Dulce y amarga, fértil y árida, ella es la única capaz de encender un diálogo con nosotros mismos, de revelarnos las respuestas de lo no preguntado.
Existe una increíble contradicción dentro de la propia soledad, una fuerza ambivalente que abre y cierra sueños al compás de la psique.
Alejándonos de todo, abrimos un paréntesis dentro de la realidad, un espacio de tiempo donde nada es absoluto, donde la razón se multiplica.
Las dudas llegan y hacen o deshacen todo lo que creíamos dormido, el mundo se convierte en un pequeño espacio donde el pensamiento toma su lugar privilegiado y ofrece, muchas veces, una “espiritualidad” espontánea.
Las diferencias estriban en la capacidad para entrar y salir de ella, ser conscientes de esa adicción que produce el sentirse plenamente comprendido, una compleja sencillez que circunda cualquier pensamiento, por pequeño que sea.
La soledad social se traduce en una meditada incomprensión que va provocando poco a poco una ausencia de libertad dañina e irreal; esta, nutrida emocionalmente, da paso a una introspección tan profunda como estéril, pues va dejando al desaliento comiendo de su propia memoria.
Pero hay otros lugares donde la soledad emerge como oxígeno en medio del océano consciente, una huida, una búsqueda interior donde posiblemente se encuentra uno de los tesoros más valiosos de la humanidad.
Así, la soledad puede llevar consigo una salvación o una condena, el aire más amable o la más dura contaminación para una mente dispuesta a entregarse por entero.
El ser humano necesita de esa soledad, gracias a ella y a la meditación que sujeta su nombre, existe la vida en común.
Seguramente existe también un equilibrio que sujeta los hilos de la personalidad, algo que no se puede medir pero que inconscientemente presentimos.
Escribir y leer es arrastrar la soledad hasta el lugar exacto, es transformar la palabra en un puente para tu propio paso, seguro o peligroso, pero abierto para trazar una ruta de ida y vuelta.
Palabra y soledad unidas para mostrarnos el camino del pensamiento útil, el lugar donde enterraron el más preciado tesoro.
Luis Oroz.