Se ha escrito mucho sobre la emoción poética, muchos autores han tratado de explicar lo que casi nos parece inexplicable; una emoción casi palpable recibida a través de la escritura.
A pesar de los diferentes puntos de vista, en todos los casos se llega a lugares comunes.
Emoción espontánea, revivida, madurada, única, compartida, incomprensible… pero siempre existe una confluencia, porque, al fin y al cabo, poesía y emoción están íntimamente ligadas, aunque cada uno tengamos nuestra particular manera de adecuar los términos.
José Ángel Valente decía que “la emoción viene a ser consecuencia de una experiencia susceptible de ser conocida sólo en el poema”
lo cual nos hace pensar en un sentimiento único e irrepetible. Desde esta perspectiva,
la poesía se convierte en un descubrimiento, en una especial manera de aproximarse a lo no sentido todavía.
William Wordsworth, por su parte, insiste con que “la poesía nace de la emoción revivida en tranquilidad”
Esto contrasta con la idea de Valente, pero lo cierto es que la emoción poética es un sentimiento personal, en este caso transferible, y la única razón está en nuestra individualidad, la cual puede ir amoldándose con el paso del tiempo.
Al escribir poesía, el poeta es incapaz de percibir la emoción, el proceso, algunas veces automático, de escritura, hace que la parte emocional se sitúe en un segundo, pero latente, plano, y solo la lectura posterior le dará la posibilidad de conectar con el placer psicológico que esta conlleva.
Es el instante quien marca el rumbo del poema, pese a que en ocasiones tengamos preconcebida la idea, este se abre paso y va dejando esa “impersonalidad” que muchas veces ve reflejada el poeta cuando vuelve a sus textos.
El poema avanza, se destruye y se regenera automáticamente, a veces sin más vivencia que el propio latido de los versos
S.T. Eliot, nos dice en su famoso ensayo “Arte” – el único medio de expresar una emoción consiste en el hallazgo de un “correlato objetivo”, esto es, de un juego de objetos, una situación o una secuencia de acontecimientos que constituyen la fórmula de esa particular emoción; de tal modo que cuando los hechos externos, que deben terminar en una experiencia sensible, son dados, la emoción es inmediatamente evocada.»
Gil de Biedma por su parte, afirma “para el poeta lo decisivo es la contemplación de una emoción, no la experiencia de ella”
Ciertamente, la meta del poeta es trasladar de alguna manera esa emoción, que no necesariamente ha tenido que sentir alguna vez, ya que el escritor puede trabajar desde la posibilidad emocional, para después llegar a traducirla.
Para ello necesita una mezcla de sentimiento y pensamiento; aquello que tantas veces hemos llamado inspiración.
No creo que se trate de emociones enteramente nuevas, aunque sí, que la poesía sea la única manera de extraerlas.
Algo así como utilizar un cuchillo después de descubrir una moneda en un bolsillo cerrado.
El cuchillo sería en este caso la técnica poética, con la cual iríamos abriendo el instinto
para sacar esa sorpresiva e ilusionante emoción.
Por tanto, el poeta, lo que hace es traducir las sensaciones más allá de lo permitido por el propio lenguaje, intenta llevar al grafismo aquello que es imposible por naturaleza.
Gil de Biedma nos dice en “El oficio de escribir”
“Un buen poema, en cuanto obra de arte, es un objeto suscitador de emoción significativa, de emoción inteligible; luego, en un buen poema no puedes distinguir entre emoción e inteligencia.”
Aquí es donde comienzan a romperse los muros entre creador y lector, podemos comprobar que los más grandes poemas de la literatura española se definen por esa ausencia de búsqueda lectora, desprenden esa emoción inteligible que es capaz de mostrarse clara y lúcidamente más allá del lenguaje.
Esto no tiene nada que ver con la incomprensión, más bien todo lo contrario, ya que el lector no necesita descifrar nada, simplemente siente y deja fluir esa emoción sin más esfuerzo que el de su propia inconsciencia.
Gil de Biedma cita también a Baudelaire
Le génie- decía – c’est l’enfance retrouvée à volonté. “Quien no sepa en algún modo de salvar su niñez, quien haya perdido toda afinidad con ella, difícil es que llegue a ser artista, casi imposible que pueda nunca ser poeta, y no por ninguna razón sentimental, sino por un hecho, muy simple: la sensibilidad infantil constituye, por así decir, un campo continuo, y la poesía no aspira a otra cosa que a lograr la unificación de la sensibilidad”. Gil de Biedma 1994.
En nuestra memoria esté posiblemente la llave de la emoción poética, cualquier experiencia humana es susceptible de ser transformada.
La infancia lleva consigo una despreocupación que sujeta lo verdaderamente importante de la vida, después llega el poeta con su memoria inagotable para indagar en lo no conocido, para iluminar esa oscuridad latente que seguirá generando posibilidades de por vida.
Lo que queda claro es que la poesía es un instrumento esencial para percibir emociones impresas, no existe, por el momento, otra manera mejor de comunicarnos
sensorialmente.
Poetas y lectores unidos bajo el inasible roce de la palabra exacta.
Luis Oroz.