Selección de poemas Foro Alaire

Las palabras escapan, resbalan de la mente y nos ayudan a entender un poco más, balbucean o agitan su experiencia entre nosotros, se trasladan a un poema y cobran nueva vida, respiran el oxígeno de todas las preguntas, invaden la memoria con su escama de tinta y retuercen su trazo entre las manos de un lector despistado.

Las palabras demuestran su latido en los dedos heridos de un poeta,

(…se rompen contra el suelo
en un goteo monótono, tristísimo.
Y tú ya no pareces el que fuiste.)
Ana Bella López Biedma

hay una claridad imprescindible que crece en su inocencia.

(Demasiados espejos y siempre
una luz convirtiéndolos en noche.)
Ramón Carballal

La madurez llega e impone su ley con una incontestable presencia.

(…pues la razón es causa y consecuencia
de una especial manera de comprender la vida)
Julián Borao

Es posible saberse dentro de ella, la palabra te busca y te domina.

(…eres, qué remedio
pero al cabo, tan sólo estás con vida
si me lleno de sed…)
Federico Rubial

Aprende a reinventarse, a cruzar la frontera de lo dicho.

(Apenas la luz revienta
tinieblas y recovecos,
surges plegando las alas
y desplegando los huesos…)
Esteban Granado

Los lugares se encienden a su paso, defienden su propio ecosistema.

(…en el profundo pubis de los árboles
que extienden sus relámpagos de lluvia
por la arena,)
Adrián Pérez

También el dolor es capaz de arrancar sus temores y devolverlos violenta y lúcidamente.

(y te nazcan serpientes en los ojos,
que sus bífidas lenguas te envenenen
el silencio, la vida y el olvido.)
Sandra Ignaccolo

Casi siempre queda una especie de eco, algo que solo la poesía puede sostener…

(Míranos: siempre fuimos quien nos amó hasta odiarnos.
Aún nos siento temblar en la espesura.)
Viví Flores Massares
Así es la palabra, dulce y cruel.
Hoy las saqué de su contexto y mordieron mi voz al pronunciarlas, porque nadie quisiera vivir en un lugar que no es su casa.
Por eso les devuelvo su latido.
Para que respiren en su pequeño mundo, para que muevan ágilmente su emoción, como un pez de ilusiones en un mar de poesía.
Sin duda, líquidas, las palabras esperan un anzuelo inocente.

Luis Oroz.

Pasen y vean…

 ARRUGAS EN EL ALMA   (Ana Bella López Biedma)

Tus manos tienen hoy olor a escarcha.
Y deben estar frías, hace tanto
que no siento tus dedos…

Tus ojos moribundos
se quedan en un punto tras de mí
lejano e invisible, tu mirada
me rompe, me devora, me traspasa.

Me hablas, tus palabras,
se cuelgan un instante de tu boca,
se rompen contra el suelo
en un goteo monótono, tristísimo.

Y tú ya no pareces el que fuiste.

Y no es por el invierno de tus canas,
ni por los desperfectos
que el tiempo provocó en tu maquinaria.

Es porque amaneció
y tú tenías arrugas en el alma.

EL PASILLO   (Ramón Carballal)

Demasiados espejos y siempre
una luz convirtiéndolos en noche.
Voy a describir un pasillo largo:
a los lados tiemblan cuadros
como pasatiempos de un niño
manco. Aunque no se escuche
un balón pisa la calle,
aunque nadie lo vea
un teléfono conversa solo.
No he contado las puertas
que miran hacia dentro
ni he podido fijar el color
en su punto exacto de locura.

SI DE UN ATARDECER    (Julián Borao)

Si de un atardecer
en el invierno blanco,
refugio de estaciones
que bajo el frío manto de la nieve
se hiciera,
fuese el recuerdo sueño,
romántica cadencia
de violines rimados con el viento
cautivo entre las cumbres,
y si esa musical sonoridad del aire y del sentir
fuese el perpetuo flujo
de una luz duradera e inasible,
de un colectivo amor que se renueva
y canta en el silencio helado de febrero,
tal vez la orografía del lugar,
la evolución cambiante del paisaje
que muere en cada etapa
(contemplado en sus ciclos
más o menos distantes)
dibujaría un marco y un rumbo diferentes
a los ojos de aquel
que mientras mira crea y se recrea
sin encontrar razón a sus quebrantos,
pues la razón es causa y consecuencia
de una especial manera de comprender la vida,
de una fugaz manera de entender lo ignorado,
de un conceptuar los sueños que se olvidan
para hacerlos fiables, más concretos incluso
y más presentes
en la desorientada evocación del tiempo.

