En el anterior artículo decíamos que desde el primer tercio del pasado siglo Juan de la Cruz comienza a despertar un inusitado interés en territorios en los que anteriormente le había sido denegado el paso o a los que no había tenido acceso en ese afán de ocultación al que este carmelita, por diferentes circunstancias, había sido sometido. La Literatura, la Lingüística, la Psicología, otras creencias religiosas, otras espiritualidades, la Historia, la Ecdótica, etc. comienzan a hacerse eco de los versos y la prosa sanjuanistas conformando así, decíamos, el amplio caudal de riqueza que la mística de Juan de la Cruz ofrece al hombre de nuestro tiempo. En esta segunda parte nos centraremos en el ingreso de Juan de la Cruz en el canon de la literatura española.
Siempre que nos enfrentamos a cuestiones como el canon literario, de tanta actualidad en el último decenio del pasado siglo, podemos optar por hacerlo desde una visión dinámica incluyendo la historia, o desde una visión ahistórica o estática. Es evidente que según lo hagamos en relación a la obra literaria de San Juan de la Cruz, el resultado será muy distinto.
Si prescindimos de la historia, podemos encontrar afirmaciones de este tipo:
Juan de la Cruz representa, en el ámbito de la literatura española desde sus comienzos hasta nuestros días una de las figuras más interesantes; su talla literaria se ha impuesto no sólo por el propio valor de su obra poética -que ha sido definida “sublime” pero también la “más enigmática”-, sino además por el interés que su obra comenzó a suscitar ya desde el siglo XVII y que se mantiene hasta el presente sin mostrar signos de disminución. Es más, habría que decir que la dificultad de aclarar la compleja problemática ínsita en su obra o relacionada con ella, lejos de agotarse en intentos llamados de antemano casi necesariamente al fracaso, ha despertado un fervor y un volumen de estudios que ha traspasado las fronteras nacionales, y que se ha extendido a disciplinas distintas de las de impronta específicamente literaria: los millares de aportaciones publicados hasta la fecha son la prueba evidente de un interés y de una fama que ya nacieron apenas pasados treinta años de la muerte del autor, a raíz de la edición -en el 1618- de sus primeras obras. (ELIA, PAOLA: San Juan de la Cruz. Poesías, Madrid, Castalia, 1990, pp. 9-10)
La visión que sobre la obra literaria de San Juan de la Cruz ofrece la autora de estas líneas nos parecen demasiado optimistas. Decir que “Juan de la Cruz representa, en el ámbito de la literatura española desde sus comienzos hasta nuestros días, una de las figuras más interesantes”, supone utilizar un contexto demasiado amplio para que en un caso como el de la obra literaria de San Juan de la Cruz no se precise de más especificación. Si Paola Elia se refiere al período en el que nace y va desarrollándose la historiografía de la literatura española, no podemos estar en absoluto de acuerdo con su afirmación. Nuestras investigaciones no nos han conducido a esa conclusión, sino que hemos advertido que la obra literaria de San Juan de la Cruz comienza a ser interesante para la historiografía sólo a partir de mediados del siglo XIX. Es evidente que la autora se eleva sobre la historia y mira un conjunto en el que sobresale San Juan de la Cruz como una de las figuras más representativas de la literatura española, entendida ésta en el conjunto global de sus disciplinas científicas. De cualquier manera, la afirmación que se sigue de la anterior plantea un problema aún mayor. La recordamos: “Su talla literaria se ha impuesto no sólo por el propio valor de su obra poética […], sino además por el interés que su obra comenzó a suscitar ya desde el siglo XVII y que se mantiene hasta el presente sin mostrar signos de disminución”. Al contrario que en el caso precedente, nos encontramos ahora con una afirmación que no escapa de la historia. Sin embargo, es errónea, al menos, tal y como aquí ha sido expuesta o necesita más aclaración y especificación. Si volvemos de nuevo la mirada al principio del párrafo y observamos que el contexto científico sobre el que la autora asienta sus afirmaciones es la literatura española, decir en tal caso que la obra literaria del místico de Fontiveros no ha cesado de despertar interés desde el siglo XVII, y desde ahí se ha mantenido intacto y creciente hasta nuestros días no responde del todo a la verdad histórica. La atención de la literatura española a la obra literaria de San Juan de la Cruz durante los siglos XVII y XVIII es prácticamente nula. No ocurre lo mismo con los siglos XIX y XX, siglos en los que Juan va progresivamente despuntando hasta elevarse a la cima de la poesía española, gracias, fundamentalmente, a una de sus obras poéticas: el Cántico Espiritual. Si Paola Elia se hubiese referido, no sólo al ámbito de la literatura española, sino también al ámbito teológico, su afirmación hubiese gozado, sin duda, de más valor de verdad.
De hecho, en un asunto como la relación entre el canon y la obra literaria de San Juan de la Cruz, lo primero que tendríamos que diferenciar es el canon teológico del canon literario, entre otras cosas porque el fraile carmelita no ingresa al mismo tiempo en estos dos cánones. Ya sabemos, además, que fue problemático para ambos.
San Juan de la Cruz ha sido un autor bastante controvertido, tanto para la teología como para la literatura. La teología, por una parte, ha tenido dos problemas fundamentales: primero, el de la crítica textual, con el consiguiente problema de la fijación del canon de las obras del místico, asunto que nos lleva hasta casi la mitad del siglo XX; y en segundo lugar, el problema del contenido teológico del texto, sobre todo en lo referente al Cántico Espiritual y su relación con cierta lectura del Cantar de los Cantares, texto realmente conflictivo, teológicamente hablando, en el siglo XVI -véase, por ejemplo, el conocido caso de fray Luis de León y su lectura literal de este texto bíblico-. Tanto es así que, precisamente, en la primera edición de las obras de Juan de la Cruz (Alcalá de Henares, 1618), el Cántico Espiritual no aparece. Este problema teológico ha sido reflejado por algunos especialistas en la materia.
