“Que en días amargos
piadosos los cielos
te vieron nacer”
Juan Godoy
La relevancia que cobra Mistral, ya señalada tantas veces por la fauna literaria, no es otra que la que adquiere desde sus letras, la virtud de entregar a partir de su obra poética las formas de su estar en el mundo. La cosmovisión mistraliana, se desarrolla a partir de los desérticos cerros de un valle rico en soledad y en figuras rocosas que se grabarán de forma indeleble en su poesía y en su paso por la literatura universal. Pero todo este “literaturizar” no es más, y cosa que no es menos, que el análisis de las causas de una mujer, del profundo palpitar de las emociones, del trabajo doloroso y matutino de una infancia entre las breves hierbas de su valle hasta los pasajes por un continente antiguo.
Gabriela Mistral, entonces, comienza a construir su magnífica obra en los albores de la infancia, con la sombra de un padre perdido en el mundo, y con la ternura infinita de su madre, Petronila Alcayaga. No cabe duda de que la gama de conocimientos que la pequeña Lucila Godoy Alcayaga desde esos tiempos iniciales adquirió fueron vitales para la construcción poética, y para los lectores que en el tiempo nos acercaríamos a admirar su obra. Es interesante en esta etapa de la construcción del entendimiento de la obra mistraliana, recordar que Juan Godoy, era un hombre culto, de amplios conocimientos del lenguaje, latín, griego, filosofía, literatura y teología; lo que lleva a sospechar las razones de la inquietud intelectual de la poeta. Además, de la mano de don Adolfo Irribarren, adquiere conocimientos botánicos, biológicos, geográficos y astronómicos, lo que sin duda cimentó su creatividad posterior. Tampoco se debe olvidar la ruralidad, el ingrediente de las fábulas y cuentos que los habitantes de los pueblos le entregaron. Esta etapa de aprendizaje resulta imprescindible en la formación intelectual que más tarde decantaría en la creación literaria.
Casandra, es un texto poético de Gabriela Mistral que resulta un hallazgo en todo orden de la palabra. En primer lugar, es importante destacar el hecho de que este texto forma parte de unos 300 poemas hallados recientemente en los baúles de la fallecida albacea de Mistral, la estadounidense Doris Dana y, por lo tanto, es parte de los poemas inéditos de Gabriela Mistral. Este hecho, nos impide dilucidar con certeza el tiempo para el cual fue escrito; sin embargo, todo indica que no es parte de sus primeros poemas, pues existen constantes elementos que hablan de una extranjería. Todo hace pensar que este texto debe haber sido escrito en una fecha posterior a los años veinte, pues es en ese entonces que la poeta comenzó su peregrinaje internacional, comenzando por México, país que le extendió los brazos y fomentó en ella un fuerte lazo con Latinoamérica.
Iniciando por el título del poema, “Casandra”, existe una intertextualidad con los libros mitológicos escritos por Homero y, a partir de él, con una serie de otros escritores a lo largo de la historia de la literatura universal. En la antigua mitología griega, Casandra era hija los reyes de Troya, Hécuba y Príamo. Fue sacerdotisa de Apolo, con quien pactó, a cambio de un encuentro carnal, la concesión del don de la profecía. Sin embargo, cuando accedió a los arcanos de la adivinación, rechazó el amor del dios; éste, viéndose traicionado, la maldijo escupiéndole en la boca: seguiría teniendo su don, pero nadie creería jamás en sus pronósticos. Tiempo después, ante su anuncio repetido de la inminente caída de Troya, ningún ciudadano dio crédito a sus vaticinios. Puesto que Casandra no amaba a Apolo, éste la maldijo convirtiendo su don en una fuente continua de frustración y dolor. Con su don, don divino al fin y al cabo, fue capaz de predecir la tragedia de Troya, la muerte de Agamenón y su misma desgracia, pero fue incapaz de hacer algo para impedir tales resultados, por causa de la maldición de Apolo. Era una incomprendida, a menudo tildada de loca, encerrada en su casa o encarcelada, lo que le hace enloquecer. Casandra, sufre de diversas formas, recibiendo maltratos y violaciones así como constantes humillaciones que finalmente desencadenan en su muerte.
