Mi padre mono

padre_mono_01Cuando empiezo a aceptar que desciendo del mono, aunque nunca me gust6 subirme a un árbol, me dicen ahora que hay otra familia simia más en consonancia por su parecido con la gente actual y que de esta venimos casi todos. Algunos están convencidos que llegaron en navíos interestelares y esas zarandajas. Esto no lo pondría bajo el microscopio de cualquier estudioso, por si dice que sí.

Los científicos, que deben justificar sus horas extra y las otras, metidos en una habitación entre matraces y bocatas, nos suelen poner los genes de corbata cuando sueltan aquello de que llevamos implantado en nuestro cuerpecito el 90% de los genes de la mosca del vinagre. ¡Vaya asco!
Se acabó el echarle aliño a la ensalada.

Me inquieta que a estas alturas los descubridores se hayan dado cuenta de que el 60% de la genética gallinácea esté implantada en los seres pensantes. Pero ¿es que no pueden estarse quietos estos sabios de laboratorio y buscarse otros enredos? ¿Qué hago yo ahora con los muslos de gallina que tengo en el congelador? No me apetece nada comerme un trozo de familia.

Y mejor no hablar de la secuencia vital del ratón, con su hociquito rosa. Llevamos un ramalazo de gen que nos invade de norte a sur, por todo el cuerpo playero.
Si esto sigue así, vamos a ser hermanos de las baldosas del salón.

Pensándolo fríamente, todo esto es una cochinada, por cierto…

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Texto | Consuelo Galán. Periodista.