VIENE   (Federico Rubial)

Que si a tal me habrás visto disparando
acodado en el cieno

y al hilo, babeas, olfateas, tiendes lazo
como fanal en cristo, que muere y resucita

por tí llevo mis muertos a beber
lívido fénix

transitándome de púas el coraje
me robas mansedumbre

sombra a mi nevero
pan para mis pájaros

eres, qué remedio

pero al cabo, tan sólo estás con vida
si me lleno de sed
si no apago la lámpara

EL SUEÑO ETERNO (Esteban Granado)

Apenas la luz irrumpe,
naces como un sueño eterno;
amaneces, simplemente,
altos la frente y el pelo,
alta la nube gloriosa
que te perfuma de lejos.

Caes una vez, te levantas
y vuelta a caer del cielo,
desconocida y terrible,
como una estrella sin pecho,
como una región profana,
una religión del pueblo,
una invasión de colores
sobrecogidos de negro.

Apenas la luz revienta
tinieblas y recovecos,
surges plegando las alas
y desplegando los huesos,
discípula de la luna,
pero maestra del suelo,
alumna desesperada
del cósmico mandamiento,
profesora de tormentas,
catedrática de truenos,
aprendiz de corazones
tiernos como el mío tierno.

Doctora en desesperanzas,
diplomada en darme celos,
en tu paso religiosa
y acrobática en tu vuelo,
dormida en sendos laureles,
embriagada de luceros,
discreta en tu fantasía,
fantástica en tu discreto
revolucionar el mundo
a partir del pensamiento.

Ardes de pura en tus piernas
y en tus agujas de hielo,
terso horizonte que hubiera
remontado el firmamento.

A trancas con el vestido
y a barrancos con el tiempo,
¡cuerpo de seda impalpable,
línea de consentimiento!
(menos debida a los ojos,
que son vida de un momento,
que a la fanática gracia
que te circula por dentro).

Nervios levantando olas
de agradecido silencio,
olas izando estandartes
sobre huracanes de miedo.

Labios que quieren ser labios
sólo en la parte del beso,
ajenos a las palabras,
privados de buen consejo,
cercenados de delirio,
al tedio, llevados presos.

Labios de menta y canela
rosas de tímido injerto,
aceitunados de fresa,
de ceniza, cenicientos;
labios que son precipicios
por donde se caen los versos
y los besos se suicidan
y las palabras son ecos.

(Ojos que comen aparte,
manos que pierden el vuelo,
antebrazos, brazos, hombros
caídos y contrahechos,
cuerpo que me dice hombre,
alma que me dice muerto,
voces que no dicen nada
que desconozca el recuerdo.
Ojos que evitan tu rostro
como si fuera el infierno.
¡No saben nada los ojos
que han visto a Dios en su reino!).

Manos que a fuer de inocentes
perdieron tacto y perdieron
el vuelo zigzagueante
y el que depende del viento,
la delicada caricia
que viene a decir te quiero
y la que dice te amo
y viene a decir lo siento.

Manos de fuerza inaudita,
dedos que doblan el hierro,
nudillos demoledores,
palmas que dibujan fuego.
Manos henchidas de sangre,
desorbitadas de aliento,
que a fuer de ser mariposas
son hachas que dicen ¡hiero!
y hieren porque las hachas
carecen de sentimientos.

Piernas de mármol tallado
-¡piedras en mis hondos versos!-
coleccionistas de espacio,
autodidactas del cuerpo,
ebrias de sangre caliente
y sortilegio moreno,
abanicadas de curvas
desde los muslos completos
a las plantas tropicales
y los decimales dedos.
Rectas en su caminar,
-que no puede ser más recto-
desafiando las leyes
que rigen el movimiento,
gráciles, firmes, esbeltas,
prietas de músculos nuevos,
propietarias de su rumbo
por vergeles y desiertos,
por valles y cordilleras,
por paraísos e infiernos.

Piernas por antonomasia,
gacelas de altivo cuello,
enérgicas en su encanto,
lánguidas en su misterio,
derivadas de la lumbre
sagrada de los portentos,
desnudas bajo la falda
y casi bajo el sombrero,
pero vestidas de rojo
luego de piel para adentro.
Descritas para saberse
vistas por ojos de ciego,
definidas en su altura,
divididas en su centro…

¡Qué cerca estoy de nombrarte
y cómo me cuesta hacerlo!,
pues te venero por diosa
cuando por mujer te quiero,
y si de rosa te trato
sé que con tal tratamiento
desmerezco la hermosura
de un mechón de tu cabello.

Cómo me cuesta vestirme
de lobo siendo cordero,
sin fauces para morder
ni voz para rugir fiero,
sólo con un par de labios
para predicarte el verbo,
con esta lengua de esparto
inclinada hacia el lamento
y esta manera de hablarte
callando más que diciendo.

¡Qué cerca estoy de quererte
con un corazón de acero!
-égida de hielo fuerte
forrada de crudo invierno-,
de los que no se derrumban
al primer abatimiento,
de los que laten con férrea
disposición al tormento,
incluso bajo la noche
rotunda del cementerio,
y vuelan haciendo eses,
buitres en pluma de cuervos.