Además, resulta interesante que desde la primera estrofa se identifica amada, no por los poderosos de su patria, sino por los negados, los residentes en huerfanía, los animales, los elementos naturales heridos por las fuerzas de la misma naturaleza e incluso por las cosas carentes de vida. Mistral, ya reconoce aquello que la historia se ha encargado de recordar a los actuales amantes de la literatura: la falta de reconocimiento y de atención a quienes, cual Casandra, merecen ser leídos y oídos, acaso apreciados por su labor literaria. Se acerca a su estancia forastera, y a los recuerdos del dolor por su tierra, la cual desde la lejanía era amada, mas no por sus poderosos, sino por lo simple de sus pueblos, por lo herido de sus montes y sus horarios. Además, resalta su dolor y su soledad en el amor, la búsqueda inherente de compañía que como ser social pretendía, pero que en su profunda sensibilidad le era estéril, dolorosa en su bitácora, castigada desde los inicios del amor en sí, el amor de pareja y el amor de nación que tan hondamente desarrollaba, pero que tan mal pagado era. Por otro lado, es inevitable el acercamiento a las primeras sombras de amor que la joven Lucila viviría, sí, la sombra de muerte en el amor inicial por parte de su Romelio Ureta, quien resulta motivo y dolor de la escritura primigenia de los “Sonetos de la muerte” por parte de la poeta.
El poema concluye, como concluye la asombrosa analogía creada a partir de Casandra y la vida propia de Gabriela Mistral. Es así como en el crepúsculo del texto, la hablante señala a la historia mitológica, quizás abandonando aquello que en un comienzo fue su papel como figura de una actual vidente rechazada, y acercándose de forma más directa a la intertextualidad con textos de la literatura universal que tratan el papel de Casandra; textos tales como: La Iliada, La Odisea, La Eneida. Mistral relata de forma poética, a través de versos, principalmente endecasílabos, el ocaso de Casandra, pero esta vez, como se dijo, ya despojada del papel que la hablante en algunos momentos toma y actualiza en su propia vida. Aun cuando quizás se pueda desprender del final del texto, la constante conversación que Mistral tiene con la muerte, y ésta vez nos invite a pensar que a través de la misma muerte puede retornar a su amado.
A modo de reflexión no literaria y a partir de las circunstancias en que este texto fue encontrado, resulta interesante cuestionar sobre lo pertinente de hacer público un poema inédito. Desde la misma figura de Casandra, y en ella o a través de ella se puede ver el rechazo de Mistral en su papel profético o poético, y el cuestionarse la razón de un texto inédito en una mujer tan reconocida. Difícilmente pudo haber sido por no tener los medios económicos para hacer una autopublicación de esta obra. También resulta improbable que se deba al desinterés de las empresas editoriales en el trabajo de una Premio Nobel de Literatura. Entonces, surge la pregunta sobre cuál es la razón de ser inédito y, es más, considerando la irregularidad métrica en el poema “Casandra”, cosa que resulta por lo menos extraña, conociendo la obra de la excelente Gabriela Mistral, se puede cuestionar si este texto para la poeta estaba concluido formalmente en la escritura o si ella realmente deseaba que viera la luz; y a la vez, hasta que punto se respeta lo que el autor quiere o permite que se lea de su obra. Todo lo anterior sin considerar lo provechoso del aspecto comercial que significa para las editoriales y empresarios del rubro literario el hallazgo y publicación de éstas obras. .
La poesía de Gabriela Mistral es, indudablemente, una de las voces más trascendentales que Latinoamérica ha dado a luz. Su palabra es y será, causa de estudio y crítica, de análisis y de constante retorno, pero por sobre todas las cosas, su palabra poética es un lugar para la emotividad y el encuentro con uno mismo, con la verdadera persona secreta que en el lector hay. Por ello, “Casandra”, no es sino una muestra de autoconocimiento, del mundo interior rico en cualidades de la poeta; pero también, es una muestra de sus carencias y dolores, a través del personaje mitológico.
Mistral, describe hondamente su desolación por la tierra, su paso a veces inadvertido en medio de la urbanidad de Chile. En ella, en su poesía, hay una honda visión social; y es por ello que es capaz de la descripción, del encuentro con su penuria y su tránsito por el mundo, por el inabarcable sufrimiento por la muerte del amor, y en el amor. “Casandra”, es producto de su estudio y conocimiento de las fuentes más antiguas de la literatura, y a la vez, es una mezcla de desgarro y erudición, que no pasa sin conmover. Resulta el poema un lugar donde habitar, donde escarbar para sentirse uno en el hablante y vivir su profético rechazo en medio de las masas, de los eruditos, de la continentalidad y lo gubernamental de las políticas, incluso y sobre todo, culturales.
El poema mistraliano, resulta un diario, una desnudez del yo interno, y a la vez un reparo o crítica a la sociedad ajenizada de la función literaria y social de la poeta. Hay un dolor de muerte en todo el texto, que no hace sino sugerir el abandono que hace la propia hablante en su don, en su creatividad y su expresión artística; pero este dolor no hace más que condescender con el dolor de otros tantos que ayer y en el hoy viven su misma aflicción. El poema está lleno de la vida de Casandra, está lleno de un dolor conmovedor que irreductiblemente transita a la muerte, de la hablante y de su amado. Pero hay el reconocimiento externo, las palmas palpitantes de naciones que no son la suya, y hay bagaje y recorrido, lugares donde ser en su don, acaso desarrollar, al igual que muchos artistas actuales, un trabajo literario o artístico que sea reconocido, lamentablemente lejos de una Ilión muchas veces incapaz de reconocer a tiempo sus propios valores.
