Relojeros

Aberto Chicote
Aberto Chicote

A veces miro en el interior de mi reloj, tras el cristal y me imagino un mundo inhóspito, donde nada de lo ajeno que pasa tiene importancia, donde que nieve, llueva o truene  no tiene relevancia. Donde las estaciones no existen, donde las sensaciones son prohibidas, donde las emociones no son capaces de emerger.

La agujas giran, impasibles, imparables, desde su mundo impregnado de facilidad, desde su espacio imperturbable de movimiento continuo e improbablemente cierto.
¿Cómo nos afecta el tiempo? ¿Qué influencia ejerce este parámetro en lo que cocinamos hoy? ¿Somos espectadores temporales? o ¿Contemplamos lo que comemos frente al escenario temporal sin ser conscientes de este hecho? ¿Es, lo que comemos, fruto del azar del tiempo? ¿O es la consecuencia, el devenir, de lo que vivimos? ¿Es la cocina lo que se adapta a los tiempos que vivimos, a las necesidades del comedor? o al contrario, es el que come el que se adapta, el que se amolda a la cocina que nos arrastra, el que se inmiscuye en las cocinas que nos llegan. Y si es así, ¿es cierto que el comensal se deja llevar, se deja manejar por la cocina que se impone? ¿O es al revés?¿demandamos lo que queremos o lo que nos indican que demandemos?

La consagración de una receta, de un plato, esta marcada inequívocamente por el factor tiempo, entre otros. ¡Cuántos de nosotros, cocineros, suspiramos por que una sola de nuestras recetas perdure en el tiempo como lo ha hecho la tortilla de patatas, la fabada o la ensaimada! ¿No es este el objetivo soñado por el creador? Traspasar la frontera del tiempo y trasformar el hecho creativo culinario en tradición.

En la creación gastronómica hay sin duda una gran parte de espíritu aventurero, de amor por el riesgo y de desprecio al fracaso, del que anhela la visión de lo desconocido y el descubrimiento que perdura en el tiempo. La búsqueda del recuerdo, al fin y al cabo.

Sin embargo, curiosamente, parecemos despreciar aquellas recetas que ya han logrado el éxito que para las nuestras deseamos. Nos afanamos tanto en lograr nuestro minuto de gloria, que robamos el tiempo y el valor a aquellos y aquellas (ellos, los creadores y ellas, las recetas) que ya han alcanzado sin duda el Olimpo soñado.
Y,  si hay un Olimpo de platos ¿cómo os lo imagináis?… Estarán allí,  todos los grandes, mirándose unos a otros, observándonos, ahora, sin comprender porque no les hablamos, porque no les prestamos la atención merecida.

Pero, el tiempo pasa, dentro de mi reloj y fuera, sobre todo fuera y, los momentos de gloria aparecen y desaparecen, las recetas van y vienen, los estilos cambian y los gustos, desde luego, también.

Las cocinas se trasforman, algunos platos, casi todos, se olvidan, y algunos, solo algunos, alcanzarán el Olimpo de los que perduran, aquellos, los platos que coman los que no conoceremos y, aquellos que en ese día, sean “merecedores” del olvido, en pos de nuevos descubrimientos, de nuevos horizontes y de nuevas emociones. ¿Cuándo?
Ay ¡cuándo!…si pudiese manejar las agujas del reloj…

Por Alberto Chicote, chef del restaurante Nodo y Pandelujo (Madrid)