Un corazón con cadenas,
aterido, helado, gélido,
un témpano colosal
flotando en medio del pecho.

¿QUÉ SIENTEN LOS POETAS?   (Adrián Pérez)

No sabrás lo que sienten los poetas
cuando el crepúsculo sacude el llanto
que reflejan los ojos de la noche,
cuando el mar se estremece con sus olas
y una voz agoniza en el silencio
de cada náufrago que entierra el alma
por las oblicuas luces del cemento.
No sabrás lo que sienten los poetas
que caminan por campos solitarios
mientras embriaga el aire el pensamiento
mecido entre partículas de tierra,
entre hojas caídas con el luto
que se agolpa en los párpados sin sueño,
en el profundo pubis de los árboles
que extienden sus relámpagos de lluvia
por la arena, esa misma arena fértil
que albergará los versos nunca escritos
por la pluma del cuervo que recorre
el blanco corazón de las sandías
cuando sufre un agosto sin el agua.
No sabrás lo que sienten los poetas
cuando llega el ocaso de los besos,
y una luz se marchita junto al iris
por cada sorbo añejo de esperanza
que se esfuma en un vaso de ginebra,
cuando ciñen su alma en el silencio
de cada nube, cuando se estremecen
por los pájaros muertos, por la lluvia
que acompaña en sus noches sin destino
mientras muere el neón como una estrella.
Nunca sabrás que sienten los poetas
cuando una lágrima recorre el rostro,
y el corazón se oprime en dos abrazos,
en la aurora invernal de un aeropuerto.

INEPCIA  (Sandra Ignaccolo)

(a Oliverio Girondo)

Que a partir de esta noche llores todo
el dolor, que tu llanto huela a estiércol
y te nazcan serpientes en los ojos,
que sus bífidas lenguas te envenenen
el silencio, la vida y el olvido.

Que mi nombre te oxide la memoria,
que deambules sin rumbo y somnoliento
mendigando piedad a los semáforos.

Que la angustia te obligue a declararte
muerto en vida, y no puedas huir de ella,
y se rían de vos las cucarachas.

Cuando digas amor, vomites odio
que tus poros apesten a egoísmo,
que la tierra se funda en tus entrañas
y que nadie te quiera en absoluto.

Pero cuando desees suicidarte
que la onda marítima te escupa
y la brisa, te salve de la muerte.

TIEMPO IMPERFECTO  (Viví Flores Massares)

Si tal vez, de todas esas cosas que no amo
yo me amase,
y me creciera un vientre tras los párpados
de donde renacerme
y dejar el cubil de las tormentas…
Si entonces, de este olvido
en que me vivo, acaso como un eco
de un futuro distante
que ya ha pasado pero nunca llega
a absolverme de sueños,
me encontrara en mi piel sin las espinas
para verme a los ojos
y decirte:
estuve en ti, estuve sosteniéndote
los huesos cuando el frío
te mordía en los labios,
y estuve en las caricias de la muerte
pues yo era su lengua despertando en tu cuello
los suspiros y yo quien susurraba
palabras para el llanto y el gemido
desde el fangal preñado de cenizas
que arranqué de tu pecho.

Jamás te dejé solo.
El tiempo es una hiena que no sabe que ríe y que no sabrá nunca como llega a las venas
un temblor de gacela que lo mira, oculta en la espesura de los sueños.
El tiempo desconoce como sube el aroma del miedo a las pupilas y desata los fuegos esenciales
del hambre y de la sed, para nutrir la vida con la muerte.
El tiempo es una hiena que admite en la carroña su espíritu cobarde, y no sabe que sólo
son migajas caídas de las fauces victoriosas y puras del que toma el destino entre sus manos y se ríe del tiempo
con los labios aún tibios de placer y de sangre.

Y si, tal vez, de todas esas cosas que yo amo
tú me amases
sin el desdoblamiento del latido,
sin confundir mi nombre en el follaje
de todas las palabras que no soy,
entonces no creciese
esta espalda de hierro hasta rodearme
y ceñirme al silencio…
Si acaso te encontrases,
en mí, como una boca que me habita
desde la piel al alma y tus infiernos
se abriesen a mis pies para fundirnos
en una sola esencia calcinada,
me vieses en tus ojos
y pudieras decirme:
yo era la caricia que aliviaba tu frente,
el grito y las heridas, yo las voces
que hundían tu cabeza en la locura.

Jamás te dejé sola.

El tiempo es una hiena que no sabe que ríe, y no supimos nunca que dejamos el instinto vital entre sus dientes.
Míranos: siempre fuimos quien nos amó hasta odiarnos.

Aún nos siento temblar en la espesura.