Cada poema es una aventura emocionante; el poeta explora, se pierde, cae muchas veces en una trampa de dudas movedizas, encuentra rastros, persigue el origen de una voz que retumba en la selva de la mente.
El poema ofrece su exotismo y el poeta rompe las palabras con su látigo negro. Comienza una aventura inolvidable…
el poeta encuentra la belleza y la sugiere,
(No fue en ciudades ni paraísos
que postrado a tus pies, extendido en estatuas,
el perdón pronunció tu nombre por mi boca)
Alonso de Molina
arrastra la complicidad hasta lugares infinitos,
(Está claro que juntos
pisaremos los astros de la acera,
esa luz que se aleja hundiéndose en los charcos)
J. J. M. Ferreiro
ocupa espacios que existen pero no se ven,
(Habitar en el curso de una mente sedante, columpiando los sueños
que no son concebidos, converger en el cruce de las bocas sin lengua…)
Rafel Calle
sabe mirar el mundo con los ojos cerrados,
(Los príncipes se apagan a esta hora
en que la luz acude)
Benjamín León
y conoce el final mejor que nadie.
(Y, a pesar de la tentación del abandono
a la eterna paz de la frialdad silícea,
siento
que continuarán mis huellas…)
Pilar Iglesias de la Torre
Es el valor de todo aquello que nos hace humanos,
(…ni podría la muerte arrebatarme algo
que tú no me hayas dado)
la visión que clarifica el pensamiento,
(…de mar el mar, de mar el cielo, todo,
la lluvia, el malecón, las barcas, las casillas,
el faro, las gaviotas, los sucios pabellones,
todo azul, sin perfiles, todo mar…)
Jerónimo Muñoz
y esa libertad con la que encierra en un poema toda la ignorancia de la tierra.
(…yo necesito compartir contigo
la exactitud del miedo,
la carente razón de mi silencio
más allá de las letras)
Luis Oroz
Adentrémonos con ellos en el misterio de la palabra escrita, encontremos allí nuestra arca perdida y habremos escapado de todos los peligros.
Porque huir no siempre es de cobardes…
Luis Oroz.
TU CORAZÓN QUE DESCENDÍA DEL MÍO (Alonso de Molina)
En Sevilla las nubes no perdonan
el ciclo matemático de las estaciones.
Inmersa en su discurso de luz,
con su rumor de aguas, Valencia
acogió sin reservas nuestra huida.
No fue Granada en sus rincones
ni con sus laberintos Córdoba;
no aconteció en Madrid, ni Málaga
rubricó nuestro amor con su quietud de olas.
No fue en ciudades ni paraísos
que postrado a tus pies, extendido en estatuas,
el perdón pronunció tu nombre por mi boca.
Mi falta de bondad, mi escasez de ternura.
Las fechas olvidadas,
los bolsillos rotos de pasión.
Las heridas sin intención de dolor,
la no necesidad de ti.
Tu corazón que descendía del mío,
mi corazón que se rompía temblando.
Mi vida, aplastada en las aceras
A MI HERMANA (J. J. M. Ferreiro)
Nos tocamos el humo de las manos,
y se endurece
en un obelisco del gesto.
Está claro que juntos
pisaremos los astros de la acera,
esa luz que se aleja hundiéndose en los charcos.
Está claro que la memoria
es nuestra,
y son nuestros los destinos contrariados,
pero también, variados tránsitos
razonablemente felices.
La vieja casa nos espera abierta
sobre una mirada reciente
―es ella quien nos mira;
nosotros somos
su espontánea trascendencia.
Su efímera memoria, quizá no transmisible.
No espero algún tesoro de los cuerpos que fueron.
Pero acuérdate,
nuestros nombres serán la luz
que desde aquí siempre fue nuestra.
Serán el mar
con la sangre que lo conduce
a través de sus reverberaciones.
Sí, desde aquí seremos
nosotros mismos,
con una insistencia sonámbula.
EN LAS INGLES DE UN ALMA (Rafael Calle)
Refugiar los anhelos en las ingles de un alma, mientras buscas la esencia
de los tactos que añoras; incidir en el cuenco de una mano
de hembra que aprieta con ternura el valor del silencio,
cuando quieres hablar y no nacen palabras.
Habitar en el curso de una mente sedante, columpiando los sueños
que no son concebidos, converger en el cruce de las bocas sin lengua,
perdida por lo angosto del camino, cortada en un azar de paso, miserable.
Y resurgir en la ansiedad del eco que silba referentes en las ruinas del tigre,
felino de garganta cautiva en una selva de mudez transgresora y vulnerable
a la caza furiosa del más leve rugido.
Tratar de adivinarnos en el límite de los senos que se alzan caudalosos;
y al despertar la aurora replicante ser dos niños hablando del olvido.
AMANECER DE CAMPOSANTO (Benjamín León)
Amanecer de camposanto:
qué soledad más cierta.
Los príncipes se apagan a esta hora
en que la luz acude.
Entre las piedras va mi voz,
doblándose en las calles de este duelo
que no se extingue.
El frío no pretende ser
pero es un litoral abierto,
un cáñamo esperando la ventisca
después de haber caído,
después de haber llorado con el hielo
de todas las ausencias.
