La revista “Poesía”, dirigida por Gonzalo Armero y editada por el Ministerio de Educación y Cultura, fue una publicación de acreditado prestigio desde su aparición en la década de los 70 hasta su número final en 1994. En ella se trataban temas relacionados fundamentalmente con la poesía, pero también abordaba temas de arte en general, siempre desde el punto de vista del impacto poético, con originalidad, calidad literaria e ilustraciones, de diseño y maquetación muy innovadores. En la época fue muy famoso un monográfico que “Poesía” dedicó al cine (nº22) ―un poster gigante que se regalaba con la revista y que mostraba la imagen de Al Johnson, el protagonista de la primera película sonora, “El cantante de Jazz”, estaba pegado en muchas de habitaciones de estudiantes, pubs… etc. de aquellos años―; en dicho número se recogían artículos sobre cine de las prestigiosas plumas de Abel Gance, Luis Buñuel, Dalí, Pío Baroja, Rafael Alberti, Vicente Huidobro, Ramón Gómez de la Serna, etc.
En este primer número de la revista “Alaire” rescataremos uno de los tres artículos que Luis Buñuel firma en la citada publicación, titulado “Del plano fotográfico”.
Luis Buñuel es quizá el mayor exponente del cine de este País, y uno de los genios cinematográficos de todos los tiempos. Nació el 22 de febrero de 1900 en la población de Calanda, Teruel (España). Cursó estudios en la estricta disciplina de los jesuitas, que dejaría una gran influencia en una simbología cinematográfica de demoledora carga irónica. En 1917 se trasladó a Madrid, para matricularse en Ingeniería agrónoma. Se alojó en la Residencia de Estudiantes, donde el azar de la historia dio en reunirlo con otros dos genios de las artes: Federico García Lorca y Salvador Dalí. Pronto germinó entre ellos una fructífera y compleja amistad que influiría de manera crítica en la carrera artística de cada uno de ellos.
Dicen que el cine del director alemán Fritz Lang, fue decisivo para que Buñuel abandonase definitivamente la carrera de Ingeniería para dedicarse al cine en cuerpo y alma surrealista, ya que en 1929 dirige, junto a Salvador Dalí, un film crucial, y enseña no sólo del movimiento surrealista, sino de toda la historia del cine.
El movimiento surrealismo, surgido en Francia en la primera década del pasado siglo, bajo la batuta maestra de André Bretón e influido por las teorías de Sigmund Freud y Alfred Jarry, intentaba romper con los presupuestos artísticos tradicionales, tanto estéticos como temáticos, quería conjurar lo más profundo que late en el inconsciente del Ser humano, su más íntima verdad; para ello no quedaba más remedio que romper de manera contundente y definitiva con la tradición en todos sus ámbitos: artístico, histórico y social.
La filmografía de Luis Buñuel está repleta de obras maestras de sello único e intransferible: el citado “El perro andaluz (1929) “La edad de oro” (1930); de su exilio mejicano tras el estallido de la Guerra Civil debemos destacar “Los Olvidados” (1950), “Él” (1953), “La vida criminal de Archibaldo de la cruz o Ensayo de un crimen” (1955); otros inolvidables títulos son: Nazarín (1959), “Viridiana” (1961), “El ángel exterminador” (1962), “Simón del desierto” (1965), “Belle de Jour” (1967), “Tristana” (1970), “El discreto encanto de la burguesía” (1972), “Ese oscuro objeto del deseo” (1977)…
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Del plano fotogénico
Introducción
En los albores del cine y aprovechando las innovaciones cruciales de Griffith al arte cinematográfico, Buñuel nos da una lección del cómo y del porqué el cine se hace arte, y no una indolente y fiel muestra de la realidad; el cine que aprovecha una gran diversidad de planos supera la realidad porque la corta y la vacía expresando y significando sus contenidos más íntimos (ese ojo cortado del perro andaluz).
D.W.Griffith inventa el plano cinematográfico, mediante el cual el narrador cinematográfico concibe su historia y la expresa. En el cine de Buñuel, en sus planos cinematográficos, se entremezcla lo real o consciente con lo “sureal” o inconsciente, apareciendo ante nuestros ojos todo un espectáculo multidimensional, con aristas y perfiles entremezclados, algo así como esas imágenes de Picasso donde una mujer aparece observada desde todos los puntos de vista, incluidos los interiores o psicológicos.
Debemos apuntar también que en algunas partes del artículo “Del plano fotogénico”, Buñuel parece renegar e infravalorar el porvenir del color y el sonido, no debemos olvidar que este artículo fue escrito en la década de los años veinte; desde aquella lejana época las posibilidades técnicas y visuales del cine han avanzado de manera considerable y han demostrado su alto voltaje artístico, y algunas de ellas han sido utilizadas por el propio Buñuel con gran maestría.
