La langosta y el gasoil

No sé si las frases tienen aún vigencia; me imagino que no, porque pocas cosas cambian tanto como el lenguaje y, sobre todo, las expresiones de moda; pero hace unos cuantos años era frecuente acudir a algunas comparaciones que se pretendían absurdas y que, curiosamente, tenían cierta carga gastronómica. Me refiero a aquello de “no confundir la velocidad con el tocino” o “qué tendrá que ver la langosta con el gasoil”.
La primera hace mucho tiempo que me quedó clara. Evidentemente, velocidad y tocino no son magnitudes comparables… pero sí que tienen que ver, porque están en una clara relación inversamente proporcional: a más tocino, menos velocidad. Siempre será más rápido, correrá más, un ciudadano magro que otro grueso… y ya sabemos que buena parte de ese grosor corresponde al tocino, o sea, a las grasas.

Lo de la langosta y el gasoil ya es otro cantar, y admite varias lecturas, según lo que nos afecte más de cerca sea una cosa u otra. Es evidente que, en caso de vertidos como los del Prestige, la relación entre el apreciado crustáceo y el combustible no es positiva; el chapapote fue, y puede volver a serlo, responsable de una notable mortandad entre las especies afectadas, entre las cuales figuraba la langosta; no es que hoy por hoy las langostas sean, en aguas gallegas, tan abundantes como en otros tiempos, y casi son un recuerdo las langostas de Burela o A Garda, pero alguna quedaba. Vemos, entonces, que la relación directa de la langosta con el gasoil es bastante perjudicial para la primera y, por supuesto, para el potencial consumidor, que ve cómo escasea ese marisco y, en consecuencia, sube de precio.

langosta
En estos momentos hay que buscar por otro lado la relación entre la langosta y el gasoil… aunque la consecuencia final para el consumidor sea la misma que en el caso anterior. Es obvio que el precio del gasoil se ha disparado o -mejor dicho- lo han disparado quienes se enriquecen con estas cosas. Tanto, que habría que pensarse bien cuál es el lujo ahora: si comer langosta, que siempre fue la encarnación, o una de las encarnaciones, del glamour gastronómico… o llenar el depósito; esto sin olvidar que los motores de las embarcaciones también beben gasoil, y el gasoil se está poniendo a precio de single malt.

Hubo tiempos, sin duda, en los que la langosta no fue tanto lujo… o no lo era según y cómo; según y cómo estuviera la langosta, claro. Se cuenta que en el origen del mar i muntanya ampurdanés tuvo mucho que ver que, por entonces, un pollo se cotizaba más alto que una langosta; eran tiempos de pollos artesanos y de aguas limpias, de modo que bien pudo ser cierta esta leyenda… lo cual no quita que la primera persona que lo cocinó no asumiese un riesgo y no se haya hecho merecedora de nuestro eterno agradecimiento.

Otro plato en el que la langosta es un ingrediente más es el ajoarriero con langosta, plato navarro nacido allá por los años 20 del pasado siglo; al menos, la primera referencia escrita a él data de 1930. El origen, seguramente, tuvo mucho más de prosaico que de poético: una cocinera, viendo cómo languidecían en su despensa unas langostas, tuvo la idea de cocerlas y añadirlas a un bacalao al ajoarriero. El resto es sabido: el plato tuvo un éxito fulminante, que aún conserva hoy.

La langosta había perdido cierto protagonismo, hace algunos lustros, en favor del bogavante, que es el que se llama homard y lobster y el protagonista del plato mal llamado ‘langosta a la americana’, que ni se hace con langosta, sino con bogavante, ni tiene nada que ver con América, sino con Armórica. Hoy parece que la gente vuelve a apreciar la superior finura, la delicadeza de las carnes de la langosta, frente a la quizá mayor rotundidad, pero menos elegancia, de las del bogavante. Una langosta de aguas baleares que termine sus días en una caldereta es una obra de arte de la Naturaleza… y la caldereta, de la cocina. Pero me temo que habrá que esperar a que las aguas vuelvan a sus cauces, si es que vuelven, para que dejemos de encontrar con tanta facilidad la relación, que ya ven que no tiene nada de absurda, entre la reina de los crustáceos y los derivados del petróleo.

Cristina Álvarez