como tú eres mutante por las pociones mágicas que inventas… ¿Pero tu esposa no se llamaba Abigail?
– Sí, Sophie es mi ratoncita, mi esposa humana era Abigail, pero pidió el divorcio después del cortocircuito que provocó un principio de incendio en el laboratorio. Por causa del apagón se borraron todas las notas de mi computadora, además se perdió el microscopio especial donde analizaba el genoma humano y me transformé en lo que soy…
-Pero de humano a ratón hay una diferencia abismal…
-No te creas, hay más afinidad genética entre hombre y ratón que entre hombre y camello, por eso tengo más esperanzas de encontrar la secuencia de mi ADN.
Los ojos de Etienne se abrieron desmesuradamente:
-Razonas como humano y hablas como humano, ¿en dónde aprendiste francés?
-En Harvard fui maestro de Latín y eso me permite leer en cualquier lengua romance. Cuando llegué a París fue cuestión de escuchar y contestar…
La presencia de Valjan era importante para Etienne, quien había encontrado un amigo que compartía sus andanzas y no le criticaba sus debilidades.
Y como Valjan y Etienne se entendían perfectamente pese a la diferencia de tamaño y especie, Valjan sugirió a Etienne llevar a efecto el plan trazado, ya que no se sabía con exactitud en qué momento se pruduciría la nueva mutación de ratón a hombre, y su prole ya llevaba varios días y noches sin probar bocado, así que le rogó el ponerse manos a la obra lo antes posible.
Etienne aceptó el reto, y seguidamente se dirigieron al lugar donde se hallaba ubicado el almacén de productos lácteos, un solitario pasaje con el suelo terrizo y grandes portones de madera claveteada y carcomida por la parte inferior, por efecto del barro, la humedad y la lluvia. Al llegar al pasaje en seguida distinguieron cual era la puertecita que debían abrir para llevarse el queso por su inconfundible y agradable aroma, la cual estaba incorporada al gran portón, el que solamente se abría para la salida de vehículos de reparto. Una vez se hallaron frente a la puertecita que debían abrir, Valjan se apeó del bolsillo de la raída americana del presunto delincuente y acto seguido se introdujo por una de las fisuras antes citadas, escaló los listones que fortificaban la entrada y consiguió llegar hasta donde estaba el pestillo, el cual, con gran esfuerzo, pudo levantar para que Etienne no tuviera más que empujar la puertecilla y llevarse el mejor de los quesos. Al entrar Etienne, una ola de agradables aromas de quesos invadiò su olfato; los quesos estaban perfectamente alineados en estantería, y los había de todas las clases y tamaños: Manchegos, de Cabrales, Holandeses, de cabra y de oveja, curados y semicurados, qué les voy a decir, aquello era el paraíso del queso.
Valjan le sugirió que cogiera uno mediano, entre cinco y diez kilos, por si tenían que correr. Dicho esto, Etienne eligió un gruyere de exquisito aroma, que puso bajo su brazo derecho y emprendieron la fuga; Valjan, en esta ocasión se acomodó también en el bolsillo del lado donde Etienne trasportaba el queso para ir percibiendo todas las coordenadas, y así emprendieron una desenfrenada huida. Pero mira qué mala suerte que, el vigilante nocturno del distrito se apercibió de la carrera y el gran bulto que Etienne llevaba bajo el brazo y dio el aviso a la policía, de modo que, en pocos minutos empezaron a sonar las sirenas, cada vez más cercanas, y a Valjan le empezó a latir el corazón con rapidez, por el pánico a ser detenido nuevamente y cumplir condena por ser cómplice de un delito contra la propiedad ajena, al mismo tiempo que la piel se le estaba poniendo de gallina, apareciendo ante su vista un largo y negro túnel, con una luz deslumbrante al final y, pensó casi con certeza, que ya se estaba mutando. ¿Pero esta vez en una gallina?
No, la policía no consiguió darles caza, ya que hicieron varios recortes por estrechas y oscuras callejuelas hasta llegar al edificio de la buhardilla. A Valjan empezaron a estirársele los miembros inferiores y superiores, así como el tórax y las demás partes anatómicas de su pequeño cuerpo, hasta que tomó la exacta forma humana.
Etienne miró al hombre alto y desgarbado con una espesa sombra de barba rojiza que tenía frente a él.
-¿Eres Valjan? Pero ¿no tenías que encontrar la secuencia de ADN para regresar a tu especie?
-Así es, no entiendo lo que pasó, creo que se trata de un milagro…
– Allez, allez, ya sabías que algo se preparaba,¿encontraste el elixir milagroso?
– No, sólo vi una luz radiante en el túnel y el perfil de un ángel o de un hada…
– Ah… ya entiendo…¿ sabes qué túnel es ése?
-¿Fue allí ?… Entonces era… su alma, tal vez, que me devolvió a la luz anterior al apagón…
-Creo que has estado a punto de morir con tanto tránsito y tú corriendo entre los autos, el ángel te trajo de vuelta.
-Era muy bello…
– Claro que sí, ¿volverás a Londres?
-Sí, tal vez haya sido un mensaje…, mis hijos deben extrañarme… He cambiado el anillo liso por un billete, ya tendré oportunidad de fabricar muchas alianzas de oro…
-Mon Dieu, a ver si resultas un Casanova, y dicen que son sobrios los ingleses… Ya he visto que no te resulta difícil encontrar novia, lo has demostrado hasta con tu otra apariencia… ¿Seguirás con tu proyecto del mercurio sófico?, ah, por eso lo de Sophie… El pintor esbozó una sonrisa.
– Ella estará bien, tiene comida para rato, y sabe buscar en los contenedores de los restaurantes y de los almacenes mejor que mi otro yo…
-Adieu, Valjan, …
-Au revoir, Etienne, te avisaré cuando encuentre la piedra filosofal…