Del plano fotogénico
Por Luis Buñuel
En el proceso evolutivo de las artes plásticas, en la música mismo, acontece un momento de vital importancia. Han subsistido hasta allí, alimentándose de una exhausta tradición, sin haber explorado aún lo los espacios más fecundos y específicos de su expresión. Sumidas en secular letargia, el tiempo mismo parece haberse detenido en los umbrale de su evolución. Mas llega el instante en que la época, por medio de su genio, les presta un vigor nuevo y hasta entonces insospechado: sus horizontes se multiplican y suceden como las ondas dejadas en la arena por el mar, y el concepto de tal arte queda ya íntegramente establecido: crisálida que llegó al estado perfecto y definitivo de su vida.
Lo que para las otras artes significan los nombres de Cimabué, Giotto, Bach o Fidias, representa para el cinema el de D.W.Griffith. Hace algunos años hubiera podido parecer sacrílega tan extraña comitiva de nombres… Hoy, ya no puede extrañar a nadie, Griffith, además de innovador, es el auténtico creador del arte fotogénico, cuyas dos épocas separa con la barrera de su genio. La primera época, la cinematográfica, está tan lejos del arte como puede estarlo un cromo del lienzo. A lo más época de tanteos, en busca del instrumento, de su pincel o de su mármol, pero inconsciente absoluto de su devenir. La Fotogenia comienza en 1913, cuando surgido Griffith, coloca el cine, por obra y gracia del gran plano, entre las bellas artes.
El espectador de hoy se sentiría defraudado ante la contemplación de uno de aquellos paleolíticos films de Griffith. Siendo ya fotogénicos, los otros elementos de que constan —iluminación, actores, decoración, etc… — resultan toscos e imperfectos. Porque todos estos elementos componen un a modo de retórica del cinema, necesaria, por otra parte, al actual; mas lo medular y lo substancial a la fotogenia, es, después del objetivo, el gran plano. Cerebro con que piensa y palabras que construyen y expresan lo pasado.
Llamamos gran plano —a falta de un vocablo más específico— a todo aquel que resulta de la proyección de una serie de imágenes que comentan o explican una parte de la vista total, sea paisaje u hombre. El cineasta concibe por medio de imágenes, distribuidas en planos. Su idea, ya realizada, se compone de una serie de elementos dispersos que luego habrá que acoplar, mezclar, intercalar: en una palabra, se verá forzado a componer, a ritmar y ya sólo con este acto, comienza el arte. Porque el cine si es, ante todo, movimiento, tendrá que ser ritmo para que llegue a fotogénico.
Si nos limitamos simplemente a impresionar un hombre que corre, habremos conseguido el objeto cinematográfico. Pero si en la proyección, y en plena carrera, desaparece todo y vemos unos veloces pies, luego el desfile vertiginoso del paisaje, la cara angustiada del corredor, y, y en sucesivos planos el objetivo presenta abstraídos los elementos esenciales de esas carrera y de los sentimientos de su actor, tendremos el objeto de la fotogenia. No se nos describe únicamente un movimiento o una sensación —nos hemos visto en el hombre que corre—, sino que, además, en la armonía de luces y sombras, una serie de imágenes, por su desigual duración en el tiempo y distintos valores en el espacio, producirán el mismo puro goce que las frases de una sinfonía a las abstractas formas y volúmenes de una moderna naturaleza muerta. En ese templo pueden quedar plasmadas las modernas tendencias del cinema, que pudieran denominarse cine-foto, cine psicológico y cine-puro. Una variedad de este último son los films absolutos de de Vikin-Eggeling o la Sinfonía diagonal, de Ruttman, en los cuales sólo luces y sombras de variable intensidad, interposiciones y yuxtaposiciones de volúmenes, geometrías móviles, son objeto para el artista. Allí todo queda deshumanizado. No se pueden llevar más lejos el apartamiento de la Naturaleza. Resulta curioso denunciar que estos ensayos —no muy conseguidos— datan a partir de 1919.
Toda la personalidad que le presta Griffith al cinema, su rápido ascenso en la jerarquía de las artes, repetimos que es debido al empleo del gran plano. Años antes, hacia 1903, lo había concebido ya Edwin Porter en su The Great Train Robberty, más de un modo inconsciente, no inspirado de creadora intuición, sino meramente impulsado por el azar. Todos hemos visto fotografías de esa época en que siempre aparecía el modelo-polisón, patilla, levita de cuerpo entero. Un buen día se le ocurrió al fotógrafo aproximar el aparato, y, a partir de entonces, los retratos de busto se ponen en boga. Edwin Porter desempeñó ese papel para el gran plano.