Tanto tomismo en la orden de los místicos se debe en buena parte a la permanente precisión de defender a sus fundadores del acoso a que fueran sometidos ante la Inquisición por soñadas connivencias y coincidencias con los alumbrados. (EGIDO, TEÓFANES: “Religión”, en AGUILAR PIÑAL, FRANCISCO (ed.): Historia literaria de España en el siglo XVIII, Madrid, Trotta, C.S.I.C, 1996, pág. 788).
De cualquier manera, y poco a poco, Juan va liberándose del problema teológico que despertaban sus místicas enseñanzas. Y tenemos, naturalmente, unas fechas que se nos presentan como claves en la historia de este proceso de liberación que se inicia en 1618 con la editio princeps de su obra literaria, y que, progresivamente, van convirtiendo a San Juan de la Cruz en miembro de pleno derecho del canon teológico, y no sólo del español y el cristiano. Estas fechas son las siguientes: 1675, 1726 y 1926. La primera es la que corresponde a su beatificación, la segunda, a su canonización, y la tercera a su proclamación como Doctor de la Iglesia. Con estas tres fechas, incluida también la de la primera edición de sus obras, los escritos de Juan de la Cruz solventaron los problemas teológicos inherentes al propio texto, aunque todavía no lograron esquivar los literarios. Esto ocurrirá algo más adelante, entre la fecha de su canonización y la de su nombramiento como Doctor Ecclesiae.
Esta es la razón y no otra por la que defendimos líneas arriba, al comentar el texto de Paola Elia, la necesidad de una mayor especificación si lo que tratamos de explicar es la relación de San Juan de la Cruz y su obra poética con los siglos XVII y XVIII, períodos en los que los centros de interés no sobrepasan ámbitos estrictamente teológicos y, dentro de éstos, los carmelitanos.
La relación de San Juan de la Cruz, su obra literaria y su ingreso en el canon de la literatura española son cuestiones bien distintas a las del ingreso en el canon teológico, aunque puedan existir conexiones e influencias mutuas.
Lo tardío y quebrado del proceso de ingreso de Juan de la Cruz en el canon literario español va unido necesaria e inseparablemente a lo quebrado y cambiante de la propia historia del canon en el devenir de la literatura española. De esta forma, insertamos al santo carmelita en el contexto de la historia de la literatura española: para poder comprender de una forma más adecuada cuándo y por qué la obra literaria del místico de Fontiveros ha sido considerada un valor y cuándo y por qué un contravalor. Por otra parte, la recepción en las obras de creación literaria y el interés de los creadores por un cierto autor no coincide, en muchas ocasiones, con el reconocimiento oficial como autoridad literaria de ese mismo autor. La aparición, realmente tardía, de San Juan de la Cruz en el canon de autoridades de la literatura española, independientemente de su inclusión en algunas poéticas o historias de la literatura española, también presenta sus fechas esenciales, claves: 1856, 1878 y 1881. Curiosamente estas tres fechas se encuentran situadas entre la canonización de San Juan de la Cruz (1726) y la celebración del tercer centenario de su muerte (1891) con la posterior proclamación como Doctor de la Iglesia (1926). La primera fecha propuesta, 1856, se corresponde con la publicación de las obras del místico en la Biblioteca de Autores Españoles, precedida de una extensa introducción de Pi y Margall, que tuvo su respuesta en la introducción que hizo Juan Manuel Ortí y Lara a otra edición de las obras del santo, esta vez en 1872. La segunda fecha, 1878, corresponde al ingreso de San Juan de la Cruz en el “Catálogo oficial de escritores que pueden servir de autoridad en el uso de vocabularios y frases en la lengua castellana”. Y la tercera, 1881, desde nuestro entender, la fundamental, corresponde a la lectura del discurso de ingreso en la Real Academia española de un joven Menéndez Pelayo, discurso dedicado a la poesía mística española. En este intervalo que va desde 1872 a 1881, el místico carmelita comienza a ser protagonista de nuestra historia literaria, protagonismo que ya no cesará durante todo el siglo XX.
¿Por qué ahora y no antes? ¿Qué factor o factores han influido en este cambio, de no existir a existir para la literatura española, para el canon literario?
El siglo XIX español, en lo que a lo literario se refiere, posee dos vertientes esenciales y muy marcadas: por un lado, se produce una revisión y rescate de autores, sobre todo de nuestros siglos de oro, hasta entonces no demasiado reconocidos; y, por otro, es el momento en que nace propiamente la historiografía de la literatura española, coincidiendo, además, con la época en que dicha Historia se convierte en asignatura de índole universitaria. Estos dos aspectos, reunidos, hicieron posible la aparición en escena de un personaje, hasta ese momento, poco tenido en consideración en el ámbito de los estudios literarios. San Juan de la Cruz es, de esta forma, rescatado y, también, depositado en la cima del Parnaso de los poetas españoles.
[hr]Texto | Antonio José Mialdea Baena
Doctor en Filología Española
Licenciado en Estudios Eclesiásticos.
Diploma de Estudios Avanzados en Traducción e Interpretación.
Director de la revista internacional ”San Juan de la Cruz”