“Casandra”
A las puertas estoy de mis señores
blanca de polvo y roja de jornadas,
yo, Casandra de Ilión a la que amaron
en su patria los cerros y los ríos,
la higuera oscura y el sauce pálido,
el cordero del mes y el cabritillo,
el huérfano y también lo inanimado.
También la hora y el día me amaron,
menos el día yerto del exilio.
Al primer carro de los vencedores
subí temblando de amor y destino
en brazos del que amé contra mí misma
y contra Ilión, la que hizo mis sentidos,
y cuando ya mis pies no la tocaron
mi Patria enderezada dio un vagido
como de madre o hembra despojada:
voz de ciervo o leoncillo
ternerillo o viento herido.
Miré el tendal oscuro de mi raza
y tales rostros no me vi en los bárbaros.
Todo me amaba dentro de mi casta
y sobre el rostro de Ilión todo fue mío:
dátil de oro y semblantes de oro,
las islas avisadas, los riachuelos.
Pero yo, para ser hembra eterna
no amé el amor y he amado al enemigo.
El vencedor cuyo rostro da frío
en su carro me trajo y en su pecho,
y he cruzado arenales y bajíos,
y las aldeas arremolinadas
al eco de mi nombre ya maldito,
y yo no las he visto ni escuchado
de traer en mi bien los ojos fijos
y he de venir recitando mi muerte
como un refrán desde niña sabido.
Escucho tras de las puertas de bronce
los pasos de la hembra que se acerca
y que me odia antes de haberme visto.
Tampoco en la Tebas le valen puertas
de bronce a la mujer apercibida
para no oír la hora que camina
sin sesgo hacia Casandra y Clitemnestra.
Yo soy aquella a quien dejara Apolo
en pago de su amor los ojos lúcidos
para ver en el día y en la noche
y ver lo mismo arribar su ventura
que su condenación. Así Él lo quiso.
Todo lo supe y vine a mi destino
sabiendo día y hora de mi muerte.
Vine siguiendo a mi enemigo y dueño,
rehén y amante, suya extranjera,
sabiendo de su muerte y de mi muerte
y de la eternidad de ambos hechos.
A las puertas estoy oyendo el paso
de la hembra que me odia antes de verme
escuchando los pasos presurosos
de la que ya apuró su vaso rojo
y viene en busca del segundo sorbo.
¡Voy, voy ! Ya sé mi rumbo por la sangre
de Agamenón que en su coral me llama.
Tampoco la mujer apercibida
que está golpeando a las puertas extranjeras
dejó de oír la hora que venía y venía
recta hacia ella y Clitemnestra.
Todo lo supe y vine a mi destino
recta hacia el sitio de mi acabamiento.
Sin llanto navegué por mar de llanto.
Yo vine, aunque bien sabía
y bajé de mi carro de cautiva
si rehúsa, entendiendo y consintiendo.
No vale ¡ guay ! el bronce de la puerta
para que yo no vea a la que viene
por camino de mirtos a buscarme
ebria de odio y recta de destino.
La mujer sanguinosa me destestaba
pero es la sangre de él la que me ciñe
y el hilo del coral quien lleva
consigo a aquella que es rehén y amada
y las puertas se cierran sobre aquella
que de veinte años lo tuvo sin amarlo
y a quien yo amé y seguí por mar, islas, penínsulas
y aspirando en el viento del ábrego
la bocanada de la patria suya.
Vi Atenas antes de tocar su polvo
y veo la chacala de ojos bizcos,
le veo la señal apresurada
y el botín de mi cuerpo en sangre tinto.
Ya abre las puertas para recibirnos
según recibe el cántaro reseco
el chorro de su sidra o de su vino,
con tu cuerpo gastado cual las rutas
deseada fui como la azul cascada
que ataranta los ojos del sediento.
Ya estamos ya, los dos, ricos de púrpura
y de pasión, ganados y perdidos,
todo entendiendo y todo agradeciendo
al Hado que sabe y me salva.
Ya me tumban tus sanguinarios siervos
y ya me levantan en faisán cazado
pero el alto faisán de tu deseo
después de su rapiña y de su hartazgo
te dejará en las manos de sus siervos
y volarás conmigo los espacios
ricos de éter y de constelaciones.
Antes del alba habré recuperado
yo al Agamenón, al rey de hombres
en él voy de vuelo, ya voy de vuelo.
Poema extraído del diario “El Mercurio”, Santiago, Chile, N 62.927, pp. E1, E2 y E3, Domingo 22 de julio, 2007.