Amanecer aún;
color que se resguarda y que aproxima
el frío y la ternura
donde la noche fue,
donde el silencio fue,
donde tu cuerpo estuvo.
Pero la soledad es larga y nos convoca
en su jilguero libre
que nos contiene. No tenemos patria,
quizás nunca tuvimos,
pero este campo lleva nuestros nombres
poblándose en su ropa y en su alero;
y no tenemos agua que nos calme
mientras el día ignora sus medallas
y no recuerda despertar
el sueño abarcador de nuestra sombra.
EL MATRAZ DEL UNIVERSO (Pilar Iglesias de la Torre)
Es barrido lineal, esta amplitud del léxico
de interface depuesta a la vendimia
en variable calculada
para cumplimiento global, de un determinado ciclo evolutivo.
Consustancial el marchitarse, como se marchitan las estrellas,
desde el epicentro vulnerable de su íntegra estructura. Todo es tránsito
en el versátil pentagrama del matraz del universo…..Lo sé.
Pero, es canción que me lacera
en su resbalar agónico. Y pienso, en escribir el límite
de la tendencia al rojo del espectro. Radiación
asíntota a mis manos
por mucho que respire, el cianhídrico ritual de la costumbre.
Miro el ocaso con nostalgia
en su desmadejado exanguinarse,
acariciando la retina, el gradiente grana, de su gasa extracorpórea.
Y, a pesar de la tentación del abandono
a la eterna paz de la frialdad silícea,
siento
que continuarán mis huellas,
cohabitando del dialéctico raíl,
hasta la extenuación postrera de la sombra.
PERTENENCIA (Sara Castelar)
Y deseo vivir, porque si muero
sentiré vergüenza de las lágrimas de mi madre.
Mahmoud Darwish
Dame sólo una vida nuevamente
caudal del río que en tu pecho guarde
mi nombre tan pequeño
un segundo que reste mi historia a tus arrugas
de sonoro cristal, de tierra soñolienta.
Quiero habitar los surcos de la encina
donde abrazar el trigo
y acariciar tus lágrimas
para que tú me hables
desde la tierra rota que te esculpe.
Amo cada lugar donde escuché tu llanto
donde amasaste el hambre
donde avanzó la infancia,
cada sonido es grito que te nombra.
Debo vivir para que tú respires
para ensanchar los signos de tu vientre
sobre el dolor del mundo
y regresar de ti como la aurora
el íntimo milagro que no cesa.
No puedo devolverte alguna herida
que no te pertenezca
ni podría la muerte arrebatarme algo
que tú no me hayas dado
cuando eras de viento, extrañamente
ligera y generosa.
Aunque tú no lo sabes,
ya tengo edad para sentir vergüenza.
RELIGIÓN AZUL (Jerónimo Muñoz)
Trasladaba mi cuerpo, paso a paso,
por el gris malecón de piedra antigua,
carcomida por lluvias pertinaces
y oleajes atroces. Era un atardecer.
Llovía débilmente como era habitual.
Allá en la lejanía, sólo bruma,
nubes bajas que anulan horizontes
haciendo parecer al cielo mar,
un mar constante, fresco y esponjoso…
Fue una revelación: todo de mar;
de mar el mar, de mar el cielo, todo,
la lluvia, el malecón, las barcas, las casillas,
el faro, las gaviotas, los sucios pabellones,
todo azul, sin perfiles, todo mar,
un mar omnipotente, inmaterial,
un infinito vientre del que nace la vida,
el principio esencial del universo,
mar sutil, aeriforme, respirable;
y, en medio de ese mar, mi cuerpo dócil,
tan tenue, tan etéreo, tan ligero,
que también con el mar se confundiera.
¡Sí! ¡Seguro! También mi cuerpo era de mar.
¿Cómo no lo pensé desde el principio?
Un pedazo de mar, con piel de mar
que no delimitaba mi contorno
sino que me fundía con el todo.
Era una religión, me daba cuenta:
un mar eterno, un mar omnipresente,
una moral difusa y sin aristas,
un credo simple y líquido, creíble.
Y el dogma principal estaba claro:
El mar nunca es el mar, sino la nada.
NO TENGO UNA TRISTEZA QUE ME SOBRE (Luis Oroz)
No tengo una tristeza que me sobre,
ni una sola razón para nombrarla
en un lugar sin letras,
no recuerdo
qué grieta de mi edad es la que deja
pasar este pretérito imperfecto.
La presa que retiene
la líquida verdad de nuestro tiempo
tiene fugas también bajo los párpados.
Soy el temblor de una memoria fértil,
la imprevista explosión de una sonrisa
que escupe como magma sus recuerdos.
Pero nada me sobra,
hay que guardarlo todo en este cuerpo
que comprime a latidos nuestra vida.
Hay que guardarlo todo…
hasta el fugaz consuelo
que queda en el espíritu del daño.
O es que acaso
¿no llevas siempre cerca
alguna foto viva del que ha muerto?
No tengo una tristeza que me sobre,
pero puedes quedarte…
yo necesito compartir contigo
la exactitud del miedo,
la carente razón de mi silencio
más allá de las letras.