Resulta pertinente recordar que desde los primeros balbuceos el cine contaba ya con la mayoría de sus recursos técnicos —iris, sobreimpresión, caches, volets, etc. Su progreso, después de la aportación de Griffith, no está más que en la perfección de sus antiguos medios. Poco o nada se ha creado. Cabe aún esperar en la mayor y completa perfección de aquéllos, pero la evolución técnica toca a su fin, aunque paralelamente se halle en gestación el advenimiento de una época de bajo realismo y de mal gusto. Nos referimos al cine de color y al sincronismo verbal. Desde estas líneas nos adherimos a la cofradía del Claro-Obscuro, fundada recientemente en París por el crítico de los Cathiers d`art, Bernard Brunius. Infinidad de cofrades han ido a ponerse bajo los auspicios de la Musa del Silencio, envuelta en la pura túnica del Claro-Obscuro. ¡Que su reinado perdure entre las gentes de buen gusto!
Hemos visto que el cinema encuentra su lenguaje en el gran plano. El objetivo puede expresar y, en múltiple proporción, aumentar el caudal de sus ideas. En ese momento surgen los verdaderos artistas del cine, que se encuentran con un instrumento inteligente. Con ellos comienza la segunda y gran conquista de la fotogenia, la de la inteligencia y sensibilidad. Así el cinema dejará ya para siempre la bávara garita de las ferias para instalarse en sus actuales capillas. Salida apenas de su época subterránea, de catacumbas, esta nueva fe, que había a todos los hombres con la misma lengua, se halla ya extendida por todos los rincones de la tierra. Silencioso como un paraíso, animista y vital como una religión, la mirada taumatúrgica del objetivo humaniza los seres y las cosas. “A l`ecran il ný a pas de nature norte. Les objets ont des attides”, ha dicho Jean Epsein, el primero en hablarnos de esa calidad psicoanalítica del objetivo.
Un gran plano de Greta Garbo no es más interesante que el de un objeto cualquiera, siempre que éste signifique o defina algo en el drama. Fraguado en el cerebro de los hombres, y ligado a su propio cuerpo, el drama termina por subordinarse también a las cosas. En un momento determinado, una de ellas se alza con todo lo demás, incluso el elemento humano, como cosa mediata y farragosa. Cada plano del film es el nudo –necesario y suficiente– por el que pasa el hilo tembloroso de la emoción. Eliminando lo contingente y accesorio, presenta aislado, intacto, lo necesario, lo esencial. Es ésta una de las grandes virtudes del cine, una de las auténticas ventajas que lleva sobre el teatro.
Recordemos un episodio de la viuda alegre: tres hombres reunidos en un palco, deseosos de la misma mujer que danza ahora en gráciles torbellinos por la escena. De pronto se detiene. Según en vista de cada uno, se nos da descompuesta en tres planos: pies, vientre, ojos. Inmediatamente tres psicologías quedan explicadas por el cine: un sádico refinado, un primitivo sexual, un puro amante. Tres psicologías y tres móviles. El resto del film es un comentario a esas tres actitudes. Hay tantos ejemplos como planos. Recuérdese el papel que juega en El abanico de Lady Windermere el personaje puerta o el gran plano tantas veces empleado, en el que dos manos trémulas de amor llegan a estrecharse.
El gran poema del plano fotogénico lo dio Griffith en 1919 con Broken Blossoms; a partir de entonces, su creador entra en una manifiesta decadencia. Como siempre sucede todos quisieron imitarle, y durante cuatro o cinco años se abusó de él hasta el exceso. Después, el arriba citado film, de Ernst Lubitch, marca el sereno equilibrio en su empleo. El abuso del gran plano, en lugar de reforzar la emoción, la disminuye y diluye. Téngase en cuenta, además, que en cierto modo esa palabra encierra un sentido más amplio: el de “plano que se ha de montar o ritmar”. Nuestros cineastas indígenas no han comprendido esta segunda y anagógica acepción que es la más importante, la única. Quiere decirse que ni uno sólo de ellos comulga en el altar de Apolo. A lo más merienda en el de Mercurio.
Mucho se habla en estos últimos tiempos de la influencia ejercida por el cine —por el gran plano— sobre las artes y la literatura. Ella puede ser producto del cine o de nuestra acelerada época, o de las dos cosas a un tiempo. Pero el hecho indudable es su existencia. En muchos se da intuitivamente. Otros establecen un método para llegar hasta ella. Por instinto buscaríamos la verdadera, desnudad de literatura, entre los primeros. Y hay uno entre ellos a quién le corresponde el primer lugar, por haber sido creador del gran plano en literatura. No sé de qué fecha datan los primeros grandes planos greguerísticos de Ramón; pero si son anteriores a 1913 y Griffith los conocía, sería innegable la influencia de la literatura sobre el cine. Desgraciada o afortunadamente, el señor Griffith no debe poseer una nutrida biblioteca, y aun ahora, para él, Ramón será uno de tantos Ramones como andan por el mundo.